El viaje a la crisis de la identidad industrial

The journey to the crisis of industrial identity

Ander Gurrutxaga Abad*

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Palabras clave

Identidad
Industria
Formas de vida
Desindustrialización
Vacíos

Resumen: El punto de observación es la Margen Izquierda del Nervión, zona fabril, hecha de industria siderúrgica, minas y construcción naval. El hierro y los barcos construyen la identidad industrial. Se crea la comunidad que se alimenta de cultura obrero industrial, encuentros sociales en el tajo y de la convivencia en la ciudad, el barrio y los vecindarios. El paisaje urbano diseña entornos densos, la vida social se compone de relaciones de fábrica. La crisis industrial quiebra los entornos fabriles, el hierro y los barcos se transforman en historia. La vida en el tajo se sustituye por nostalgia y melancolía. La desindustrialización quiebra las formas de vida y la ruptura se traslada a la conexión generacional. El futuro es el lento peregrinaje hacia destinos inciertos. La Margen Izquierda busca, el nombre sigue pero los contenidos son otros.

Keywords

Identity
Industry
Ways of life
De-industralization
Vacuum

Abstract: The point of observation is the left bank of the Nervión River (Bilbao), manufactering area, made out of steel industry, mines and shipbuilding. Iron and ships build its industrial identity. A community is created based on industrial working culture, social encounters in the workplace and coexistence in the city, and the neighborhood. Urban landscape designs dense environments, social life is composed of factory relations. Industrial crisis break those manufacturing environments, iron and ships become history. Working life is replaced by nostalgy and melancholia. The de-industralization breaks ways of life and the rupture is located in the generational connection. Future becomes a long pilgrimage toward uncertain destinies. The Left Bank searches; its name continues, but its contents vary.

* Correspondencia a / Correspondence to: Ander Gurrutxaga Abad. Departamento de Sociología y Trabajo Social, Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Barrio Sarriena s/n 48940 Leioa (Bizkaia) – ander.gurrutxaga@ehu.eus – http://orcid.org/0000--0003-3233-2328.

Cómo citar / How to cite: Gurrutxaga Abad, Ander (2021). «El viaje a la crisis de la identidad industrial». Papeles del CEIC, vol. 2021/2, papel 254, -13. (http://doi.org/10.1387/pceic.22802).

Fecha de recepción: mayo, 2021 / Fecha aceptación: junio, 2021.

ISSN 1695-6494 / © 2021 UPV/EHU

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1. Presentación. ¿Quiénes Somos? La crisis de la identidad industrial

Escribo desde el espíritu del viandante que quiere ver, comprender y para eso mira, recorre las enrevesadas calles del parque urbano fabril que es la Margen Izquierda del Nervión —enclave industrial de acogida para fábricas siderúrgicas, construcción naval, minería, manufacturas, talleres y empresas auxiliares, cultura obrera y socialización comunitaria en el tajo—. He querido comprender el suelo y la bóveda de este marco urbano, que fue industrial y hoy construye el futuro sin señas claras de identidad, probablemente porque muchas de sus gentes no vivieron y no saben bien lo que representaron las fábricas y el enjambre industrial clásico. Las nuevas generaciones ya no están en ese mundo, su realidad no pertenece al universo simbólico de la fábrica industrial y, quizá por ello, no termina de encontrar el suelo y las anclas que les atan al futuro que les aguarda. Este no está claro, es más una esperanza que la confirmación empírica de que los sueños y las expectativas se transforman en realidad objetiva.

Las preguntas son sugerentes: ¿qué hay detrás de la desindustrialización del espacio geográfico y de la entidad social que es hoy la Margen Izquierda del Nervión? Dicho de otra manera, detrás del universo fabril y una vez desaparecido este, ¿qué emerge?, ¿qué hay después de la celebración del «imperio» del sentido que desarrolla la cultura obrero industrial?, ¿quién se hace cargo de las estructuras comunitarias? ¿cómo y de qué manera se celebra el relevo generacional? ¿Dónde están las claves del futuro? Estas emergen plagadas de dudas con los vestigios del pasado. El patrimonio industrial, por ejemplo, hay que aprender a administrarlo, gestionar el suelo desnudo sin edificaciones y sin sistema productivo. Comienza la reindustrialización, pero no acuden industrias sustitutivas similares a las que cerraron; poco a poco emergen algunas respuestas desde sectores productivos que basan la oferta laboral en empresas de ocio y servicios, con empleos propios de la sociedad auxiliar y mucho, demasiado vacío industrial. A estas alturas la industria crea puestos de trabajo estables, salarios dignos y marcos de socialización envolventes. La poca estructura industrial que queda y las empresas de ocio y servicios que llegan no cumplen de la misma manera con este cometido.

Pasados más de veinticinco años, las preguntas están abiertas. Las últimas respuestas se conocen hace poco tiempo: i) centros de logística como Amazon en terrenos y pabellones industriales que fueron de la Babcok Wilcow; ii) VPG en el territorio del gran astillero de la región, La Naval de Sestao; iii) el Parque Urbano del Nervión en terrenos de Altos Hornos y de la Sefanitro. Unos años antes había sido el Parque Comercial de Ugarte, ahora quienes acuden a la cita son más empresas de ocio y servicios.

En estas condiciones hay espacio para los enigmas, la nostalgia y la melancolía. La industria no volverá, esa posibilidad parece cerrada, hay que fijarse en respuestas parciales que penetran con las industrias emergentes pero que ya no son lo que fueron. Mientras tanto, si la resurrección no es posible, el recurso a la nostalgia es el lugar bajo el sol, sobre todo para los sujetos y los grupos que se socializaron en los entornos industriales.

El peso del futuro se transfiere a las nuevas generaciones, los dilemas están en ellas pero, en estos casos, el peso de la identidad industrial y los requerimientos de la nostalgia no están a su disposición. Hay que seguir de cerca la transformación generacional de la Margen Izquierda porque en ella están las respuestas a muchas cuestiones formuladas.

El decorado social dibuja sociedades desordenadas y desbordadas que anuncian que las relaciones generacionales plantean algunos problemas: i) hay que definirse cómo generación, ii) cuidarse y cuidar, iii) coser los vínculos necesarios intra e inter generacionales, iv) las buenas prácticas deben inundar las relaciones sociales, la emergencia de nuevos trabajos, tratamientos del empleo, los nuevos papeles de la educación, la relación con las fuentes de la tecnología, v) la búsqueda de las formas de participación pública donde las voces jóvenes encuentren salida a las demandas, lo que conlleva abordar el papel del mundo institucional público, las relaciones con el universo de lo privado, las condiciones y los condicionamientos de la política institucional y del mundo socio productivo.

El programa de gobierno en la desindustrializada Margen Izquierda no es distinto al de otros espacios con problemas similares. Deben responder a tres preguntas: i) ¿cómo crear trabajo, cómo y desde dónde generar empleos viables para las nuevas generaciones?; ii) ¿cómo reconstruir la sociedad laboral para los que se quedan fuera? y; iii) ¿y para los que no pueden o no saben engancharse a las redes tecnológicas y a los oficios privilegiadas de reclutamiento? En casi todos los casos no fallan las expectativas sino las oportunidades y el resultado puede ser la ruptura entre los que tienen trabajo remunerado más o menos seguro, cualificado y ubicación socio profesional, frente a los que acuden al mercado laboral en funciones auxiliares con menos preparación profesional, salarios reducidos, contratos temporales o dificultades para insertarse en la dinámica socio laboral de la sociedad tecnológica que promueve la Industria 4.0. Los caminos para circular por la autopista industrial se discuten porque los hitos del itinerario no son los que dicen que son, por ejemplo, el trabajo, el empleo y la movilidad social. En muchos casos se promocionan oficios precarios, temporales y con salarios limitados. El desarrollo económico promueve consecuencias indeseadas como la fragilidad de la inserción laboral, la vulnerabilidad del reconocimiento social y la estructura de oportunidades.

2. Los descubrimientos de la crisis industrial. Las sociedades auxiliares

La Margen Izquierda descubre que el siglo xxi no es el tiempo de la sociedad industrial clásica, depara sorpresas. Asiste a la emergencia de un tipo de sociedad, que denomino «sociedad auxiliar» para marcar, con definición pragmática y funcional, las funciones y características por las que puede reconocérsela. Si hay un hecho fundamental es que recoge, como si del «saco sin fondo» se tratase, las disonancias de la era tecnológica.

Se citan el valor y la significación de la tecnología aplicada a los procesos productivos, la gestación de mundos regidos por procesos de globalización y la profundidad de las conexiones que atan unos a otros al margen de la distancia física que une y separa. Emerge un tipo de trabajador que tiene que moverse en el territorio fragmentado de las nuevas estructuras laborales, adictivas para las nuevas profesiones y para las empresas asociadas a las estructuras tecnológicas, poco reconocibles en muchos casos donde no priman las referencias laborales sino la estructura social fragmentada, atada esta última a la ruptura que significa tener o no puesto fijo de trabajo, salarios dignos y elevadas cualificaciones socio técnicas. Los que no están aquí —la mayoría de la población activa— son «expulsados» de los puestos de cabecera y del estatus socioeconómico que concede el estatuto laboral, deben conformarse con puestos de trabajo subalternos, temporales y salarios bajos que requieren, en la mayoría de los casos, bagaje formativo limitado. Las funciones laborales tienen que ver con la distancia y el servicio que prestan las estructuras, los entornos productivos y los sujetos que ocupan la zona de acceso limitada a los puestos de trabajo con rentas altas. Estos segundos no están en la Margen Izquierda.

Eso provoca el cuadro de disonancias que se proyecta en la estructura laboral, en la fragmentada estructura social, que se globaliza siguiendo las rutas que marca la adscripción sociopolítica mediante el usufructo del estatus socioeconómico. Descubrimos que allá donde esté la sociedad bien instalada, a su lado nace la sociedad auxiliar cuyas funciones están definidas y limitadas para servir a los sectores sociales beneficiados por la revolución tecnológica. La clase alta lo es porque posee conocimiento experto y adscripción a la lógica tecnológica, los estatus sociales de la clase creativa requieren la emergencia de la sociedad de producción y la de servicios auxiliares que está para «servirles a ellos». Son profesiones y dedicaciones que tienen importancia por los puestos de trabajo que crean, por ejemplo, en la hostelería, la industria de cuidados de personas, la atención a los niños de los triunfadores tecnológicos y a los trabajadores de estatus alto de las industrias tecnológicas, el personal adscrito a la limpieza y el trabajo en los hogares, el mantenimiento de los servicios colectivos, los puestos administrativos de atención al público, los servicios de atención al cliente, reponedores de grandes comercios, cajeros, transportistas, etc. El número de trabajadores de ese sector de la población activa es alto —pueden representar hasta casi el 80% de los puestos de trabajo en ese tipo de sociedades—. La sociedad tecnológica requiere conocimiento social y tecnológico pero, a la vez, crea disonancias estructurales que no son sino el producto de la institucionalización de sociedades tecnológicamente dirigidas. Sociedades en las que no sólo se crean procesos tecnológicos y productos para el consumo sino posiciones sociales distinguidas, estatus sociales altos y una nueva estructura laboral atravesada por la idea fuerte de disonancia.

El cuadro de la era de la digitalización sostiene y amplifica los efectos más allá de los aspectos socio técnicos que dice dominar y de las características económicas que la envuelven. Da la impresión que los territorios donde se puede entender la economía digital de la 4.ª Revolución Industrial y las consecuencias que depara no se encuentran en la vida que describen algunas utopías tecnológicas o en los papeles y actividades que destacan los constructores de la Industria 4.0 o la Fabricación Avanzada, tampoco en las virtudes tecnológicas que exhiben ambas denominaciones. Si se quiere conocer en profundidad el qué, cómo, por qué y para qué del poder tecnológico, hay que mirar en profundidad los territorios que describen este tipo de sociedades, el cuadro de disonancias que promueven y las consecuencias no previstas. Son estas las que permiten distinguir el éxito tecnológico, como si la cara real no estuviese en los indicadores habituales que exhibe o en los que emplean para describir la base empírica de este tipo de sociedades ni el optimismo que irradia sino las disonancias que produce, especialmente las que conciernen al empleo y a los sentidos del trabajo.

El desplazamiento a los espacios que constituyen la vida cotidiana es una de las posibles respuestas a las preguntas que formulan las industrias tecnológica, pero la cuestión no es directa ni sencilla como puede intuirse. En la obra Capitalismo Big Tech (2018), E. Morozov describe el modelo comprensivo del orden industrial desde la hegemonía productiva del imperio tecnológico y la ocupación del espacio productivo por las nuevas tecnologías. Desde este punto de vista, lo nuevo está claro:

«las big tech se apoderan del recurso o servicio más valioso del momento (la inteligencia artificial —IA—) y el resto de la sociedad y de la economía deben encontrar la forma de introducirlo en sus actividades, a través de estas empresas y bajo las condiciones que estas quieren imponer.» (2018: 22-23)

No comparto el tono utópico, optimista, alentador de una buena parte de los escritos sobre los usos, las condiciones y las posibilidades de la tecnología moderna. No soy un creyente enfervorizado de la llamada a filas que llevan a cabo este tipo de discursos y la persistencia del tono que penetra hasta los intersticios de las sociedades, cuando se cruzan los recursos y el ruido que producen con el imperativo tecnológico y la red institucional que mueve la llamada a movilizar recursos económicos. Estos están siempre excitados cuando se refieren a los usos tecnológicos o a la jaula de hierro que erige la tecnología. No es la burocracia la que marca y regula el ritmo de la organización social y de la empresa sino la tecnología y los usos civilizatorios de la misma.

Cómo no reconocerse —por citar algunos buenos ejemplos— en los usos del teléfono móvil si en sus «tripas» se instalan de manera confortable la biografía y la identidad de los usuarios, o al menos todas las cosas que estos juzgan importantes, o cómo no inscribirse en las redes sociales que anuncian nuevas formas de vinculación social para ampliar horizontes, Facebook, Instagram, etc. Cómo no, si tal y como las venden el uso y el contacto «nos hace más humanos»; permiten conectar con personas, hechos y realidades inconcebibles hasta hace unos pocos años.

No voy a negar las virtudes que asocian la innovación y el crecimiento tecnológico a la mejora de las condiciones de vida, de igual manera que soy receptivo a los usos, algunos cercanos a la magia del nuevo conocimiento infinito en manos del poder de la tecnología que proponen empresas creativas e «intangibles» como Google, Microsoft, Apple, Facebook, Instagram, WhatsApp o al alineamiento comercial con el buen producto y el mejor precio con el que nos persigue Amazon de forma inmisericorde por tierra, mar y aire empleando la voz, la palabra, la imagen, la pantalla, internet y cualesquiera otras aplicaciones diversas. No, mi sensibilidad personal es, por supuesto, capaz de captar los «enormes» beneficios de los descubrimientos y sus aplicaciones, para aceptar sin paliativos que es la hora de que los avances de la industria 4.0 y del capitalismo tecnológico se vuelvan para seguir y analizar las consecuencias, algunas previstas y otras imprevistas, que promueven las aportaciones y los descubrimientos desde las disonancias que provocan y los nuevos problemas que emergen después de los éxitos de la innovación tecnológica. El autor que mencioné en el párrafo anterior —E. Morozov— apunta algunas consecuencias. Dice lo siguiente:

«A diferencia de lo sucedido en los años treinta, cuando las medidas keynesianas para estimular el pleno empleo recibieron el amplio apoyo en ambos campos, hoy en día, objetivamente y siendo realista, no se puede esperar el retorno del pleno empleo. La confianza de las empresas respecto al incremento de la producción es escasa, mientras que la irrupción de la inteligencia artificial hace claramente innecesario emplear a tantas personas como antes.» (2018: 30)

Lo que destaca de la novedosa jaula de hierro tecnológica, y lo que sufren los espacios desindustrializados, es del cuadro de consecuencias que promueven. La 4.ª Revolución Industrial es optimista con las disonancias que provoca —a veces las transforma en distopías— como, por ejemplo, la irrupción del paro tecnológico y los trabajos temporales o poco cualificados. Los guardianes y teóricos de la 4.ª Revolución Industrial entienden que no es la transformación estructural la que tiene que asumir las consecuencias no previstas del nuevo modelo de trabajo industrial y, sobre todo, la que debe hacerse cargo de las consecuencias y de los efectos que tiene sobre el empleo y las múltiples disonancias laborales que promueve. Debieran ser otras, afirman, por ejemplo, organizaciones —privadas o preferentemente públicas— las que se encarguen de gestionar la situación que provocan las disonancias referidas.

La ruptura entre los que tienen talento, es decir, las personas dotadas de formación socio técnica —expertos— que se mueven en los parámetros que describe la clase creativa a la que R. Reich (1993) definió —algunos años antes— como «analistas simbólicos» y aquellos que no poseen la formación requerida por las industrias tecnológicas. En todos los casos, los resultados de la estrategia de crecimiento tecnológicos siguen caminos no previstos, lo que ocurre es que el precariado, el desempleado tecnológico, los trabajadores genéricos, el empleo auxiliar y los procesos de «auxiliarización», son consecuencias también de este tipo de fenómenos.

El «descubrimiento» que deben enfrentar las áreas industriales como la Margen Izquierda —tan real y significativo como el lustre del talento— es que la revolución digital promueve disonancias y maneras de entender la construcción del empleo y la vida laboral sin ofrecer rutas de acceso claras, aun cuando se disponga de los bienes demandados como, por ejemplo, el conocimiento tecnológico donde los constructores de pirámides tecnológicas depositan los mejores propósitos pero nada o casi nada es posible, porque los recursos laborales no están claros, la autopista no está bien señalizada ni pavimentada, ni tampoco los trayectos diseñados y los requerimientos abiertos. La pregunta que la crisis de la industria clásica debe responder es explícita: ¿cómo crear trabajo para la mayoría de los que se quedan fuera y para los que no pueden o no saben engancharse a las redes de reclutamiento que se extienden a lo largo del planeta, es decir, a la digitalización y la robotización? Las disonancias abren el cráter significativo porque la explicación de la crisis laboral de la innovación tecnológica responde con lo que sabe hacer, no dejan apreciar algunas de las razones de los problemas suscitado: los descubrimientos tecnológicos y la innovación científica. Estas dos respuestas se representan como las únicas soluciones para crear nuevos problemas. Las disonancias que provocan la automatización, la digitalización y la robotización, no tienen respuestas desde las ideas que se encuentran con el axioma: más de lo mismo, es decir, la automatización, la robotización y la radicalización de la digitalización. Las respuestas provocan la construcción de más caminos y veredas para la segregación laboral y la fragmentación del empleo. Siguen la dirección de la autopista que construyen, y promueven la sociedad auxiliar que reconocen, se adhieren a los trabajos del sector servicios, a labores más desinstitucionalizadas, menos programadas y deficitarias con las reglas laborales porque donde se crean y recrean son con los trabajos poco cualificados, mal pagados, temporales, con poco o escaso recorrido para construir itinerarios vitales de vida y biografías individuales. Lo que falla no son las expectativas sino las oportunidades que crean; los resultados de los que deben desengancharse son la segregación laboral y la ruptura entre los que tienen trabajos bien remunerados, más o menos seguros, cualificados socio tecnológicamente, buena ubicación empresarial, y los que acuden al mercado laboral en funciones auxiliares con menos preparación profesional, salarios más reducidos, contratos temporales subalternos, la debilidad de las posiciones socioeconómicas o las dificultades para construirse algunas de las características que definen la posición en el mundo.

En estos casos, la «auxiliarización» de los empleos es la respuesta disonante que emite la sociedad tecnológica que instaura la 4.ª Revolución Industrial. Las fronteras en el interior de la sociedad laboral de la era tecnológica beben del orden que imprimen la digitalización y la robotización, bajo el paraguas que presta el conocimiento base reconocido: el tecnológico. La mayor parte de los trabajos genéricos se definen desde la distancia y la no pertenencia al centro de oficios de la sociedad digital que se usa como modelo ejemplar y referencia cualitativa de nuestro tiempo. La pregunta de la disonancia laboral es: ¿qué queda debajo de la sociedad digital para que sectores de la población activa laboral se queden fuera y haya otros que no pueden entrar porque los excluyen circunstancias diferentes?

La pregunta es pertinente, la disonancia laboral de la 4.ª Revolución Industrial obliga a hacerla. A lo que no obliga, a la luz de los resultados, es a buscar respuestas evaluables y a responder ante la mirada de aquellos que no están, no compiten o se quedan fuera. Hay sectores sociales —la 4.ª Revolución industrial los detecta—, que sufren de manera directa el final de casi todo: no están en la lista de los inscritos en las nuevas industrias, no disfrutan de las consecuencias positivas de la digitalización, no son contratados por empresas big tech, ni diseñan ni hacen programación, no construyen software ni hardware, no crean en los términos previstos por el canon tecnológico digital ni tienen la formación técnica requerida para aspirar a estar y a tener un lugar relevante en la estructura social que produce la sociedad digital. Es el cuadro de disonancias obvio y evidente asociado al principio general de la nueva sociedad: se acaba la era del pleno empleo, la tradición fordista del trabajo, los oficios de la sociedad industrial; es hora de asumir riesgos para regresar a los usos y trabajos que promueve el imperativo tecnológico pero, paradójicamente, el tipo de trabajo sin requisitos formativos es mayoritario en la estructura de empleos de la era tecnológica.

La paradoja es clara: en la sociedad que proclama el poder de la tecnología, las fuerzas laborales y el conocimiento tecnológico producen y segregan el sector laboral mayoritario que no puede engancharse al centro de las profesiones o vive de los trabajos que están ahí y reciben el impulso de las profesiones que segrega para servir al mundo dominante de la sociedad tecnológica. El empleo —excepto en algunos trabajos asociados con la función pública (funcionarios), los restos que quedan de los trabajadores que se han salvado o los que quedan instalados en las islas laborales del naufragio general de la sociedad industrial— ya no existe, no está: hay que inventarlo. La caja de herramientas de los ciudadanos que quieren tener empleo más o menos estable, más o menos institucionalizado, es que deben aceptar los recursos al uso, ser innovadores, aceptar las reglas de cambio, desarrollar capacidades de adaptación, estar a disposición de las empresas y los clientes o, mejor aún, crear su trabajo: ser, en una palabra. La capacidad de emprender es la condición para tener éxito, sobrevivir y prosperar. Si el empleo no es acorde con el trabajo buscado y con la dedicación que se desea, puede y debe construirse otro universo laboral hecho a su medida para ofrecer a los clientes potenciales el bien o el recurso que están esperando o al que creen poder aspirar.

Las disonancias se transforman en el cuadro de oportunidades que crean empleo pero no pueden reproducir los tipos de trabajos que defenestró la 4.ª Revolución Industrial; la Margen Izquierda es un ejemplo más de una lista larga. La consecuencia es adaptarse a los trabajos que promueven con nuevas fórmulas, con otros conocimientos, actitudes, aptitudes y capacidades distintas, otras competencias y cualidades. La cuestión es si los desempleados tecnológicos que promueven las nuevas condiciones socioeconómicas pueden seguir el camino previsto o deben, por contra, asumir que las disonancias producen acciones disonantes, empleos disonantes y fórmulas laborales que tienen que ver más con la supervivencia que con la estabilidad laboral y con la idea de futuro. El presente está aquí con los itinerarios de vida acordes con los objetivos que crean las mutaciones tecnológicas. El crecimiento de los empleos temporales, mal gratificados, con poca o escasa especialización o la llamada a sectores dependientes, que para su salvación se encuentran con formación cualificada, representan una salida confusa, aunque estadísticamente es más clara para los requerimientos del empleo disonante que se construye en los tiempos del éxito de la innovación tecnológica.

Es hora de trasladar la idea central: quiénes presiden la 4.ª Revolución Industrial son tanto los logros cosechados gracias a la revolución tecnológica como las disonancias y problemas que crea el éxito productivo 4.0. Allí donde se constituye la sociedad big tech nace, emerge y se reproduce la sociedad auxiliar. Esta es mi tesis clave: los elementos auxiliares están para servir a la primera —la sociedad digital— y los trabajos que emergen desde este hecho están plagados de empleos poco especializados, temporales, mal pagados y alejados del talento tecnológico que se presenta como ideal a seguir. La robotización y la automatización no resuelven los problemas laborales; por el contrario, son procesos inevitables con la esperanza de que los mejores «llegarán», como ocurrió tras la 1.ª Revolución Industrial, en la medida que los frutos de la digitalización se asienten, penetren y lleguen a otros sectores sociales y a otros ámbitos de los escenarios productivos. Las disonancias son «sólo» consecuencias no queridas e imprevistas, forman parte de la visibilidad de las actividades asociadas a este tipo de sociedades propias de la revolución tecnológica. Son, por decirlo de forma sucinta, el otro rostro, la otra mirada.

La era tecnológica no es el paraíso soñado sino la expresión de la necesidad de ser y estar en la civilización socio técnica. Es lo que «toca vivir», pero la desigualdad no desaparece, la fragmentación social y laboral tampoco y las nuevas turbulencias anuncian movimientos caóticos que ya veremos cómo habrá que enfrentarlos. La afirmación socio técnica es tan reconocible por su optimismo tecnológico como por las disonancias que crea. El empleo no es la única, pero hoy es la más relevante.

3. La mirada extasiada ¿cómo somos?

Reflexiono sobre estos cambios estructurales mientras contemplo sus consecuencias desde la distancia y la altura que ofrece la atalaya de La Reineta en el antiguo pueblo minero de La Arboleda y la cercanía del piso bajo que representa el Puente Colgante que transporta vehículos y personas entre Portugalete y Getxo, por encima de las aguas del rio Nervión, muy cerca desde donde este entra a formar parte del mar Cantábrico. He recorrido las calles de los municipios que la componen en el paseo desde Bilbao a Santurce: Barakaldo, Sestao, Portugalete y Santurce, siguiendo el curso de la Ría en su deambular hacia el mar.

Tengo la impresión que hay dos metáforas que describen lo que he visto; dos situaciones y dos formas de vincularse para pensar el presente y el futuro de la Margen Izquierda. La primera —el suelo— hace referencia a las anclas que vinculan personas con espacios e instituciones. El suelo, en el imaginario urbano de la Ría, está relacionado con la historia y la definición del futuro. La segunda —la bóveda— que cierra el espacio, ofrece coherencia y; nutre el imaginario de la riqueza simbólica y cultural para explicar por qué es lo que es, a qué aspira, qué quiere, para qué y cómo. La mejor representación del suelo está en el futuro, mientras que la bóveda es el paraguas que lo protege; son las costumbres, las normas, los hábitos, los valores; en una palabra, la identidad cultural de la Margen. Futuro e identidad son el suelo y la bóveda, dos elementos interdependientes e interconectados.

Pero, ¿definen las dos metáforas a la industriosa y fabril Margen Izquierda? Tengo la impresión que traducen la perspectiva presente: el derruido paisaje industrial, la recuperación de suelo urbano, la mirada perdida que encuentra nuevos senderos, la sociedad industrial derrotada por el tiempo, la 4.ª Revolución Industrial que quiere estar pero no sabe cómo, la decaída renta media de los hogares junto a las acciones de empresarios y empresas con iniciativa y capacidad de emprender, instituciones que promueven confianza con la sociedad civil empobrecida, la decadencia demográfica y la eterna espera de la juventud para gestar su futuro laboral sin alejarse de la comarca. La Margen Izquierda vive, desde hace algo más de tres décadas, en la encrucijada: descubre que del pasado no se vive, el mito obrero no es el obrero concreto, el empleo humilde fijo y seguro dejó de ser. Altos Hornos no está, la Naval desapareció y en los terrenos que fueron de la Babcok Wilcow se instala la logística comercial de Amazon. La imagen es relevante: Amazon ocupa el territorio «sagrado» de la industria tradicional.

El pasado, el presente y el futuro se vinculan sobre el «espacio sagrado» del territorio industrial, pero este ya no es, falta la materia prima. Ocurre lo mismo con el Astillero de La Naval en Sestao. Después de muchas y diversas vicisitudes, incluido el concurso de acreedores que termina en el juzgado de lo mercantil, otorgando a la empresa de logística belga VPG el concurso de liquidación de los terrenos por valor de 36 millones de euros —eso vale hoy La Naval, donde han trabajado miles y miles de trabajadores, se han construido cientos de barcos y se entierra historia, mucha historia—. ¿Qué queda? Una vez más la nostalgia se agarra al suelo y profetiza que la Margen Izquierda es un espacio humano del que cuesta deshacerse. ¿Que queda del espacio industrial? El centro de logística. Es la canción triste de las actividades que tienen más de un siglo de historia, que se desvanecen, y los agentes y las agencias que tuvieron que ver con esa actividad son conscientes de la desaparición; nadie supo ni tampoco sabe ahora qué hacer. La liquidación del Astillero abre nuevas perspectivas, aunque nadie en la Margen sepa el recorrido que tiene el centro de logística y cómo encarar, si fuese posible, el proceso de sustitución del Astillero. Otra actuación presenta en sociedad al futuro inmediato de la Margen Izquierda: el «Parque de Ribera del Nervión», de 10 hectáreas de extensión. El parque urbano conecta la zona de ocio del municipio de Barakaldo con la ría y, de paso, transforma la parte del territorio que quedó sin labrar tras los cierres de Altos Hornos de Vizcaya y la empresa de fertilizantes Sefanitro.

Me pasa, como dice S. Boym, que he caído en la consideración que «el amor nostálgico solo puede sobrevivir en una relación a larga distancia. La imagen cinematográfica de la nostalgia es la doble exposición, o la superposición de dos imágenes —la del hogar y la del extranjero, la del pasado y la del presente, la del sueño y la de la vida cotidiana—. En el momento en que intentamos reducirla por la fuerza a una sola imagen se rompe el marco o se quema la superficie», lo cual demuestra que «es todavía más difícil predecir el pasado que el futuro» (2015:14).

De diferentes formas, y siguiendo distintos caminos, advierten A. Schütz (1974) y R. Sennett (1991), que —en el primer caso— «el hogar —dice— significa diferentes cosas para personas diferentes. Por supuesto, significa la casa paterna y la lengua materna, la familia, la novia, los amigos, etc., significa el paisaje querido, las canciones que me enseñó mi madre, la comida preparada de una manera particular, cosas familiares de uso cotidiano, costumbres y hábitos personales; en síntesis, un modo peculiar de vida compuesto de elementos pequeños pero importantes, a los que se tiene afecto». El hogar «es tanto un punto de partida como un punto terminal. Es el punto de origen del sistema de coordenadas que aplicamos al mundo para orientarnos en él. Geográficamente, el hogar es determinado lugar de la superficie de la tierra. El lugar en que me encuentro es mi morada; el lugar donde pienso permanecer es mi morada; el donde pienso permanecer es mi residencia; el lugar de donde provengo y donde quiero retornar es mi hogar. Pero no es solamente el lugar —mi casa, mi habitación, mi jardín, mi ciudad— sino todo lo que representa» (1974:108-119). El concepto no está constreñido a los significados empíricos que proyecta, sino que tiene capacidad para atribuir significados a la praxis que pone en acción.

No extraña, a la luz de la descripción, que los conceptos de hogar y comunidad sean como el «contenido y el continente». A partir de esta deducción puede extraerse la siguiente hipótesis: la comunidad necesita el hogar y el formato que este adquiere es el comunitario. Para este autor —R. Sennett—, la explicación histórica está en el trasfondo del encuentro, «el advenimiento de la Revolución industrial hizo crecer un gran anhelo de santuario (…), el «hogar» pasó a ser la versión seglar del refugio espiritual; la geografía de la seguridad se desplazó del santuario situado en el centro urbano al interior doméstico» (1991:37).

Para mi reflexión, la noción de hogar se transforma en el nuevo santuario. El hogar se reconoce históricamente en la comunidad obrera, en la cultura que exhala la fábrica, en el vecindario que da cuerpo y calor a las relaciones humanas y facilita los encuentros sociales. La modernidad puso las bases de la extendida opinión de que el interior y el exterior de la vida social moderna reflejan formas distintas de estar en el mundo y posicionarse ante las formas de vida. Los espacios de la comunidad son, por lo tanto, lugares cálidos, recogidos, donde los individuos pueden encontrar lo que no hallan en el mundo de la producción, en el trabajo o en los espacios públicos que frecuentan. El peligro (Boym, 2015) que entraña la nostalgia es que tiende a confundir el hogar real con el imaginario. En casos extremos, puede llegar a crear una patria fantasma por la cual uno esté dispuesto a matar o a morir. La nostalgia irreflexiva engendra monstruos. Sin embargo, el sentimiento en sí, la pena que ocasiona el desplazamiento y la irreversibilidad temporal, es esencial a la condición moderna. Probablemente ocurre aquello que cita Hartmunt Rosa en la obra Lo indisponible, «el temor a la pérdida del mundo, a su silenciamiento y su descoloramiento acompaña desde el comienzo al programa moderno de la ampliación del alcance; el miedo a la pérdida del mundo constituye el miedo fundamental y constitutivo de la Modernidad» (2020: 37).

4. ¿Para qué somos?

Los datos no dejan lugar a dudas, las preguntas emergen con rapidez: ¿cómo debe ser la nueva Margen Izquierda? El caso parte de dos hechos fundamentales i) la desindustrialización rápida, acelerada, sin momento de respiro, explosiva. La década de los noventa del siglo xx deja el espacio industrial de la Margen Izquierda del Nervión casi desierto con poca presencia fabril; ii) la crisis de la cultura obrero industrial.

No es objeto del artículo relatar en detalle la travesía histórica que recorre las cuatro últimas décadas del siglo xix y las diez del siglo xx para comprender cómo se implanta y desarrolla el entramado industrial sino analizar las consecuencias del proceso de desindustrialización, cómo actúa sobre la cultura y cómo en el corto plazo de tiempo erosiona la identidad industrial construida a lo largo de algo más de un siglo —últimas décadas del siglo xix hasta la década de los noventa del xx—. La pregunta es: ¿qué ocurre con la identidad industrial cuando la estructura material y socio simbólica que la mantiene se desvanece? El terremoto se desplaza siguiendo las líneas de fuerza que recorren los nervios de la fábrica, los astilleros, la grande, pequeña y mediana industria, la cultura obrero industrial y las formas de vida comunitarias pegadas a la fábrica y los astilleros.

Las preguntas son de tres tipos: i) ¿hay recursos acumulados y conocimiento tecnológico para enfrentar la destrucción creativa; ii) ¿pueden las empresas de servicios, ocio y consumo ser los baluartes de la Nueva Margen Izquierda? ; y iii) ¿cómo y desde dónde puede tener su lugar en la 4.ª Revolución Industrial? Pero antes hagamos un poco de historia, aunque sea breve.

La quiebra del modelo de desarrollo industrial se produce en condiciones desconocidas para la Margen Izquierda. La actividad industrial había especializado el territorio. Los habitantes de los municipios que la componen saben hacer lo que aprendieron a lo largo de cien años. Más de cinco generaciones de trabajadores conocen que el hierro y los barcos son la actividad laboral y el oficio que los define. El tránsito socializador está normativizado: las generaciones mayores, con mucha frecuencia padres, hijos y nietos se encuentran en el tajo. La gran empresa los cobija. No les hace millonarios, pero ofrece el marco laboral estable. Se impone el ciclo socializador, los individuos siguen cinco hitos: i) se aprenden los rudimentos del oficio en las Escuelas de Formación Profesional o en las de Aprendices que gestionan las grandes empresas; ii) las empresas contratan a personas como aprendices. Después descubren que existe la carrera profesional, pasan por varios ciclos: de aprendices a oficiales de tercera, después de segunda, más tarde muchos llegan a oficiales de primera y unos pocos a maestros de taller. El aprendizaje del oficio y la inserción en la fábrica gesta la carrera profesional; es la sociedad laboral con hitos claros, carreras profesionales bien fundamentadas y posibilidades de que la movilidad social funcione dentro de la empresa; iii) la inserción laboral adquiere una cultura específica, la del obrero industrial. Esta maneja normas de acción, rituales específicos, espacios de socialidad, maneras de construir los territorios de la solidaridad, el sentido del Otro y el Nosotros. La identidad obrera se construye en los tajos, en la actividad productiva que se erige día tras día, en los contactos interpersonales y en las redes densas de relación que al verse, tocarse y caminar juntos todos los días hace posible estar con los otros, son como «tú mismo»; iv) la densidad social de la cultura obrero industrial se despliega y se expresa en la construcción y la pertenencia a comunidades obreras. Los miembros comparten espacio y tiempo. No es sólo tiempo laboral marcado por «el cuerno de la fábrica» que señala el cambio de turno, sino la diversión, el ocio y poder estar junto a los que comparten el tajo. Las compañías y creencias grupales se extienden fuera del universo laboral y se trasladan a momentos y espacios de ocio. Fuesen aficiones deportivas, asistencia a espectáculos o actividades de ocio. Todo sirve para definir que la densidad relacional pone el cemento en las relaciones intergrupales y suelda la pertenencia dentro y fuera de la fábrica. Este es el origen del compromiso comunitario y la calle continúa la misión histórica que se fragua en el oficio y el tajo laboral; v) la fábrica define formas de ocupar la ciudad, construir el barrio y el vecindario. La cultura obrera es urbana y ciudadana basada en lo que hace y padece.

A partir del siglo xxi, la identidad industrial cambia de manos; la 4.ª Revolución Industrial se expande por la Margen Izquierda. Se impone el imperativo tecnológico y promueve consecuencias novedosas; fragmenta las sociedades, provoca el incremento de la desigualdad lo que repercute en la seguridad del empleo y en los sentidos del trabajo. Si las tecnologías digitales transforman el mundo laboral de la sociedad industrial conocida, la tesis es concluyente: las tecnologías avanzan —la robotización, la automatización y la digitalización incrementan la competitividad y productividad—, pero algunas cualificaciones profesionales, oficios, trabajos, individuos concretos y organizaciones, se quedan rezagados. La fabricación avanzada y la industria 4.0 definen nuevos territorios productivos, se dotan de nuevas reglas, crean el discurso de la nueva lógica productiva y la retórica del valor del sistema productivo llena los rincones de las nuevas industrias para los que pueden ser y estar en ese tipo de sociedad. La competitividad y productividad son las dos razones de la transformación tecnológica y los indicadores que más peso tienen en el proceso de digitalización (Brynjolfsson y MacAfee, 2013 y 2014) cuando el conocimiento tecnológico transforma el panorama humano de la fábrica (Cowen, 2014; Baldwin, 2019). Lo que temen los científicos sociales (Collier, 2019) es qué puede ocurrir si se reduce la presencia del trabajo a causa de la divergencia entre los incrementos de la productividad, la competitividad y el empleo.

Hay miradas que creen saber qué hacer en el mundo postindustrial. Entre las voces llamativas están las que pueden calificarse como fórmulas infalibles; «el futuro va más rápido de lo que crees» (Diamandis y Kotler, 2021). Otra concluye que el «espíritu del mundo» está en Silicon Valley, «hay una energía que surge de la paradoja de dos movimientos contradictorios que convergen. El deseo colectivo-individual de innovar impone, por un lado, no olvidarse nunca de las tendencias que han iniciado otros y ahora sigue el mundo entero, pero, por el otro, también existe una ambición sin límites por conseguir la próxima intuición que supere todo lo anterior» (Gumbrecht, 2021: 75).

Algunas se decantan por el «fin del mundo» conocido. El libro de Mauro Guillén (2021) tiene un largo título: 2030. Viajando hacia el fin del mundo tal y como lo conocemos. Las hay que son como el envés de las citadas: Colapsología (2020) presenta las consecuencias catastróficas del modelo de desarrollo económico. La sociedad que describen es como si el estrujamiento al que la someten les hubiese llevado a escuchar el grito que dice: hay que cambiar las formas de uso, el consumo y la producción económica.

Esas miradas se citan en la puerta de entrada del museo de los enigmas, aceptan la estabilidad dinámica (Rosa, 2019 y 2020) y viven el cambio desde el cambio. Las miradas no descansan, al contrario, estimulan el crecimiento del almacén del museo. La identidad que propone la Nueva Margen Izquierda también adopta la carga vírica del nuevo tiempo: pragmatismo, innovación, adaptabilidad, fragilidad, vulnerabilidad, incertidumbre y flexibilidad. La identidad post debe ser adaptada y pragmática. En el texto de S. Zuboff (la pregunta es: «¿puede el futuro digital ser nuestro hogar»? (2020:16)).

No sé bien si estamos ante la sociedad decadente o en crisis (Douthat, 2021; Diamond, 2019). Hay argumentos para sostener las dos tesis —algunos procesos de desindustrialización se conducen por este camino—. Los hay que puntualizan la definición, pero que no se olvide que decadencia y crisis tardan siglos en decantarse y las identidades se mueven en ese magma. El libro de J. Barzun (2001), Del amanecer a la decadencia, es la historia de quinientos años de historia cultural en Occidente. El repaso abrumador que ofrece el autor supone la construcción de la decadencia, pero las referencias sociológicas sobre los estados de decadencia o la visión de la historia pone sobre aviso y atisba que, en muchos casos, el estado estacionario, es una forma de estar más que la descripción de los procesos que se dirigen hacia alguna parte.

5. Vivir como somos

A la identidad postindustrial no le sienta bien la tesis del «gran escape» (Deaton, 2016). Con ella explicaban las condiciones que fomentan el desarrollo económico, la salud y la movilidad social ascendente. Cuatro años más tarde el mismo autor sospecha del carácter general de su tesis y publica, junto a Anne Case, el libro titulado Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo y profundiza en los fracasos del «gran escape». Dicen:

«Los que no aprueban los exámenes y no pasan a formar parte de la elite cosmopolita no consiguen vivir en las ciudades prósperas, de rápido crecimiento y alta tecnología, y se les asigna puestos de trabajo amenazados por la globalización y los robots. A veces, la elite puede ser arrogante respecto a sus logros, que atribuye a sus propios méritos, y despectiva respecto a quienes no tienen un título que tuvieron una oportunidad pero la desperdiciaron. A quienes tienen una formación menor, se les subestima e incluso se les falta al respeto, se favorece que piensen en sí mismos como perdedores, y lleguen a sentir que el sistema está manipulando la situación de él en su contra.» (2020:16)

Por otra parte, R. Sennett (1998), en La corrosión del carácter, se refiere a la situación del empleo y el trabajo; el lema es «nada a largo plazo». La enseñanza para la comunidad industrial es que allí donde emerge la sociedad big tech, se promueven territorios plagados de disonancias donde el indicador relevante es la emergencia de la sociedad auxiliar que acoge miles de empleos dedicados a la limpieza, hostelería, logística, cuidados, reponedores, cajeros/as de supermercados, transportistas, servicios al cliente, etc. Son trabajos menos especializados, temporales, mal pagados y alejados de los usos del «talento tecnológico». El resultado produce dos situaciones: se acude a los mercados de las experiencias con éxito en países o sociedades que pasan por similares situaciones para conocer qué hacen para salir de la crisis; pero, por otra parte, el paisaje muestra la vulnerabilidad de los afectados por el movimiento telúrico que ocasiona el cierre de la sociedad industrial clásica.

Las nuevas generaciones se educan en contextos nuevos y se reciclan bajo los supuestos del nuevo paradigma cultural, en cambio las generaciones maduras siguen «colgadas» de la tradición que no está y que no puede reciclarse porque los motores —la fábrica, la industria pesada, los astilleros— no están y, en consecuencia, no puede realizarse desde la estructura material. No extraña que los vínculos comunitarios se reciclen como movimientos individualizadores o que sufran los efectos de la carencia de organizaciones sociales comunitarias que soportan la incidencia de los vínculos tradicionales. El capital social se encuentra con dos fuentes de vinculación grupal y comunitaria: una encuadra a los jóvenes y depende del uso de las estructuras de ocio asociadas a la industria del consumo y a la inversión del tiempo en canales industriales de las estructuras de consumo. La otra está viva, anclada en la nostalgia y la melancolía que desprende la tradición obrero industrial y da sentido a la generación del «alto horno». En el segundo caso, la inexistencia de soportes materiales que presta la industria tradicional plantea el problema del reciclaje y la resistencia, sin vinculaciones culturales fuertes asociadas al pasado transformado en recurso del presente. Ambas narrativas no chocan entre sí, se desplazan por itinerarios paralelos, no se encuentran, se ignoran. En todo caso, el resultado es la crisis de las instituciones comunitarias tradicionales y las redes sociales que sostienen las iniciativas populares (léase asociaciones de vecinos, agrupamientos juveniles clásicos, etc.).

La conclusión es que el impacto del cambio y la transformación industrial tienen incidencia significativa en la estructura cultural y en el capital social de la región en cuanto crea dos estructuras que comparten el mismo territorio y espacio socio simbólico, pero segregan estilos de vida diferentes. Una está apegada al valor que adquiere el grupo comunitario articulado mediante prácticas de consumo y la inversión en las industrias sociales del ocio. La otra se referencia mediante el reciclaje de la tradición obrero industrial. En ambos marcos de socialización, anclados en las redes que segrega, los vínculos comunitarios están soportados desde la lectura tradicional de instituciones tradicionales, organizaciones debilitadas por el paso del tiempo y la carencia de soportes objetivos, materiales, desde donde sustentarse.

La población vive la escisión, aunque la ignore o no sepa que existe, conoce que los recursos culturales son recursos generacionales con diferente perspectiva; la generación del «Horno Alto» y la del «Centro Comercial» se miran y reconocen pero se comunican poco. Es como si pactasen el contrato de no agresión. Por eso, innovar es para algunos reproducir la nostalgia del que cree que la tradición está viva, es el encuentro con el pasado por más que vea que este desaparece a «pasos agigantados», es salir a la calle y no reconocer el «santuario industrial» que fue posible. En ese sentido innovar, para la generación educada en la tradición obrero industrial, significa «enterrar el pasado» y acostumbrarse a vivir con los escombros. Las generaciones más jóvenes, alejadas del concepto tradicional de pueblo industrial, tal y como lo definieran los mayores, tienen que aprender a manejar el ritmo del tiempo que marca la sociedad tecnológica del conocimiento, a jugar con el empleo en empresas flexibles, asumir «la virtud» del cambio, el movimiento y reconocer las nuevas referencias. El territorio postindustrial transita por las virtudes que ofrecen los santuarios del consumo alojados en los centros comerciales, ¿cómo reinterpretar lo que pasa desde el valor adquirido por los procesos de individualización? Altos Hornos es historia, pero no «su» historia, es la memoria de «sus» mayores. Los vínculos comunitarios tradicionales son reinterpretados desde las necesidades y la respuesta cultural que presta a los mayores y esta tiene que ver con el tiempo generacional y la nostalgia que ofrece el cierre de la tradición industrial.

6. A modo de conclusión. El futuro y el pasado

Cuarenta años es tiempo suficiente para reflexionar sobre las razones y las mutaciones ocurridas en la Margen Izquierda del Nervión. En este caso, la perspectiva está condicionada por las leyes de la historia. Hay relación entre el modelo gestado en la segunda mitad del siglo xix, el siglo xx y las dos primeras décadas del xxi, como si en más de ciento cincuenta años, lo común hubiese sido la interdependencia y la conectividad entre presente, pasado y futuro (González Portilla, 2001; Gurrutxaga, 2002 y 2017; Gurrutxaga, Pérez-Agote y Unceta, 1990).

Las nuevas generaciones, ajenas —pero penando las consecuencias— a la crisis industrial de finales del siglo xx, se socializan en el paradigma cultural desarrollado en las primeras décadas del siglo xxi, mientras que las maduras están condicionadas por la tradición industrial en la que se socializaron. El capital social encuentra dos fuentes de vinculación; una conecta a sectores sociales y a las empresas que se mueven en el sector servicios, la industria 4.0 y la producción orientada desde la innovación tecnológica: robotización, automatización, tecnologías polivalentes, innovación, internacionalización, riesgo, etc. La otra se ancla al pasado, a la nostalgia que desprende la tradición obrero industrial. Las políticas enunciativas sobre el nuevo tiempo promueven nuevos nombres y conceptos: la revolución tecnológica, la innovación social, la internacionalización, la industria 4.0, la fabricación avanzada, el poder de transformación del I+D+i, las redes, la especialización productiva, las formas de empleo de la sociedad auxiliar frente a las políticas del «talento», la demografía y sus consecuencias —tasas de envejecimiento o relaciones generacionales de nuevo tipo— (Gurrutxaga y Galarraga, 2018).

Esta senda marca la buena gobernanza para proteger, desarrollar y promover el dosel sagrado —el bienestar, la calidad de vida, la confianza institucional y la identidad— en la sociedad post del que fue el antiguo espacio fabril. Pero manejarla es crear múltiples dilemas y ver cómo emergen interrogantes que se acumulan para responder a la historia futura de las próximas décadas.

El viaje se termina, he caminado fascinado por el pasado, el presente y el futuro. He sido testigo del proceso de transformación urbana condicionado por el pasado que hunde las raíces en la concepción defensiva sobre cómo actuar sobre los enclaves urbanos industriales desindustrializados. La Margen Izquierda es tierra de contrastes y fragmentos, donde nuevas empresas, solares industriales abandonados, fábricas antiguas y actuales, desorden urbano, desarrollos avanzados y nostalgias del pasado conviven con la extraña mezcla donde todo es lo que parece a la vez que todo niega las apariencias en las tinieblas del futuro.

¿Hay Margen Izquierda? Sí, lo que no se ve es el «sagrado» espacio industrial. Amazon, Ikea, Decathlon, etc., están ubicadas en un kilómetro de distancia, pero no saben qué fue y dónde estuvo Altos Hornos, desde sus instalaciones no ven la Naval. Barakaldo es el espacio de los consumidores y un pueblo. No se ve desde esos espacios comerciales la Margen Izquierda. Los obreros se han ido, la sociedad laboral se quedó sin empleos, el trabajo se vació de cultura, las nuevas generaciones esperan. Quedan la historia para reconocer y la nostalgia para recordar. La identidad industrial se quedó varada en algún punto de la historia, sin obreros, sin comunidad y sin cultura industrial. Veinticinco años después hay que inventarla todos los días pero la cultura obrero industrial ya no está a disposición de todos los que la necesitan. Sin embargo, es la condición para seguir siendo Margen Izquierda, lo cual no quiere decir que no exista el espacio geográfico que forma. Pero ahora es mitología, un lugar, la historia, el pasado al que casi nadie reconoce.

7. Referencias bibliográficas

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