Papel crítico 72

 

Cecília Pereira Ciochetti*

Universidade Estadual de Campinas-Unicamp (Brasil)

Los rendidos: sobre el don de perdonar

Autor: José Carlos Agüero

Páginas: 160

Editorial: Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 2015

Ciudad: Lima, Perú

Repensando las narrativas en el Perú post-conflicto: una revisión de «Los Rendidos» de José Agüero

En los debates sobre la gestión del momento «post» de los conflictos, las figuras de la víctima y del victimario han desempeñado un papel central (Gatti, 2017). Si bien el par víctima-perpetrador es esencial para comprender aspectos de las situaciones de violencia y reconstrucción nacional posterior, históricamente no consigue representar la totalidad de la violencia involucrada en los procesos políticos. En este sentido, es importante considerar, dentro del campo de gestión de la violencia política, la perspectiva de otros actores para ampliar su objeto de estudio, pues no sólo las personas identificadas como víctimas y victimarios elaboran la memoria colectiva. En esta perspectiva se sitúa el libro de José Agüero, «Los Rendidos» (2015), en el que el autor escribe una serie de reflexiones sobre su experiencia como hijo de militantes senderistas.

Sendero Luminoso se funda en el decenio de 1960, en Perú, un país con altos indicadores de desigualdad social y pobreza, así como de inestabilidad política e institucional. Abimael Guzmán utiliza su posición de profesor universitario para formar los primeros cuadros de la organización guerrillera revolucionaria, importando de China la ideología maoísta para pensar la realidad peruana. En la década de 1980, cuando América Latina atravesaba la crisis de la deuda y, en el Perú, se desmantelaron las reformas sociales, la disidencia del Partido Comunista puso en práctica la táctica de la guerra de guerrillas. Contra el Estado, el imperialismo, el capitalismo y con el apoyo de los sectores más pobres de la población, Sendero comenzó a realizar secuestros, asesinatos, saqueos y la destrucción de fábricas, negocios y granjas, que fueron respondidos con una fuerte represión estatal (Bonilla y Morotti, 2015). La guerra entre la organización y el Estado se intensificó violentamente, con la violación sistemática de los derechos humanos, dejando decenas de miles de víctimas, de las que Sendero Luminoso fue responsable de casi el 54% según La Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación del país de la que Agüero era miembro (Amnistía Internacional, 2013).

Es desde el centro de este conflicto que Agüero, hijo de guerrilleros, piensa la situación de personas que han dedicado sus vidas al enfrentamiento. Aquellas que, a través de sus elecciones vitales, de forma involuntaria o no, han implicado también la vida de sus familiares. El autor escribe desde este lugar particular de experiencia de la guerra, que conoce de cerca la violencia en su vida cotidiana, que la siente en sus afectos, pero que no es ni víctima ni perpetrador. Por otro lado, como hijo y, de alguna manera, heredero, investiga cómo los lazos familiares interactúan con la memoria nacional que retrata a los senderistas como terroristas. En medio de la disputa sobre el legado de sus padres, a los que reconoce como víctimas y perpetradores, el autor reflexiona sobre su identidad, aportando diferentes elementos para pensar en el conflicto. De esta manera, «Los Rendidos» es la concreción de la construcción de un debate más complejo sobre la memoria nacional peruana porque parte de otro punto de vista, descentralizando su análisis de los militantes y militares, dirigiendo su mirada a las demás disputas y negociaciones que construyeron el contexto y la memoria del conflicto.

El libro se compone de seis capítulos organizados por temas que abordan cuestiones importantes en los debates sobre la gestión del post-conflicto: el estigma, la culpa, los antepasados, las víctimas y los rendidos. El texto reflexiona sobre estos temas a partir de la experiencia del autor, contribuyendo a pensar en conceptos como la memoria colectiva, la disputa de relatos y la crítica de la centralidad de la víctima, además de proponer una discusión metodológica.

Así, en los dos primeros capítulos, «Estigma» y «Culpa», el autor se concentra en el papel de la memoria colectiva en la construcción de la identidad individual. En primer lugar, parte de la idea de que el estigma causado por la representación social de sus padres como terroristas se ha materializado en su individualidad en una forma particular de vergüenza, «[...] una institución que implica la renuncia al orgullo, a la creación de mitos, a la seguridad de la herencia familiar» (p. 24). En este sentido, dialoga con Goffman (2004), para quien el estigma es un proceso derivado de la construcción social de la identidad. Se destaca el silenciamiento como mecanismo para construir esta vergüenza, tanto de niño, cuando no podía decir la verdad sobre sus padres por su condición de huidos e incluso después de su muerte, como ya de adulto en los procesos de discusión de la memoria, destacando el papel del lenguaje como un código cargado de juicios. El estigma está vinculado a la forma en que las personas entienden o responden a quiénes eran y a lo que hacían los senderistas pero también al papel social de los hijos como herederos del legado de sus padres, como se demuestra en el informe N.º 9 (pp. 39-40). Tal informe presenta la idea de un «senderista biológico», a través de una narración en la que el autor relata cómo fue expulsado, siendo solo un niño, de la casa de una familia afectada por los senderistas. Como él dice:

«(…) en sus recuerdos mi madre, sobre todo, era una peste cuyo contacto generaba peligro. A mí no me habían visto nunca, pero me habían construido desde su memoria de mi madre como un anexo de ella. Proyectado como una fuente de resentimiento, un senderista biológico, esencial, contagioso.» (p. 40)

En este sentido, Agüero señala que el reconocimiento de los delitos de los padres, que también produce esta vergüenza, significa «[...] una renuncia a la autoprotección» (p. 25), una elección política hecha desde los parámetros de cómo cada subjetividad enfrenta su legado. De una reacción opuesta a la vergüenza resulta la celebración del legado senderista o la eliminación de la autocrítica por parte de otros sectores, que hace que el estigma de los terroristas recaiga exclusivamente en los guerrilleros.

Tal estigma también refleja la distribución de la culpa en la sociedad peruana, como se señala en el segundo capítulo, en el que se centra en comprender la culpa en la relación de Agüero con su madre, que fue detenida y asesinada por el ejército peruano. Según él, «las comunidades necesitan culpables» (p. 61). Por eso, sostiene que la culpa no es un sentimiento personal sino que está inmersa en las relaciones sociales. Desde esta perspectiva, se examinan informes que muestran cómo el sentimiento individual de culpa se inscribe en un contexto más amplio que implica la experiencia de la violencia. El autor expresa la culpa que siente por haberse sentido aliviado cuando se le informó de que fue encontrado el cuerpo de su madre, que significó para él el final de una búsqueda sufrida; y por no haberla convencido de huir cuando aún era posible o por los riesgos que corrió por sus hijos. También señala la culpa de la madre por la vida que había elegido para ellos, que los exponía a un peligro constante. Habiendo establecido que la culpa aparece de varias maneras, dando incluso ejemplos más colectivos, como la culpa de toda una comunidad o de la militancia senderista, en el capítulo se discurre también sobre las responsabilidades y en cómo superar este sentimiento que es a la vez individual y colectivo: ¿cómo perdonar? ¿Quién debería hacerlo? ¿Quién debería perdonar? ¿Cuál es el papel del perdón en una sociedad que se está reconstruyendo desde un conflicto como el de una guerra interna?

Con estas preguntas en mente, en los dos capítulos siguientes, Antepasados y Cómplices, el autor discute las disputas narrativas sobre la violencia política. En el primero, Agüero piensa en las responsabilidades de los padres como militantes, específicamente del padre, cuestionando «¿con qué derecho reclama alguien que ha perdido todo derecho?» (p. 35). Así, reflexiona sobre su ascendencia a partir de la ausencia de derecho de los perpetradores a la memoria colectiva, es decir, muestra cómo el legado de sus padres está delimitado por la categoría de terroristas, a quienes no se les puede atribuir ninguna cualidad, ni se puede reclamar nada. La memoria familiar, que interpreta la militancia de los padres del autor como parte de una lucha, se opone a esa narrativa, rechazando las categorías de víctima y perpetrador:

«En nuestra familia nunca construimos una identidad de víctimas. Mi madre nos educó de ese modo. Desde su perspectiva, mi padre murió combatiendo. Sus reclamos fueron para que le entregaran su cuerpo, desaparecido hasta hoy.» (p. 68)

Otra cara de esta disputa narrativa es la cuestión de la inocencia, discutida en el capítulo Cómplices. Basándose en Marie Manrique (2014), el autor entiende la inocencia como

«(…) construcciones discursivas, políticas y tácticas, identidades trabajosamente desarrolladas por los propios acusados, que según su contexto y sus posibilidades les otorgaban oportunidades en algunos momentos. Y que también les son atribuidas desde fuera, por las ONG, las Iglesias, el Estado y otros actores. Es decir, ser inocente no es solo serlo y parecerlo. Forma parte de una práctica que se puede reconstruir. Más que una identidad fija, son decisiones en torno de esa identidad.» (p. 77)

Es decir, Agüero piensa la inocencia como una identidad construida socialmente y no como una realidad dada. En este sentido, funciona como un instrumento político de resistencia, un criterio que determina una subjetividad con valor moral y que se construye en diálogo con la memoria colectiva. Es necesario comprender qué violencia está siendo analizada para entender quién es inocente y de qué. La experiencia de las ONG en Perú durante la guerra demuestra cómo la inocencia puede cumplir un importante papel político. Según el autor, en un contexto tan complejo como el de una guerra entre el pueblo y el Estado, la construcción de la figura del inocente, del «no-terrorista», era una táctica central para que las ONGs pudieran intervenir en la defensa de la vida y los derechos humanos. Contradictoriamente, esa táctica también implica una decisión que define el límite de quién puede y debe ser ayudado, poniendo en juego la universalidad de los derechos humanos. Como señala Goffman (2004), el estigma que pesa sobre los senderistas permite considerarlos «not quite human[s]» (G­offman, 2004: 119). Estos eran sostenidos únicamente por las redes de solidaridad de la militancia de izquierda radical, abandonados por la comunidad de derechos a la violencia estatal. Los capítulos cuestionan los límites de este discurso, mostrando cómo la guerra era parte de la dinámica social e involucraba a la gente en su cotidiano. Agüero se mira a sí mismo y narra una tarde durante su niñez en la que participó en la fabricación de explosivos, cuestionando su propio grado de complicidad y demostrando lo complejas que son las categorías.

Radicalizando este cuestionamiento, el libro comienza a pensar en la categoría de víctima en los capítulos «Las víctimas» y «Los rendidos». Realiza así consideraciones sobre las críticas que se hacen al enfoque de la víctima en las ciencias sociales y en el paradigma de los derechos humanos de que la categorización de los actores políticos sólo como víctimas borra su agencia y sus posibles otras identidades (obrero, padre, líder sindical...). Comprendiendo la pertinencia de esta crítica, Agüero advierte sobre la eliminación de tal categoría del análisis, lo que corre el riesgo de caer en una interpretación que «si no hay víctimas somos todos iguales» (p. 107). Él apuesta por una mirada más profunda a las dinámicas y conflictos locales, argumentando que la construcción de la víctima no es sólo un proceso discursivo con un fin táctico sino que la víctima se construye en el mismo acto violento. En contextos de conflicto, el daño es un aspecto fundamental de las relaciones y por eso el autor problematiza esta categoría, considerando también la agencia, las razones y motivaciones de los sujetos, enriqueciendo el análisis de los conflictos. Una parte importante de este movimiento es pluralizar la memoria colectiva, reflexionando sobre la violencia y las víctimas que históricamente han sido silenciadas y a las que se les ha negado el acceso a las políticas de memoria, justicia y reparación.

Desde la posición de aquellos que llevan el legado de esas víctimas silenciadas, senderistas asesinados que ya no pueden hablar por sí mismos, el autor hace preguntas que recorren todo el libro: ¿cómo manejar la memoria de sus padres? ¿Cuál es el lugar del legado senderista, el legado del autor? ¿Qué pasa con aquellos cuyas voces, recuerdos y humanidades son negadas? Tales preguntas se discuten en el último capítulo, Los rendidos. Aquí Agüero hace una importante reflexión metodológica sobre el lugar de la compasión en los estudios de estos recuerdos, señalando que, aunque no es un elemento obligatorio, le parece una debilidad que no se comprendan estas narraciones con más generosidad, destacando la necesidad de un esfuerzo serio y honesto para entenderlas en su complejidad. En estos casos, Agüero defiende la necesidad de reivindicar la categoría de víctima como forma de legitimar el espacio político, de entregarse a «un camino de aceptación y abandono para lograr ser una víctima. Entregarse a sus costos. Entregarse al desamparo. Presintiendo que sólo desde allí es posible para algunos tener voz y una forma de pasado» (p. 120).

Así, «Los Rendidos» de José Agüero, es un libro que propone un nuevo acercamiento a la memoria de la guerra entre Sendero Luminoso y el Estado peruano. Partiendo desde su experiencia como hijo de senderistas, elabora sobre categorías y conceptos centrales en los debates sobre la gestión de la violencia política. Al cambiar la perspectiva de la narración desde la memoria del propio conflicto a las reflexiones sobre el papel que estas narraciones desempeñan socialmente, el libro ingresa a la esfera del poder para pensar en su significado político, entendiendo que las categorías creadas para organizar la violencia no son identidades fijas. Demuestra, mediante relatos, cómo se llevan a cabo las negociaciones que sitúan a los actores a veces como héroes, a veces como víctimas, a veces como perpetradores. Como dice Agüero:

«hay experiencias que no tienen el valor de salvar a sus portadores de la reprobación, pero que al compartirlas sí pueden tener efectos hacia afuera, morales y políticos, que ayudan a hacer visible lo que se quiere dejar de lado y a desestabilizar los pactos a veces inconscientes con los que damos por natural nuestra realidad, nuestra historia de la guerra y su proyección en el orden del presente.» (p. 15)

Referencias

Amnistia Internacional (2013, 3 de septiembre). Comissão da Verdade e da Reconciliação: Dez anos depois ainda não há justiça, verdade nem reparação no Peru. Amnistia Internacional. Disponible en: https://anistia.org.br/noticias/comissao-da-verdade-e-da-­reconciliacao-dez-anos-depois-ainda-nao-ha-justica-verdade-nem-reparacao-peru/

Bonilla, H., y Morotti, F.G. (2015). PERU. Enciclopédia Latinoamericana. Disponible en: l­atinoamericana.wiki.br/verbetes/p/peru

Gatti, G. (Ed.) (2017). Un mundo de víctimas. Barcelona: Anthropos.

Goffman, E. (2004). Stigma and social identity. En The Aberdeen Body Group (Ed.), The Body - Critical Concepts in Sociology (pp. 116-144). Londres: Routledge.