HC 71
HISTORIA CONTEMPORÁNEA
2340-0277
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
España
https://doi.org/10.1387/hc.22718
MISCELÁNEA
Indalecio Prieto-Bruno Alonso: epistolario (1937-1938)
Indalecio Prieto-Bruno Alonso: Collection of Letters (1937-1938)
Egea Bruno
Pedro M.ª
Universidad de Murcia
2023
I
71
255
286
16
04
2021
24
06
2021
© Historia Contemporánea (UPV/EHU)
2023
REVISTA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
Resumen
La contribución busca profundizar en el papel del Comisariado en la Marina republicana. Hemos contado con una documentación inédita de enorme trascendencia: La correspondencia mantenida entre Indalecio Prieto y Bruno Alonso, ministro y Comisario General de la Flota y de la Base naval de Cartagena, entre 1937 y 1938. Al hilo de la misma salen a relucir —junto con la diferente personalidad de los interlocutores— los problemas que enfrentó el Arma durante la Guerra Civil: el encauzamiento de la situación revolucionaria sustentada por los Comités; la creación del Comisariado, la imposición de la despolitización; los costes de la ayuda soviética y el restablecimiento del poder de los mandos, con consecuencias sobre la actuación de la Flota y, en última instancia, determinando la derrota de la República.
Abstract
This contribution aims to delve deeper into the commissariat’s role in the Spanish Republican Navy. For this purpose, we have relied on unpublished documentation of great importance: the correspondence between Indalecio Prieto and Bruno Alonso, Minister and General Commissar of the Fleet stationed at Cartagena in the naval base, between 1937 and 1938. The latter brings to light —coupled with the different personality of the interlocutors— the problems faced by the navy during the Spanish Civil War: the channelling of the revolutionary situation supported by the Committees; the creation of the Commissariat, the imposition of depoliticization; the costs of Soviet aid and the restoration of officer leadership, with consequences on the performance of the Fleet and, ultimately, determining the defeat of the Republic.
Palabras clave
Marina republicana
Indalecio Prieto
Bruno Alonso
Comisariado
despolitización
ayuda soviética
Keywords
Republican Navy
Indalecio Prieto,
Bruno Alonso,
Commissariat
depoliticization
Soviet aid
Indalecio
Prieto-Bruno Alonso: epistolario (1937-1938)
Indalecio Prieto-Bruno Alonso: Collection of Letters
(1937-1938)
Pedro M.ª Egea
Bruno*
Universidad de Murcia
RESUMEN:
La contribución busca profundizar en el papel del
Comisariado en la Marina republicana. Hemos contado con una
documentación inédita de enorme trascendencia: La correspondencia
mantenida entre Indalecio Prieto y Bruno Alonso, ministro y Comisario
General de la Flota y de la Base naval de Cartagena, entre 1937 y
1938. Al hilo de la misma salen a relucir —junto con la diferente
personalidad de los interlocutores— los problemas que enfrentó el Arma
durante la Guerra Civil: el encauzamiento de la situación
revolucionaria sustentada por los Comités; la creación del
Comisariado, la imposición de la despolitización; los costes de la
ayuda soviética y el restablecimiento del poder de los mandos, con
consecuencias sobre la actuación de la Flota y, en última instancia,
determinando la derrota de la República.
PALABRAS CLAVE:
Marina republicana, Indalecio Prieto, Bruno Alonso,
Comisariado, despolitización, ayuda soviética.
ABSTRACT:
This contribution aims to delve deeper into the
commissariat’s role in the Spanish Republican Navy. For this purpose,
we have relied on unpublished documentation of great importance: the
correspondence between Indalecio Prieto and Bruno Alonso, Minister and
General Commissar of the Fleet stationed at Cartagena in the naval
base, between 1937 and 1938. The latter brings to light —coupled with
the different personality of the interlocutors— the problems faced by
the navy during the Spanish Civil War: the channelling of the
revolutionary situation supported by the Committees; the creation of
the Commissariat, the imposition of depoliticization; the costs of
Soviet aid and the restoration of officer leadership, with
consequences on the performance of the Fleet and, ultimately,
determining the defeat of the Republic.
KEYWORDS:
Republican Navy, Indalecio Prieto, Bruno Alonso,
Commissariat, depoliticization, Soviet aid.
* Correspondencia a
/ Corresponding author: Pedro M.ª Egea Bruno.
Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del
Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos, Universidad de
Murcia, Facultad de Letras, Campus de La Merced, Santo Cristo, s/n,
30001
Murcia – pmegea@um.es – https://orcid.org/0000-0002-0930-9464
Cómo citar / How to
cite: Egea Bruno, Pedro M.ª (2023). «Indalecio
Prieto-Bruno Alonso: epistolario (1937-1938)»,
Historia
Contemporánea, 71,
-286.
https://doi.org/10.1387/hc.22718.
Recibido: 16 abril, 2021; aceptado: 24 junio, 2021.
ISSN 1130-2402 - eISSN 2340-0277 / © 2023 Historia Contemporánea
(UPV/EHU)
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Internacional
Introducción
Indalecio Prieto y Bruno Alonso están en el centro del debate sobre
la actuación de la Flota republicana durante la Guerra Civil. Para su
profundización hemos recurrido a la correspondencia cruzada entre
ellos mientras el primero ocupó los Ministerios de Marina y Aire y
Defensa Nacional, y el segundo el Comisariado General de la Flota y de
la Base naval de Cartagena. Se conserva en el Archivo Bruno Alonso
custodiado en el Centro Documental de la Memoria Histórica de
Salamanca. Serán citadas en el texto por remitente, destinatario y
fecha de expedición.
Entre el 8 de enero de 1937 y el 11 de febrero de 1938
intercambiaron un total de 230 cartas. La mayoría —142— debidas a
Prieto. Bien es cierto que no se han encontrado las dirigidas por
Alonso en los meses de enero a marzo de 1937. Un epistolario llevado
de forma personal, que se mantuvo semana tras semana, a veces con seis
comunicaciones diarias.
El ministro, con mejor máquina de escribir y superior manejo del
lenguaje, firma primordialmente desde Valencia, una vez desde Lérida,
puntualmente desde Madrid y a partir del 11 de noviembre de 1937 desde
Barcelona, sede del Gobierno desde el 31 de octubre. El tratamiento es
de usted, con el encabezamiento de D. Bruno Alonso, empleando mi
querido y mi estimado amigo. En una ocasión camarada Bruno Alonso. Se
despide casi siempre como amigo, las más de las veces como suyo
afectísimo, ocasionalmente con un apretón de manos y un abrazo. En la
correspondencia oficial el trato es Sr. Delegado Político de la Flota
o Señor Comisario General de la Flota y Base naval.
Las cartas de Alonso destacan por su endiablada sintaxis y algunas
faltas de ortografía. La más notoria es la de Ubieta con H, no sabemos
si intencionada, dada su mala relación. Escribe en todo momento desde
el puerto de Cartagena, a bordo del crucero
Libertad,
buque insignia de la Escuadra republicana. El tratamiento es de Excmo.
Sr. D. Indalecio Prieto. Ministro de Marina y Aire. Mayoritariamente
utiliza mi querido amigo y, ocasionalmente, mi estimado amigo. En
cuanto a las despedidas la más repetida es la de saludos cordiales,
aunque emplea una gran variedad de fórmulas, intercambiando amigo y
compañero, afectuoso y efusivo, raramente un abrazo y, ocasionalmente,
mande como guste a su compañero y amigo.
Sus escritos son más personales, trasmiten su afán diario, su
cuerpo a cuerpo con anarquistas, comunistas y jefes de la Marina.
Resaltan sus penalidades y su cansancio, traducidos en continuas
peticiones de dimisión. Prieto, más frío, con mayor visión, maneja los
hilos, lo dirige y lo corrige, lo alienta en su puesto, hasta que la
presión de los oficiales lo lleve a defenestrarlo como comisario de la
Base naval de Cartagena. Preocupaciones y confidencias revelan estados
anímicos, vulnerabilidades y valores.
La correspondencia ofrece —junto con el perfil de los
interlocutores— la doble perspectiva en la forma de ver y entender los
problemas de la Marina: la liquidación de los Comités y la creación
del Comisariado, la batalla por la despolitización, los costes de la
subordinación a la ayuda soviética y las consecuencias del
restablecimiento del poder de los mandos.
La contribución se inscribe en el debate sobre el papel del
Comisariado, que se ha movido entre la visión negativa de Benavides,
la positiva de Cervera Pery y la matizada de Michael Alpert, que
considera que la información manejada es insuficiente para llegar a
una conclusión definitiva sobre su influencia en la eficacia del Arma.
La documentación consultada permite revisar las afirmaciones
sustentadas hasta ahora.
La fuente central del estudio —la correspondencia entre Prieto y
Bruno— se completa con otras series del Archivo Bruno Alonso:
Circulares del comisario, telegramas, informes, órdenes de
operaciones, junto con comunicaciones de Pedro Marcos, comisario
político de la flotilla de destructores. La Fundación Pablo Iglesias
cuenta con fondos referidos a Bruno Alonso, destacando las dos
versiones de las memorias inéditas redactadas por el publicista Manuel
González Bastante y las exposiciones del dirigente anarquista César
Zayuelos Moreno. De interés son las memorias de Alonso publicadas en
México como réplica a la visión demoledora de Manuel D. Benavides.
Puntualmente hemos recurrido al periódico
La
Armada —portavoz del Comisariado—, a la prensa local
y, para el seguimiento legal de los procesos abordados, a la
Gaceta de la
República.
En primera persona
Indalecio Prieto Tuero (Oviedo, 1883 - México, 1962) asumió la
responsabilidad de la Marina entre el 4 de septiembre de 1936 y el 6
de abril de 1938. Primero como ministro de Marina y Aire en el
Gobierno de Largo Caballero y, desde el 17 de mayo de 1937, de Defensa
Nacional con Negrín en la presidencia.
En la correspondencia con Alonso apenas deja entrever sus rasgos
más personales. Deja constancia de sus limitaciones: «Sigo haciéndome
un lío con todas las cosas de la Flota. Dicen que soy hombre
inteligente; pues bien, llevo en este Ministerio unos cuantos meses
—ocho— y no consigo entender
palote».
Un desconocimiento preocupante: «De la operación naval de que me habla
no sabía una palabra, aunque a Vd. le parezca
increíble».
No fueron anotaciones aisladas: «Se examinó este caso —la reparación
del destructor
Antequera—
y, como siempre en estas cuestiones de la Marina, que no llegaré a
entender en toda mi vida, no hubo firmeza en ninguna
opinión».
Celoso de su tiempo escribirá: «No tengo inconveniente en leer
cuanto quieran exponerme los médicos de la Flota; pero nada de visitas
que interrumpan mi
trabajo».
Lo repetirá por activa y por pasiva: «… no estoy dispuesto, ni lo he
estado nunca, pero menos ahora, a perder el tiempo en cuestiones de
personal».
Político de largo recorrido, acostumbrado a encajar las críticas,
podía aconsejar a Alonso, menos ducho en estas refriegas: «… comprendo
que le irriten las campañas de los (tachado anarquistas)
aliados.
Hay que formarse piel de elefante para que no le hieran a uno ciertos
zarpazos».
Hará gala de aquella epidermis:
Me he enterado del florilegio que, según nota oficial que usted me
envía, me dedicó un orador anarquista, llamándome ladrón, canalla,
cobarde, etc., etc. Para mí esto ni fu ni fa; me da igual una cosa que
otra. Hace unos cuantos años todavía esas injurias me hacían
cosquillas, pero ahora ni eso. Le recomiendo a usted, que todavía se
sulfura por cosas análogas, que se procure impermeabilidad semejante a
la
mía.
A pesar de lo dicho, es indudable que la campaña anarquista le
afectó, llegando a presentar la dimisión por este
motivo.
Por lo demás, sabía guardarse las espaldas:
Los ataques que a mí personalmente se me dirigen, me tienen por
completo sin cuidado. Sin embargo, como al parecer y juzgando por el
anuncio que ese periódico hace, se va a plantear el caso en Consejo de
Ministros, no estaría de más que usted recopilara los recortes de
prensa en que ha aparecido el calificativo de ladrón aplicado a mí,
para ponerlos, si fuera preciso, en
batería.
Bruno Alonso González (1887, Santander - México, 1977) fue
Comisario General de la Flota desde el 29 de diciembre de 1936 hasta
el final de la guerra, también de la Base naval de Cartagena entre el
9 de junio de 1937 y el 8 de febrero de
1938.
Un obrero metalúrgico, de pasado sindicalista, diputado socialista por
Santander en las tres legislaturas de la
República.
Para Benavides fue «…el instrumento de la política rencorosa y
catastrófica de Indalecio
Prieto».
Dejando fuera la hostilidad, la aseveración es compartida por los
especialistas.
Alpert lo considera un «desconocedor absoluto de la
Marina».
El propio interpelado le daba la razón: «…yo no sé lo que es un barco
de guerra, ni he navegado
nunca».
Aquilató su imagen de luchador incansable en favor de la causa del
proletariado.
Blasonó de arrojo. Cuando pidió su cese como comisario de la Base
naval de Cartagena, solicitó quedarse en la Flota «… por creer que
sería una deserción del
riesgo».
En la última carta que remitió a Prieto seguía firme en su propósito:
«…si alguna vez tiene que quitarme de la Flota no quisiera que fuese
para ningún otro cargo que pudiera considerarse como un
refugio.
No, con mis 50 años me siento honradísimo aleccionando y alentando a
los Marinos en el puesto de combate […] hasta perder la vida o hasta
que la salud no permita tenerme en pie; ese es nuestro
deber».
La soberbia fue uno de sus rasgos distintivos. De ella se hará eco
el capitán de navío Nicolai Kuznetsov, agregado soviético en la Base
naval de Cartagena entre agosto de 1936 y julio de 1937: «… se
consideraba superior al Mando de la Flota, llegando al extremo de
estampar su firma delante de la de
Buiza».
La aceptación —fingida o real— de esta preeminencia por parte del
almirante Luis González de Ubieta, lo envaneció: «…en una de sus
órdenes, todas de buena fe, se enteró que un comisario de uno de los
barcos se negó a que se cumplimentase por no ir firmada también por
este Comisario General, y el hombre me dio toda clase de explicaciones
diciéndome que no volvería a darse ninguna orden sin que antes yo me
enterase».
Se definía como «… socialista más de corazón que de
cerebro»,
presentándose como «un marxista hasta los
tuétanos».
Su lucha contra el PCE debió crearle un sentimiento de derechización.
El 23 de abril 1937 escribía a Prieto: «… yo soy comunista tanto o más
que ellos, pero lo soy del Partido Socialista cuya lealtad no debe
pisarla
nadie».
Convocado al Comité Nacional del PSOE, en que se iba a tratar la
unidad con el PCE, reaccionó de forma extemporánea: «De asistir yo
defendía lo del Partido Único, haber si esa tropa se encuadra de una
vez, o nos da por el saco a todos, con perdón de
usted».
De carácter vehemente. Su escaso temple saldrá a relucir en más de
una ocasión, presentando la dimisión a la menor contrariedad, poniendo
a prueba el aguante del ministro. La carta que Prieto le remitió el 20
de febrero de 1937 —a las pocas semanas de su toma de posesión— denota
sus inseguridades y la avalancha de críticas recibidas: «Apruebo
cuantos actos ha realizado usted hasta la fecha. Téngase por
segurísimo en su puesto, pese a todos los ataques, maniobras y
amenazas. La confianza del Ministro en usted es absoluta y debe
bastarle».
Sintió la necesidad de hacer partícipe a Prieto de sus amarguras,
penurias y entrega: «... como a mis 50 años un rancho crudo y malo,
sin contarlo ni quejarme a
nadie».
Un sacrificio personal que aireaba con frecuencia: «... Hace ya tiempo
que he perdido la dentadura y siento la necesidad de ponerme otra,
pero para eso tenía que quedarme en tierra, y antes me tendrían que
llevar en una camilla que abandonar yo ahora el
barco».
La larga carta de 10 de noviembre de 1937 es testimonio de la soledad
que sintió, de su sensación de abandono por parte de Prieto,
quejándose de que no contestaba sus cartas: «… le agradecería me
dijese que no puede leerlas, para no volver a escribir más y
arreglarme aquí como
pueda».
Prieto justificaría la desatención en su falta de tiempo, aunque
señalándole que no había dejado sin responder ninguna cuestión
importante.
Por lo demás, reconocía su labor: «Créame, se lo digo con entera
sinceridad, que a mí me tranquiliza que esté usted ahí. Si no
estuviera usted mi inquietud sería muchísimo mayor. Sé hasta qué punto
puede llegar su abnegación, y ello me
sosiega».
La relación entre ambos personajes distó de ser empática, situados
como estaban en posiciones políticas muy alejadas. Alonso —calificado
de
caballerista—
se sinceraría en sus memorias: «… nunca estuve de acuerdo con él,
aunque siempre le guardé gran
respeto».
Irá más lejos: «…me parecía demasiado moderado… me parecía
extremadamente muy arrimado a los republicanos… y no le consideraba yo
un buen
socialista».
Liquidación de los Comités y creación del Comisariado
La primera tarea que se planteó Prieto como ministro de Marina y
Aire fue poner fin al proceso revolucionario representado por los
Comités. Habían sido puestos en pie por las tripulaciones para
oponerse a la rebelión militar de julio de 1936. Elegidos por las
dotaciones, eran una manifestación de democracia directa. Un poder
incuestionable, capaz de forzar su inmediato reconocimiento legal —21
de julio— y la subsiguiente reglamentación de sus funciones: 23 y 31
de agosto. Equiparados al segundo comandante, vigilaban y controlaban
a todo el personal, designando una guardia militar —la Guardia Roja—,
encargada de la seguridad y orden de las
unidades.
Tenían a su cargo todos los servicios del buque, siendo responsables
de su perfecto funcionamiento. Eran la máxima autoridad a
bordo.
El papel de los oficiales quedaba reducido a la responsabilidad
técnica.
Por decreto de 17 de noviembre de 1936, se erigió el Comisariado de
la Flota como órgano centralizado de control
político.
Para Alpert: «... fueron los primeros pasos que adoptó Prieto para
meter en cintura a los
Comités...».
Para Cervera constituyó una buena herramienta para frenarlos, evitando
el desbordamiento a su izquierda, y robustecer la autoridad de los
mandos.
El 29 de diciembre Bruno Alonso fue designado delegado político del
Gobierno en la
Flota.
Tomó posesión el 4 de enero de 1937, dejando constancia de la
preocupación que le despertaba aquel encargo: «Pisaba por primera vez
la Flota republicana, en la que los Comités gobernaban nuestros
barcos».
No fue bien recibido, especialmente por las dotaciones de
significación anarquista. La primera noche que pasó a bordo escuchó
una conversación entre militantes de esta tendencia: «Oí que ese
cabrón le tiramos al agua al amanecer. O le fondeamos al
amanecer».
La amenaza era creíble después de lo actuado contra los jefes, muchos
de ellos pasados por las armas en las primeras semanas de la guerra,
traducción de las tensiones suscitadas en la Marina durante la
II República.
La misión encomendada era la de poner fin a la soberanía de los
Comités. La primera referencia aparece en la carta del 16 de febrero
de 1937, en la que Prieto —partidario del mando único—, proponía
restringir sus funciones «… que el Comité se limite mientras no
desaparezca (su desaparición sería lo mejor) a cuidar del régimen
interior de los barcos y nada
más».
El 25 de marzo volvía a presionar a Alonso, más reacio a la medida:
«En cuanto se refiere a la desaparición de los Comités, veo que usted
no considera todavía que ha llegado el
instante…».
La determinación de Prieto era firme, oponiéndose a la propuesta de
Alonso de convertir a los Comités en auxiliares de los comisarios
políticos: «Eso es una mixtura que no me convence. Los Comités deben
desaparecer de raíz, si no el remedio —al menos ese es mi entender—
puede resultar peor que la
enfermedad».
El 23 de abril volvía a mostrar sus recelos: «Daré algunos toques al
proyecto de decreto que usted me envió, principalmente en el sentido
de suprimir o reducir las atribuciones de los Comités, cuya
subsistencia, como reiteradamente le he dicho, despierta en mi ánimo
no pocos
escrúpulos».
No hay duda de que los sucesos barceloneses de mayo de 1937
redundaron en la determinación de acabar con aquel poder autónomo,
como estaba ocurriendo en otros
ámbitos.
Para la publicación del decreto se buscó el momento más oportuno,
anticipándose a la renovación reglamentaria de los Comités, prevista
para el 15 de mayo. El día 11 fueron sustituidos por los comisarios, a
las órdenes de Alonso y convertidos en auxiliarles del mando. En las
Instrucciones reservadas, que este les comunicó el 2 de junio,
limitaba su actuación a cuestiones meramente subsidiarias y tibiamente
políticas: vigilar la correspondencia, la prensa y el periódico mural
del buque, cuidar de la conducta y lealtad de todos, observar el
estado de los distintos departamentos, ser un ejemplo para la
dotación, escuchar sus quejas, mantener la moral combativa y
disciplinaria, organizar la biblioteca, dar conferencias sobre moral,
disciplina y sentido de la lucha antifascista, escolarizar a los
analfabetos, prestar atención al aseo y policía del personal, velar
por el cumplimiento de las guardias y de los ejercicios, atender a la
comida y demás necesidades de la tripulación y mantener informado al
comisario
general.
Su misión fundamental era la de reforzar la autoridad de los mandos
sin interferir en sus actuaciones: «No quitar al segundo comandante su
autoridad organizadora del buque, sin renunciar a nuestro derecho a
llamar la atención en cuanto sea preciso de acuerdo con el
comandante».
Todo bajo la estrecha supervisión de Alonso: «… a cuyos comisarios
aleccioné fuertemente para que, en dicha función, fuesen en todo
momento una prolongación
mía».
El nombramiento de aquellos delegados fue una guerra partidista, en
las que el PSOE, dado el control del Ministerio, pudo imponer su
criterio. Antes de su designación, Alonso recordaba este rasgo: «…
como yo no puedo saber ahora quienes son los que pueden venir, mejor
sería que se encargase de darlos la Ejecutiva de la U.G.T. o Partidos
de más garantía, pidiéndoles que sean hombres de la mayor solvencia y
algún
prestigio».
Todas las organizaciones lo entendieron como cargos a controlar.
Prieto, quiso acallar a la CNT, la voz más discordante: «Creo que, si
se encontrara un par de hombres de la Confederación de espíritu
moderado, sería muy política su designación, porque de otra forma van
a promover una escandalera dentro y fuera del Gobierno. La visita de
hoy la registro como un toque de
atención.
La central anarcosindicalista también se dirigió a Alonso. Su
reacción fue ningunearla, demostrando su menor recorrido y la carencia
de un criterio definido: «La carta en la que le hablo de la petición
de la C.N.T. puede Vd. hacer de ella lo que mejor le parezca, debiendo
significarle que el nombramiento de dichos delegados es cosa delicada
y no puede serlo cualquiera». Proponía que los comisarios fueran
diputados —como representantes del país— y ante su imposibilidad,
escogerlos de entre las dotaciones, apostando ahora por el
apoliticismo: «… sin que me interese saber si son de este o de otro
Partido, porque eso en estas circunstancias lo considero
funesto».
El 26 de mayo remitía la relación de delegados. En total 29. La
mayoría de filiación socialista, señalando que la propuesta la hizo
«por los informes que dieron los hombres de los
Comités».
El 28 eran nombrados de forma oficial. Prieto parecía dejarle carta
blanca: «Como habrá usted visto he firmado en barbecho, sin la menor
observación de mi
parte».
No fue así en absoluto. Ya le había indicado que la designación del
arquitecto Gabriel Pradal para comisario del
Jaime
I era un error, «… pues es hombre que carece en
absoluto de
carácter».
Aprobados las designaciones, le apuntaba equivocaciones de bulto,
luego de advertirle la ausencia de algún
nombre.
Nunca dejó de interferir en aquel ámbito, supervisando las propuestas,
temeroso de que se infiltrase algún elemento sin
garantía.
Cuando Alonso trató de actuar por su cuenta se encontró con su
reprimenda.
Por lo demás, siempre se mostró contrario a que saliesen de las
tripulaciones: «… los comisarios carecerían de la necesaria autoridad
moral».
La batalla por la despolitización
La creación del Comisariado puso sobre el tapete el control
ideológico del Arma. Alonso, siguiendo órdenes de Prieto, se posicionó
en contra de la presencia en la misma de organizaciones políticas y
sindicales, con excepción como sabemos de la socialista, que pretendía
actuar en defensa de la unidad. En la circular de presentación del 8
de enero de 1937 alentaba la propuesta frentepopulista: «Quiero ser la
ayuda del mando, el hombre de todos sin excepción, sin más bandera que
una: la bandera de la República […] dentro de la Flota no habrá más
que una doctrina: la doctrina del deber, la disciplina de acero en
aras de la
República».
Lo remarcará en el folleto que difundió por entonces: «... no es
hora de comicios de este o el otro partido, porque es la hora de
todos, de todos cuantos servimos a España proletaria, demócrata y
republicana».
Prieto le dio carta blanca para actuar en consecuencia: «… queda usted
autorizado para proceder con la máxima energía en cuanto se refiera a
la injerencia de Sindicatos y de Organismos políticos en el seno de la
Flota, pues eso no puede tener ningún resultado
beneficioso».
La actividad de Alonso en este terreno fue incesante, impartiendo
charlas a las dotaciones, montando dos órganos de prensa
—La Armada—
para la
Flota
y
Metralla,
para la Base- y una emisora
—Flota
Republicana—, que reproducían sus circulares y las
arengas de los comisarios, que previamente
filtraba.
A su control, no escapaban ni los locutores: «… cumplen al pie de la
letra la vasta organización que traza el Comisario
General».
Se encontró con la oposición de la CNT, mayoritaria en la Flota,
especialmente en dos unidades importantes: el acorazado
Jaime
I y el crucero
Libertad,
cuya fuerza radicaba en los Comités. A partir de enero de 1937, con la
reconstrucción del Estado republicano, los miembros de la izquierda
libertaria y antiestalinista fueron considerados elementos subversivos
que dificultaban la actuación del
Gobierno.
El 6 de febrero Prieto anotaba la protesta del ministro de Justicia
—el anarquista Juan García Oliver—, por el nombramiento de Alonso, al
considerar que el delegado político debía ser de la CNT: «… por la ser
la Flota confederal, es decir, por pertenecer la mayoría de sus
miembros a la Confederación Nacional del
Trabajo».
Alertaba a Alonso de la amenaza que se cernía: «No dudo en la
existencia de elementos perturbadores y partiendo de ese supuesto hay
que tener en cuenta que cuanto más críticas sean las circunstancias,
mayor intensidad pondrán en su manejo. De modo que toda vigilancia en
ese aspecto es
poca».
La
Armada, el semanario creado por Alonso como órgano del
Comisariado de la Flota, se utilizó desde el primer número contra los
anarquistas, anatematizados como una minoría perturbadora que había:
«… que enderezar y eliminar si es preciso». Los tachaba de vagos,
remisos, intrigantes, charlatanes, indisciplinados y eternos
descontentos. Dictaba su persecución a «sangre y
fuego».
Consideraba —como pensaban
muchos—,
que la CNT estaba infiltrada de quintacolumnistas, calificándolos de
«verdaderos fascistas». Solicitaba la imposición de las penas más
graves: «… fusilando rápidamente a cuantos se ocultan en su apellido
para apuñalar la
guerra».
No le resultó fácil imponerse: «… se hizo una dura campaña en
anónimos y en la prensa, llegando incluso a pedir en esa prensa el
asesinato
mío».
Cartagena
Nueva, periódico cartagenero de aquella tendencia,
pedirá su dimisión en grandes titulares: «Quien ha escrito que la CNT
y sus ministros son fascistas no puede continuar en el puesto de
Comisario Político de la Flota
leal».
Tropezó con la actitud contemporizadora de Prieto, partidario de
nombrar delegados de la CNT como medio de neutralizarla. La respuesta
de Alonso traduce su temperamento, el acoso que estaba sufriendo y la
amenaza de dimisión, un recurso que usará con reiteración:
… que sepa el Gobierno en pleno, que este modesto camarada tiene un
concepto de lo que debe ser la moral, la política y la disciplina en
la Flota y de ese concepto, que responde fielmente al que corresponde
al Gobierno actual, no pienso desviarse por nada ni por nadie y cuando
no se esté conforme conmigo se me dice y me voy, porque ciertamente mi
labor no tiene nada de agradable para
mí.
La crisis de mayo de 1937 sirvió para justificar la ofensiva contra
los anarquistas. El arma utilizada fue la represión: «Estamos
despiertos y ya mandaremos algunos a la Brigada
Disciplinaria».
Los informes de la FAI hablan de «ola de terror contra los
indisciplinados».
Lo repetirá Abad de
Santillán.
La resistencia revertió —según Alonso— a raíz de la visita de
Federica Montseny a la Flota el 26 de julio: «…, no solo no volvió a
molestarme la FAY
[sic],
sino que colaboraron conmigo en todo, incluso ofreciéndome liquidar al
grupo
comunista…».
Al parecer la dirigente anarcosindicalista respaldó su
labor.
Alonso no pudo evitar marcarse un tanto ante Prieto: «Hoy ha estado a
saludarme la Montseny, con su corte cenetista o faista. La entrevista
fue muy cordial, puntualizándoles algunas cosas que
desconocían».
En el cese de la oposición coincidirá Benavides, señalando que desde
finales de julio la FAI había perdido posiciones en la mayoría de los
buques.
Alonso nunca bajó la guardia. El 2 de agosto escribía: «Los de la
F.A.I. no se mueven, aunque estas noches no me acosté por si
acaso».
En 1938 la derrota era reconocida por los propios interesados: «Ni un
mando, ni un comisario ni un puesto de mediana responsabilidad a
excepción de los segundos comandantes del
Cervera
[sic]
y del
Libertad
¿Estamos?».
En la contienda contra los anarquistas contó con el PCE, que
consideró que la derrota del anarcosindicalismo abría la posibilidad
de controlar la Flota. No tardaron en enfrentarse. En junio —al mes de
liquidarse los Comités— aparecían los primeros indicios:
Ayer dirigí la palabra a la dotación del
Libertad
que estaba un poco agitada por los anarquistas, indirectamente
ayudados por los comunistas, que no me pueden ver ahora, porque se
creyeron que iba a ser instrumento de ellos y yo no puedo ni debo
serlo; creo que el domingo —20 de junio— en un acto público me
injuriaron y los camaradas de la Agrupación [Socialista] acordaron
romper con ellos las
relaciones.
Los comunistas tenían su bastión en el crucero
Méndez
Núñez. Alonso dio una muestra más de su habitual
intemperancia: «El factor principal en la Flota es el maquinista
Eugenio Sierra, embarcado en el
Méndez,
cuyo elemento yo le estimaría le desembarcase y le mandase al
Norte».
También en este caso, la persecución se ejerció sin contemplaciones,
siendo desembarcados los militantes más firmes y enviados a brigadas
disciplinarias.
Fueron vetadas las actividades que no contaban con la autorización
expresa de Prieto. Ocurrió con las Milicias de la Cultura, vinculadas
al Ministerio de Instrucción Pública —dirigido por el comunista Jesús
Hernández—, formadas por grupos de maestros que actuaban en los
frentes y en los cuarteles dando clases a los soldados y llevando a
cabo actos de cultura general. El Comisario conocía el alcance de su
negativa: «… como aquí esa cultura es de los comunistas, el negarles
la entrada excuso decirle el cariño que me tendrán, y que ya me
tenían».
Se opuso al funcionamiento del Socorro Rojo, que contaba con respaldo
internacional.
La ofensiva se vio amparada por Prieto, cuyo posicionamiento
anticomunista es bien
conocido.
La orden de 27 de junio de 1937 prohibió el proselitismo en las
fuerzas
armadas.
Poco después, Alonso consideraba que había doblado el brazo a los
comunistas, aunque seguía sin fiarse de ellos:
Los comunistas han cesado, por ahora, en su campaña contra mí,
después del incidente último en el
Méndez,
donde les dije que si no se sometían a la línea política mía que era
de la República, estaba dispuesto a cortarlo, aunque fuese
violentamente. Tampoco han vuelto con las Milicias de la Cultura. Tal
vez traten de sacarse la espina por otro lado, pero ya saben que no me
someto ni a ellos ni a nadie, que no sea el
Gobierno.
Los recelos estaban fundamentados. El 2 de agosto denunciaba la
intervención de Pedro Prado, comandante del crucero
Méndez Núñez
—el bastión comunista—, en la Conferencia Provincial
de Murcia del PCE. Su propuesta de sanción deja al descubierto las
armas que utilizaba para acabar con sus oponentes: «Considero que
debía usted hacer una cosa, mandar a Prado a un destructor y poner en
el
Méndez
a
otro».
Prado fue enviado a Francia para ponerse al mando de la reparación de
los submarinos
C-2
y
C-4.
La maniobra no escapó al
interesado.
Alonso imposibilitó el menor resquicio a la difusión del ideario
comunista, incluso cuando se trataba de un medio de comunicación: «Los
comunistas han sacado ahora un nuevo periódico
[Marina],
órgano de los marinos antifascistas de su partido. Yo no creo debía
tolerarse esto, pero Játiva —el jefe de la Base naval— opina de
distinta forma y yo no quiero disgustarle, pero desde luego yo no
consiento esa
propaganda».
Prohibió la entrada en los barcos de la prensa comunista: «No, amigos
de la
Unidad.
En la Flota no se pueden meter contrabandos […] No llega a todas las
dotaciones porque es contrabando, y si se enterasen estas, escupirían
a la cara a los que a título de paladines de la unidad se olvidan con
sus propagandas de la unidad
verdadera».
Las consecuencias de la despolitización fueron señaladas por el
PCE: Perjudicaba la labor de concienciación, la organización y la
combatividad de las
dotaciones.
En palabras de Pasionaria: «A la marinería le faltaba dirección. La
política socialista y anarquista del ejército apolítico, de la flota
apolítica, daba sus frutos. La Flota era un peso muerto en la gran
lucha que el pueblo libraba contra la reacción
fascista».
Sobre la cuestión gravitaba la diferente concepción del conflicto
bélico que, como escribía Prieto, dividía al propio Gobierno:
Este problema de la intervención de los militares en la política,
es muy espinoso, como he tenido ocasión de ver estos días en Consejo
de Ministros. La mayoría del Gobierno se opone a esta intervención,
sobre todo por lo que respecta a los militares profesionales; pero los
comunistas se empeñan en considerarlo no solo como lícito, sino
incluso indispensable, y con este motivo ha habido en el seno del
Gobierno una discusión un tanto
apasionada.
Alonso se resistió a la conciliación, ni siquiera ante la necesidad
de contar con comisarios de solvencia: «... desde aquí no me es
posible buscar gente para estos puestos, salvo que se los dé a los
comunistas, que me los mandan y los
rechazo».
En la Base de Cartagena se encontró con la fuerte implantación del
PCE: «Al ampliar usted mi jurisdicción a la Base y nombrar los
comisarios políticos en las distintas Armas y Departamentos, me
encuentro con que muchos de estos eran unas sucursales del Partido
Comunista, contra lo que vengo luchando solo». Su primera reacción fue
amagar con la
dimisión.
Sobre ello, la amenaza de las brigadas disciplinarias, que parece tuvo
éxito, «… habiendo roto muchos el carnet del
Partido».
No sabemos si este fue el motivo, pero la afiliación conoció una
progresiva regresión. De 1.800 miembros se pasó a 300 y en los últimos
tiempos de la guerra apenas llegaban a
50.
Aprovechó la ocasión para poner de relieve los métodos de
afiliación del PCE: «… el partido comunista les obligaba a pertenecer
a él so pena de sufrir las consecuencias […] Así tienen afiliados
numerosos jefes y
oficiales».
Fue una observación reiterada: «… presiona y coacciona al que no se
afilia y se somete a él y que he sorprendido citaciones y he mandado a
amigos a las reuniones del Partido, donde han comprobado
esto».
Fue consciente de que su labor carecía del suficiente calado: «… me
supongo que, por mi insignificante persona, no desistirán de la presa
a la sombra criminal de esta
guerra».
Nunca se fió de sus promesas de colaboración, tal como aparece en el
informe de diciembre de 1937:
… los elementos del partido actual siguen en su papel y espero que,
aunque me visitaron hace tiempo para decirme que se ponían a mi lado,
volverán a revolverse por mi resolución, que es pública, de arremeter
sin contemplaciones con los que se meten en lo que no deben, por lo
que no estaría de más que sus ministros les llamasen la atención, caso
de no ser como
ellos.
La llegada de Pedro Prado a la Jefatura del Estado Mayor Central,
el 28 de diciembre de 1937, marcó el inicio de una segunda ofensiva
comunista para controlar la Flota y provocar la caída de Alonso. Se
multiplicó la propaganda y se contó con la colaboración de los
asesores soviéticos: «Sabíamos que los intérpretes acudían a las
reuniones del Comité comarcal transmitiendo y recibiendo órdenes, las
cuales posteriormente se reflejaban en las actividades dentro de la
Flota». Las quejas de Alonso no tuvieron ninguna consecuencia: «El
jefe ruso —Nicolai Kunetsov— hizo protestas de sinceridad. Sin
embargo, la propaganda se realizaba ahora obedeciendo a órdenes más
superiores».
La ayuda soviética y el papel de la Flota
La lucha contra los comunistas conllevó un riesgo añadido, el de
tensionar las relaciones con la Unión Soviética, cuya ayuda devenía
trascendental para la
República:
«A los comunistas los
[sic]
he dicho con toda crudeza mi resolución de impedir la menor actividad
política, prometiéndome acatar y condenar toda actividad política.
Claro está que yo no me fío y los vigilo, pero tengo que tener cuidado
por no contrariar tampoco a los camaradas Rusos que supongo no
alienten eso, pero posiblemente les parezca
bien».
La misiva de Prieto de 23 de mayo de 1937 es todo un alegato del
escaso tacto del comisario general:
Esta carta tiene carácter estrictamente confidencial. Ha recibido
hoy el Gobierno un telegrama de nuestro embajador en Moscou
[sic],
telegrama en el cual Pascua se cree en el caso de llamar mi atención
sobre la improcedencia de que en las actuales circunstancias formule
usted en la prensa como comisario político de la Flota ciertos
comentarios […] Nuestros amigos rusos son enormemente susceptibles.
Estamos con respecto a ellos en una situación delicadísima […] Ante
esta situación, que en tono reservadísimo, para que usted se dé cuenta
de la delicadeza de las circunstancias, le comunico, yo le ruego con
el más vivo encarecimiento que se abstenga de publicar nada que pueda
herir la extraordinaria susceptibilidad de estos amigos, sin cuyo
concurso, como comprenderá, no podríamos continuar la
guerra.
De la dependencia era partícipe Alonso, reclamando el concurso de
los soviéticos cuando resultaba preciso: «Nos hacía falta algún
comandante ruso más, mientras salen de los Cursos, los
nuestros».
Un difícil equilibrio entre la necesidad y el mantenimiento a raya del
PCE: «¿Por qué no ofrecen ustedes el poder a los comunistas? Le
advierto que si no fuese por Rusia, era como para liarse a tiros con
ellos, pero en fin, también en esto hay que llevarlo con paciencia, si
bien le advierto que conmigo no juegan
aquí».
El imperativo de la asistencia impuso el nombramiento de comisarios
afines, venciendo la oposición de Alonso:
Los camaradas rusos me pidieron que nombrara comisarios políticos
de los submarinos
C-2
y
C-4
[…] Los camaradas rusos me volvieron a insistir de manera que
comprendí que si no los atendía tomarían la resolución de no seguir
entre nosotros y ante esa coacción me avine, dándoles toda clase de
explicaciones y diciéndoles que por ellos yo transigía por
todo.
Prieto, que venía sufriendo los mismos
dictados,
tuvo que contemporizar con las peticiones de Kuznetsov, que solicitó
la designación de Baudilio Sanmartín —jefe hasta su caída de la Base
naval de
Málaga—para
delegado político de la flotilla de
destructores.
El puesto no existía, pero ello no quería decir —según Prieto— que no
pudiera ser creado: «… si se estimara absolutamente
indispensable».
Dicho y
hecho.
La inmediatez de los acontecimientos no impidió que Alonso valorase
el alcance de la ayuda soviética, analizando la política de Stalin y
la previsible derrota de la República frente a las generosas
aportaciones que recibían los
nacionalistas:
El enemigo avanza siempre cubierto por cientos de aviones, mientras
nosotros nos limitamos a resistir retrocediendo. ¿No es hora de
decirles a esos amigos [los rusos] que no alarguen nuestra agonía?
Mientras Italia y Alemania se lo dan todo a Franco, a nosotros se nos
niega o lo dan con cuentagotas, a precio de oro, y, además, hay que
callarse. Yo, amigo Prieto, estoy dispuesto a hacer lo que quieran,
con solo una condición: ¡Que no se juegue más con nosotros y que se
nos dé el material preciso, como se lo dan a ellos Italia y Alemania,
y si no es así, a
morir los caballeros, pero a morir dignamente y no
como estamos
muriendo.
La labor desarrollada por la Flota fue objeto de polémica, al
centrar su actuación en asegurar las comunicaciones marítimas que
hicieran posible el desembarco de la ayuda
rusa.
La escasa combatividad provocó críticas en el seno del propio
Gobierno. El 21 de marzo de 1937, en el acto organizado en Cartagena
por Bruno Alonso y Crescenciano Bilbao —Comisario de Guerra de la
Base—, intervino Julio Álvarez del Vallo, ministro de Estado y
comisario general del Ejército, señalando «… que no podía creer que
nuestra Flota no llegase a enfrentarse con la Flota de los facciosos,
compartiendo así su victoria y la gloria del Ejército que en
Guadalajara batió en vergonzosa huída a las fuerzas
italianas».
Las órdenes de operaciones son un indicador ajustado de la
actividad desarrollada y los cometidos asignados a la Flota. En el
Archivo de Bruno Alonso se conservan las cursadas entre el 8 de enero
de 1937 y el 4 de febrero de 1939: 47 corresponden a 1937, 50 a 1938 y
12 a 1939.
En 1937 las salidas de la Flota se sucedieron a una media de cinco
días, con estadías de 18 días; en 1938 fueron nueve y 25 y en 1939,
tres y nueve,
respectivamente.
En ello influía las reparaciones de los buques, algunas demoradas por
sabotaje.
De las largas estadías se hacía eco Alonso: «Creo que se calcula mal
nuestro trabajo, pues mientras se lleva uno, a lo mejor, saliendo
constantemente, de repente nos llevamos un mes sin salir, aunque desde
luego, los destructores siguen
saliendo».
La cuestión aparecía de nuevo en la carta del 27 de noviembre de 1937:
«Le he dicho a Ubieta que debemos salir con mayor frecuencia, pero en
fin... eso es cosa
militar».
También se refería a sus consecuencias: «… conviene a la moral de las
dotaciones que no paren mucho en
puerto».
Lo repetirá en más de una ocasión: «Hace un mes que el
Libertad
no sale y esto daña la moral de la dotación, a la que yo atiendo con
cuidado extraordinario. Se envicia y se encanalla en tierra, y
convenía que de cuando en cuando el Estado Mayor de Marina —cuyo
trabajo yo desconozco— planease alguna operación contra las costas
facciosas».
Durante 1937 la mayoría de las salidas —25— fueron de protección de
convoyes, coincidiendo con el grueso de la llegada de la ayuda
soviética.
Los mercantes eran escoltados desde diversos puntos de la costa
argelina al puerto de Cartagena y, en alguna ocasión, al inmediato de
Portmán. No fue mayor la combatividad en 1938: siete descubiertas para
hallar al enemigo. Las referencias de 1939, en atención a la prioridad
del momento, estuvieron marcadas por el traslado de tropas a Barcelona
desde el puerto de Valencia.
La correspondencia refleja las preocupaciones que provocó el
tráfico marítimo, que Alonso vivió en primera persona:
… el último convoy de los barcos
Satrústegui
y
Sac,
lo hicimos con toda felicidad, pero fue un viaje como ningún otro,
porque la mar estaba malísima y los citados barcos no andaban más de
seis millas, exponiendo la Flota a un torpedeamiento submarino o
cualquier otra contingencia, por lo que sería oportuno indicar la
conveniencia de que esos transportes se hiciesen con barcos de más
andar y mayores, porque los
hay.
Insistirá en la necesidad de aumentar el tonelaje de los
transportes empleados, aprovechando la ocasión para valorar los
desiguales efectos de la ayuda internacional: «No olvide que fue V.
quien dijo al principio que la guerra sería de la aviación, y si no la
dan los falsos demócratas de Francia e Inglaterra, que la entregue
Rusia, para lo cual no deben andar con un barco cada vez, que además
suelen ser pequeños y de muy poco andar. ¡Que lo dé todo y verán como
los
vencemos!».
La caída de Bilbao convirtió la demanda en apremiante, redundando
en las críticas a las potencias democráticas y a la medida
colaboración de Stalin:
Si nuestros personajes en París, en Londres, en los Estados Unidos
y en Rusia no logran nada, pida V. directamente a Stalin, que nos
mande un convoy de tres o cuatro barcos, los más grandes que tenemos y
que los llenen de aviones, material y mecánicos, y que los manden de
una vez si quieren que ganemos la guerra, porque todo lo demás no es
más que alargar la agonía, y de morir, preferible es morir sin ayuda
alguna, porque hasta ahora esa ayuda no sirve más para lo que he
dicho, ya que Alemania e Italia lo mandan por centenares./Ayer
entramos con un barquito de 20 pájaros, dos lanchas y algún explosivo;
total nada, porque vale más el petróleo que gastamos en las 50 horas
que estuvimos en el mar […] Si quiere V. yo voy a pedírselo a Rusia, o
donde sea; con 500 aparatos venceremos y si no a morir como
hombres.
Fue conocedor de la escasa combatividad de la Flota. Aparece en la
carta que Prieto le remitió el 24 de enero de 1937, tras la debacle de
Málaga: «Traslado al Estado Mayor su opinión sobre la conveniencia de
dar a la Flota un objetivo de
ataque».
También el ministro sabía de primera mano de la escasa
acometividad.
Se lo confesaba a Alonso:
No le oculto que estoy verdaderamente afligido ante la inactividad
de los elementos a cargo de este Ministerio y mi opinión no anda muy
distante de la de usted. La guerra tiene mucho de audacia. Resulta muy
triste que los buques de guerra facciosos puedan actuar con impunidad
completa sin la más mínima molestia en su cooperación eficacísima para
la rendición de
Málaga.
Una cuestión recordada tras cada revés, como ocurrió con ocasión
del cerco al frente norte: «Ahora mismo, con el drama de Santander y
Asturias, los buenos marinos se avergüenzan de que estamos
inactivos».
Restablecimiento del poder de los mandos: el ocaso del
Comisariado
La disciplina y el subsiguiente restablecimiento del poder de los
mandos formó parte del encauzamiento de la realidad política defendida
por Prieto. La primera impresión de Alonso a su llegada a la Flota no
pudo ser peor: «… pude observar en los primeros días que la disciplina
de las dotaciones se encontraba por los suelos, careciendo los Mandos
de toda autoridad, que radicaba en los Comités, los cuales, a su vez,
no la ejercían porque, temiendo que las dotaciones no volviesen a
elegirlos, consentían la acción de los grupos
disolventes».
Tampoco la Base presentaba mejores condiciones, ofreciéndose a
mediar en lo que consideraba un
caos.
Prieto recogió el guante y el 9 de junio lo nombró su comisario. Fue
un hueso duro de roer. En julio, con los informes recibidos, Prieto
todavía podía hablar de «un estado de indisciplina
latente».
Hasta noviembre no se constataron los primeros avances. A finales de
este mes Alonso consideraba que había logrado su propósito: «Los
barcos están bastante bien y el amigo Ubieta en las revistas que le
acompaño se admira de la disciplina y disposición de todos los
servicios, en todo lo cual va dejando uno jirones de nuestra
vida».
En diciembre, señalaba que había mejorado la disciplina, la moral, la
obediencia, la limpieza de los barcos y el aseo de las dotaciones.
Más allá del brillo de los metales, la preocupación era restituir
«la obediencia ciega a los mandos», a los que Alonso se ofreció con
armas y bagajes: «… diciéndoles que no viesen en mí al policía, sino
al compañero que auxiliaba al mando dando por él la vida y que los
únicos que podían temer de mí eran los vacilantes, los traidores y
desleales».
El restablecimiento de la disciplina empoderó a los oficiales. Para
Cervera, fueron «adquiriendo conciencia de una mayor libertad de
acción», lo que originó la subsiguiente tensión con los comisarios,
que mediaban en su
actuación.
Alonso se vio en la necesidad de recordar sus funciones:
El comisario político en la unidad donde actúe comparte la
autoridad con el jefe respectivo y si, ciertamente, el jefe militar y
técnico debe tener la exclusiva responsabilidad de sus planes y
operaciones, no debe desconocerlas el comisario político, cuya acción
en todo instante es el complemento del mando./Tanto las órdenes que
afectan a la unidad, como todo cuanto se refiere a derechos y deberes
del personal, debe aparecer siempre junto al jefe militar y técnico,
el comisario político, que además de no estorbar a dicho mando lo
facilita y
completa».
En su relación con los mandos salió a relucir el menosprecio con
que era tratado y su complejo de inferioridad, poniendo sobre la mesa
los títulos con los que se hallaba investido:
El ciudadano subsecretario [teniente de navío Antonio Ruiz] no
estaría de más que se enterara que yo soy el delegado político de V.
en la Flota y, sobre todo, en la Base naval de Cartagena, porque tanto
él como el hipócrita jesuita que desempeña hoy la Jefatura interina
[teniente de navío Vicente Ramírez] no quieren sin duda enterarse que
soy el Delegado político, y naturalmente, tengo que hacérselo
saber.
Prieto mantuvo con los marinos su particular pulso. Con ocasión de
los sucesos barceloneses de mayo de 1937 manifestó su contrariedad
ante la actuación independiente de los que estaban al frente de
algunas unidades: «Me contrarió que se diera orden de abandonar
Barcelona al
Lepanto
y Sánchez
Barcáiztegui sin contar conmigo […] respecto a estas
cosas hay que proceder con elementos de juicio, que se tienen desde el
Gobierno y que no se pueden poseer a bordo de un buque de
guerra».
Se hizo de valer, tomando decisiones sin contar con las
tripulaciones, que tenían entonces voz propia. Ocurrió con el decreto
de 11 de julio de 1937, que dictaba el relevo de Vicente Ramírez como
jefe de la flotilla de destructores, al considerar que no había estado
a la altura requerida en su enfrentamiento con el crucero
Baleares.
Fue sustituido por Federico Monreal, «que tenía fama de borracho».
Alonso tuvo que apagar el fuego del descontento: «Su destitución, sin
previa llamada o informe de aquí, causó mala impresión y las
dotaciones de los destructores, entre las que tenía cierto
ascendiente, quisieron expresar su protesta al venir Monreal, por lo
que llamé a los comisarios políticos y les advertí para cortar todo
intento, no sucediendo
nada».
Los oficiales del Cuerpo General, restablecida la disciplina,
recuperaron sus hábitos
despóticos.
Los conflictos con las tripulaciones se sucedieron, dejando en
evidencia al propio Alonso: «... los mandos de la Armada, que por ser
leales hay que aguantar su antigua formación, sin que vea que por esa
causa el Comisario General tiene que gastarse constantemente
defendiendo ante los individuos que creen que el comisario es el padre
de
todos».
La espiral autoritaria se volvió contra los impulsores de la
obediencia, cuya labor distó de ser valorada: «Los Jefes tuvieron
siempre sus reservas y sus recelos en la función de los Comisarios o
Delegados, si bien cuando ellos no tenían ninguna autoridad fueron los
Comisarios, y aquí yo solo, quien les devolvió toda esa autoridad, y
tiene uno que poner siempre exquisito cuidado para evitar rozaduras y
servirles con toda nuestra
alma…».
Los roces y los desencuentros fueron en aumento. La llamada de
auxilio de Alonso resumía el cansancio acumulado, las tentativas de
abandono y su humillante sumisión ante los mandos:
Creo que, aunque sea muy discretamente conviene, que diga Vd. algo
con respecto a la misión del Comisariado Político, porque hay algunos
Sres. que no lo comprenden o no quieren comprenderlo. Yo paso algunos
ratos desagradables y suelo pedirle a Vd. mi relevo, pero después
comprendo que es mi deber aguantar y templar gaitas de todos, sobre
todo con los Jefes, con los cuales debo evitar siempre toda rozadura
pero como todo es relativo en la vida hay que poner un
límite.
La relación no fue mejor en la Base, especialmente a partir del 28
de diciembre de 1937 con el nombramiento de Antonio Ruiz como Jefe de
la misma. Cervera subraya su drama personal: «Su momento más difícil
sería sin duda el de la ampliación de funciones del comisario general
a la Base de Cartagena, donde sin tapujos ni rodeos le fue negada toda
clase de
autoridad».
Las quejas de Alonso cayeron en saco roto. Prieto, sometido a las
presiones de los marinos, lo hizo dimitir el 8 de febrero de
1938.
En enero de 1938, Pedro Marcos, comisario de la flotilla de
destructores, era notario del empoderamiento anotado: «… los jefes y
oficiales del Cuerpo General han olvidado demasiado pronto que hace
ocho meses no se atrevían a levantar los ojos y no tenían autoridad ni
para pedir un vaso de agua al repostero, y que si hoy pisan fuerte y
respiran es gracias al comisario que ha sido la piedra angular del
edificio de disciplina que hoy
vemos».
Ubieta llegó a oponerse a que Alonso, con idéntica jerarquía a la
suya —al menos sobre el papel—, mediara en sus atribuciones. Quedaban
lejos las disculpas por no aparecer su firma en las órdenes: «...
despertado de nuevo el antiguo despotismo y absolutismo del Mando,
hasta el extremo de negarme el Sr. almirante el derecho a conocer los
radios que entran o salen de la
Flota...».
La recuperación del viejo orden fue aprovechada por los denominados
leales geográficos, engrosados —ante la falta de mandos— con los
marinos rehabilitados por su implicación en el levantamiento militar
de julio de 1936. Todo ello facilitará el arraigo de la Quinta
Columna.
Las cartas de Prieto demuestran el grado de desintegración de la
Marina, con unos oficiales nada fiables. Tales son las referencias a
la entrega del
Antequera
en Casablanca, la huída del
José Luis
Díez, con la deserción de sus superiores, y los actos
de sabotaje que
sufrió.
Las sospechas que le despertaba el encallamiento del acorazado
Jaime
I en la costa almeriense: «Vi en la carta el sitio
donde embarrancó el
Jaime
y aunque soy lego en la materia, no encontré una explicación
satisfactoria al accidente, por no poder explicarme que navegara tan
pegado a
tierra…».
Llevado a reparar a Cartagena —tras ser bombardeado en Almería—, el 17
de junio fue objeto de un atentado que lo dejó fuera de
combate.
La Base principal de la República no ofrecía ninguna seguridad. Tal
era la conclusión de Alonso tras el atentado:
La impresión que tengo es que en la Base y en Cartagena están
incrustados muchos fascistas […] los que socavan nuestra causa y que
aprovecharán cualquier ocasión para darnos un disgusto, pues repito
que hay mucha gente que no merece la menor confianza, habiendo entre
ellos militares de graduación que siguen en la antigua Comandancia sin
ninguna justificación, donde se reúnen y conspiran
seguramente….
Volverá sobre lo mismo una y otra vez: «El comisario que tengo en
la Jefatura de la Base ha descubierto una organización fascista, y
espero que caigan los principales, entre los cuales creo que hay
militares».
La noticia alarmó a Prieto: «El asunto es de una gravedad
enorme».
La trama llegaba a la cúpula de la Armada. Alonso confirmaba los
temores de Prieto: «Yo también creo que en la Subsecretaría y Estado
Mayor se sabotea todo cuanto no agrade a esos
señores».
Prieto y Alonso eran conscientes de la escasa lealtad de los
mandos, confirmada por Julián Zugazagotia, ministro de la
Gobernación.
Además de las informaciones facilitadas por los comisarios, el PCE les
pasó un fichero completo con el perfil de los jefes y
oficiales.
El ministro llegó a escribir que: «... los jefes de la Marina leales
son tan escasos que no hay donde
elegir…».
El informe que Alonso le remitió en diciembre de 1937 dejaba
constancia de una Base enteramente infiltrada por la Quinta Columna:
«… en todas estas Oficinas —según informe mensual que exijo a todos
los comisarios— se hallan emboscados los fascistas y sus
ahijados».
Más contundente: «… los que mandan en la Subsecretaría, en la Base y
la Flota son también los mismos de antes, leales sin duda, pero nada
más».
A pesar de ello mostraba su confianza: «… con más o menos capacidad de
sus Mandos, que yo considero media, como media considero también el
grado de su lealtad y sus entusiasmos, ha cumplido [la Flota] todas
las órdenes desde que yo estoy en ella…». La peor clasificación para
los submarinos: «… no han tenido nunca, salvo raras excepciones,
mandos heroicos, ni siquiera seguros en su
lealtad».
Nada se les opuso. No sorprende que se sucedieran los desastres por
la medida ineptitud de los puentes: hundimientos difíciles de
explicar, como los del
Cervantes,
Ferrándiz
y de los
submarinos
C-3,
B-6
y
C-6;
huidas vergonzosas como la del combate de Cullera o victorias pírricas
como las de Cherchel y Cabo de Palos; graves averías en el
Gravina,
Alcalá
Galiano y
Churruca;
actos de sabotaje en los
B-1
y
B-2,
o entregas a los rebeldes de los
B-5
y
C-5.
Las reparaciones se eternizaban, se abandonó la construcción y se
boicoteó la industria de
guerra.
La huida de la Flota el 5 de marzo de 1939 fue su obligado
corolario.
Conclusiones
La correspondencia entre Indalecio Prieto y Bruno Alonso cursada
entre el 8 de enero de 1937 y el 11 de febrero de 1938 sigue de cerca
el curso de los acontecimientos en la Flota y en la Base naval de
Cartagena. Las cartas revelan algunos rasgos de su personalidad,
acentuados por la gravedad del conflicto que están viviendo. Dejan
constancia de sus frustraciones y desencuentros, de su impotencia ante
la derrota, de la soledad del comisario y del desbordamiento del
ministro en una guerra que los está minando.
La creación del Comisariado representó el deseo de liquidar los
Comités, la respuesta de las dotaciones al golpe militar de julio de
1936. Un poder autónomo que interfería en la toma de decisiones.
Alonso fue el brazo articulado que permitió a Prieto controlar los
buques y la Base naval de Cartagena. Tuvieron a su disposición una red
de delegados políticos: sus ojos, sus oídos y sus manos. No es baladí
que su afiliación fuera mayoritariamente socialista.
Bajo la bandera del frentepopulismo, se enfrentaron con anarquistas
y comunistas. Con todas las armas a su favor —desde los medios de
comunicación a la coerción— pudieron desplazarlos, aunque no sin
dificultad. Sin embargo, la despolitización favoreció la actuación de
unos oficiales que no se distinguían por su lealtad.
La ayuda soviética determinó en gran parte el papel asignado a la
Flota, circunscribiéndolo a la protección de convoyes con suministros
rusos, como confirman las órdenes de operaciones. Al hilo de la ayuda
surgen las valoraciones de la política de Stalin y de las potencias
democráticas, que según Alonso dejaron morir a la República.
El restablecimiento del poder de los mandos formó parte del
criterio de constituir una Marina disciplinada al servicio del
Gobierno, huyendo de cualquier veleidad revolucionaria. Las medidas
adoptadas —al empoderar a los mandos— se volvieron contra sus
impulsores. La Quinta Columna encontró además una brecha por la que
pudo dinamitar la actuación de la Marina. La apuesta por los mandos
—que eran los mismos de siempre— en lugar de por las marinerías, tuvo
consecuencias en el devenir de la Flota y, en consecuencia, de la
República.
Fuentes
Centro Documental de la Memoria Histórica.
Archivo Bruno Alonso González.
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Circulares del Comisario de la Flota Republicana (1937).
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(diciembre 1937).
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Órdenes de operaciones (8-01-1937-04-02-1939).
Telegramas (1937-1938).
Archivo de la Fundación Pablo Iglesias.
Archivo Manuel González Bastante.
Memorias dictadas de Bruno Alonso [redactadas por Manuel González
Bastante].
Memorias de Bruno Alonso [redactadas por Manuel González
Bastante].
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Datos del autor
Pedro María Egea
Bruno es Catedrático de Historia Contemporánea en la
Universidad de Murcia. Pertenece a diferentes asociaciones y entidades
científicas, comités de congresos, cursos de extensión universitaria y
redacción de revistas. Desde 1987 es Académico Correspondiente por la
Región de Murcia en la Real Academia de la Historia. Su labor
investigadora se ha traducido hasta el momento en seis sexenios de
investigación: 90 artículos en revistas científicas y 70 publicaciones
entre capítulos y libros sobre temas de su especialidad, destacando
sus aportaciones sobre minería, movimiento obrero, emigraciones
contemporáneas, II República, Guerra Civil y etapa franquista. En la
actualidad avanza en estudios sobre la ideología, la cultura, la vida
cotidiana y las relaciones de género. En 2020 le concedieron el Premio
Memoria Histórica de la Región de Murcia. Su última contribución ha
sido la dirección de la
Historia
Contemporánea de Cartagena (2022).
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 11 de mayo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 25 de marzo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 19 de abril de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 21 de mayo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 28 de mayo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 25 de marzo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 6 de abril de
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Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 3 de diciembre de
1937.
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1938.
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Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 20 de diciembre de
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1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 23 de abril de
1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 18 de julio de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 20 de febrero de
1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 13 de octubre de
1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 18 de noviembre de
1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 10 de noviembre de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 13 de noviembre de
1937.
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1937.
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1937.
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1937.
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Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 14 de septiembre de
1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 10 de abril de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 15 de abril de
1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 22 de abril de
1937.
La
Armada (Cartagena), 5 de junio de 1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 29 de mayo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 21 de mayo de 1937.
Sobre Pradal puede verse Pradal, 1991 y VV.AA., 1991.
Carta de Indalecio Prieto de Bruno Alonso de 29 de mayo de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 22 de noviembre de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 17 de julio de
1937.
Carta de Indalecio Prieto a Bruno Alonso de 17 de septiembre de
1937.
Circulares del Comisario de la Flota Republicana (1937), 8 de
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1937.
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1937.
Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 5 de diciembre de
1937.
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Carta de Bruno Alonso a Indalecio Prieto de 20 de febrero de
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