Historia Contemporánea, 2022, 69, 469-504 https://doi.org/10.1387/hc.22976
HC
ISSN 1130-2402 – eISSN 2340-0277
LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES. LA PROYECCIÓN DE LA GRAN GUERRA, LA REVOLUCIÓN RUSA Y VERSALLES EN LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN
THE POLITICAL PARTICIPATION OF SPANISH INTELLECTUALS. THE PROJECTION OF THE GREAT WAR, THE RUSSIAN REVOLUTION AND VERSAILLES IN THE CRISIS OF THE RESTORATION
Álvaro Ribagorda*Universidad Carlos III de Madrid
RESUMEN: Se analiza aquí el protagonismo político de los intelectuales en Espa durante la crisis de la Restauracin, y en relaci a los grandes debates políticos e ideolicos que marcaron el comienzo del periodo de entreguerras. Esa coyuntura internacional definida por la 1.ª Guerra Mundial, la Revoluci Rusa de 1917, el armisticio, el Tratado de Versalles y la creaci de la Sociedad de Naciones, así como los debates que generaron, fueron proyectados como marco de un conflicto político nacional, entrelazándose su presencia en el debate plico espal con las crisis políticas nacionales de esos as. Se estudia como los intelectuales se convirtieron en protagonistas del debate político espal de entreguerras, y sus formas de influencia social, sus consecuencias para la Espa de los as veinte y treinta.
PALABRAS CLAVE: Intelectuales; aliadofilia; participaci política; 1.ª Guerra Mundial.
ABSTRACT: I analyze political prominence of intellectuals in Spain in the crisis of Restoration regime, against the great political and ideological discussions that marked the beginning of the interwar period. This international conjuncture defined by the 1st World War, the Russian Revolution of 1917, the armistice, the Treaty of Versailles and the creation of the League of Nations, as well as the discussions that they generated, were projected as a framework of a national political conflict, linking its presence in the Spanish public debate with the national political crises of those years. I study how the intellectuals became protagonists of the interwar Spanish political debate, their forms of social influence, and its consequences for Spain in the 1920s and 1930s.
KEYWORDS: Intellectuals; aliadophilia; political participation; 1st World War.
* Correspondencia a / Corresponding author: Álvaro Ribagorda. Universidad Carlos III de Madrid, Facultad de Humanidades, Comunicaci y Documentaci. Dpto. Humanidades: Historia, Geografía y Arte, C/ Madrid, 126 (28903 Getafe-Madrid) – aribagor@hum.uc3m.es – https://orcid.org/0000-0001-9504-5815
Co citar / How to cite: Ribagorda, Álvaro (2022). «La participaci política de los intelectuales espales. La proyec
ci de la Gran Guerra, la Revoluci Rusa y Versalles en la crisis de la Restauraci», Historia Contemporánea, 69,
469-504. (https://doi.org/10.1387/hc.22976).
Recibido: 9 julio, 2021; aceptado: 28 enero, 2022. ISSN 1130-2402 - eISSN 2340-0277 / © 2022 Historia Contemporánea (UPV/EHU)
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La crisis del sistema de la Restauraci y la gran movilizaci política producida a partir de la 1.ª Guerra Mundial en Espa fueron un momento clave para estudiar el desarrollo de la historia de los intelectuales espaoles. Si bien existieron otros hitos previos desde los ltimos aos del siglo XIX que supusieron el acta de nacimiento de ese rol de intelectuales entre ciertos profesionales de la cultura, la ciencia y el conocimiento, las sucesivas crisis nacionales e internacionales iniciadas a mediados de los as diez suponen un salto cualitativo en la presencia de los intelectuales en la vida política espala, que con distintos niveles de intensidad se prolongaría hasta la instauraci de la dictadura de Franco.
Algunos trabajos de interés han selado ese enfrentamiento dialéctico entre aliadilos y germanilos como el punto de partida de la divisi ideolica de la sociedad espala, y también de los intelectuales1. Sin embargo, resulta difícil establecer en qué medida responde ese modelo interpretativo a la textura de la sociedad espaola de entreguerras, pues aunque es un elemento significativo sus parámetros no se ajustan bien a la complejidad de los intelectuales espales, y su acci política a partir de la 1.ª Guerra Mundial, como se analiza en este trabajo.
Los intelectuales se constituyeron en una intelligentsia, un grupo que a partir de su talento y capacidad de persuasin pretendía influir en el rumbo de la política espala para modernizar el país. Ante el descrédito general de las instituciones, los políticos, los gobiernos, el Parlamento y la monarquía, un nutrido grupo de intelectuales —como también estaba sucediendo en otros países cercanos— se arrogaron la responsabilidad de orientar el rumbo del país, participando ya de forma activa en la vida política espala, y selando a los políticos y a gran parte de la sociedad las direcciones que consideraban más apropiadas para modernizarlo, en busca de una homologaci con Europa.
Los nombres de muchos de esos intelectuales son hoy bien conocidos, tanto por su producci cultural como por su presencia en la vida política. Sin embargo, aunque ha pasado bastante desapercibido, no parece un aspecto menor selar como dentro de esa intelligentsia buena parte de sus figuras más relevantes procedían del medio universitario: Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Julián Besteiro, Luis de Zulueta, Luis Simarro,
1 Díaz-Plaja, 1973; Navarra Ordo, 2014.
Fernando de los Ríos, Luis Jiménez de As, Gregorio Maran, Adolfo Posada, Leopoldo Palacios, etc. eran profesores de universidad que tuvieron un protagonismo destacado en la actividad política de los intelectuales durante esos as. Su actuacin supuso un claro precedente de la politizaci de los as treinta, y el primer punto álgido de un proceso que culminaría durante la Segunda Replica, de tal forma que la denominada Replica de los intelectuales podría ser considerada también una Replicade profesores.
A raíz de la crisis finisecular del XIX en Espa, la constataci del declive espal en el medio internacional y el atraso comparativo respecto a las principales potencias occidentales, un creciente nero de intelectuales empeza dedicarse a selar los males de la patria desde sus obras de creaci y pensamiento, sus cátedras, producciones artísticas, revistas literarias u obras teatrales. Algunos de ellos alcanzaron desde comienzos del siglo XX cierto predicamento en la sociedad a través de distintas plataformas culturales y periodísticas, y desde mediados de los as diez un nero creciente de intelectuales con una decidida vocaci de participaci en la vida política fue alcanzando una gran influencia social a través de la prensa y las revistas generales más influyentes, e incluso a través de algunos grandes actos plicos.
Con frecuencia trataron entonces de explicar los problemas más graves de la sociedad y la política espalas poniendo la mirada en la distancia y los aspectos que nos diferenciaban de los países de nuestro entorno como Francia, Gran Breta o Alemania. A través de la presencia de algunos de ellos en la prensa general, ciertos partidos políticos, algunas instituciones, o en la diplomacia cultural, y mediante su destacado protagonismo en algunos de los centros de pensamiento y debate más influyentes como las universidades, el Ateneo de Madrid, o algunos periicos y revistas, trataron en esos as de influir de forma decisiva en la toma de decisiones de los líderes políticos, e intentaron orientar la canalizaci de la agitaci y la protesta sociales en una movilizaci política a la que fueron tratando de marcar el norte, con el objetivo de dar un nuevo rumbo al país y promover su modernizaci y su democratizaci.
Los intelectuales fueron en esos as protagonistas de una ilusi política para transformar Espa. Una ilusi que era en buena medida tanto espejismo como esperanza. Visto el proceso en perspectiva, resulta difícil distinguir si muchos de estos intelectuales fueron víctimas de su propio juego y acabaron confundiendo sus análisis teicos y sus formulaciones con la realidad espala e internacional en una suerte de ensoci, o si por el contrario trataron de crear una tica de los acontecimientos que movilizase a la opini plica y la sociedad en el sentido que ellos deseaban. O en qué momentos y quiénes de ellos pasaron de lo uno a lo otro, de forma consciente o inconsciente porque, aunque resulta peligroso confundir los discursos con la realidad, como buenos intelectuales también sabían que las palabras pueden a veces crear las realidades.
En cualquier caso, parece que una vez abierta la posibilidad de su entrada en la arena política espala a raíz de la brecha abierta por la derrota del 98, y ensanchada después con el inicio de la crisis de la Restauraci, esa intelligentsia encontren los grandes acontecimientos nacionales e internacionales que marcaron el comienzo del periodo de entreguerras la oportunidad más clara para convertir el colectivo intelectual y en especial a ciertas figuras en actores políticos de primera magnitud. Y la fmula que utilizaron fue aprovechar la debilidad palpitante generada por las sucesivas crisis espaolas, para proyectar sobre nuestra sociedad, nuestro sistema político y nuestras instituciones, los debates políticos e ideolicos que provocaron las graves crisis sucesivas que desangraron y convulsionaron Europa desde 1914, para tratar de alentar así una movilizaci social que pudiese transformar Espa.
El resultado, como veremos, fue un fracaso parcial tras las crisis yacciones promovidas al hilo de la Gran Guerra, la triple crisis espaola de 1917, la revoluci rusa, el armisticio o la configuraci del nuevo orden internacional creado en Versalles. Sin embargo, el problema espal seguía siendo acuciante, y el descrédito político e institucional solo fue en aumento en los as siguientes. Aquel relativo fracaso inicial parecidejar sepultadas sus aspiraciones con la instauracin de la dictadura de Primo de Rivera. Pero la dictadura tampoco solucionmuchos de los problemas existentes, y aquellas crisis que se habían cerrado en falso o porla fuerza, volvieron a aflorar a finales de los as veinte encontrando de nuevo en los intelectuales la punta de lanza para una transformaci de la política espala que desembocaría en la proclamaci de la Segunda Replica.
La Gran Guerra y el debate en torno a la neutralidad espala fueron así el marco que encontraron los intelectuales espales para poner en evidencia la progresiva descomposici política del país, agitar y tratar de canalizar el creciente descontento social, dar un salto cualitativo en su capacidad de influencia sobre la opini plica y movilizar a buena parte de la sociedad espala en un movimiento de cambio2.
La identificacin que hizo Alcalá Galiano de la izquierda espaola —incluyendo una parte del Partido Liberal— con la aliadofilia, y las derechas con la germanofilia3, reflejaba hasta cierto punto la sociología espaola, pero no se puede aplicar con el mismo rigor al campo cultural, donde la mayor parte de los intelectuales de relieve simpatizaron con la causa aliadila.
La mayor parte de los intelectuales espales se pusieron así al lado de franceses y británicos, mientras la Rusia de los zares y el frente oriental eran convenientemente obviados en sus discursos. La aliadofilia fue una simpatía personal hacia lo que la cultura política e intelectual francesas significaban, por lo que fueron frecuentes las alusiones a Francia como la patria de la revolucin y los derechos del hombre, pero fue también un instrumento que los intelectuales utilizaron para movilizar a los espales, despertar su conciencia como sujeto político en el comienzo de la sociedad de masas, e intentar quebrar el sistema oligárquico de la Restauraci con la intenci de reformarlo o derribarlo, seg el caso y el momento.
Entre los aliadilos se contaban todo tipo de intelectuales afines al reformismo como Zulueta, Aza, Ortega o Pérez de Ayala; republicanos como Blasco Ibáez o Azcárate; catalanistas como Rovira i Virgili
o Pompeu Fabra; socialistas como Araquistáin, Galds o Besteiro; pero también alg carlista como Valle-Inclán; y conservadores como Armando Palacio Valdés, Alcalá Galiano, Julio Camba, Gaziel; e incluso un diputado conservador como Azorín; sin olvidar otras voces opuestas al canovismo y partidarias de alg tipo de regeneraci nacional como las de Unamuno, Maeztu o la plana mayor del institucionismo con Cossío, Castillejo, etc. La aliadofilia integrasí a un amplio espectro de intelectuales. No todos militaban o simpatizaban con las ideas progresistas, pero la mayor parte de ellos estaban de acuerdo en la bqueda de la regeneraci de Espa, para la que consideraban fundamental una victoria aliada.
2 A la actuaci de los intelectuales espales en la crisis espala de 1917 y la Gran Guerra dediqué un primer trabajo en Ribagorda, 2017.
3 Alcalá Galiano, 1916, p. 22.
Muchos intelectuales aliadfilos visitaron los frentes, y se dejaron querer por el gobierno francés, vertiendo su discurso político a la sociedad a través de todo tipo de actividades, manifiestos, conferencias, artículos en la prensa, y obras literarias de corte propagandístico. Unamuno abomindel militarismo alemán por todas partes, Pérez de Ayala defendiel honor italiano al sumarse a la Entente en su libro Hermann encadenado, las cricas de Azorín en ABC —recogidas después en París bombardeado— exaltaron la admirable belleza de la vida francesa a pesar de la guerra, y Blasco Ibáz escribipor encargo de Poincaré una de las novelas más vendidas de todos los tiempos: Los 4 jinetes del apocalipsis. Por su parte, Valle-Inclán, en la novela Un día de guerra (Visi estelar), terminescribiendo que el frente occidental era el moderno limes romano de la civilizacin, y el joven Aza, que relatel viaje para El Imparcial, a su regreso impartiuna conferencia en el Ateneo en la que identificla causa francesa con la justicia universal, la libertad, el progreso y la civilizaci, frente a la barbarie. De hecho —como ha selado Santos Juliá—, el Ateneo formaba con la redacci de la revista Espa y la sede del Partido Reformista, los tres situados a pocos metros en la misma madrile calle del Prado, el verdadero epicentro de la aliadofilia espala4.
La revista Espa, fundada por Ortega y Gasset en 1915 y dirigida después por Luis Araquistáin ya con capital inglés y francés, pese a cierta pluralidad inicial pronto se convirtien uno de los emblemas del movimiento aliadilo, y uno de los principales instrumentos políticos de los intelectuales espales para derribar el sistema de la Restauraci. Seg el primer editorial de Ortega, la oportunidad del cambio la ofrecía precisamente la guerra en Europa y la pugna ideolica que había abierto: «El desprestigio radical de todos los aparatos de la vida plica es el hecho soberano, el hecho máximo que envuelve nuestra existencia cotidiana (…) El momento es de una inminencia aterradora. La línea toda del horizonte europeo arde en un incendio fabuloso. De la guerra saldrá otra Europa. Y es forzoso que salga otra Espa»5.
Unamuno fue uno de los intelectuales más activos, el rector salmantino vio la guerra como la colisi entre la civilizaci cristiana y la pagana Kultur germánica, y envisticontra los gobiernos de Dato y Roma-nones diciendo que con su neutralidad estaban impidiendo a Espa entrar
4 Juliá, 2013, pp. 126-142.5 «Espa saluda al lector y dice», Espa, 29 de enero de 1915, p. 1.
en la historia de Europa. Su opini respecto a la podredumbre de los gobernantes espaoles y la necesidad de desmontar el tinglado canovista —que identificaba con el autoritarismo alemán—, la exprescon firmeza en la prensa pero tuvo incluso mayor brío en sus cartas. Se opuso a las componendas de Zulueta para pactar con los liberales pues consideraba a Romanones un «vil lacayo de S.M. que tira a Kaisercillo. Porque ese canciller de camarilla volverá a todas sus bajezas y electorerías cuando sustituya a este desdichado de Dato, abismo de negaci, de ramplonería y de haraganería» le escribía a Fernando de los Ríos6.
Luis Araquistáin hablen el verano de 1915 en Espa de la necesidad de un gesto firme que expusiese la unidad de la izquierda espala. El objetivo de la aliadofilia espala era derrotar el conservadurismo, y para ello consideraba necesario «no solo ahondar» como proponía Unamuno, sino «exteriorizar la guerra civil que palpita en las entras del pueblo espal (...) A ver si de esta suerte, mientras Europa se esfuerza en eliminar de su seno el tumor del despotismo prusiano, Espa, convertida en miniatura de la operaci quirgica europea, elimina también del suyo el quiste de estas hordas de alma teutica»7.
El gesto se materializen una de las acciones más destacadas de la aliadofilia, el Manifiesto de adhesi a las naciones aliadas en el verano de 1915, promovido por el neurlogo Luis Simarro en las tertulias del Ateneo. Redactado por Ram Pérez de Ayala, ese manifiesto era la respuesta espala al famoso Manifiesto de los 93, en que los intelectuales alemanes proclamaban al mundo que Alemania era víctima de una campa de difamaci justificando muchos de los crímenes y atropellos de su Ejército. Seg decía el propio manifiesto, los intelectuales espales aspiraban a que nuestro país dejase de parecer «una naci sin eco en las entras del mundo», declarando su adhesi a la causa de la justicia que para ellos representaban los aliados8. El documento lo firmaron gran parte de los intelectuales espales, aunque también hubo quién eludihacerlo, como Ram y Cajal, quién seg ha selado Leoncio Lez-Oc no
6 «Carta de Unamuno a Fernando de los Ríos 25 de mayo de 1915», en Unamuno, 1991, pp.23-26. Véase también Roberts, 2014.
7 Araquistáin, Luis, «Vida nacional. La guerra civil», Espa, 22, 25 de junio de 1915, pp. 8-9. Sobre Araquistáin y Espa véase Barrio, 2001. Sobre la guerra de papel de los intelectuales aliadfilos y germanilos véanse: Meaker, 1988, Fuentes Codera, 2014; Navarra Ordu, 2014; Acosta Lez, 2017 y Moreno Luz, 2018.
8 «Manifiesto de adhesi a las naciones aliadas», Espa, 9 de julio de 1915, p. 6.
quería comprometer a la JAE, y temía además que de la guerra no saldría una nueva civilizaci sino una creciente militarizaci revanchista que conduciría a otro desastre mayor9.
En frente estuvo la germanofilia, con mauristas, caticos, militares y carlistas, pero más bien pocos intelectuales de fuste. Es cierto que hubo sectores importantes de la sociedad espala que apoyaron la causa alemana y la polémica fue dura y constante, pero aunque haya quien ha tratado de ver una fractura de los intelectuales espales en dos bandos —que funcionase como antesala ideolica del 36—10, en realidad entre los germanilos hubo muy pocos intelectuales de primer orden.
Para justificar la germanofilia de los intelectuales, se ha recurrido a veces a los coqueteos y ambigdades de Baroja y D’Ors, que simpatizaban con el Reich alemán pero generalmente solo defendían una neutralidad espala favorable a los Imperios Centrales11. La germanofilia apenas contentre los grandes intelectuales con Jacinto Benavente, y para completar una nmina opuesta a la extensa intelectualidad aliadfila habría que recurrir a dramaturgos como Carlos Arniches o Pedro Muoz Seca —cuya implicaci fue escasa—, o poner en el mismo escal de Unamuno o Valle-Inclán a José María Salaverría, Ricardo Le o Juan Pujol, pues el liderazgo del movimiento germanilo estuvo realmente en manos de los políticos caticos y de extrema derecha como Herrera Oria, Vázquez de Mella12, José María Gil Robles, el conde de Rodezno o Antonio Goicoechea, que comenzaron a construir entonces —ellos sí— el armaz ideolico de la derecha tradicionalista y reaccionaria de los as veinte y treinta en Espa.
Muchos intelectuales espales se emperon en dar vuelo y continuidad a la aliadofilia con el objetivo de aprovechar la fuerte polarizaci social que la guerra europea había provocado, para generar una creciente movilizaci social de los espales a través de la que presionar al poder para democratizar Espa13. «En rigor, no hay neutrales. Todos estamos
9 Lez-Oc, 2016.
10 Véanse Díaz-Plaja, 1973; y Navarra Ordo, 2014.
11 Navarra Ordo, 2014, pp. 46, 152, 159-168. El propio autor sela que el verdadero tono de la germanofilia no lo daban Baroja, Ricardo Le o Benavente, sino periodistas animos. Véase también García de Juan, 2015.
12 Sobre Vázquez de Mella y la esfera catica véase Alonso, 2017.
13 Esa es la tesis de Fuentes Codera, 2014, quizás la más interesante de las numerosas publicaciones que vieron la luz al hilo del centenario de la Gran Guerra, en lo que a la actividad política de los intelectuales se refiere.
en guerra. No hay más que diferencias de grado», decía Unamuno en el verano de 1916 en El Liberal14, y conforme avanzaba la guerra la fuerza de la movilizaci social en Espa, alentada por la aliadofilia intelectual y los políticos de izquierdas, fue también en aumento.
Tras algunas de las batallas más crueles e iniles de la historia: Verd, el Somme, Jutlandia, el Isonzo… el entusiasmo bélico inicial se fue desmoronando en Europa. Parecía imposible encontrar una forma de terminar la masacre, y en 1916 empeza aflorar el enorme desgaste de una guerra total, el hartazgo de las sociedades europeas ante las privaciones que el bloqueo y la movilizaci bélica generaban en las retaguardias, o el horror y la miseria que se acumulaban en las trincheras provocando un fuerte incremento de las deserciones, los conatos de rebelin y los fusilamientos ejemplarizantes.
La frustraci en ambos bandos era tal, que a finales de 1916 las Potencias Centrales tantearon la posibilidad de buscar un acuerdo de paz con el presidente norteamericano Woodrow Wilson como posible mediador. Pero resultimposible el entendimiento, probablemente porque ninguno de los bandos temía tampoco una rápida derrota, y porque la apuesta y las pérdidas habían sido demasiado grandes para que los responsables saliesen indemnes si se firmaba un armisticio. Una de las geniales vitas de Bagaría en la portada de la revista Espa retrataba el 16 de noviembre de 1916 un supuesto diálogo del Kaiser Guillermo con su hijo, ambos en uniforme militar, el Kaiser con el pickelhaube —ese famoso casco con pincho— como forma de su propio cráneo, y el Kronprinz con la calavera y las tibias presidiendo la gorra militar, mientras le pregunta al Kaiser: «Papá, se alían todos contra nosotros… ¿Cuál será el timo aliado?»15, a lo que Guillermo II le respondía apesadumbrado: «Nuestro pueblo…». Bagaría mostraba así lo que ya se intuía yterminaría sucediendo dos as después, empezaba a ser evidente que la guerra se estaba convirtiendo en una gran fuerza revolucionaria en muchas sociedades europeas.
14 Citado en Fuentes Codera, 2014, p. 129.15 Espa, 95, 16 de noviembre de 1916, p. 1.
En varias de las cancillerías de ambos bandos apostaron entonces por acciones ejemplarizantes, cambios de estrategia bélica, o una acentuaci del patriotismo y el paternalismo hacia los combatientes, pero también por redoblar los esfuerzos para involucrar de forma directa o indirecta a los países neutrales, tratando de desequilibrar las tablas. Franceses e ingleses, por una parte, y alemanes por otra, multiplicaron entonces su ofensiva diplomática y cultural, a través de la compra de periicos y revistas, la captaci de intelectuales y la implementaci de acciones en el mundo académico como escenarios secundarios del conflicto16.
Sobre la creaci del Institut d’Études Hispaniques de París en la Sorbonne, y las vinculaciones del desarrollo del hispanismo con la 1.ª Guerra Mundial véase: Ribagorda, 2019.
En Espa el ambiente político vivía una tensi similar a la europea. Los estragos causados por la carestía y la inflaci general, así como los grandes negocios derivados del suministro durante la Gran Guerra acentuaron los desequilibrios sociales. Se amasaban grandes fortunas gracias a la guerra mientras los trabajadores vivían cada vez peor debido a la inflaci, evidenciando a más la incapacidad y el desinterés de los partidos del turno para dar soluci a los acuciantes problemas de las clases medias y las capas populares.
Desde el Ateneo y la revista Espa dieron un paso más en sus esfuerzos de movilizaci política con una nueva adhesi plica a la causa aliada, la creaci de la Liga Antigermanila, una nueva plataforma política liderada por Luis Araquistáin, que salia escena el 18 de enero de 1917. Su puesta de largo fue el acostumbrado manifiesto, firmado esta vez por cerca de setecientos nombres, entre los que sobresalían intelectuales como Unamuno, Gald, Azorín, Pérez de Ayala, Aza, Marcelino Domingo o Antonio Machado, etc. Cabe destacar que los nombres aparecían ordenados por su actividad profesional, y el grupo más extenso con diferencia era el de los catedráticos. También figuraban allí diversos dirigentes políticos de izquierdas, en lo que parecía insinuarse como una posiblerecomposicin de la Conjuncin Republicano-Socialista. La hostilidad de la Liga se dirigía a los germanilos espales más que a las Potencias Centrales, mostrando que su fin era promover una reforma política en Espa. Su directiva, elegida en el Círculo Reformista de Madrid, estuvo presidida por el doctor Simarro, con Gald de presidente honorario17.
Las tensiones internas y el desgaste provocados por la guerra acentuaron las posiciones revolucionarias en los países en liza, y en febrero de 1917 estallla revoluci en Rusia.
Al contrario de lo que podría pensarse, cuando se produjo la revoluci rusa no hubo ning tipo de conmoci en la sociedad espala, que a esas alturas había contemplado ya tantas cosas inimaginables. Sin embargo, los puntos de vista dominantes sobre la cuesti fueron paradicamente inversos a lo esperado, pues las esperanzas depositadas en el desen
17 «La Liga Antigermanila», Espa, 18 de enero de 1917, pp. 4-7.
lace de la guerra provocaban los más extras comparos de viaje. Así, los germanilos, los conservadores e incluso el muy monárquico diario ABC, saludaron y aplaudieron la revoluci rusa que se llevpor delante la secular monarquía de los Romanov, cuya caída debicausar bastante inquietud en Palacio. Del mismo modo, la pléyade de diarios y periodistas que la embajada alemana tenía en nina en nuestro país celebraron también la revoluci.
En marzo de 1917, unos días después de la caída del zar Nicolás II, el dramaturgo Manuel Linares Rivas celebraba en las páginas de ABC la revoluci, por considerarla «el fin de la guerra europea», explicando que «cueste lo que cueste esa revoluci será siempre menos costosa, menos cruenta y menos trágica que la continuacin indefinida y cada día más amenazadora de la guerra actual». Estaba seguro de que provocaría la salida de Rusia de la guerra, la desaparici del cerco oriental sobre Alemania, y la victoria de los Imperios Centrales. La revolucin era para los conservadores un mal menor18.
A la postre, pocos lamentaron la caída del zar. Los gobiernos de la Entente se apresuraron a reconocer el gobierno provisional de Lvov el 22 de marzo, y los aliadilos utilizaron la apertura liberal de Rusia en su discurso de legitimaci política. Algunos intelectuales espales vieron la posibilidad de que en Espa esto provocase una revoluci de cariz liberal, si se intensificaba lo suficiente la guerra dialéctica. Pero lo cierto es que se sabía muy poco de lo que estaba sucediendo en Rusia, y a la mayor parte de los intelectuales la revoluci de febrero y el derrumbamiento de la autocracia zarista les sirvieron para redondear el discurso de la aliadofilia. Como escribía Araquistáin, la revoluci rusa «da a los pueblos aliados una unidad política que les faltaba»19.
El estallido de la revoluci rusa y el clima revolucionario que generen Europa parecían confirmar que la guerra traería las transformaciones políticas y sociales al continente, y provocaría la revolucin allí donde esas transformaciones fuesen bloqueadas.
Como estudiJuan Avilés en un interesante trabajo sobre los ecos e influencias de la revoluci rusa en Espa, en marzo de 1917 los socialistas espales se sumaron mayoritariamente a la campa aliadila, rechazando la corriente revolucionaria. Después con la llegada de Lenin a
18 Linares Rivas, Manuel: «El principio del fin», ABC, 21 de marzo de 1917, pp. 5-6
19 Araquistáin, Luis: «Pan, guerra, libertad», Espa, 113, 22 de marzo de 1917, pp. 3-4.
Rusia, y la proclamaci de las tesis de abril, muy pocos socialistas espales —más proclives a la vía parlamentaria que a la revolucionaria— simpatizaron con los maximalistas, mientras que eran los anarquistas de la CNT los que más se identificaban con los Soviets —verdadero embri de un modelo autogestionario después frustrado—. Solo alg reformista como Luis de Zulueta acerta ver la profundidad que el proceso iniciado en Rusia podía alcanzar, y desde las páginas de El Liberal, durante la primavera de 1917, mostrsu anhelo en que más que una revoluci liberal en aquel movimiento se estuviese gestando un mundo nuevo: «Yo creo que, si a la humanidad le quedan fuerzas para engendrar un nuevo ideal total de vida, una nueva fe, esa fe vendrá de Rusia»20.
La esperanza para los aliadilos llegsin embargo desde los Estados Unidos, cuando el presidente Wilson declarla guerra a Alemania. Si hasta entonces Wilson había sido calificado por la prensa y los intelectuales espales como un germanilo encubierto por su propuesta de paz —basta recordar la portada de Espa el 28 de diciembre de 1916 con Wilson caracterizado como un buitre y al pie de la caricatura la frase «El demonio harto de carne… de canes, se mete a fraile… pacifista»—, de pronto Wilson se había convertido en la gran esperanza de la civilizaci.
«¡Bien, muy bien por América! La patria de Washington y de Lincoln no podía faltar a esta gran Revoluci», escribía Unamuno al hispanista norteamericano Everett W. Olmsted21. Y es que, con la entrada de los Estados Unidos en la contienda, a los aliadilos espales empezaba a cerrárseles la cuadratura del círculo. Por fin sus repetidos argumentos de una guerra contra el autoritarismo y el imperialismo alemanes y en defensa de la democracia y la civilizaci occidental cobraban visos de verosimilitud, al haberse desembarazado del incodo apoyo de la autocracia zarista a la Entente, y haber ganado para su causa al país de la primera revoluci liberal, que además declaraba entrar en guerra en defensa de los pueblos oprimidos y el derecho de las nacionalidades frente a los grandes imperios. Entre los intelectuales espales ganaba enteros la ensoci de la guerra como una nueva revoluci francesa a nivel mundial, que alimentaba su particular discurso, y convirtila idea de democracia en el principal argumento aliadilo para el resto del conflicto. Quedaba por ver
20 Citado en Avilés, 1999, pp. 29-41, y 56-60.
21 «Carta de Unamuno a Everett W. Olmsted, 7 de abril de 1917», en Unamuno, 1991, p. 58.
si el rey y los partidos se abrían a la reforma constitucional, o la democracia debía ser republicana.
El nivel de movilizaci y polarizaci alcanzado en Espa necesitaba de una convergencia entre los intelectuales, los partidos políticos y la sociedad. Tal encuentro se escenificen dos mítines antagicos celebrados en la madrile Plaza de Toros de Goya, un acontecimiento extraordinario que mostraba como los intelectuales y la agitaci derivada de la guerra habían puesto las bases para la creaci de una nueva cultura política de masas.
El primer mitin estuvo a cargo de Maura el 29 de abril de 1917. Se trataba de un acto antialiadilo cargado de retica patriica, con el que Maura inauguraba la política de masas dentro del canovismo, con un discurso de salvaci nacional. La prensa germanila exaltsu discurso favorable a respetar a Alemania y mantener la neutralidad, mientras que la prensa aliadila explotsus contradicciones, e incluso en la revista Espa, Araquistáin le desacredite inicila reedici del llamamiento al ¡Maura, no!, promoviendo ya una convocatoria aliadila22.
De esta forma, unas semanas después, el 27 de mayo, se produjo en el mismo lugar otro gran mitin de las izquierdas convocado por la revista Espa y los socios del Ateneo. Fue, de nuevo, un acto antigermanilofinanciado por las embajadas de Francia y Gran Breta, que como selSantos Juliá «era a la vez germen y promesa de la uni de todas las izquierdas, socialistas, republicanos y reformistas, marchando de nuevo de la mano en el com propito de forzar la apertura de un periodo constituyente, o de reforma constitucional»23.
Melquíades Álvarez planteallí su alineaci con el republicanismo, mientras que Ovejero insistien la idea del PSOE de que la guerra sería la partera de la revolucin. Más exaltado, Lerroux llega decir que «aquí está presente la soberanía popular; pero [mirando al palco regio] la que está ausente es la soberanía real. Ausente, como en Rusia, la queremos siempre»24.
Aquel mitin iniciaba la tima fase del proceso de movilizaci política de la sociedad espala puesto en marcha por los intelectuales bajo
22 Araquistáin, Luis: «Maura sobre el toril. El mitin de la heroica neutralidad», Espa, 3 de mayo de 1917, pp. 1-5.
23 Juliá, 2013, p. 143.
24 «Espa ante la guerra. El mitin de las izquierdas», El Imparcial, 28 de mayo de 1917, p. 1; «El mitin de ayer», El Liberal, 28 de mayo de 1917, p. 1; «Los intervencionistas. El mitin de izquierdas», ABC, 28 de mayo de 1917, p. 1.
el manto de la aliadofilia. En él participtambién Unamuno que, viendo el ejemplo de Rusia, o la situaci límite que vivía el rey Constantino en Grecia precisamente por oponerse a la creciente aliadofilia liderada por Venizelos, insistien la idea de que la Gran Guerra era en realidad una nueva revoluci francesa y lanzsu propia advertencia al monarca: «estamos asistiendo a una revoluci, y los Soberanos se desmoronarán si no saben cimentarse en ideas democráticas, en ideas de libertad»25.
Los intelectuales fueron así los creadores de la oportunidad para la movilizaci que las fuerzas políticas marginadas del turno y el movimiento obrero lanzaron contra el sistema de la Restauraci en el verano de 1917. Sin embargo, en las sucesivas actuaciones de aquel verano, los intelectuales quedaron relegados al papel de meros espectadores.
Antes de que se articulase alg tipo de acci revolucionaria en Espa, entren escena el Ejército. El movimiento de las Juntas de Defensa sorprendia los intelectuales aliadilos una semana después del mitin, e inicila fragmentaci de su estrategia26.
Como sealPaul Aubert, muchos socialistas tuvieron una actitud comprensiva ante las Juntas de Defensa, y algunos como Besteiro y Araquistáin lo vieron como un movimiento de renovaci en la línea de Rusia y Grecia que podía propiciar la caída del canovismo27.
Ortega publicsu famoso artículo: «Bajo el arco en ruina», en el que hablaba de una crisis institucional irremediable. Para Ortega, «el acontecimiento de Barcelona es mucho más grave que una revoluci… porque puede ser una serie de revoluciones». Ortega consideraba que el régimen había llegado a un punto de no retorno y reclamaba abiertamente unas Cortes constituyentes28.
25 «El mitin de la plaza de toros. Las izquierdas y los problemas actuales», La Correspondencia de Espa, 28 de mayo de 1917, p. 5.
26 Sobre la crisis espala de 1917 véanse González Calleja, 2017; Romero Salvad 2002; y Romero Salvad 2017.
27 Aubert, 1978, p. 263. Araquistáin, Luis: «Justicia para todos. La democracia no es antimilitar», El Liberal, 5 de junio de 1917, p. 1.
28 Ortega y Gasset, José: «Bajo el arco en ruina», El Imparcial, 13 de junio de 1917, p. 1.
Con todo, Ortega, como muchos otros, lejos de reprobar la acci de los militares, proyectsobre ella la ilusi de que podrían ser el instrumento para acabar con la vieja política. Pocos as después, cuando el filofo terminde traspasar la raíz del problema espal de los políticos a la sociedad, en su Espa invertebrada reinterpretsu visi de las Juntas de Defensa, y hablentonces de la frustraci del Ejército espal tras la derrota del 98, su situaci en Marruecos y la imposibilidad de resarcirse de todo ello combatiendo en la Primera Guerra Mundial, e interpretel movimiento juntero como una insubordinaci más de los hombres masa contra las minorías egregias:
Las Juntas de Defensa no son, a la postre, sino otro ejemplo de esta subversi moral de las masas contra la minoría selecta. En los cuartos de bandera se ha creído de buena fe —y esta buena fe es lo morboso del hecho— que allí se entendía de política más que en los lugares donde, por obligaci o por devoci, se viene desde hace muchos as meditando sobre los asuntos plicos.29
La acci de las Juntas de Defensa sorprendien Londres al secretario de la Junta para Ampliacin de Estudios, José Castillejo, desde donde hablde la necesidad de acabar con la corruptela de la Restauraci. ACossío le indicentonces que ante tal situaci había que advertir «a todo el elemento sano espal que se espera de él un esfuerzo para despejar, cueste lo que cueste, la situaci política e instaurar un sistema de decencia. Ojalá tengan vista y tacto», escribía Castillejo30.
Manuel Azaa —muy interesado en la reforma militar y estudioso del modelo francés durante la guerra— fue muy crítico con las falsas esperanzas y las posibles consecuencias de aquella protesta armada31. Otros como Adolfo Posada criticaron la violencia de las fuerzas de orden plico, y advirtieron de las consecuencias de una protesta armada, mientras que Ram Pérez de Ayala fue a más contundente: «Un especialista en patología política hubiera podido asimismo formular el diagnstico y el siguiente pronstico del morbo espaol de 1917. Diagnstico: orquitis; esto es, una inflamaci o hipertrofia de los ganos viriles. Prontico: esterilidad»32.
29 Ortega y Gasset, José: «Patología nacional. I. Imperio de las masas», El Sol, 4 de febrero de 1922, p. 3.
30 «Carta de José Castillejo a Cossío, 18 de junio de 1917», en Castillejo, 1998, p. 338.
31 Juliá, 2008, p. 162.
32 Pérez de Ayala, 1918, p. 142, citado en Aubert, 1978, p. 261.
La reivindicaci corporativa estuvo muy por encima de la crítica social o política dentro de las Juntas de Defensa, que si no abrieron un cauce revolucionario —poco esperable por otra parte— al menos sí mostraron la fragilidad del Estado espal.
Poco después, con las Cortes cerradas y los cuarteles haciendo política, el siguiente estallido tuvo lugar en Barcelona. Fueron allí los políticos catalanistas y la izquierda parlamentaria quienes convocaron una Asamblea de Parlamentarios que siguiendo el modelo de la Revolucin Francesa decidireunirse fuera de la sede oficial para forzar un cambio. El gobierno lo considerun acto de sedici, y catedráticos como Besteiro o Adolfo Posada la saludaron por abrir un cauce a la nueva política, pero ciertamente los intelectuales estaban también fuera de esta acci.
Ante la proclamaci de la Asamblea de Parlamentarios, Castillejo sella esterilidad de un cambio de políticos, pues a su juicio la crisis espala era una crisis institucional, de conciencia y de educaci, tal como le confesaba a Cossío desde Londres a finales de julio:
Creo que en un solo punto hay cierto estado de conciencia plica, aunque débil: el descontento. Pero no contra los políticos, sino del país consigo mismo. Comienza a conocer y sufrir su ignorancia y corrupci. Los políticos son fiel reflejo, en general, pero no causa. Los esfuerzos por cambiar la política me parecen vanos, vengan de donde quieran.33
El intento de generar un doble poder por la Asamblea de Parlamentarios, para conseguir que se convocasen unas Cortes Constituyentes quedsobrepasado al estallar una revolucin obrera en agosto. El gobierno aceptentonces algunas de las reivindicaciones corporativas del Ejército, y ordena este la represi de la acci revolucionaria. La huelga había encontrado a Ortega de vacaciones en el Cantábrico, y su amigo el editor Ruiz Castillo le explicaba que inicialmente pareciuna revoluci, pero «no ha habido más que el ademán revolucionario de echar masas a la calle» y después todo fue un caos mal organizado, a su juicio. «En cuanto a los Besteiros y Saborits se ha visto una vez más que son el tipo de vulgar iluso y están infinitamente por bajo de la fuerza que los obreros han puesto en sus manos pecadoras», con lo que al gobierno «le ha tocado la
33 «Carta de José Castillejo a Cossío, 26 de julio de 1917», en Castillejo, 1998, p. 356.
lotería» concluía el editor de Biblioteca Nueva34. El juicio final de Ortega llegalg tiempo después en Espa invertebrada y fue en la misma línea, despreciando la huelga de agosto como «una revolucioncita» impulsada por un grupito de republicanos y socialistas de espaldas a la naci35, aunque no entren juicios personales sobre Besteiro, que era comparosuyo en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid.
En esta ocasin la represin fue muy dura. Besteiro y el comité de huelga fueron encarcelados, y condenados a cadena perpetua por un Consejo de Guerra. Besteiro recibientonces una gran solidaridad del medio académico. En la cárcel le visitaron alumnos y comparos de la universidad como Menéndez Pidal, Cossío, Adolfo Posada, Rafael Altamira o Rafael Ure. Por Real Orden de 10 de octubre de 1917 fue separado de la cátedra de Lica de la Universidad Central, y como admirable respuesta Cossío y García Morente organizaron una colecta para recaudar mensualmente su sueldo financiado por 374 suscriptores entre los que figuraron sus compaeros de Madrid: Rafael Altamira, Américo Castro, Manuel Gez Moreno, José Castillejo, Manuel Bartolomé Cossío, Blas Cabrera, Lorenzo Luzuriaga, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Ramn y Cajal, Luis de Hoyos…, y otros profesores de provincias y personalidades como Unamuno, Clara Campoamor, Giral, Rosa Sensat, Antonio Machado, etc.36. Además, García Morente se encargde sus clases evitando que su plaza saliese a concurso, de tal manera que pudo recuperarla después, seg han explicado sus birafos37.
Marcelino Domingo se gantambién la cárcel por una amenaza velada en su petici de abdicaci al monarca, al escribir que «los reyes, ha dicho Voltaire, han de tener el instinto de poner fin oficial a su reinado para evitar al país el trance doloroso de liquidar a un mismo tiempo al reinado y al rey»38. El objetivo democrático de los intelectuales y ciertas fuerzas sociales parecía pasar cada vez más por la vía republicana.
Las condenas dieron paso a una campa pro amnistía, con una serie de manifestaciones y de respuestas en la prensa, que desautorizaban la
34 «Carta de Ruiz Castillo a Ortega, 17 de agosto de 1917», Archivo de José Ortega y Gasset, Fundaci Ortega-Maran, Correspondencia, Doc. 830.
35 Ortega y Gasset, 1921, p. 88.
36 Las cartas de adhesi se conservan en el Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid, Expediente de Julián Besteiro, SG-1361.
37 Blas Zabaleta y Blas Martín-Merás, pp. 133-156.
38 Domingo, Marcelino, «¿Qué espera el Rey?», La Lucha, 23 agosto 1917, p. 3.
sentencia. Fernando de los Ríos considerque la represi fue el fruto de la traici de la burguesía representada en la Asamblea de Parlamentarios, con lo que el profesor granadino rompía sus lazos con el reformismo político. De los Ríos criticabiertamente la diferencia de trato recibido entre los militares de junio y los obreros de agosto:
¿Quién tiene, pues, hoy derecho a castigar? Toda sentencia es el corolario que se desprende de un sistema de principios de Derecho que se afirman por los Tribunales como principios invulnerables; siendo así, y hallándose deshecho todo nuestro orden jurídico, nosotros preguntamos con el más hondo respeto a los hombres de honor y derecho: ¿quién tiene hoy en Espa autoridad moral para castigar por rebeli?
Fernando de los Ríos acusademás a los caciques de controlar a los jueces, y advirtide que la rebeldía en Espa significaba a estas alturas, precisamente la «apetencia de ley», es decir, la bqueda de un ordenamiento legítimo frente a la corruptela e ignominia imperantes, hecho que solo podía llegar con una nueva Constituci39.
Hubo gran acuerdo entre los intelectuales contra la actuaci del gobierno en la huelga y en defensa de la amnistía, y algunos como Unamuno fueron incluso más lejos y pidieron que se olvidasen de indultos o amnistías, lo que el comité de huelga y Espa necesitaban era justicia: «Hay que ser justo mandando que se liberte del presidio a los que no delinquieron, que no es delito manifestar pacíficamente la voluntad de cambiar el régimen constituido»40.
Segn la clásica interpretacin de Paul Aubert, la crisis de 1917 y sus consecuencias fijaron tres tipos definidos de intelectuales: unos intelectuales orgánicos de una burguesía modernizadora que aspiraban a transformar a las masas en clase media y renunciaban a la acci política —Ortega, Pérez de Ayala, Adolfo Posada—; los que traspasaron sus prejuicios para abanderar la clase obrera creyendo dirigirse al proletariado —los socialistas Julián Besteiro y Fernando De los Ríos—, y los más independientes que no aspiraban a representar a la burguesía ni dirigir al proletariado, como Unamuno o Machado.
39 De los Ríos, Fernando: «¿Quién tiene hoy derecho a castigar?», Espa, 1 de noviembre de 1917, p. 5.
40 Unamuno, Miguel: «Ni indulto ni amnistía, sino justicia. Si yo fuese rey», El día de Madrid, 15 de noviembre de 1917, citado en Aubert, 1978, 273.
Pese a la frustraci, algunos intelectuales sacaron conclusiones positivas de la triple oleada revolucionaria del verano del 17, como Araquistáin que lo considerla versi espala del proceso revolucionario europeo de 191741.
El más contundente de todos fue de nuevo Pérez de Ayala, que vinculel impacto de la guerra europea con el frustrado ciclo revolucionario espaol, sealando el enfrentamiento entre una nacin hambrienta y un Estado dirigido por «plutratas opulentos». Pérez de Ayala consideraba que solo había un porqué de todas las revoluciones: «la absoluta unanimidad de opini» sobre «ciertos hechos fundamentales de la vida plica». Así, a comienzos de junio de 1917, para él «todos los espales se mostraban convencidos de la perfecta incapacidad, punible desidia y deshonesta conducta de casi todos sus gobernantes». El problema de fondo, evidentemente, era que «el sufragio universal que de facto se practica en Espa es una farsa, representada por una pandilla de farsantes, que son todos los políticos de profesi (…). Solo en este punto concreto coincidían las opiniones de todos los espales». Para Pérez de Ayala eso no era nuevo, pero en el verano de 1917 «la opini plica, que antes estabade espaldas al mundillo político, fingiendo ignorarlo y sin duda desdendolo, se le volvide cara y con talante hostil»42.
La crisis espaola no condujo a nada de forma inmediata, pero la guerra y la escalada política continuaban en Europa, y en el otoo de 1917 se produjo el acontecimiento crucial de la revolucin de octubre en Rusia. Sin embargo, pocos socialistas espales simpatizaron con la revoluci rusa, pues su visi estaba a más influenciada por la perspectiva de la Gran Guerra y sus posibles repercusiones en Espaa, que por la puerta que se abría para el triunfo del socialismo en el mundo, y el temor a la salida de Rusia de la guerra que las tesis de Lenin habían anunciado preocupa muchos socialistas espales. La revoluci bolchevique había encontrado a los aliadilos y a los propios socialistas espales con el pie cambiado, y provocaba más temor que esperanza, porque la gue
41 Aubert, 1978: 309-310. El mismo autor publicdespués un análisis de mayor recorrido en Aubert, 2010.
42 Pérez de Ayala, 1918, pp. 126-134.
rra y la aliadofilia seguían siendo el elemento vertebrador de su cosmovisin. Como ha explicado Maximiliano Fuentes, ni siquiera los socialistas apoyaron la revoluci bolchevique: «Las noticias que recibimos de Rusia nos llenan de amargura» titulel 10 de noviembre de 1917 El Socialista43.
Un vistazo a la prensa espala de esos días muestra también el nivel de desinformaci que existía en nuestro país sobre lo que estaba sucediendo realmente en Rusia. Los periicos difundían todo tipo de rumores infundados hablando incluso de la detenci de Lenin, lo que ponía en evidencia el problema de unos medios de comunicaci sin apenas corresponsales propios que recibían la mayor parte de la informaci a través de las agencias y los corresponsales en París y Londres, donde las noticias pasaban por la censura bélica.
La conjunci de esos factores —ausencia de informaci directa y fiable, y predominio de la visi de la revoluci desde los intereses depositados en el desenlace de la guerra— derivaron en una notable distorsi de la percepci espala sobre la revoluci de octubre. La mayorparte de los aliadilos recelaron de la revoluci de octubre, y algunos hablaron entonces de Lenin como un agente alemán, igual que habían dicho de Wilson el a anterior.
A los lectores espales aquella revoluci les resultaba tan interesante como desconocida, y Corpus Barga llega publicar en El Sol un inventario en tres entregas con una serie de semblanzas de los protagonistas, en las que caracterizaba a Lenin como «el maximalista» introductor del marxismo en Rusia, «de menos condiciones oratorias que los otros hombres de la revoluci, resulta terrible por su dialéctica». Para Corpus Barga, Trotsky era un «socialdemcrata, maximalista, casi leninista» y«gran orador popular» que había pasado por las cárceles espalas. Frente a ellos, el entonces desaparecido Kerenski le parecía un célebre abogado socialrevolucionario, y explicaba que eran Kornilov y Kaledín los generales de la contrarrevoluci que lideraban a los cosacos apoyados por la gran prensa rusa, «porque ellos ya tienen repartidas las tierras, y una reforma agraria podría perjudicarles».
Corpus Barga no caía en el error de calificar a Lenin de agente alemán, pero resaltaba su carácter belicista por haber anunciado con Zinoniev la necesidad de una lucha de clases en forma de guerra civil de li
43 Fuentes Codera, 2014, 184-185; Fuentes Codera, 2016, pp. 277-300.
beraci44, obviando sin embargo que esa retrica belicista había sido precisamente la estrategia de los intelectuales aliadilos durante toda la conflagraci, desde el famoso «Venga la guerra» de Unamuno45.
Diversos periicos conservadores y germanilos celebraron la revoluci rusa, al coincidir con Ludendorff en que ese desorden provocaría el armisticio ruso que podría desencadenar la victoria germana, y menospreciaban a esos intelectuales rusos que habían vivido exiliados en Suiza. Sin embargo, la perspectiva no era uniforme, como muestran por ejemplo los escritos de una corresponsal de ABC —desconocida entonces y recientemente popularizada por la reedici de sus escritos sobre la guerra—, la periodista Sofía Casanova. Se trataba de una de las pocas periodistas que habían conocido la guerra de cerca, defendiendo durante esos as posturas pacifistas, y era también la ica corresponsal de ABC en Rusia en los primeros momentos de la revolucin. Sofía Casanova escribidiversas cricas primero y libros después, donde identificaba a Lenin y los maximalistas con los intereses alemanes en la guerra.
Como selJuan Avilés, Casanova, que no era germanila, admirinicialmente la figura de Lenin y las esperanzas que la revoluci desat En diciembre de 1917 entrevista Trotsky y desde entonces presentla revolucin bolchevique como un «fanatismo de esclavos rebeldes», y a Lenin como un fanático del comunismo utico capaz de alentar las ilusiones de los rusos. En los meses siguientes Sofía Casanova desmontla idea del caos revolucionario explicando algunos aspectos de la organizaci del nuevo Estado, aunque con el paso del tiempo acabpronosticando la derrota de los bolcheviques en la guerra civil rusa a manos de los rusos blancos y los campesinos46.
La desinformaci y la distorsi de la prensa espala respecto a la revoluci bolchevique tenían su ejemplo máximo en la frecuente caracterizaci de Lenin como un agente alemán dentro de los medios republicanos y socialistas. Como recogía Andreu Navarra, Rovira i Virgili —por poner un ejemplo— en diciembre de 1917 explicaba en La Publicidad que «Lenin ha estado laborando por Alemania, estimulado y ayudado por repetidas entregas de dinero germánico. Desde que la guerra empez Le
44 Barga, Corpus: «Los hombres, las mujeres y las ideas de la revoluci rusa», El Sol,3 de diciembre de 1917, p. 2.
45 Unamuno, Miguel de, «Venga la guerra», Nuevo Mundo, 21 de septiembre de 1914, p. 5.
46 Avilés, 1999, pp. 31, 77-78. Sobre Sofía Casanova véase Ochoa Crespo, 2017.
nin estuvo realizando en Suiza una violenta campa, no ya pacifista, sino aliadoba»47. La prensa republicana fue desde el comienzo abiertamente hostil a los bolcheviques porque el proyecto político de los maximalistas —como los solían definir— desbordaba con mucho el liberalismo radical que defendían, y porque a fin de cuentas diarios y periodistas estaban a sueldo de las embajadas francesa y británica48.
Rovira i Virgili y los republicanos no eran los icos que embestían contra Lenin. También lo hacían otros como Julio Álvarez del Vayo que en diciembre de 1917 escribía que los leninistas eran germanilos encubiertos, y calificaba al líder bolchevique como una «calamidad». El juicio del socialista Álvarez del Vayo tenía un valor adido por el hecho de haber tratado tiempo atrás a Lenin en Suiza, al que presentaba como un desastre mundial que podía provocar el hundimiento de la democracia francesa, una calamidad solo superada por «toda esa cohorte de gentes entontecidas por unos cuantos principios abstractos, que forman la extrema izquierda del zimmerwaldismo» que desde Suiza festejaban entonces el alto el fuego ruso. «Digámoslo sin rodeos: sabiéndolo, o en ignorancia, la mayoría de los que hoy festejan desde fuera de Rusia el triunfo de la política de Lenine (sic), no son otra cosa que germanfilos enmascarados de internacionalistas», afirmaba el socialista espal49.
La posici de Álvarez del Vayo estaba extraordinariamente mediatizada por las esperanzas que los aliadilos espales habían depositado en una victoria aliada como fuente de transformaciones políticas, hasta el punto de que incluso un socialista como él, que sería un temprano partidario de la III Internacional y acabaría ejerciendo de embajador en Mosc a la altura de 1917 prefería la victoria de Clemenceau a la revoluci de los Soviets, y no dudaba en atacar a los socialistas de Zimmerwald, pese a haber participado junto a Rosa Luxemburg en las movilizaciones contra la guerra que se organizaron en 1914 en Alemania, así como en las protestas contra el asesinato de Jean Jaurès en Francia.
Solo Luis Araquistáin y una pequea faccin que después acabaría desgajándose del PSOE a raíz de la III Internacional celebraron tímida
47 Rovira i Virgili: «Lenin y Trotski», La Publicidad¸ 8 de diciembre de 1917, citado en Navarra, 2016, p. 25.
48 González Calleja y Aubert, 2013, presentan una amplia informaci sobre la compra de periodistas y diarios durante la guerra.
49
Álvarez del Vayo, Julio: «El Internacionalismo Zimmerwaldiano», El Sol, 21 de diciembre de 1917, p. 2.
mente el cambio histico que suponía. Araquistáin había admirado larevoluci de febrero y el movimiento bolchevique, pero después criticsu posici pacifista, aunque intuyla posibilidad del contagio revolucionario en el centro de Europa. En la misma línea se expresaría pocos meses después el republicano Marcelino Domingo, que en el diario La Lucha criticaba el da que el armisticio ruso hacía para los intereses espales en la guerra, pero no por ello aceptaba la condena generalizada del bolchevismo, que veía como una revolucin noble y de altos ideales50.
El rumbo de las conversaciones de paz entre rusos y alemanes despertaron todo tipo de críticas y descalificaciones en la prensa aliadila hacia la revoluci rusa. El 28 de diciembre de 1917, El Sol titulen portada: «La Maniobra de Brest-Litovski. Imperialismo y anarquismo se han puesto de acuerdo». El diario de Urgoiti y Ortega insinuaba que las buenas relaciones entre la cancillería alemana y los bolcheviques —a los que se definía como anarquistas— eran fruto de una idiosincrasia o unos objetivos comunes. «Nos resistimos a creer (casi lo negaríamos)que Lenin sea un despreciable agente alemán a sueldo», decía el editorial, al tiempo que insinuaba la posibilidad de que Hindenburg y Lenintuviesen pactado previamente el acuerdo, y ante la aceptacin por parte de los austriacos de una paz «sin indemnizaciones ni anexiones» a la que Lloyd George se oponía frontalmente, temían que sirviese cuando menos para proporcionar un tiempo precioso en el que los alemanes pudiesen concentrar todas sus fuerzas sobre el frente occidental con un desenlace fatídico51.
El tiempo acabaría demostrando las lesivas consecuencias para Rusia de la paz, pero eso no hizo sino afianzar la animadversi inicial de la aliadofilia espala hacia la revoluci bolchevique, por lo que las enormes concesiones territoriales y el cese de las hostilidades en el frente ruso significaban para las aspiraciones de la Entente, y solo la posterior intervenci franco-británica en la guerra civil rusa generun rechazo bastante amplio.
50 Fuentes Codera, 2014, pp. 184-185. Avilés, 1999, pp. 51, 53-54.
51 «La Maniobra de Brest-Litovski. Imperialismo y anarquismo se han puesto de acuerdo», 28 de diciembre de 1917, El Sol, p. 1.
La revoluci rusa que había desligado la incoda autocracia zarista de la idealizada Entente, y la entrada de Estados Unidos en la guerra con los 14 puntos de Wilson como plan para la paz, habían dado a la versi espala del discurso de la aliadofilia una cohesi y verosimilitud de las que en gran medida había carecido hasta entonces.
Así, en enero de 1918 un editorial de Espa se atrevia presentar ya las claves de un completo programa de gobierno de izquierdas. En él se condenaba la corruptela vigente, la incompetencia de los gobernantes yde la clase empresarial, y se proponía la reforma constitucional, la plena soberanía parlamentaria, la disoluci de las Juntas de Defensa, el reforzamiento de los derechos individuales y las garantías jurídicas, la persecuci de la corrupci electoral, la duplicaci de los presupuestos estatales para educaci y servicios plicos, y la creaci de un modelo de intervencin estatal y obrera en la economía, a imitacin del modelo de intervenci estatal que la guerra trajo al resto de Europa52.
Tras el fracaso de los proyectos reformistas en la triple crisis del verano de 1917 en Espa, los intelectuales espales cifraron definitivamente sus esperanzas para la democratizaci del país en el desenlace de la Gran Guerra, con el espíritu de Wilson y el proyecto de la Sociedad de Naciones como motores que forzasen la reforma constitucional espala. Wilson, al que se había tachado de germanilo hasta la entrada en guerrade Estados Unidos, era ahora la gran esperanza, los intelectuales espales pensaban que el presidente norteamericano debía imponer la democracia en el mundo.
La accin norteamericana en el frente occidental desatcierta euforia, con la ilusi de que el nuevo orden internacional que saldría de la guerra liquidaría los timos vestigios del Antiguo Régimen en Europa, y forzaría la democratizaci de Espa. Crecieron entonces las críticas al sistema de la Restauraci, cobrfuerza el republicanismo, y parece que no pocos intelectuales creyeron que la presi social en Espa y el nuevo contexto internacional provocarían el cambio.
En noviembre de ese a, con la guerra vista ya para sentencia, Ortega propuso en El Sol su programa de mínimos, un programa político que
52 «Bosquejo de un programa de izquierdas», Espa, 24 enero 1918, pp. 1-2.
se vertebraba en torno a una reforma constitucional, una fuerte descentralizaci del Estado y la puesta en marcha de políticas sociales, que se adelantasen a las demandas revolucionarias: «Queramos o no, el punto a queha llegado la situaci interior de Espa coincidiendo con el profundo cambio de la vida mundial, nos obliga a hacer los grandes ensayos, a ejecutar las transformaciones de alto calibre. La burla, la ficci, el acomodo han concluido», sentenciaba Ortega, que ofrecía también desde la prensa un programa político53.
El 7 de noviembre, los intelectuales aliadilos proclamaron el Manifiesto de la Uni Democrática Espala para la Liga de la Sociedad de Naciones Libres, en el momento en el que «la paz se alza ya sobre la línea del horizonte, y sus resplandores disipan las sombras, las angustias, las incertidumbres de esa trágica noche de cuatro as en que ha vivido el mundo civilizado. La guerra, la belua, la bestia, está ya dominada por la humanidad civil», decían54. El texto era la puesta en escena de una nueva organizaci política que aspiraba a encauzar los resultados del esfuerzo aliadilo: la Uni Democrática Espala, ubicada en la redacci de la revista Espa y con Aza —cuya figura política había crecido enormemente a raíz del conflicto— como secretario. Lo firmaban el propio Aza, Unamuno, Araquistáin, Simarro, Zulueta, Pérez de Ayala, Nez de Arenas, Menéndez Pidal, Albornoz, Cossío, Maran, y los demás aliadilos habituales, pero ya sin Ortega. Se trataba de un llamamiento a la naci: «Espales: ha llegado la hora de demostrar que somos dignosde pertenecer como pueblo y como Estado, a una comunidad de democracias civilizadas». Santos Juliá consideraba que los intelectuales, a esas alturas, esperaban un cambio ordenado, que el rey llamase a los reformistas55, pero dos días después Alfonso XIII encargaba de nuevo formar gobierno a García Prieto.
Llegel armisticio, y la revista Espa lo celebrcon una sugerenteportada de Bagaría en el nero del 14 de noviembre, en la que dibujde nuevo al Kaiser Guillermo II y el Kronprinz, pero bajo el significativo título de «El ser Guillermo y su hijo», que eran retratados ya sin uniforme militar, caminando de la mano en un paisaje solitario, el Kaiser con
53 Ortega y Gasset, José: «Los momentos supremos. Idea de un programa mínimo», El Sol, 4 de noviembre de 1918, p. 1.
54 «Unin Democrática Espaola, para la Liga de la Sociedad de Naciones Libres», Espa, 7 de noviembre de 1918, p. 1.
55 Juliá, 2004, p. 173
el gesto contrariado, y el hijo portando en la mano el águila del Reich alemán encerrada en una jaula. Era el final que los aliadilos llevaban as esperando, y a la vista de la clave interpretativa nacional con la que se había presentado el conflicto, no es descabellado pensar que pudiese contener también un mensaje velado hacia Alfonso XIII.
Tres semanas después del armisticio, desde las páginas de Espa Álvaro de Albornoz rememoraba la visi de Marx sobre la guerra franco-prusiana y reclamaba un castigo ejemplar para Alemania, para evitar que la guerra acabase convertida en una simple «pesadilla trágica», mientras que en el mismo nero Luis Araquistáin reclamaba una suerte similar para nuestro país: Espa —decía el director del semanario más influyente del momento— «debe ser democratizada, es decir, compelida a prescindir de sus poderes arbitrarios, como lo ha sido Alemania», para evitar que pueda ser un juguete futuro de otras fuerzas reaccionarias como lo fue Turquía, y dar el ejemplo al mundo del modelo a seguir56. La convocatoria de Cortes Constituyentes y la democratizaci de Espa eran ya el objetivo irrenunciable de los intelectuales aliadilos, pero unos días después del armisticio y del artículo de Araquistáin, volvía a formar gobierno Romanones, como si nada hubiera pasado.
A comienzos de 1919 se percibiya la sensaci de que la democratizaci de Espa dependería exclusivamente del nuevo orden mundial que debía imponer la Sociedad de Naciones. Pero en la Conferencia de Paz de París pronto se fue desvaneciendo el supuesto idealismo que los intelectuales aliadilos espales habían atribuido a la Entente. Versalles constituyun cruel espejo que les devolvilos encendidos discursos belicistas aliadilos como meras ensociones.
En abril de 1919, Alfonso XIII entrega Maura el decreto de disoluci de las Cortes que le llevaría una vez más al poder, y el Partido Reformista convocun mitin en el Teatro Oden presidido por Pedregal, en el que intervinieron algunos intelectuales destacados como Zulueta, Azcárate, Leopoldo Palacios o Manuel Aza. Las palabras del presidente del Ateneo en el mitin de abril de 1919 condenaron la llamada a los conservadores como «una bofetada a los legítimos sentimientos liberales del país, que ve con dolor que se alejan las posibilidades de su avance pacífico». Melquíades Álvarez finalizel mitin insistiendo todavía en la misma idea que había presidido el famoso mitin aliadfilo de mayo de 1917, exclamando que «Monarquía o Replica es un problemade forma», y «cuando las Monarquías se oponen al progreso de su pueblo, las Monarquías caen»57.
El discurso de Melquíades Álvarez era subrayado por el editorial del diario El Sol, con el que los orteguianos aplaudían al líder reformista y adían la necesidad de cambiar la Constituci, pero aparecía ya reproducido en la segunda página. La primera plana de ese día la ocupaban las noticias de París, donde seg decía el diario «Hoy se hará plico el tra
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Albornoz, Álvaro de: «Cplase la victoria»; y Araquistáin, Luis: «La lica de la guerra. Espa ante la justicia internacional», Espa, 28 de noviembre de 1918, pp. 7 y 3-4 respectivamente.
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«El mitin del Ode. Melquíades Álvarez fija su actitud ante la situaci política de Espa», El Sol, 5 de mayo de 1919, p. 2.
tado de paz», una caricatura de Bagaría que mostraba a Unamuno con el coraz literalmente en un pu, así como unas declaraciones de Marce-lino Domingo en las columnas centrales donde hablaba de la vuelta al gobierno de Maura como un episodio más de la crisis abierta en el verano de 1917, apelando a la necesidad de que la izquierda se uniese para movilizar a la sociedad en un mayo como el de 1808.
La posici de las declaraciones del republicano Marcelino Domingo en la portada, mientras el mitin de los reformistas aparecía en la segunda página, podría entenderse como una insinuaci de la orientaci que iba tomando El Sol ante el cariz de los acontecimientos. En realidad, a la vista de lo que sucedía en Versalles, el discurso de Melquíades Álvarez quizás tenía ya más de lamento que de amenaza, pues a esas alturas Romanones ya había conseguido que Wilson y Clemenceau aceptasen la entrada de Espa en la Sociedad de Naciones frustrando con ello las ilusiones de una democratizaci impuesta desde París.
En las palabras de Aza en aquel mitin se reflejaba bien la melancolía que se respiraba ante la frustraci final de los intelectuales aliadfilos: «Durante la guerra, nos ha sostenido la esperanza de que en el resurgimiento del mundo renacería también una Espa más justa, nueva ylibre que la Espa caduca y llena de vilezas en que vivíamos», explicaba Azaa, para concluir sealando que con la inminente vuelta de Maura al gobierno «todo lo que era la podredumbre de nuestra vida plica se consolida»58.
El régimen de la Restauracin salimuy tocado de la crisis del sistema iniciada antes de la Gran Guerra, y las sucesivas crisis vividas al hilo de los grandes acontecimientos internacionales de la segunda mitad de los as diez, pero como suceditras el 98, encontrnuevas fmulas para sobrevivir algunos as más, mientras el clima bélico y la relativa unidad que la aliadofilia habían dado a los intelectuales que aspiraban a regenerar Espa se iban disgregando. Durante los as siguientes, unos tiraron la toalla, otros siguieron con la crítica al turnismo, y algunos empezaron a mirar —entonces sí— a Rusia como nuevo horizonte.
El clima de violencia política en Barcelona, el desastre de Annual y la guerra de Marruecos, la creciente injerencia militar en la vida política, y la posici de Alfonso XIII crearon el clima para que, lejos de la democratizaci con la que soban los intelectuales, el escenario de posguerra desembocase en Espa en una dictadura militar con ciertas similitudes a lo sucedido en Italia.
La dictadura de Primo de Rivera generun nuevo escenario que obliga reorientar los cauces y discursos de la participaci política de los intelectuales, con un primer momento de divisi inicial, varios cambios de rumbo ideolicos, la desaparici y parálisis de algunos medios y empresas comunes, y el inicio en los timos as de un ciclo de protesta que cimentel fin de la dictadura y la monarquía.
La simpatía y colaboracionismo inicial con la dictadura de no pocosintelectuales tuvieron mucho que ver con el rechazo al caciquismo y la farsa del sistema de la Restauraci, como reflejEl chirri de los políticos, una novela de Azorín que vio la luz unos días después del golpe,
58 Ibid.
en la que el exdiputado conservador criticaba el caciquismo y la clase política, pero idealizaba a Maura. Azorín, como Benavente, aceptsin muchos reparos la dictadura. Eugenio D’Ors, que acababa de romper con la Mancomunitat y el nacionalismo catalán y se había instalado en Madrid, se mostrdesde el comienzo partidario del autoritarismo en sus glosas de ABC. D’Ors eludilas alusiones explícitas a Primo de Rivera, pero su identificacin con las dictaduras de entreguerras fue en aumento, ycuando los reyes italianos visitaron Espaa en 1924 no tuvo reparos en aclamar que la Italia de Mussolini era quién debía liderar «una misin universal» en coherencia con el histico «genio» de los italianos59.
En la misma línea acabtransitando Ramiro de Maeztu, quien vio en el dictador la culminaci de los ideales de Joaquín Costa y del 98, el cirujano de hierro que debía regenerar Espa. Fueron muchos los intelectuales y sectores sociales que cayeron de nuevo en otra ensoci, ilusionándose en que sería el Ejército quien dirigiese la regeneraci nacional. De hecho, Maeztu pididesde el principio una dictadura larga desde las páginas de El Sol y La Correspondencia de Espa. Fueron sus as de maduraci política, y si al comienzo su liberalismo no entraba en contradicci con la dictadura, desde 1926-27 se definiya como autoritario antiliberal.
La cambiante y controvertida posici de Ortega, fue un tanto benevolente con la dictadura en sus primeros tiempos. Ortega seguía rechazando la «vieja política», pero a la altura de 1923 había cejado en sus empresas políticas, buscando en la alta cultura la brjula desde la que orientar a las élites en un esfuerzo largo por formar las minorías rectoras. Así había surgido la Revista de Occidente, como un producto netamente cultural, «de espaldas a la política, ya que la política no aspira a entender las cosas» decía su primer editorial. La benevolencia fue también la línea que siguiel diario El Sol con la dictadura: «El Directorio es, como él mismo ha declarado, un arma purificadora, pasajera y circunstancial», decía un editorial de noviembre de 192360.
Contra la dictadura se manifestaron desde el principio otros intelectuales como Aza, Unamuno, Machado, Maran, Blasco Ibáz o Pérez de Ayala. Aza hizo de la revista Espa la punta de lanza contra el dictador. En 1924 Primo de Rivera desterra Unamuno, y cerrel Ateneo.
59 D’Ors, Eugenio: «Glosas», ABC, 7 de junio de 1924, pp. 8-9.60 García Queipo de Llano, 1988, p. 103.
Dos as después Maran acabencarcelado, Castillejo temique la llegada de los caticos ultramontanos al poder con el Directorio Civil arruinase la obra de la JAE, y Alberto Jiménez Fraud llega creer que la dictadura cerraría la Residencia de Estudiantes, igual que el Ateneo.
En algunos momentos parecique la dictadura había liquidado a la intelectualidad que durante los as diez había promovido una fuerte movilizaci política, y que divididos y descorazonados, los intelectuales terminarían por desaparecer del tablero político.
Sin embargo, fueron los intelectuales y en especial los universitarios, los que en la fase final de la dictadura se convirtieron en una de las principales fuerzas de choque contra la misma. Desde Francia, Unamuno yBlasco Ibáz soliviantaron a Primo de Rivera con continuas campas,revistas y panfletos, que les convirtieron en el azote del dictador. Desde el interior, las huelgas universitarias, la acci de algunos profesores y la fuerte movilizaci de los estudiantes encuadrados en la FUE, pusieron en jaque a Primo de Rivera. Desde marzo de 1929 las huelgas universitarias en Madrid apoyadas por catedráticos como Julián Besteiro, Jiménez de As o incluso Ortega, provocaron un fuerte desgaste al dictador, que terminpor cerrar la Universidad Central, renunciando entonces a sus cátedras algunos intelectuales tan significativos como Ortega, Jiménez de As o Fernando de los Ríos.
Tuvo que pasar algo más de una década para que en Espa se produjera la caída de Alfonso XIII, como también que había sucedido con los Romanov en Rusia, donde mediaron doce as entre el intento de democratizaci liberal de 1905 y la revoluci social de 1917. La democracia se abriasí paso en Espa en 1931 a través de una revoluci de guante blanco, como consecuencia tardía del ciclo de protesta y movilizaci social que tuvo su punto álgido en la segunda mitad de los as diez, en una crisis cerrada en falso.
Los intelectuales, que habían estado entre los grandes agitadores de la crisis de los as diez, tuvieron un destacado protagonismo en la democratizaci de Espa que se inicien 1931. En un conocido artículo, Azorín sentencientonces:
¿Quién ha traído la Replica? ¿Por quién ha venido la Replica? ¿La habéis traído vosotros, los que ahora usufructuáis el poder? ¿Ha venido por los que estabais dispuestos a realizar el hecho de fuerza necesario para el cambio de régimen? El cambio del régimen se ha producido por un cambio del espíritu plico (…) una transformaci del sentimiento nacional madurado a lo largo de treinta as. Y esa trasmutaci, ¿la habéis hecho vosotros, los que estáis ahora en el poder? No; el cambio de la sensibilidad plica, en los sentimientos de todo un pueblo, lo ha ido lentamente operando una legi de trabajadores intelectuales a lo largo del tiempo. (…) La Replica la han hecho posible los intelectuales.61
Hubo, desde luego, otras fuerzas sociales y políticas —más allá de la accin de los intelectuales— que contribuyeron decisivamente a la democratizaci de Espa que culmincon la proclamaci de la Segunda Replica. Pero como indicAzorín, mucho más que a acciones políticas concretas, la deslegitimacin moral y social del régimen de la Restauracin, la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera, se debieron en buena medida a la actividad constante de los intelectuales. Su participaci política se había iniciado a raíz de la crisis finisecular, y la irrupci de una nueva generaci tuvo uno de sus momentos de actividad más viva y fecunda en la segunda mitad de los as diez, y acabsiendo clave a finales de los as veinte. Esa acci efectiva y constante fue decisiva para la creaci en buena parte de la sociedad espala de una nueva sensibilidad favorable a las libertades y a la democratizaci del país. Franco tombuena nota.
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61 Azorín, «La Replica es de los intelectuales», Crisol, 4 de junio de 1931, p. 5.
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Este trabajo forma parte de mis investigaciones realizadas en el marco de los Proyectos de I+D «La crisis espala de 1917», HAR201568348-R, y «Desafíos educativos y científicos de la Segunda Replica: internacionalizaci, popularizaci e innovaci en universidades e institutos», PGC2018-097391-B-IOO.
Álvaro Ribagorda es Profesor Titular interino de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid. Sus investigaciones se han centrado en la historia intelectual y sociocultural espala de la primera mitad del siglo XX en perspectiva internacional, con especial interés en las instituciones culturales, científicas y educativas del Madrid de la Edad de Plata y la Segunda Replica, como la Residencia de Estudiantes y la Universidad Central. En la actualidad codirige con Leoncio Lez-Oc el proyecto de investigaci «Desafíos educativos y científicos de la Segunda Replica: internacionalizaci, popularizaci e innovaci en universidades e institutos», PGC2018-097391-B-IOO.
Entre sus obras destacan Caminos de la modernidad. Espacios e instituciones culturales de la Edad de Plata (1898-1936). Biblioteca Nueva, 2009; El coro de Babel. Las actividades culturales de la Residencia de Estudiantes, Residencia de Estudiantes, 2011; «Los frutos perdidos: los intelectuales de la Residencia de Estudiantes en el exilio», Arbor (2009); «Los intelectuales en la crisis. El debate plico en torno a la guerra europea y la situaci espala», en Eduardo González Calleja (coord.): Anatomía de una crisis. 1917 y los espales. Alianza, 2017; así como la edici junto a Eduardo González Calleja de los libros: La Universidad Central durante la Segunda Replica. Las ciencias humanas y sociales y la vida universitaria (1931-1939), Dykinson, 2013, y Luces y sombras del 14 de abril. La historiografía sobre la Segunda Replica espala, Biblioteca Nueva, 2017.