CRIP, WHAT??
Enunciaciones, tensiones y apropiaciones en torno a la reivindicación de lo tullido en el contexto español

CRIP, WHAT?? Statements, tensions and appropriations around the claim of the term tullido in the Spanish context

Andrea García-Santesmases Fernández*

Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

Palabras clave

Crip,
Diversidad funcional
Discapacidad
Queer
Transfeminismo

Resumen: La diversidad funcional ha sido tradicionalmente nombrada de forma estigmatizadora: discapacidad, minusvalía, invalidez, etc. El activismo de vida independiente español batalla contra esas heterodesignaciones, apostando por formas de auto-enunciación en positivo, incluso desde la reapropiación del insulto. Este artículo busca analizar este proceso a raíz del surgimiento y difusión del término tullido en un momento particular de confluencia entre activismos: las alianzas queer-crip o tullido-transfeministas. Para ello, se parte de los resultados de una investigación etnográfica, a caballo entre la academia y el activismo, que permite, por un lado, trazar una genealogía de lo tullido, y de su traducción como crip, en el contexto español; y, por otro lado, reflexionar, gracias a las entrevistas realizadas con activistas de la diversidad funcional, transfeministas y queer, sobre los diferentes posicionamientos en torno a la utilización, y posible politización, de estas injurias. Las conclusiones apuntan a las tensiones existentes en torno a la representación y la enunciación de/desde lo tullido y con relación a las lógicas coloniales subyacentes a la reivindicación de lo crip. No obstante, también se identifica el potencial político del término tullido que resulta subversivo cuando es reivindicado por los sujetos concernidos. Llamarse tullido conlleva no solo evidenciarse como diferente, sino como deficitario según los estándares vigentes de normalidad y deseabilidad y, por tanto, reírse de sus lógicas capacitistas y denunciar la biopolítica que los gobierna.

Keywords

Crip
Functional diversity
Disability
Queer
Transfeminism

Abstract: Functional diversity has been traditionally named in a stigmatizing way: disability, handicap, impairment, etc. Independent Living Activism in Spain refuses those hetero-descriptions, promoting forms of positive self-enunciation, even by reaproppriating disparaging terms. This article seeks to analyze this process, as a result of the emergence and diffusion of the term tullido (crip) at a particular moment of confluence among activisms: the tullido-transfeministas (crip-queer) alliances. The article is based on the results of an ethnographic research, straddling between academia and activism. This paper presents, first, a genealogy of the term tullido, and its translation as a crip, in the Spanish context; and, second, a reflection, based on the interviews carried out with functional diversity, transfeminist and queer activists, about the different positions regarding the use, and possible politicization, of these injuries. The conclusions point to the existing tensions around the representation and the enunciation of/from the term tullido and in relation to the colonial logics underlying the claim of the term «crip». However, the political potential of the term crip, which is subversive when it is claimed by the subjects concerned, is also identified. Calling yourself crippled involves not only showing yourself as different, but also as defective according to the current standards of normality and desirability, therefore playfully denouncing their ableist rationale and the biopolitics that governs them.

* Correspondencia a / Correspondence to: Andrea García-Santesmases Fernández. Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Internet Interdisciplinary Institute (IN3), Parc Mediterrani de la Tecnologia (Edifici B3), Av. Carl Friedrich Gauss, 5. 08860-Castelldefels (Barcelona) –  agarcia_santesmases@uoc.edu – http://­orcid.org/0000-0002-8234-7782.

Cómo citar / How to cite: García-Santesmases Fernández, Andrea (2020). CRIP, WHAT?? Enunciaciones, tensiones y apropiaciones en torno a la reivindicación de lo tullido en el contexto español. Papeles del CEIC, vol. 2020/2, papel 232, -145. (http://dx.doi.org/10.1387/pceic.21027).

Fecha de recepción: julio, 2019 / Fecha aceptación: mayo, 2020

ISSN 1695-6494 / © 2020 UPV/EHU

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Creative Commons Atribución 4.0 Internacional

1. El lenguaje es un campo de batalla: activismos
y auto-enunciación

El lenguaje no es arbitrario ni casual, tiene un carácter denotativo y connotativo que configura márgenes y, por tanto, exclusiones. Los movimientos sociales son conscientes del poder performativo del lenguaje, de ahí su esfuerzo reiterado por encontrar formas de nombrar(se) que son, también, formas de auto-enunciarse (Melucci, 1995). Este convencimiento los lleva a apostar por nuevas terminologías, en las que suele tener más importancia el mensaje político que la corrección ortográfica o gramatical. Incluso, en ocasiones, esa incorreción de forma es una apuesta por desafiar y denunciar el fondo. Piénsese, por ejemplo, en la utilización de la «x» o el asterisco (*) en sustitución de la vocal que denota el género de la palabra como ejercicio de disidencia contra el binarismo que prescribe la lengua española.

Así ha ocurrido también en la lucha de los mal llamados «discapacitados». El activismo de vida independiente1 surge en el contexto español en el año 2001, de la mano del Foro de Vida Independiente y Divertad2 (FVID), una comunidad virtual que no tiene estructura formal ni depende de ayudas o subvenciones. El FVID hace del lenguaje una de sus principales batallas: en contraposición a terminologías peyorativas como minusvalía o discapacidad, aboga por utilizar diversidad funcional. En su manifiesto fundacional explican «si queremos cambiar ideas o valores no tendremos más remedio que cambiar las palabras que los soportan y le dan vida» (Romañach y Lobato, 2005: 1). El cambio de terminología no es una propuesta aislada, sino que viene enmarcada en la defensa de un nuevo paradigma: el modelo de la diversidad (Palacios y Romañach, 2006). Paralelamente a la difusión y defensa del término diversidad funcional, este activismo utiliza, de forma informal, esporádica y en clave de humor, cojo o cascao, ya que, como teoriza Butler, existe la posibilidad de subvertir el poder injurioso de una denominación: «la palabra que hiere se convierte en un instrumento de resistencia» (2004: 261).

En esta clave quisiera analizar el reciente surgimiento y utilización del término tullido, y de su traducción como crip, en el contexto español. Para comenzar es importante señalar que, en este caso, la reapropiación del término injurioso no es fruto de una radicalización discursiva gestada dentro del activismo de vida independiente, sino que se origina en su proceso de encuentro y alianza con el movimiento queer y transfeminista3. Esta «alianza» tiene su punto de partida en el proyecto documental Yes, we fuck!4 (Centeno y de la Morena, 2015) que busca retratar la sexualidad de las personas con diversidad funcional desde una perspectiva disidente, en la que la crítica al capacitismo5 que oprime sus sexualidades y corporalidades se realiza de la mano de una crítica más amplia a la heteronormatividad. Las alianzas, que se originan a partir de ese documental, lo trascienden y se materializan a partir de una serie de proyectos conjuntos, así como de relaciones personales y profesionales, que construyen no solo un discurso político compartido, sino un sentimiento de pertenencia a una misma comunidad (García-Santesmases, Vergés Bosch y Almeda Samaranch, 2017).

He acompañado y analizado este proceso a través de una investigación etnográfica. Partiendo de sus resultados, este artículo se centra en analizar la aparición, utilización y difusión del término tullido en el marco de las alianzas tullido-transfeministas, también denominadas queer-crip. Para ello, tras presentar la metodología utilizada en la investigación, se traza una breve genealogía del término tullido que permite situar su aparición y analizar su difusión en el contexto español. A continuación, se ponen en diálogo las voces de los activismos concernidos por esta denominación. Por último, se desarrollan unas líneas de reflexión en torno al potencial político, y las tensiones que subyacen, cuando se apela a lo tullido en nuestro contexto.

2. Metodología

Este artículo se apoya en una investigación de carácter etnográfico a caballo entre el activismo y la academia, desarrollada entre finales del año 2012 y finales de 2016. El trabajo de campo se basa en la observación participante, la realización de 30 entrevistas en profundidad de carácter semi-estructurado y el seguimiento en redes y medios de comunicación de la discusión en torno a la sexualidad y la diversidad funcional. Llevar a cabo esta investigación fue posible gracias a mi participación en el proyecto documental Yes, we fuck!6. Realicé las entrevistas en el último año y medio en el campo, cuando conocía bien el contexto y tenía confianza con la mayor parte de personas entrevistadas. La elección de informantes no respondió a variables muestrales clásicas (como edad o género), sino precisamente a mi conocimiento del campo de investigación y a la definición de dos criterios clave en este contexto: el tipo de activismo y el nivel de implicación en las alianzas tullido-transfeministas.

Respecto a la primera variable, se realizaron 15 entrevistas con personas relacionadas con el activismo de vida independiente (catorce personas con diversidad funcional y un asistente personal afín a la filosofía de este movimiento) y otras 15 con activistas queer y transfeministas. Esta diferenciación no es categórica; hay algunas personas que hubieran podido entrar en ambas categorías y otras que «transitaron» durante el proceso. Por ejemplo, una parte significativa de las activistas queer y transfeministas entrevistadas tenían o habían tenido un contacto laboral con el mundo de la diversidad funcional (como asistentes personales, cuidadores, educadores, monitores, etc.) y/o un posicionamiento afín a la filosofía de vida independiente. De la misma forma, había personas con diversidad funcional cuya orientación sexual e identidad de género podían enmarcarse dentro del espectro queer y, de hecho, este tipo de identificaciones fue aumentando en el propio transcurso de las alianzas entre lo tullido y lo transfeminista. No obstante, el criterio muestral resultó útil en tanto que aglutinador de una serie de experiencias, trayectorias y adscripciones suficientemente significativas como para diferenciar ambos grupos.

En lo relativo a la segunda variable de selección muestral, el nivel de implicación, este varía: en el caso del activismo transfeminista, se trata de personas muy politizadas y con un alto nivel de implicación en las alianzas; en el caso del activismo de vida independiente, se trata de referentes dentro de este movimiento, pero no todas las personas entrevistadas habían tenido un papel central en las alianzas. La heterogeneidad dentro de este segundo grupo responde, precisamente, al interés por explicitar y problematizar los diferentes niveles de vinculación que se habían producido por parte del activismo de la diversidad funcional en torno a las alianzas.

Las entrevistas se realizaron a partir de un guion flexible que propiciaba el diálogo y el análisis conjunto sobre el proceso que estábamos viviendo. Desechada una aproximación positivista y en pro de una metodología feminista, intenté implantar lógicas más colaborativas en este proceso. Tal y como se había pactado previamente, las personas entrevistadas recibían el texto transcrito de sus entrevistas una vez realizadas y podían modificarlo, añadiendo información, matizándola o directamente eliminando fragmentos. De la misma forma, ellas elegían si querían, de cara a futuras publicaciones como esta, aparecer con sus nombres reales o con pseudónimos. En el caso de los discursos recogidos en este artículo, todas optaron por conservar sus nombres reales con el objetivo de visibilizar su agencia en la producción de conocimiento.

3. Genealogía de lo tullido

En este apartado se presenta una genealogía sobre las diferentes formas en que se ha nombrado la diversidad funcional en el contexto español, desde la aparición del FVID en 2001, con el objetivo de situar históricamente la aparición y, analizar la difusión, del término tullido. Para ello, se conjuga la información procedente de fuentes secundarias (bibliografía especializada, documentos oficiales, textos activistas, etc.) con la recogida en mis registros de campo. Estos materiales son analizados poniendo en diálogo el marco internacional y local de los disability studies.

3.1. Diversidad funcional: la lucha por nombrarse en positivo

En España, la diversidad funcional ha sido tradicionalmente nombrada de forma tan peyorativa como en otros lugares del mundo. Incluso en documentos oficiales se utilizaban términos y conceptos que hoy consideraríamos inaceptables como subnormal, minusválido o anormal7. Sin embargo, otros términos, igualmente ofensivos si pensamos en su etimología, como incapacitado, inválido o discapacitado, continúan vigentes. Esto es producto de la pervivencia de un Modelo Médico que ve a la persona con diversidad funcional como un cuerpo dañado que debe someterse a tratamiento y rehabilitación para asimilarse lo máximo posible a los estándares de normalidad (Oliver, 1990). El término discapacitado que remite a este paradigma en nuestro contexto es, sin embargo, reivindicado en el mundo anglosajón desde los posicionamientos teórico-activistas afines al Modelo Social de la discapacidad: se defiende utilizar disabled no como algo intrínseco a la persona sino como el efecto de una sociedad «discapacitante». Tal y como explica Oliver «si la discapacidad es definida como una opresión social, entonces las personas discapacitadas serán vistas como víctimas de una sociedad» (ibídem: 22). Por el contrario, en español, el término discapacitado no alude a un proceso social, sino que se entiende que nombra una característica esencial de la persona, mientras que términos análogos construidos igualmente a partir del sufijo «ado» (como racializado o masculinizado/feminizado) sí que apuntan exitosamente al proceso de categorización social.

Discapacitado, que hasta hace poco era el término oficial, comienza a resultar políticamente incorrecto en nuestro contexto y, en la actualidad, se tiende mayoritariamente a usar persona con discapacidad. También se utilizan, de manera minoritaria, términos similares que buscan nombrar en positivo, como personas con distintas capacidades, capacidades diferentes o (dis)Capacitados8. A pesar de sus buenas intenciones, todas estas terminologías perpetúan la tesis capacitista de que la persona es un «ente completo original» al que se le añade algo externo y extraño, en este caso, la discapacidad nombrada de diversas formas. Y, tal y como problematiza Moscoso:

«subyace el consenso tácito de que la discapacidad es intrínsecamente mala, y este tipo de afirmaciones no pueden entenderse sino como una invitación a comportarse como si no se fuera discapacitado, lo cual significa remedar la normalidad, pero no replicarla.» (2010: 273)

Desde el activismo de vida independiente español, en línea con el modelo social anglosajón, se aboga por utilizar un lenguaje que denuncie la discriminación en lugar de señalar un déficit. Su apuesta es utilizar «personas discriminadas por su diversidad funcional» (abreviado en «personas con diversidad funcional») que busca subrayar que todas las personas funcionamos de manera diferente y que, por tanto, lo que agrupa a este colectivo de personas no es su «incapacidad», sino la discriminación que sufre su forma (minoritarita) de funcionar. También plantean la importancia del lugar de enunciación:

«Es la primera vez en la historia que se propone un cambio hacia una terminología no negativa sobre la diversidad funcional, y que esa propuesta parte exclusivamente de las mujeres y hombres con diversidad funcional.» (Romañach y Lobato, 2005: 5)

Diversidad funcional es el término oficial defendido desde el FVID y sus aliados: es el utilizado en su página web, sus escritos, sus iniciativas legislativas, sus comparecencias parlamentarias, sus acciones, sus organizaciones (por ejemplo, los grupos de diversidad funcional del 15-M en Madrid o Barcelona), su manifestación anual (la Marcha por la Visibilidad de la Diversidad Funcional que se realiza cada septiembre en Madrid), incluso en el programa electoral de algunos partidos minoritarios. La apuesta por la nueva terminología tiene su eco en el debate académico en el que ha habido quienes problematizan su pertinencia (Ferrei­ra, 2010; Rodríguez y Ferreira, 2010; Moscoso, 2011), así como quienes apuestan por su utilización (Arnau, 2005; Palacios y Romañach, 2006; Iañez, 2009; Toboso y Guzmán, 2009; Platero y Rosón, 2012; Guzmán y Platero, 2012; Planella y Pié, 2012; Platero, 2013; Pié, 2012, 2014; Centeno, 2014; García-Santesmases, 2014, 2015, 2017; Arenas y Pié, 2014; Martínez-Rivero, 2014; Aparicio, 2016). En este segundo grupo resulta difícil diferenciar entre «escritos activistas» y «publicaciones académicas» ya que hay tanto autores como documentos híbridos, que buscan precisamente problematizar las dicotomías academia-activismo y teoría-práctica.

De esta forma, diversidad funcional sirve como elemento identificador del «nosotros» (en este caso, servirían para demarcar quiénes son afines al FVID) que, como explica Gamson (1997), siempre se construye mediante la delimitación de fronteras (boundary work) que excluye, también, a sectores del propio grupo social. En este sentido, resulta paradigmático el caso del Cocarmi (Comité Catalán de Representantes de Personas con Discapacidad) con su campaña «No nos cambies el nombre, ayúdanos a cambiar la realidad» del año 2016 que busca oponerse al término diversidad funcional. Y cuando en estos espacios se utiliza dicho término, se suele acompañar de un «o discapacidad», lo que los posiciona como intercambiables y, en consecuencia, desactiva su potencial crítico.

3.2. ¡Tullido (y otras monstruosidades)! La reapropiación del insulto entra en juego

El lenguaje es un campo de batalla para el activismo de la vida independiente tal y como hemos visto en el apartado anterior. Si bien la apuesta política es utilizar diversidad funcional, de manera informal y humorística se utilizan términos peyorativos: cascao (véase la columna de Cesar Giménez en derechoshumanosya.org) y, con mayor frecuencia, cojo/a tal y como aparece en el título del libro «Cojos y precarias» (FVID y Agencia de asuntos precarios, 2012). En un sentido similar, en el blog «De retrones y hombres» de El Diario, Pablo Echenique y Raúl Gay defendían el uso de retrón como contraposición a bípedo. Incluso, a caballo entre la academia y el activismo, ha habido propuestas que aluden a la monstruosidad (Planella, 2007: Balza, 2011; Platero y Rosón, 2012; Pié, 2014; García-Santesmases y Centeno, 2015; Moscoso, 2015, entre otros) o lo freak (Allué, 2012) cuando analizan la diversidad funcional.

En este contexto, las alianzas tullido-transfeministas movilizan, por su parte, una serie de términos e inventan otros con el objetivo de construir un marco común de entendimiento y enunciación. La reapropiación de la injuria es uno de sus elementos centrales y, de hecho, la propia utilización del término tullido, y de su traducción como crip, en el contexto español se origina dentro de este movimiento político. Estas alianzas transitan entre la teoría y la práctica, entre la elaboración de un marco compartido de denuncia de la injusticia sufrida (la opresión heteronormativa-capacitista) y la construcción de espacios de encuentro y vinculación emocional en que se genera un sentimiento de pertenencia a una misma comunidad (García-Santesmases, Vergés Bosch y Almeda Samaranch, 2017).

La terminología utilizada por las alianzas, muchas veces, recurre al humor y la provocación. Tal es el caso de los Pic-nic mutantes: encuentros catalogados como mutantes en un juego semántico entre el uso de este término como adjetivo (los pic-nic como espacios que mutan, han mutado o están en estado de mutación) y sustantivo (que remite a la idea de todos somos anormales, todos somos mutantes). Esta misma nomenclatura fue también utilizada en las «Jornadas mutantes» celebradas en Barcelona entre el 28 y el 30 de noviembre de 2014. En la misma línea, se juega con la idea de una monstruosidad que aúne a ambos colectivos, tal y como lo utiliza Urko en la primera historia de Yes, we fuck!: «no les interesa que las monstruas, los monstruos y les monstrues, o sea todas las personas que no encajamos, se reproduzcan» (Centeno y de la Morena, 2015: min 5:54). También se moviliza la noción de abyección, por ejemplo, en el marco de la Jornadas Queer-Crip del Programa de Estudios de la Somateca (celebradas entre el 27 y el 29 noviembre de 2014 en el Museo Reina Sofía) en la actividad «Cuerpos abyectos, entrelazando vidas».

No obstante, la forma mayoritaria de auto-denominación de estos espacios es la de alianzas tullido-transfeministas o queer-crip, es decir, la alusión al encuentro, acuerdo y afinidad entre grupos diferentes. La RAE (Real Academia de la Lengua Española) define alianza, en su séptima acepción, como «unión de cosas que concurren a un mismo fin». En este caso, alude a un encuentro entre lo queer o transfeminista y lo crip o tullido. La semiótica utilizada por esta alianza refleja ese carácter de unión entre grupos diferenciados. Puede observarse, por ejemplo, en la siguiente imagen en que aparecen mezclados elementos relacionados con la diversidad funcional (prótesis, órtesis, medicinas, utensilios para la higiene personal) con lo transfeminista (dildos y otros juguetes sexuales como los propios del BDSM, elementos de identificación de género binarista, etc.).

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Fuente: https://www.museoreinasofia.es/actividades/cuerpos-abyectos-entrelazando-vidas

Imagen 1

Dipositivos arquitectónicos somatopolíticos, Diana Vázquez

Proyectos paradigmáticos de estas alianzas como los vídeos postporno (Nexos y Habitación) generados ad hoc para la Muestra Marrana 2013 y 2014, se definen literalmente como tullido-transfeministas. En este marco, el término tullido se moviliza para nombrar la diversidad funcional de forma provocadora y, en ocasiones, se conjuga con la reapropiación de otras injurias. Por ejemplo, en uno de los eventos más populares de las alianzas, el Museo Oral de la Revolución9, Antonio Centeno, director de Yes, we fuck! y conocido activista del FVID, se enunciaba así:

Os habla un cuerpo que ha sido mirado, valorizado y taxonomizado como inútil, subnormal, tullido, inválido, minusválido, disminuido, discapacitado, useless eater, impedido, lisiado. (Antonio Centeno, 07/05/2013)

Hay que tener en cuenta el contexto de discusión internacional para entender que esta alianza se inscribe en un marco global en el que se está teorizando y reivindicando la analogía de lo queer y lo crip. Eli Clare, teórica y activista, lo muestra en su obra «Queer y crip son primos hermanos: son palabras para chocar, palabras para infundir orgullo y amor propio, palabras para resistir el odio interiorizado, palabras para ayudar a forjar una política compartida» (1999: 70). Por tanto, a pesar de que tullido es definido por la RAE como «que ha perdido el movimiento del cuerpo o de alguno de sus miembros», es movilizado estratégicamente por las alianzas como una etiqueta amplia que alude a todas las diversidades funcionales. Así se utiliza en el contexto anglosajón: Sandahl (2003) explica que, al igual que queer busca criticar y desestabilizar las identidades a las que remiten las siglas LGTBI, crip pretende ser un paraguas amplio que abarque todas aquellas identidades estigmatizadas por tener cuerpos, mentes, comportamientos que funcionan de manera no normativa. McRuer (2006) amplía el debate y, siguiendo la analogía con lo queer, sugiere que crip podría no limitarse a la designación de aquellas personas a las que la biomedicina diagnostica como «discapacitadas», sino que podría ser reivindicado políticamente también desde personas asumidas como «capacitadas».

Este marco de referencia global genera opciones de alianza y referencia amplias para los activismos concernidos. No obstante, también origina ciertas tensiones en torno a la representación y la enunciación. El nombrar las alianzas indistintamente como «queer-crip» o «tulli­do-transfeministas» genera el automatismo de la equivalencia. Y plantear queer como la traducción inglesa del término transfeminismo sería problemático tal y como ya han planteado diferentes autorxs (Llamas, 1998; Preciado, 2003; Córdoba, Sáez y Vidarte, 2005; Romero, García Dauder y Bargueirás Martínez, 2005; Trujillo, 2014). De la misma, forma, tullido se instaura como la traducción de crip o crippled y esta traducción tampoco está exenta de tensiones (Guzmán y Platero, 2012). El efecto performativo del lenguaje está marcado por la identificación emocional con la lengua. De esta forma, habría que preguntarse si en nuestro contexto la utilización de crip puede generar los mismos efectos que la alusión a lo tullido. Por ejemplo, en la campaña Crip Power10 se utilizan imágenes del cuerpo tullido desnudo, pero el juego lingüístico se hace con el término anglosajón: crip es usado como sustantivo (crip is sexy, crip is trendy), adjetivo (crip pride, crip power) y verbo (crip yourself), opción esta última que también ofrece queer pero no sus acepciones en castellano11. El marco lingüístico anglosajón (el texto está en inglés y se imitan portadas de revistas americanas) aboga por el humor y la ironía, en detrimento de la incomodidad que podría suscitar la utilización de la lengua del público hispanohablante al que está dirigido.

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Fuente: cortesía de la autora.

Imagen 2

Fotografías de Afra Rigamonti para Vivir y otras ficciones

Esta breve genealogía nos ha permitido situar el surgimiento y difusión del término tullido en el contexto español. A continuación, se presentan las voces y los distintos posicionamientos de los activismos concernidos por esta denominación.

4. De interpelaciones y enunciaciones, palabras de activistas

¿Cómo se relaciona el activismo de la diversidad funcional con la alusión a lo tullido, lo cual constituye una interpelación directa a su corporalidad y a su identidad política? ¿Y cómo se posiciona el activismo queer y transfeminista ante la utilización de esta injuria y su potencial reapropiación? Estas son algunas de las cuestiones que abordamos en los siguientes apartados a partir de los discursos recogidos en las entrevistas realizadas.

4.1. La perspectiva crip: ¿Tullidxs, nosotros?

Las entrevistas realizadas muestran que una parte del activismo de la diversidad funcional se identifica plenamente con el término tullido ya que lo consideran una provocación directa y deseable. Su potencia reside en que es una palabra que no busca la aceptación y, por tanto, difícilmente puede ser asimilada por los discursos mainstream. Como dice María Oliver, miembro de la Oficina de la Vida Independiente (OVI) de Barcelona, «entiendo que lo que están diciendo es que no eres de los suyos y a mí esto ya me gusta». Se trata de una apuesta por la reivindicación de la diferencia, cuyas raíces se hunden en la lucha del FVID a favor del término de diversidad funcional: «Sí, queremos resaltar nuestra diferencia, porque es una realidad inherente en nuestras vidas, estamos orgullosos de ella» (Romañach y Lobato, 2005: 7). De esta forma, la auto-designación como tullido puede verse como el resultado de un proceso de empoderamiento colectivo, tal y como lo reivindica Soledad Arnau (OVI de Madrid y FVID):

«Desde un proceso de maduración personal/individual y colectivo, y más allá de la lucha igualitaria que garantiza el movimiento de vida independiente, nos re-apropiamos del término ofensivo con un nuevo significado (le re-significamos). Se trata de “un paso más allá”: el del “¡¡¡orgullo!!!, de… ser tullidx”.» (2016: 61)

Las activistas que más han participado en las alianzas queer-crip consideran que la utilización del término tullido es deseable y su generalización una cuestión de tiempo, que llegará de la mano de un proceso de politización más amplio:

Es un sueño, yo creo que tenemos que llegar a ese punto, porque tiene toda la lógica reapropiarnos del insulto. Pero antes es saludable defender diversidad funcional (…) una vez que eso vaya siendo lo políticamente correcto, entonces es cuando el insulto tendrá sentido, tendrá esa potencia de contraste, ese poder de rebelión. (Antonio Centeno, OVI de Barcelona, FVID y director de Yes, we fuck!)

Estas alianzas tullido-transfeministas conllevan para los activismos implicados un enriquecimiento mutuo incuestionable: amplía sus imaginarios, desafía sus prácticas y cuestiona sus privilegios (García-Santesmases, Vergés Bosch y Almeda Samaranch, 2017). No obstante, los propios activistas con diversidad funcional perciben un desfase en los procesos de politización no solo en relación con la forma de nombrar(se), sino a un nivel más general en la propia estrategia y objetivos políticos del movimiento:

Veo que en el ámbito queer la conciencia es muy grande y además es muy rica (…) En el mundo crip, lo primero que no se acepta llamarse así. O nos reconocemos 4 o 5, porque [el resto] no se sienten interpelados. Si ya está costando imponer la diversidad funcional… No hay una reflexión sobre las denominaciones, hay más una actividad en torno a obtener mayores beneficios de mi condición: que las ayudas sean mayores, que no mengüen. (Maria Oliver, miembro de la Oficina de la Vida Independiente (OVI) de Barcelona)

En este sentido, se plantea que el desfase en los procesos de politización entre lo queer y lo crip puede comportar una distancia significativa en cuanto a las estrategias de enunciación:

Ponerlas en el mismo momento, al mismo nivel, es complicado. A lo mejor te puedes reír más de una cosa, y no tanto de la otra porque, a lo mejor, le hace falta más tiempo de evolución. (Iñaki Martínez, asistente personal y presidente de la Asociación de Profesionales de Asistencia Personal)

Respecto al uso concreto de crip o tullido, hay un problema fundamental de interpelación e inteligibilidad. Varias de las personas entrevistadas, a pesar de haber participado al menos en algún evento significativo de las denominadas alianzas queer-crip, no conocían el significado de crip. Asimismo, tampoco estaban al tanto de su traducción como tullido y la utilización de ambos términos con un objetivo reivindicativo. Esta problemática no es endémica del término tullido, sino que, tal y como explica Montse García (Federación ECOM, Lliga Reumatològica y FVID) a continuación, remite a un problema más amplio de desfase entre una minoría activista muy politizada y una mayoría que no está familiarizada con estos marcos discursivos:

El lenguaje que se utiliza para gente que no ha estudiado y no está en estos temas, es muy difícil. No te enteras de nada (…) La gente lo del «capacitismo» no lo ha oído en su vida, puede saber lo que quieres decir en el fondo, pero no lo entiende. O lo del «heteropatriarcado». Cuando en el fondo, seguramente, lo puede entender si usamos un lenguaje más compartido.

Tal y como muestra Jasper (2012), las emociones y las «lealtades afectivas» experimentadas por los individuos están estrechamente vinculadas con su grado de implicación en la movilización política. En este sentido, términos como tullido entrañan el peligro de, contrariamente al objetivo con el que se movilizan, actuar como elementos de desmotivación de la participación. Y ello porque se trata de códigos de enunciación que construyen, también, formas de relación e identificación colectiva a las que no todas las personas se sienten vinculadas. Entre las activistas con diversidad funcional entrevistadas es habitual el sentimiento de incomodidad generado por el temor a no entender o no saberse expresar en el marco planteado por las alianzas:

Uno no está tan metido como para tener un discurso así que igual dices cosas que son súper cagadas. Nadie me lo ha dicho, pero yo siento que alguna vez, el lenguaje… hay muchas cosas: esas cosas de «trans chico», «chica», como hay tanta diversidad de todo… Hay cosas que se me escapan de todo esto. (Patricia Carmona, OVI de Barcelona y performer)

Asimismo, otra crítica que se le hace a tullido es su descontextualización, en contraposición a términos que resultan más propios, fruto de una genealogía local:

No utilizo ni crip ni tullido en ningún artículo, ni en mi día a día (...) La terminología va mucho en base a lo que uno está leyendo. Si estás leyendo correos del foro [FVID] y la gente está con «cojo, cojo, cojo», pues utilizo la palabra cojo que mucha gente del foro ha utilizado muchas veces como forma de llamarse sin que sea despectivo. (Elena Prous, OVI de Madrid)

No obstante, esta misma activista señala que las formas de auto-enunciación también se rigen por usos estratégicos, y que puede resultar útil en determinadas ocasiones primar estos por delante del uso habitual del lenguaje:

Si a lo mejor ahora utilizáramos tullido todo el tiempo, pues sería tullido. Y si ahora lo llevamos a crip, porque eso nos acerca a queer-crip y eso genera una alianza que nos viene bien, perfecto. (Elena Prous, OVI de Madrid)

El acuerdo en torno a la importancia del leguaje no es unánime. Mientras una parte del movimiento considera fundamental cambiar las formas de nombrar su realidad por considerar que estas marcan la concepción social que se tiene sobre sus propias vidas, otra parte no las dota de tal importancia y afirma que lo fundamental es la intencionalidad del emisor, no el significante utilizado:

Si tú dices «discapacidad» y lo utilizas en un sentido positivo, pues de acuerdo, estás menguando la capacidad de esa persona, pero si la persona que lo utiliza está trabajando por el colectivo, me da igual cómo lo llame. (Jaume Girbau, bailarín de la compañía de danza integrada Liant la Troca)

En relación con lo tullido, a pesar de que existe una minoría que se muestra reacia a su utilización, predomina la posición que defiende que no es tan importante el «qué» como el «quién», es decir, que la clave está en el sujeto de enunciación. Esta reflexión es compartida por Clare, quien analiza por qué se apropia de determinadas injurias (como crip) mientras que rechaza otras (retarded y freak): «A diferencia de queer y crip, freak no ha sido ampliamente aceptado por mis comunidades. Para mí, freak tiene un carácter hiriente y aterrador. Lleva queer y cripple demasiado lejos. Freak no lo siento positivo ni liberador» (1999: 70). La desactivación del insulto solo es posible cuando es realizada por las personas injuriadas: es el grupo estigmatizado quien puede reapropiarse de un terreno, hasta ese momento, heteronormado y doloroso (Butler, 2004). De esta forma, tullido puede resultar «apropiado» en nuestro contexto siempre y cuando sea utilizado por parte del «nosotros, los injuriados», tal y como afirma Jaume Girbau profundizando en su argumento inicial:

Me crea una gracia-rechazo. Por una parte, es un extremo muy bestia, es lo más heavy que pueden decirte: tullido. Lo veo hasta peor que subnormal. Pero tiene su punto gracioso, utilizado por nosotros tiene un punto gracioso de decir «bueno, sí, somos tullidos, ¿qué pasa?». Pero que no me lo digan por la calle.

Por tanto, vemos que la utilización del término tullido no genera consenso dentro del activismo de la diversidad funcional: mientras que una parte valora su radicalidad política, otra considera que resulta ininteligible en nuestro contexto y desmoviliza más que politiza a los potenciales interpelados.

4.2. La perspectiva queer: Fuck normality!

Para el movimiento queer español, cuyo origen Trujillo (2005) sitúa en los años 90, uno de los elementos clave en su articulación de identidad y práctica performativa, ha sido la reapropiación de insultos como bolleras, maricas, u osos12. También para el movimiento transfeminista esta ha sido una apuesta política. Desde estas perspectivas, por tanto, la utilización de tullido se sitúa, en primer lugar, dentro de un proceso político e histórico más amplio, en que los colectivos de disidencia corporal y de género comienzan a huir de lo políticamente correcto y apropiarse de la injuria. Se basan en la defensa del estatuto performativo de las enunciaciones de sexo y género que posibilita su resignificación y reapropiación por parte de las personas injuriadas (Butler, 2004). En el siguiente fragmento puede observarse cómo Lucrecia Masson (activismo gordo y transfeminista) valora la utilización de tullido a partir de su propia experiencia activista:

Me gusta el concepto tullido y me parece interesante de activar. Lo vamos promoviendo (…) me parece muy potente por esta idea de nombrarse desde el insulto, de revertir la potencia destructiva que tiene (…) Nombrar lo queer, lo marica. No queremos pensar en gays y lesbianas.

Se defiende su utilización ya que se considera que «se está usando como enunciación política» (Lucía Egaña, artista, escritora y activista transfeminista). En este sentido, el uso de la palabra tullido por parte del mundo transfeminista ha sido recurrente y generalizado, no tanto a la hora de nombrar al colectivo en general (en cuyo caso se utiliza más «personas con diversidad funcional»), sino en alusión a su participación en las alianzas que siempre se construyen como tullido-transfeministas (o queer-crip), nunca como diverso funcionales-transfeministas (o queer-functional diversity). Es interesante señalar que es más habitual la utilización del término tullido (o crip) en los documentos generados durante este tiempo (textos, manifiestos, convocatorias, eventos, talleres, etc.) que en las conversaciones cotidianas. Esto se debe a que los textos funcionan como herramientas de construcción de discurso político, de marcos de acción compartidos (Snow y Benford,1988), mientras que la utilización de tullido por parte de personas no designadas con ese insulto podría resultar un ejercicio de apropiación de la enunciación o, incluso, una forma de estigmatización. El activismo queer, en general, es consciente de este riesgo, tal y como lo expresa el activista trans Kani:

Creo que el germen radical está, pero igual se están dando pasos demasiado rápido. Todo es un proceso y hay ritmos diferentes. Y esos ritmos tienen que salir de la misma gente. Es que el discurso tullido mola mazo, «todas somos putas, bolleras, negras, tullidas». Pero no. Cuidado, y cuidado también de tomar la palabra por el resto.

En la misma línea, el activismo transfeminista y queer detecta el peligro de convertir el lenguaje en una forma de purificación de la identidad y de exclusión de aquellos que no se sienten identificados con ciertas terminologías. Por ejemplo, el activista trans Teo Valls defiende que la pertenencia en las alianzas debe realizarse con base en la identificación con un proyecto y no con sus marcos discursivos:

No he escuchado a ninguna persona con diversidad funcional nombrándose tullida, sí que les he escuchado nombrarse diversa (…) Entiendo que haya gente que no quiera nombrarse ahí, que no quiera nombrarse tullida, o no quiera nombrarse diversa, y sí que está dentro de las alianzas, de la red, porque sí, porque le interesa tener una vida placentera a nivel sexual, porque quiera una vida llena de autonomía.

Hay por parte de este activismo una preocupación por respetar las formas de enunciación para no caer en la heterodesignación del otro. No obstante, tal y como se mostraba en el apartado anterior, dentro del propio colectivo de personas con diversidad funcional hay gran disparidad en cuanto a la utilización e identificación con el término tullido. Y, mientras a una mayoría le resulta cuanto menos incómodo, hay una minoría para la que supone un ejercicio de auto-enunciación disidente, que parte del empoderamiento. Mari Karmen Free (activista transfeminista y asistente personal) reflexiona sobre esta tensión y sobre su posicionamiento ante la misma:

Crip me parece que para las personas que no tengan el privilegio de reivindicarlo, porque el entorno no lo permite, puede ser muy cruel. Pero a la vez, ¿cómo solucionamos esto?, porque hay gente que se siente bien, que dice «yo me he vuelto fuerte y desde esta fortaleza digo: «¡Tullido

De hecho, varias activistas transfeministas señalan que el propio término diversidad funcional no es el utilizado habitualmente fuera de los entornos del activismo de vida independiente por lo que, en cierta forma, actúa de forma análoga a tullido en según qué ambientes. Esta tensión remite a las activistas transfeministas a una reflexión sobre su propio proceso de auto-enunciación, ya que es habitual que sus formas de nombrarse como identidades-corporalidades estigmatizadas, haya ido fluctuando con el paso del tiempo y como fruto de su proceso de politización. Como explica Melucci (1995), la identidad colectiva es un proceso, no exento de tensiones, que se va construyendo en la interacción cotidiana entre los miembros de un grupo social. Y como expresa Lucrecia Masson a continuación, no todas las personas siguen los mismos ritmos:

Hay que respetar que haya personas, singularidades, que opinan que no quieren usar esta palabra [tullido]. Y está bien. A mí nombrarme gorda me sirve como estrategia política, y cuando digo política digo también en mi día a día. A mí me sirve. Y a cada cual lo que le sirva.

De esta forma, dentro de este activismo se defiende la importancia de respetar los tiempos personales y colectivos de auto-enunciación, que no tienen por qué ser progresivos ni lineales. El movimiento trans, tal y como muestra el discurso de Teo Valls a continuación, ha hecho una importante reflexión a este respecto13:

Es un poco el derecho a la autodeterminación cuando quieras y como quieras. Yo hay momentos en que digo que «soy transgénero, soy trans, soy transexual», porque hay contextos en que si digo que soy transgénero no se me entiende y si digo que soy transexual, sí. Yo uso mi forma de nombrarme estratégicamente y las personas con diversidad funcional es algo que también tienen que hacer.

Esta tensión entre la apuesta por lenguajes rupturistas y la preocupación por no nombrar al otro, genera que en la cotidianidad el término más utilizado sea el de diversidad funcional, aun cuando en ocasiones se le critica por «políticamente correcto» y, en consecuencia, con menor poder de trasgresión que tullido. De hecho, varias activistas hacen la analogía con el uso del término «diversidad sexual» que durante unos años fue la forma «correcta» de designar a las personas LGTBI y que, a día de hoy, está en desuso. Lucía Egaña (artista y activista transfeminista) afirma «diversidad funcional en cinco años podría ser un término políticamente incorrecto. Es una manera muy institucional de llamarlo, se va a cambiar».

Por último, es importante señalar que la valoración del término tullido, a partir de una analogía con lo queer, lleva a realizar una valoración del término también en clave decolonial. En este sentido, desde el activismo queer, se defienden los términos o adaptaciones locales para nombrar la diversidad funcional (lo tullido) en contraposición a los anglicismos importados (lo crip).

Nunca me han gustado mucho las terminologías que vienen de EE.UU., me da siempre la impresión que generan exclusión y que están diseñadas para hacer dinero. Tullidx me gusta. (Diana Torres, activista pornoterrorista14)

Por su parte, Platero y Rosón problematizan la propia utilización de tullido, abogando por términos «que forman parte de los chistes y de la cultura cotidiana de las personas con diversidad funcional como son «coja» o «tuerto», «jorobado», «enano», etc.» (2012: 138). Como vemos, desde la perspectiva transfeminista y queer tampoco hay una postura unánime en torno a lo tullido ya que se valora la radicalidad del término pero, al mismo tiempo, se identifican ciertos riesgos en su reivindicación.

5. Reflexiones finales

La palabra tullido tiene un potencial político incuestionable: rompe con lo políticamente correcto, incomoda, interpela, desafía… difícilmente puede ser cooptada por las instituciones. Llamarse tullido supone reírse de las lógicas capacitistas y denunciar la necropolítica (Valverde, 2015) a la que están expuestos todos los cuerpos. Conlleva no solo evidenciarse como diferente, sino como deficitario según los estándares vigentes de normalidad y deseabilidad. Es un ejercicio de recreación en la incomodidad visceral que nos produce lo abyecto (Kristeva, 2006), fruto de pensar en el cuerpo tarado: tarado para la producción y tarado para la reproducción.

La llegada del término tullido al contexto español viene de la mano de un momento particular de confluencia entre activismos: las alianzas tullido-transfeministas o queer-crip. La genealogía trazada, a partir del análisis de fuentes secundarias, así como de las entrevistas realizadas con activistas de ambos colectivos, muestran las potencialidades, pero también las tensiones que suscita la utilización de esta injuria. Desde el activismo de vida independiente se reivindica, aunque sea minoritariamente, la alusión a lo tullido como detonador de las estructuras de significación en que se sitúa la diversidad funcional. Estas se asientan en un sentido común tan capacitista que todo desafío supone un logro significativo: problematiza lo sabido, bambolea lo esperable. No obstante, este mismo activismo problematiza el poder de interpelación del término, ya que observan cómo para gran parte de las personas con diversidad funcional resulta ininteligible situarlo en términos de reapropiación de la injuria. Se plantean, por tanto, si deben priorizar la radicalidad discursiva o la generación de consenso y la ampliación de las bases. Por su parte, para el activismo queer y transfeminista, la alusión a lo tullido resulta pertinente porque se sitúa dentro de un marco histórico-político más amplio en que diferentes activismos se apropian del insulto que les denostaba. No obstante, muestran precaución en cuanto a su uso, consciente del peligro de reivindicarlo desde la no experiencia, reduciéndolo a un elemento de merchandising o, incluso, convirtiéndolo en un fetiche.

Tal y como muestra este trabajo, la (no) utilización del término tullido ha seguido la misma dinámica que otros elementos analizados en trabajos anteriores (García-Santesmases, 2017), como la visibilización de las prótesis, la apelación al defecto corporal o el orgullo de la diferencia: se trata de terrenos de consenso para el activismo transfeminista y queer y en proceso de experimentación para el crip. Es importante subrayar que estas alianzas se construyen, principalmente, en el espacio material y simbólico del activismo transfeminista y queer: se utilizan tanto sus lugares habituales de reunión como sus marcos discursivos, en una construcción de identidad que resulta lógica para estos movimientos y difícilmente inteligible para el (incipiente) crip. Hay una diferencia clave a este respecto: mientras que la articulación del movimiento queer español va de la mano de su incursión en la academia (por lo que hay una retroalimentación entre ambas esferas), el activismo de vida independiente no ha tenido el mismo diálogo ya que los estudios sobre el tema se enmarcan mayoritariamente en un modelo médico o, a lo sumo, social; difícilmente puede aludirse a un corpus teórico crip en el Estado español, habiendo además escasos referentes académicos que hablen en primera persona. En lo que sí coinciden ambos activismos es en defender que el mayor potencial político de la injuria reside en su utilización por parte de los destinatarios del nombramiento, quienes, en el proceso de enunciación, se posicionan como sujetos con capacidad de designar(se).

La llegada del término tullido a nuestro contexto no puede, en cualquier caso, entenderse sin conocer el marco internacional, tanto activista como académico, en que lo queer y lo crip llevan años encontrándose. Este marco ha servido a las alianzas tullido-transfeministas españolas para sentirse parte de una comunidad más amplia y encontrar referentes en los que inspirarse. No obstante, debemos ser precavidas con la importación de perspectivas teóricas anglosajonas que, en ocasiones, ensombrecen más que iluminan la realidad local. E intentar pensar en clave decolonial, rescatando referentes locales y trazando genealogías autóctonas. No hay una, sino muchas. En este artículo, he optado por reivindicar la del FVID. Solo tiene sentido decir(se) tullido si resulta evidente que se utiliza como provocación, no como descripción de una «falta» o «tara», y considero que esto se hace evidente gracias a que el activismo de la diversidad funcional lleva años luchando por un cambio en la terminología que no nombre de manera negativa su experiencia corporal. La histórica Marcha por la Visibilidad de la Diversidad funcional, que se celebra cada septiembre, cambió su nombre el pasado 2019 por el de «Orgullo diverso», mostrando que el lenguaje sigue siendo un campo de batalla, y de alianza.

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1 Este activismo se inspira en el Movimiento de Vida Independiente (MVI), nacido en los años setenta en EE.UU. para luchar por los derechos de las personas con diversidad funcional. Sus primeras reivindicaciones ya suponían un guiño lingüístico, al abogar por las tres D: desinstitucionalización, desmedicalización y despatologización. Para más información, puede consultar DeJong (1979).

2 La palabra divertad es un concepto inventado que busca sintetizar dos conceptos centrales para el FVID: diversidad y libertad.

3 El transfeminismo es un término acuñado en el contexto español con el objetivo de nombrar un feminismo que busca abrirse a sujetos tradicionalmente relegados por las luchas feministas, como las personas trans, las trabajadoras sexuales o las migrantes (para más información, consultar Solá y Urko, 2013).

4 Con anterioridad al documental, había habido encuentros y proyectos conjuntos entre el movimiento LGTBI y colectivos de personas con diversidad funcional (Platero, 2013). No obstante, considero que lo que se ha venido denominando alianzas queer-crip comienzan a raíz de Yes, we fuck!, concretamente tras la filmación de su primera historia: el taller de postporno y diversidad funcional. Desarrollo esta idea en mayor profundidad en mi tesis doctoral: García-Santesmases (2017).

5 Según Toboso: «El término capacitismo (ableism) denota, en general, una actitud o discurso que devalúa la discapacidad (disability), frente a la valoración positiva de la integridad corporal (able-bodiedness), la cual es equiparada a una supuesta condición esencial humana de normalidad» (2017: 76).

6 Para una reflexión más en profundidad sobre mi involucración en este proceso, puede consultarse: García-Santesmases (2019).

7 Véase los siguientes ejemplos: Real Decreto para la Creación del Patronato Nacional de Sordomudos, Ciegos y Anormales del año 1910; Decreto de 20 de septiembre de 1968 sobre Asistencia de la S.S. a los menores subnormales; Orden para el Texto Refundido de la Legislación sobre asistencia a los subnormales en la Seguridad Social (1970); Real Decreto 1723/1981 de 24 de julio, sobre el reconocimiento, declaración y calificación de las condiciones de subnormal y minusválido.

8 Este juego de palabras es el que utiliza Allué (2003) en su libro «(Dis)Capacitados». Asimismo, el título del programa de TVE «Capacitados» (2015) persigue el mismo objetivo: subrayar la «capacidad» por encima de la «discapacidad» o, bien, señalar que «existen otras capacidades» que compensan la discapacidad (sic.).

9 El MOR, definido en su web como: «un archivo-exposición performativo y sonoro que busca hacer audibles (…) los lenguajes de transformación social inventados por las minorías raciales, de género, sexuales, corporales y de la diversidad funcional y cognitiva», fue un proyecto de Paul B. Preciado en el marco del Programa de Estudios Independientes 2013 del Museo de Arte Contemporáneo (MACBA) de Barcelona.

10 Esta campaña forma parte del proyecto «Vivir y otras ficciones» (Jo Sol, 2016), película que busca transformar el imaginario sobre la diversidad funcional y, para ello, de manera paralela a su filmación, desarrolló diferentes campañas como la citada Crip Power, además de «Yo me masturbo» y «Anomalías recalcitrantes».

11 Respecto a queer, sí que ha habido algunos intentos de movilizar su potencial como verbo en castellano (queerizar o queerizado, utilizado, por ejemplo, por Trujillo, 2014), no así, por el momento, con el término crip.

12 Esta reflexión escapa a los objetivos de este texto, pero ha sido ampliamente desarrollada por autorxs como: Llamas (1998), Preciado (2003), Córdoba, Sáez y Vidarte (2005), Romero, García y Bargueiras (2005) o Trujillo (2005, 2014).

13 Para profundizar en ella, pueden consultarse: Missé y Coll-Planas (2010) o Platero (2014).

14 Para más información puede consultarse su libro Pornoterrorismo (Torres, 2011). Y para una aproximación más amplia al posporno, consultar: Trincheras de carne. Una visión localizada de las prácticas postpornográficas en Barcelona (Egaña, 2015).