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Ferret, Jérôme. Crisis social, movimientos y sociedad en España hoy. Zaragoza: Sibirana, 2016, 203 pp.
Papeles del CEIC. International Journal on Collective Identity Research, núm. 2, pp. 1-7, 2017
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Revisión Crítica

España: una relación explicativa con la violencia

El libro de Jérôme Ferret “Crisis social, movimientos y sociedad en España hoy” es la anatomía de tres partes de España en un momento determinado, o de tres Españas según se mire. El título, pretendidamente preciso, pone nombre desde el principio al retrato que acompaña. Tres elementos lo conforman. Uno: el social, una relación, o mejor un conjunto o red de relaciones complejas y en movimiento. Dos: un espacio, un país, España. Tres: un tiempo, hoy. El profesor Ferret le puso el nombre de “hoy” pero hoy, el tiempo al que él se refiere, disecciona y analiza ya es ayer. En todo caso, no hay hoy sin antes de ayer y mucho menos sin ayer por lo que resulta útil y provechoso mirarse en ese espejo que un francés nos propone.

La percepción de alguien que no es “nosotros” de un “otro” arroja siempre resultados que una perspectiva interna no podría aportar. La distancia acompañada de una proximidad respetuosa y respetada, proporcionan matices que los datos alcanzables mediante investigaciones empíricas cuantitativas, e incluso cualitativas, no podrían ofrecernos. La investigación de un sociólogo francés que pone la lupa en España es, en sí mismo un estudio de interés, si además, como es el caso, se trata de un análisis riguroso lo mejor, en mi opinión, es ver y leer cómo somos vistos, percibidos e interpretados en esta “fotografía.”

Quisiera proceder como cualquier crítico de arte haría al enfrentarse a la descripción y catalogación de una obra o la inclusión del autor en un movimiento u otro. Jérôme Ferret no elabora un retrato abstracto de España, al contrario, la suya es una representación muy concreta como demuestran las entrevistas, conversaciones, más bien, sostenidas con algunas representativas personas de los objetos de estudio. La sólida composición de su libro se hace evidente ya en el índice, de una minuciosidad casi preciosista que detalla su estructura y orienta al lector a la manera de una brújula precisa. Pero no nos confunde ese guiño al preciosismo, este libro de Ferret es una obra perteneciente al clasicismo porque el empeño en ser lo más fiel posible al objeto retratado evitando distorsiones o hipérboles se impulsa desde el oficio de una mirada formada en y con los clásicos de la sociología sobre todo francesa. A los que acompaña con autores contemporáneos y no solo de su país (Bourdieu, Durkheim, Elías, Giddens, Touraine, Wacquant, Weber, Wieviorka…), también y muy especialmente del nuestro (Palomera, Pérez-Agote, Subirats, Tejerina…), como corresponde a un acercamiento coherente y exhaustivo.

El autor, preocupado ante todo por lo que es, supone y alcanza la violencia en España pone su foco en tres lugares, tres espacios que son tres símbolos de tres Españas que son una. El País Vasco, Cataluña y Madrid. Las dos primeras paradas las hace para mostrar y demostrar su hipótesis sobre la violencia y la tercera, con los indignados de Madrid, para hacer lo mismo con su antítesis. La violencia y la no violencia en una relación dialéctica que prefigura la historia más reciente y el presente más vigente de nuestro país. No lo dice de este modo pero creo que su opinión sobre nosotros es que siempre hemos flirteado con la violencia, que la violencia siempre ha estado ahí latente, guardada como se guarda un as en la manga al que, si es necesario, se recurrirá como medio o estrategia para defender o atacar y, en todo caso, para evitar lo que unos y otros consideran males mayores.

España, bien se sabe, ocupa la mayor parte de la península Ibérica y es pues casi una ínsula. A punto está de ser isla y no lo es porque al norte una cadena montañosa nos une a Europa pero nos une tanto como nos separa, nos acerca tanto como nos aleja pues los Pirineos son una frontera natural de paso difícil que, por razón del terreno, siempre dificultó el tránsito de un lado a otro. Y no me refiero sólo al tránsito de personas sino sobre todo al de ideas, opiniones, tendencias… Es evidente que hoy la globalización y la interconexión en tiempo real que los medios de comunicación y transporte garantizan han cambiado nuestra manera de estar en Europa y en el mundo, sin embargo esa peculiaridad geográfica que por tantos siglos nos condicionó y cinceló no se borra ni prescribe tan fácilmente.

De alguna manera el Sur como concepto y como realidad relativa, pero incontestable a un tiempo, siempre ha ejercido una cierta fascinación sobre los pobladores del Norte. Es verdad que nosotros, España, como ocurre con prácticamente todos los países, somos el Sur respecto a unos a la vez que el Norte en relación a otros. La propia Francia lo es, ubicada al norte de España pero al sur de Alemania. En nuestro caso concreto tal vez esa fascinación se acreciente por la particularísima historia española, su larga relación de convivencia y a la vez pugna entre las culturas cristiana, árabe y judía, así como la coexistencia en un equilibrio siempre difícil y disputado de los nacionalismos que la albergan.

Decía Nietzsche, maestro de los maestros, que no existen los hechos sino solo interpretaciones (Niestzsche, 2009: 283). De ahí que estas sean no solo importantes sino absolutamente imprescindibles pues no tenemos ni disponemos de otra cosa que no sean interpretaciones. La de Jérôme Ferret nos resulta especialmente valiosa por cuanto elabora una sociología de la violencia. Como él mismo dice “si se estudia la violencia es porque permite describir lo que en nuestras sociedades favorece o no la formulación de proyectos políticos colectivos” (p.19). Esa premisa general es llevada al caso español, a los tres casos españoles ya mencionados a los que, en primera instancia, aplica el marco teórico de Wieviorka (1995) para distinguir un componente objetivo y otro subjetivo de la violencia. De tal modo que, junto a potenciales déficits de actores, sistemas, mediaciones o relaciones que sustentarían la existencia de una violencia objetiva puede existir también una violencia diferente, subjetiva a la que se llega cuando los grupos sociales incapaces de conocer la realidad en que se hallan construyen representaciones que les alejan de la misma resultando entonces imposible comprender y comprenderse.

Como es lógico, la violencia por la que se interesa el investigador y refleja el libro no es cualquier violencia sino la que resulta, antecede o acompaña a algún tipo de conflicto social o político. En el caso específico español es la relacionada con el nacionalismo entendido como una auténtica “religión civil” y que por tanto, y por definición convierte en herejes, esto es, disidentes peligrosos a aquellos que no profesan la misma fe.

El primer y crucial enmarque que se hace de España es ubicarla en su propia historia. Sí, se habla de España hoy y, en consecuencia, se habla y se observa a una España posfranquista. Una España consciente y vitalmente democrática que ha arrastrado hasta hoy lodos que aún duelen.

Aunque de modo muy sucinto comentaremos cada uno de los tres casos.

El primero, el del País Vasco, resulta por motivos humanos el más complejo. De algún modo se trata de una sociedad atormentada durante demasiado tiempo que ve cómo algunos de los suyos vuelcan en la violencia sus deseos y aspiraciones. Dice Ferret, con acierto, que la violencia organizada allí “mata lo social” que pudiera haber detrás. De algún modo aniquila cualquier otra reivindicación y voluntad que no fuera la estrictamente soberanista. Durante décadas la socialización del proceso de identidad colectiva se produce a través del sufrimiento: sufrimiento de infligir y recibir daño. Pues a la violencia estrictamente física con toda su carga mortífera se añade la simbólica, no solo pero poderosamente verbal. Las palabras, los mensajes se emplean como una forma de agredir de doble utilidad: envoltorio de ataques directos destinados a la vez a mantener y avivar el odio que sustenta la violencia física entre los adeptos actuales o potenciales. El autor se pregunta si acaso los jóvenes nacionalistas no son “prisioneros de un mito” porque se aísla a la violencia fundacional y sustentadora en un enmascaramiento lo que conduce a una ocultación de los “enmarques cognitivos” y, además, porque se trata de una violencia “autorreferencial” donde las “luchas de sentido” se desenvuelven en dos espacios de confrontación sin interacciones.

Sustancial e históricamente distinto al caso de la violencia en el País Vasco es la de Cataluña. Aquí “lo social contiene a la violencia.” A juicio de Ferret, que en este punto se nutre de otros investigadores como Larroque (2010), la sociedad y la autonomía catalana se han “definido y pensado siempre como ‘singulares’ frente a otras comunidades históricas españolas, calificadas a veces como ‘superficiales.” A ello se suma que, en Cataluña, los jóvenes han percibido su situación ante la crisis económica y la rapidez con que se han sucedido los cambios como de una gran “incertidumbre estructural.” Un odio silencioso se abre paso y desemboca en nuevas violencias que Ferret teoriza como violencia infrapolítica y violencia metapolítica.

Infrapolíticas porque, por distintas que sean, coinciden en que su objetivo no es combatir directamente la política del Estado español o la autonómica sino la de “controlar, a título privado, de forma más o menos informal, los recursos económicos en un territorio urbano”(p. 89). De esta clase de violencia el autor señala tres tipos distintos:

• la que proviene de criminalidades ordinarias organizadas como respuesta a una “mundialización por lo bajo”;

• las de origen xenófobo;

• la de los “anti-sistema”, en la frontera misma entre el anti-institucionalismo y el nacionalismo.

Por otro lado, la violencia metapolítica no es privativa ni específicamente catalana, de hecho, fueron los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004 de Atocha los que han marcado el antes y el después de una violencia que, más allá de la política, unifica identidad y religión. Sin embargo Ferret lo sitúa en el marco catalán por dos motivos: porque Cataluña es vista por los expertos como un foco importante del islamismo radical en Europa y porque, dado el debate sobre la identidad catalana y el ascenso del radicalismo religioso, allí se generan estereotipos entre los jóvenes inmigrados de modo que el catalanismo en tanto que proyecto soberanista puede suscitar reticencias al resultar cerrado y excluyente para ellos.

Atención aparte merece para Jérôme Ferret la violencia urbana. Aun mostrando notables diferencias con el caso francés, el autor encuentra algún vínculo entre la violencia de algunas ciudades industriales catalanas, y compara el ejemplo de Terrassa, con los de las banlieues del norte de París donde se concentran la mayor parte y los casos más graves. Aunque no profundiza en la cuestión, pues ello le apartaría del tema principal de análisis, Ferret sí observa, cómo puede resultar paradójica la manifestación de esa violencia urbana en ambos países. La mayor presencia estatal en las banlieues es un dato objetivo que se traduce en cifras que demuestran que allí muchos hogares pueden llegar incluso a sobrevivir gracias exclusivamente a la ayuda pública lo cual, sin embargo, no impide que los brotes de violencia sean recurrentes y crecientes desde los años noventa, produciéndose cíclicamente episodios muy graves alternados con otros cotidianos de menor intensidad. Por contra en Can´Anglada, barrio de Terrassa, la presencia pública es sustancialmente menor y, a excepción de los graves y aislados enfrentamientos de julio de 1999 entre jóvenes españoles y población marroquí asentada allí, la violencia no es ni medio habitual ni recurso latente con el que ningún colectivo pretenda alcanzar más y mayores ayudas públicas. Antes bien, como corresponde a los países del sur la sociedad se vertebra a través de redes familiares que se ven complementadas con el apoyo de asociaciones de vecinos e instituciones religiosas.

Así, en ambos países pueden encontrarse ejemplos de la violencia urbana pero ni cuantitativa ni cualitativamente resultan similares. En el caso francés la brecha es difícilmente salvable mientras que en el español, con un porcentaje de inmigración islámica mucho menor y sin los rencores históricos abonados por la colonización, las manifestaciones no constituyen, a día de hoy, un problema de orden público ni de inseguridad para ninguna de las partes.

Y, por fin, en tercer lugar, el movimiento social de los indignados o, en palabras de Ferret, “cuando lo social mata a la violencia o la violencia rechazada de los indignados” (p. 115). Dos porqués y la conjura de un peligro articulan su reflexión:

• por qué los indignados

• por qué los indignados rechazan explícitamente la violencia

• cómo responder a tales cuestiones sin incurrir en una sobreinterpretación.

Es evidente que este movimiento carece de la historia de los dos anteriores, de hecho aún no es unánime ni pacífica su cosificación como movimiento, algunas voces lo siguen calificando como un episodio carente de la regularidad y permanencia de los auténticos “movimientos.” El autor proporciona dos posibles definiciones para los “indignados.” Una más amable que otra pero no necesariamente excluyentes y ambas potencialmente ciertas, a mi juicio. “Meta-red innovadora, flexible, dotada de cualidades superiores a las viejas organizaciones ya superadas” (p. 124) y caracterizada por “el anonimato, la horizontalidad e inclusión” (p. 124). Que, a pesar de todo, no sería suficiente para explicar por sí solo su victoria mediática “salvo que se acepten las justificaciones de los actores y sus modelos” (p. 124). Lo cual hace preciso pensar en otra forma complementaria de verlo como “coalición que asocia de manera provisional (…) diferentes colectivos (…) que trabajan el mundo de las juventudes españolas desde mediados de los años 90” (p. 125).

Movimiento o momento, el de los indignados apuesta fuerte por la visibilidad social y la ruptura de las fronteras entre lo real y lo virtual para lograr una presencia extensa e intensa en la sociedad. Pero Ferret no acaba de ver conquista o heroísmo en su liberación de los “macrorrelatos ideológicos” sino más bien desconfianza en las disciplinas y democráticas aun sin pretender en realidad romper con el “Sistema”.

Finalizado el viaje por las tres Españas, el libro se cierra, se cierra la tesis con unas “discusiones dejadas en suspenso” donde reflexión y ejemplo clausuran un recorrido en el que aprender qué nos enseña España sobre ella, sobre nosotros mismos: una gran transformación, una red de actores y acciones no ciegas, no obsesivas, no determinadas.

Referencias

Larroque, J. (2010). Des strategies d’appropiation des modèles d’intégration par les Communautés autonomes en Espagne: une etude comparative des politiques d’intégration des étrangers en Catalogne et au Pays Basque (2000-2009), Thèse de Science Politique. Montpellier: Université Montpellier I.

Nietzsche, F. (2009), Sabiduría para pasado mañana. Antología de fragmentos póstumos. Madrid: Tecnos.

Wieviorka, M. (1995). Plaidoyer pour un concept. En F. Dubet y M. Wieviorka (Dirs.), Penser le sujet. Autour d’Alain Touraine (pp.209-220). Paris: Librerie Arthème Fayard.



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