Diversidad religiosa, políticas públicas y gentrificación en París y Barcelona

Religious diversity, public policies and gentrification in Paris and Barcelona

Víctor Albert Blanco*

Université de Paris 8, GTM-CRESPPA (Francia)
y Grupo de Investigacions en Sociologia de la Religió (ISOR), Universidad Autónoma de Barcelona

Palabras clave

Diversidad religiosa
Gentrificación
Islam
Espacio público

Resumen: Este artículo analiza la interrelación entre la regulación de las manifestaciones religiosas y las transformaciones urbanas en las ciudades europeas contemporáneas. Concretamente, pone el foco en dos barrios de París y Barcelona que han experimentado, a lo largo de los últimos años, reformas urbanas importantes y un ingente proceso de gentrificación. A partir del trabajo de campo cualitativo llevado a cabo en esos dos barrios, el artículo detalla unos actores y unas estrategias de regulación de las expresiones religiosas que son coherentes con estas transformaciones, participando así en la formulación de proyectos morales sobre un espacio público concebido como diverso y multicultural a la vez que ordenado y pacificado. El artículo contribuye y complementa la literatura sobre la gobernanza de la diversidad religiosa en Europa, al mismo tiempo que señala la relevancia de los contextos urbanos particulares y de los procesos de cambio y disputa que los atraviesan.

Keywords

Religious diversity
Gentrification
Islam
Public space

Abstract: This paper analyzes the intersection between the regulation of religious expressions and urban transformation in contemporary European cities. Specifically, it focuses on two neighborhoods from Paris and Barcelona that have experienced, over the last few years, major urban reforms and a gentrification process. Drawing on qualitative fieldwork carried out in these two neighborhoods, the article shows the actors and the strategies for regulating religious expressions that are coherent with these transformations. They participate in the formulation of moral projects about a public space conceived as diverse and multicultural, but controlled and pacified. The paper contributes to and complements the literature on religious diversity governance in Europe, while pointing out the relevance of the urban contexts and the processes of change and dispute that go through them.

* Correspondencia a / Correspondence to: Víctor Albert Blanco. Université de Paris 8, GTM-CRESPPA. 59-61 rue Pouchet (75849 Paris Cedex 17) – valbert.blanco@gmail.com – http://orcid.org/0000-0003-4104-8644.

Cómo citar / How to cite: Albert Blanco, Víctor (2022). «Diversidad religiosa, políticas públicas y gentrificación en París y Barcelona». Papeles del CEIC, vol. 2022/1, papel 257, -16. (http://doi.org/10.1387/pceic.22894).

Fecha de recepción: junio, 2021 / Fecha aceptación: noviembre, 2021.

ISSN 1695-6494 / © 2022 UPV/EHU

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1. Introducción

A lo largo de los últimos años, la presencia y la visibilidad de expresiones religiosas en las ciudades europeas ha suscitado importantes debates sociales, políticos y mediáticos. Las minorías religiosas, especialmente el islam, han estado en el foco de estas discusiones, implicando muchas veces una variedad de actores tanto religiosos como seculares. El ámbito académico ha tratado de analizar todas estas cuestiones. Por un lado, se han estudiado las nuevas comunidades religiosas (muchas de ellas de origen migrante) en sus estrategias de inscripción urbana (Moreras, 2006; Becci et al., 2017). Por otro, se han analizado también las políticas de gobernanza y regulación que sobre ellas se han llevado a cabo en distintos contextos (García-Romeral y Griera, 2011; Fregosi, 2018; Planet, 2018; Albert Blanco y Martínez Cuadros, 2021), siendo el ámbito local y de las ciudades un nivel que focaliza cada vez más la atención de las investigaciones (de Galembert, 2005; Griera, 2012; Martínez-Ariño, 2018; Astor et al., 2019).

Este artículo pretende contribuir al conjunto de esta literatura, aportando una mirada específica sobre la interrelación entre las estrategias de regulación de las manifestaciones religiosas y las transformaciones urbanas. Concretamente, pone el foco en dos barrios de París y de Barcelona que han experimentado, a lo largo de las últimas décadas, importantes reformas urbanas y un proceso de gentrificación que han modificado sus estructuras sociales. En este sentido, la hipótesis presupone que la regulación de las manifestaciones religiosas se inscribe y es coherente con estos procesos y que, además, participa de la formulación de un proyecto moral sobre el espacio público. Este proyecto, que se presenta bajo un aparente consenso, se sustenta sobre un ideal de espacio urbano en el que la diversidad social y cultural ocupa un lugar central, siempre y cuando esté regulada y delimitada. La perspectiva comparada de la investigación permite, así, observar el proceso complejo de regulación de las expresiones religiosas en dichos contextos urbanos, situando las diferencias y los puntos en común de ambos casos. El interés de esta perspectiva se sustenta, como veremos, en la comparación de dos barrios muy similares situados, sin embargo, en contextos nacionales relativamente diferentes.

El artículo se basa en una larga investigación de carácter cualitativo llevada a cabo en los barrios de la Goutte d’Or (París) y el Raval (Barcelona) entre los años 2016 y 2019. Los datos se han recogido principalmente a través de entrevistas semiestructuradas (67) con actores locales (vecinos implicados en asociaciones vecinales, comerciantes, responsables políticos y técnicos de la administración, miembros de asociaciones y comunidades religiosas). Se ha seguido igualmente un enfoque etnográfico, a través de la observación de diversas actividades ciudadanas (reuniones institucionales y asociativas, fiestas populares, eventos religiosos y culturales, etc.), que ha sido complementado con la recogida y consulta de abundante material de archivo y documentos de interés (prensa local y asociativa, actas de reuniones públicas, folletos, etc.).

2. Pensar el lugar de la pluralidad religiosa en las transformaciones urbanas

Si en el pasado el «paradigma de la secularización» había asociado el declive de la religión con la vida urbana, recientemente se ha señalado que las ciudades contemporáneas son espacios privilegiados para la expresión pública de las religiones (Becci et al., 2013). Algunos han propuesto incluso el concepto de «ciudad post-secular» para analizar este «retorno» de lo religioso en lo urbano (Beaumont y Baker, 2011), mientras que otros han señalado la relación dialéctica entre ambas dimensiones (Saint Blancat, 2019). El conjunto de estas contribuciones se enmarca en un giro espacial del estudio del fenómeno religioso (Hervieu-Léger, 2002; Kong y Woods, 2016), situando los contextos urbanos como lugares paradigmáticos para el análisis de la «desprivatización» de la religión en el mundo contemporáneo (Casanova, 1994). Efectivamente, las urbes determinan y condicionan el lugar de los grupos religiosos, a la vez que estos forman parte y redefinen la ciudad a través de la creación de lugares arquitectónicos, la apertura de comercios especializados, la conmemoración de ritos en el espacio público o la visibilidad de otras manifestaciones vestimentarias o corporales (Becci et al., 2017).

En las ciudades europeas, esta reemergencia ha venido acompañada de una ingente pluralización del paisaje religioso. Sin estar limitada al fenómeno migratorio, esta pluralización se ha articulado, en gran medida, a la llegada e instalación de personas provenientes de otros países y áreas geográficas (Dargent, 2010; Davie, 2013). La descolonización y la globalización económica han favorecido este fenómeno durante las últimas décadas, convirtiendo algunas áreas metropolitanas en verdaderos espacios «súper-diversos» (Vertovec, 2007; Becci et al., 2017). Este proceso se ha desarrollado, en muchos casos, sobre una cierta segregación urbana en la que los poderes públicos y privados han favorecido la instalación de estas poblaciones en algunos barrios y territorios. Más allá de las llamadas zonas periféricas (como la mediatizada banlieue francesa), este proceso ha abarcado también los centros históricos de las grandes ciudades. A pesar de su centralidad, algunos de estos barrios sufrieron un proceso de deterioro y abandono que transformó sus viviendas en un parque precario y accesible para las poblaciones migrantes (Chabrol et al., 2016).

Este es el caso de los dos barrios analizados en este artículo, el Raval de Barcelona y la Goutte d’Or de París. Barrios antiguos de otras ciudades europeas han experimentado una evolución similar, como Lavapiés en Madrid, la Mouraria en Lisboa o el East End en Londres. A pesar de unas temporalidades diferentes causadas por dinámicas históricas particulares, en todos estos barrios la diversidad cultural y religiosa resultado de las migraciones contemporáneas se manifiesta a través de múltiples expresiones. Centros de culto, comercios «étnicos» o con identificaciones religiosas (carnicerías halal, librerías islámicas, restaurantes «hindús», etc.) o celebraciones en las plazas y en las calles, son solo algunas de estas manifestaciones visibles.

Sin embargo, el paisaje urbano de estos barrios se ha vuelto más complejo a causa del proceso de gentrificación que también les afecta desde hace años. Entendida como un proceso de apropiación de un barrio por parte de unas clases urbanas más acomodadas que no lo habitaban previamente (Sorando y Ardura, 2016), la gentrificación «siempre implica, al menos temporalmente, una diversificación de la población y, por ende, formas de convivencia entre habitantes con recursos, formas de vida y expectativas diferentes» (Chabrol et al., 2016: 257). Más allá de las «dimensiones estructurales y estructurantes» (ibídem: 85) de este fenómeno de cambio urbano, las investigaciones llevadas a cabo en diferentes contextos han mostrado formas complejas de convivencia entre los habitantes de los barrios gentrificados, condicionadas muchas veces por relaciones de alteridad y dominación. Generalmente, los nuevos residentes, los gentrificadores, disponen de un mayor capital económico y cultural que los habitantes que ya vivían en el barrio (Sequera, 2020).

Además de las interacciones entre habitantes, la literatura académica también ha abordado los discursos oficiales y las representaciones colectivas sobre estos territorios. Como señalan Chabrol et al., «todos los barrios gentrificados han visto evolucionar las representaciones que se les atribuyen, considerados anteriormente de «mala fama», «viejos», «sucios» o «repulsivos», se transforman en territorios «de moda», «encantadores», «vivos», «auténticos», calificativos que a veces se refieren a las mismas realidades sociales, ofreciendo ahora una visión encantada de ellas» (2016: 193). En esta evolución, el carácter «multicultural» o «cosmopolita» parece ser una de las dimensiones a menudo reivindicada por ciertos actores, aunque esto implique también formas de gobernanza de la «diferencia». Si algunos gentrificadores afirman apreciar un cierto grado de diversidad, propugnan al mismo tiempo que esta permanezca bien controlada y delimitada (Tissot, 2014).

La gentrificación puede constituir pues un fenómeno «esporádico», en el que ciertas categorías sociales y generacionales se instalan en estos barrios y contribuyen a su revalorización simbólica y económica. Sin embargo, y como es el caso de los dos barrios aquí analizados, la gentrificación puede ser también un objetivo político más o menos explícito. Tanto en la Goutte d’Or como en el Raval, las administraciones inician, en los años 80 del siglo pasado, un importante proceso de renovación urbana. Esta política se justifica por el deterioro de ambos territorios y se articula sobre un discurso higienista (Bacqué y Fijalkow, 2006; Fernández, 2014). En este sentido, las reformas urbanísticas que se planifican pretenden «diversificar» la población de sendos barrios, favoreciendo la llegada de clases medias y de nuevos usos residenciales, comerciales, culturales y sociales. Si en ambos casos se blinda la presencia de clases populares a través de vivienda pública, se considera que la instalación de individuos y familias más pudientes puede favorecer el barrio y su revalorización simbólica.

De esta forma, la renovación urbana y la gentrificación que conlleva se enraízan en el principio de la «diversidad social» basada en un supuesto equilibrio perfecto entre grupos sociales diferentes (Charmes y Bacqué, 2016). Más allá de las intervenciones urbanísticas (demolición y construcción de edificios, apertura de nuevos espacios públicos, etc.), esta estrategia se articula sobre otras políticas públicas. Se planifican así múltiples acciones en distintas áreas (educación, seguridad, sanidad, convivencia, etc.) que buscan revertir los malos indicadores sociales que pueden persistir en el sector. Se trata de acercar el barrio a un estándar de «normalidad». A la par que se pretende mejorar su calidad de vida, se revaloriza también su representación simbólica.

El espacio urbano se convierte así en un objeto de apropiación desigual (Chabrol et al., 2016) y, más allá de los cambios físicos y sociodemográficos, la transformación urbana y la gentrificación conllevan pues una dimensión simbólica importante. Esta no puede leerse de manera aislada, sino en interacción con las relaciones sociales y de poder derivadas de la propia transformación urbana (Tissot, 2012). Se formula así un ideal de espacio público aparentemente consensual, no exento de disputas y contradicciones, que puede leerse como un proyecto moral. La diversidad social y cultural se erige en un objetivo político compartido en el que, como señalábamos anteriormente, la coexistencia entre diferentes puede favorecer el desarrollo y la revalorización del barrio. Sin embargo, uno de los elementos centrales de este ideal se sustenta en el control de dicha diversidad, ya sea a través de mecanismos económicos más o menos objetivos (mezcla de viviendas sociales con otras más pudientes, promoción de la apertura de nuevos establecimientos comerciales, etc.) como con otros con un carácter más performativo en el propio espacio público (regulación de los usos, realización de actividades comunitarias, etc.).

En este artículo, nos preguntamos cuál es el lugar de la regulación de las expresiones religiosas en este proceso y en la formulación de dicho proyecto moral. El análisis de esta relación dialéctica pasa por entender la dimensión religiosa en interacción con las distintas relaciones sociales y políticas inscritas en el espacio. En este sentido, el proceso de revalorización urbana es paradójico y ambivalente frente a una pluralidad religiosa asociada a las poblaciones de origen migrante que residen en estos barrios. En algunas ocasiones, la renovación y los actores que la promueven parecen querer borrar ciertas expresiones religiosas mientras promueven otras que son objeto de una cierta patrimonialización. Si este trabajo de selección y jerarquización de las prácticas religiosas traduce el empeño por hacer «más aceptables» algunas de ellas en un contexto supuestamente secular (Martínez-Ariño y Griera, 2020), permite al mismo tiempo leer las dominaciones sociales, culturales y memoriales que participan en la construcción de los territorios urbanos contemporáneos (Busquet et al., 2014).

Siguiendo la terminología lefevbriana, es en el «espacio público concebido» (2013) por la renovación urbana en el que se inscriben las distintas manifestaciones religiosas, condicionadas en cada ciudad por regímenes espaciales particulares (Becci et al., 2017; Griera y Burchardt, 2020). Como recientemente ha analizado Oscar Salguero (2018) en el barrio de Lavapiés (Madrid), la pluralidad religiosa se acomoda así a una gobernanza dictada por las administraciones, pero se inscribe también en un espacio público en el que los actores privados, a menudo con intereses económicos, determinan qué usos y prácticas deben o no permitirse en función de la imagen de marca que pretende proyectarse del territorio.

Los casos de la Goutte d’Or y del Raval son, en este sentido, paradigmáticos para el análisis de esta interacción (Albert Blanco, 2019). Su análisis comparado reviste de interés al situarse en contextos nacionales diferentes (Francia y España), a menudo presentados como dicotómicos en relación con la gobernanza de la religión. Siendo enclaves «súper-diversos» a nivel religioso (Becci et al., 2017), la Goutte d’Or y el Raval han experimentado también una fuerte renovación urbana e ingente gentrificación. En otras palabras, y retomando la hipótesis planteada en la introducción, el análisis comparado de estos dos barrios permite observar cómo la gestión de la pluralidad religiosa se inscribe y es coherente con las transformaciones urbanas en curso. De esta forma, pretendemos describir el proceso de selección y adaptación de las manifestaciones religiosas, focalizándonos en algunos de los actores que protagonizan dichas transformaciones urbanas. En primer lugar, analizamos el papel de las administraciones públicas locales y, más concretamente, los planes desarrollados por las mismas en ambos barrios. Posteriormente, nos fijamos en el tejido asociativo vecinal y en las prácticas y estrategias que lleva a cabo en este proceso dialéctico. Estudiamos así el proyecto moral, y sus distintas acepciones, formulado sobre un espacio público que se concibe como diverso y multicultural. Particularmente, nos fijamos en el lugar y la forma que en él se otorgan a las manifestaciones religiosas. Los discursos y las prácticas de los actores urbanos «seculares» constituyen pues el objeto central del artículo. Se trata de una aproximación epistemológica «constructivista» del hecho religioso (Beckford, 2003), que observa los actores (auto) definidos como seculares como agentes clave en la provisión de un espacio para lo religioso (Berg, 2019) en un contexto de transformación urbana y de apropiación desigual del espacio público.

3. La Goutte d’Or y el Raval: dos barrios «súper-diversos»

La Goutte d’Or y el Raval han sido erigidos, desde hace tiempo, como «laboratorios» de los estudios urbanos (Martínez-Rigol et al., 2015). Tal y como se ha señalado, los dos territorios se caracterizan por albergar una población históricamente obrera y por ser receptores, desde hace algunas décadas, de personas migrantes que aún hoy marcan sus estructuras so­ciode­mo­grá­fi­cas. En el Raval de Barcelona (alrededor de 50.000 habitantes), la mitad de la población es inmigrante (frente al 15% del conjunto de la ciudad). En la Goutte d’Or de París (alrededor de 25.000 habitantes), cerca del 35% de sus vecinos son extranjeros, porcentaje también altamente superior al del conjunto de París.

La instalación de estas poblaciones ha favorecido asimismo la emergencia de nuevas expresiones religiosas vinculadas a cultos hasta el momento poco visibles en las ciudades europeas, como el islam, el sikhismo, el evangelismo u otras corrientes cristianas (Martínez-Ariño et al., 2011). En este sentido, merece la pena mencionar que, sin contar las iglesias católicas tradicionales, el Raval alberga hoy en día 7 mezquitas (Martín-Saiz, 2019), así como un templo sikh, 7 iglesias evangélicas y una importante comunidad católica de origen filipino que conserva ritos propios y que se estructura alrededor de una de las principales parroquias del sector. Por otra parte, en la Goutte d’Or hay en funcionamiento actualmente dos oratorios islámicos, uno de los cuales está en el interior de un equipamiento municipal, aunque en el pasado hubo al menos dos mezquitas más que se clausuraron en el marco de la renovación urbana. También hay un oratorio judío, y un antiguo cine acogía hasta hace poco una comunidad nazarena que hoy tiene su sede en los márgenes del barrio

Más allá de los lugares de culto, esta pluralidad religiosa se manifiesta a través de otras expresiones. El tejido comercial es un buen indicador de esta, y ambos barrios cuentan con una red significativa de establecimientos identificados como «halal», pero también de librerías «islámicas». El espacio público se convierte asimismo en el escenario de conmemoraciones religiosas diversas. En el Raval, por ejemplo, la comunidad sikh celebra anualmente una procesión en motivo de la festividad del Nagar Kirtan, mientras que las asociaciones musulmanas organizan iftares en la calle durante el mes de Ramadán y realizan rezos colectivos en plazas y equipamientos municipales (Griera y Burchardt, 2020; Clot-Garrell et al., en prensa). En la Goutte d’Or, este tipo de expresiones rituales quedan más bien relegadas al espacio privado, aunque durante años el rezo islámico tuvo lugar en la calle a causa de la falta de espacio en las mezquitas del noreste parisino (Khemilat, 2018). Por otra parte, en los muros y las paredes del barrio son visibles decenas de carteles anunciando eventos y celebraciones evangélicas que, aunque no tengan lugar en el propio sector, informan a la nutrida clientela de origen africano y caribeño que compra en los comercios del barrio (Coulmont, 2014; Chabrol, 2014).

Algunas de estas manifestaciones son construidas en clave de «problemas públicos» por ciertos actores, principalmente si son percibidas como «islámicas» (Gôle, 2015). En ambos casos, y siguiendo la lógica desarrollada en otras ciudades europeas (de Galembert, 2005; Griera, 2012; Martínez-Ariño, 2018), las administraciones locales intentan conciliar las quejas frente a estas expresiones con el derecho a la libertad de culto. De esta forma, se regulan ciertas prácticas religiosas para que sean más acordes con un espacio público pensado como secular, enviando al espacio privado aquellas consideradas como más «disruptivas». Así, por ejemplo, las autoridades francesas prohibieron en 2011 el rezo islámico que se desarrollaba cada viernes en las calles de la Goutte d’Or. En su lugar, el ayuntamiento de París construyó un equipamiento público, el Instituto de culturas del islam (ICI) inaugurado en 2013, destinado a acoger un centro cultural con exposiciones y otras actividades, pero también un oratorio para absorber parte de la demanda que las mezquitas locales no podían asumir. Por su parte, el ayuntamiento de Barcelona favorece que las comunidades religiosas utilicen ciertos espacios públicos para sus grandes festividades, siempre y cuando se haga de manera puntual y controlada (Albert Blanco, 2019; Griera y Burchardt, 2020; Clot-Garrell et al., en prensa).

4. El lugar de la religión en las políticas urbanas

La gobernanza de la pluralidad religiosa se enmarca en estrategias diseñadas a nivel de ciudad, condicionadas en ambos casos por marcos institucionales específicos, pero también por unos regímenes urbanos particulares (Griera y Burchardt, 2020). Estas políticas se revisten de un discurso voluntarista que pretende asegurar la libertad de culto al mismo tiempo que controlar las expresiones religiosas. El ayuntamiento parisino reivindica discursivamente la laicidad francesa, sustento para regular y determinar ciertas prácticas religiosas (Martínez-Ariño, 2018), mientras que el barcelonés hace gala de una política de acompañamiento de las minorías que se materializa en el desarrollo de una oficina de asuntos religiosos, la OAR (Astor et al., 2019). En la Goutte d’Or y el Raval, estas estrategias de ciudad interactúan con la política urbanística, inscribiéndose así en los planes de transformación y «mejora» de dichos barrios (Albert Blanco, 2019). Tal como señalábamos anteriormente, nuestra hipótesis presupone que los distintos instrumentos de gobernanza de la pluralidad religiosa son coherentes con estas transformaciones urbanas. Contribuyen, de esta forma, a desarrollar un proyecto moral sobre el espacio público que se sustenta en un ideal de diversidad social y cultural, no exento de tensiones y ambigüedades.

En el caso de la Goutte d’Or, buena parte de la intervención urbanística llevada a cabo en las últimas tres décadas se concreta y se apoya en la llamada politique de la ville francesa, un conjunto de actuaciones sociales que se llevan a cabo en aquellos barrios considerados «sensibles» (Charmes y Bacqué, 2016). Esta política se materializa a través de unos acuerdos entre el gobierno central y el municipal. El Contrato de Cohesión Social Urbana (CUCS) 2007-2010, firmado entre el Estado y la administración parisina, esclarece el lugar que se otorga a la cuestión religiosa en las políticas públicas ligadas a la renovación urbana. Este instrumento establece «4 prioridades» de actuación en el barrio: «mejorar las condiciones de vivienda», «mejorar el entorno de vida mediante una intervención significativa de la calidad urbana», «reducir la precariedad social» y, finalmente, «desarrollar un nuevo atractivo del sector». Este «atractivo» implica asimismo «una mezcla de vivienda y usos, respetando su diversidad sociológica», lo que supone la concreción programática del ideal de diversidad y equilibrio social buscado por la propia transformación (ibídem). Se trata entonces de «diversificar» la oferta de vivienda, comercios y equipamientos. Es aquí donde encaja el proyecto del ICI, al que se hace mención explícitamente.

Unos años más tarde, el documento que sucede al CUCS, el llamado Contrato de ciudad firmado en 2015, hace igualmente referencia a la cuestión religiosa. Esta es presentada como una «riqueza» de los barrios populares parisinos, pero se señalan también algunos «peligros», como la llamada «radicalización». A pesar de que no se prevé ninguna actuación específica como lo fue anteriormente el ICI, se concibe el conjunto de las políticas previstas en este plan como el mejor instrumento para prevenir estas derivas y avanzar hacia un mayor respeto de la laicidad. El barrio, y algunas de las poblaciones que lo habitan, son percibidos pues por los gestores urbanos que diseñan y aplican el Contrato de ciudad, como sujetos potencialmente reacios y esquivos al principio de laicidad y proclives a un modo de vida «cerrado», el llamado communautarisme tan denostado en los discursos políticos franceses hegemónicos (­Mohammed y Talpin, 2018). El control de dichas poblaciones, así como la atenuación de sus supuestas y posibles desviaciones, pasa pues por asegurar un «equilibrio» entre grupos sociales y culturales, tanto a nivel sociodemográfico (políticas de vivienda) como en su proyección en el espacio público (regulación de comercios, apertura de equipamientos, promoción de ciertas actividades públicas, etc.).

La llamada politique de la ville y las distintas medidas previstas en los documentos mencionados se coordinan y se concretan a través de un «equipo de desarrollo local» (EDL), dependiente del Ayuntamiento parisino. El responsable técnico de esta oficina en la Goutte d’Or nos explicaba en una entrevista su perspectiva acerca de la gestión de la pluralidad religiosa, desarrollando así los principios inscritos y explicitados en los distintos contratos. La cuestión queda discursivamente difuminada ya que el responsable negaba la implicación del equipo en la gestión de dicha pluralidad:

Respecto a este tema, hay una cosa que puedo decir. Efectivamente no trabajamos específicamente sobre la diversidad religiosa. Realmente no es un tema en el que intervengamos. Este es un tema privado. Cada uno pone su fe en la esfera privada. Desde el equipo de desarrollo local nos limitamos a poner en marcha una política pública que es la politique de la ville, para el barrio. (Entrevista P_01, responsable equipo desarrollo local)

La insistencia en el carácter «privado» de la religión entronca con la dimensión y la pujanza simbólica de la laicidad francesa, que presupone la neutralidad de los poderes públicos frente a las expresiones religiosas. Sin embargo, esta negación discursiva implica una intervención que determina y condiciona la forma de dichas manifestaciones, incluso la definición misma de los cultos (Liogier, 2006). En el espacio urbano de la Goutte d’Or, el EDL juega un papel clave en este proceso. A través de los instrumentos a su disposición, la oficina de desarrollo local determina qué actividades pueden llevarse a cabo en el espacio público y merecen ser financiadas y cuáles, en cambio, deben quedar relegadas a un ámbito privado o discreto:

Son las propias asociaciones [locales] las que presentan proyectos, que financiamos y apoyamos para su implementación. También podemos apoyar a grupos de vecinos que no estén necesariamente constituidos en asociación. (...) El Fondo de Participación de los Residentes, ayuda a financiar los proyectos de los habitantes (...). Y [estas actividades] no deben ser políticas, religiosas, lucrativas, económicas, etc. No habrá financiación de acciones de la parroquia, ni para una actividad en el marco del Aïd... Es realmente una concreción de lo que llamamos los valores de la República. (Entrevista P_01, responsable equipo desarrollo local)

En el Raval, la cuestión religiosa aparece también en los planes de actuación del distrito (PAD), que planifican la acción municipal en cada mandato. El PAD 2004-2007 prevé así «fomentar el conocimiento entre culturas», mientras que en el 2008-2011 se explicita la necesidad de «ordenar y planificar» las festividades religiosas. En el PAD 2016-2019 se menciona una línea de apoyo logístico y financiero al Grupo interreligioso local (GIR), así como incentivar la diversificación de los menús escolares para asegurar el respeto a las diferentes prescripciones alimentarias. Por otra parte, en el plan «Raval cultural» (2013), centrado en la promoción del barrio a través de la cultura, se incluye la realización de itinerarios y visitas guiadas a los centros de culto de las minorías religiosas. Asimismo, el «plan de barrio» aprobado en 2017 propone una «mirada intercultural» en el abordaje de las distintas intervenciones en materia de educación, vivienda, salud o espacio público.

En este sentido, los «planes de barrio» se asemejan a la politique de la ville del caso francés. Desarrollados en Cataluña a partir de la Ley de barrios aprobada por el gobierno tripartito (2003-2010), estos planes pretenden dotar de coherencia una serie de intervenciones urbanas y sociales en distintos territorios a partir de la concertación entre las administraciones locales y la autonómica. Paralizados por la crisis económica y las políticas de austeridad, el Ayuntamiento de Barcelona los retoma en solitario a partir de 2015, desarrollándolos en distintos barrios de la ciudad entre los que se incluye el Raval. La cuestión religiosa se disuelve en estos planes bajo la «mirada intercultural» antes mencionada, activándose en función de las necesidades detectadas por los responsables políticos y técnicos de su aplicación en cada barrio. En el Raval, se juzga que las acciones específicas sobre esta cuestión no son necesarias, ya que se considera que el barrio tiene una dinámica propia adquirida alrededor de la pluralidad religiosa, tal como lo expresa el coordinador del plan en este territorio durante una entrevista:

Hay que entender que el Raval es muy potente, y que ya tiene su propia dinámica. Es decir, con este plan de barrio no estamos inventando nada. Lo que hacemos es poner sobre la mesa ciertos proyectos para trabajarlos junto a otros, para dotarlos de energía para que salgan adelante, con una mirada un poco diferente a lo que se hacía antes. Pero en el Raval es muy difícil. Más aún en temas relacionados con la interculturalidad. Hay 300 asociaciones en el Raval, y la mayoría de ellas en relación con la interculturalidad (…) Todas las asociaciones ya están haciendo algo. Es cierto que con el plan de barrio podemos apoyarlas, o inventar una nueva línea. Pero no hay un gran proyecto que hayamos puesto sobre la mesa, como fue el caso en el [barrio del] Besós, donde de repente hay algo que no estaban haciendo y lo hacen y eso es un cambio. La mayoría de las cosas aquí ya se están haciendo. Por ejemplo, mañana empiezan las fiestas del barrio, y mira, en la calle Lancaster, la Asociación (...) hará un cuscús y no sé qué más. No tiene sentido que estemos aquí, porque ya está funcionando, ya tienen sus alianzas y sus subvenciones… (Entrevista B_01, responsable plan de barrio)

El reconocimiento de la dinámica del Raval sobre las cuestiones de interculturalidad y pluralidad religiosa adquiere aún más relevancia con la comparación que se hace con el barrio del Besós. En este otro territorio, en el que se desarrolla un «plan de barrio» en el mismo momento, las autoridades incluyen, entre las medidas que se llevan a cabo bajo esta estrategia, la realización de un iftar público durante el mes de Ramadán. En el Raval, en cambio, estas celebraciones tienen un recorrido consolidado y se llevan a cabo desde hace años bajo el impulso de distintas asociaciones islámicas y el grupo interreligioso local, así como con el apoyo de las administraciones (Griera, 2012; Clot-Garrell et al., en prensa).

Si el «plan de barrio» del Raval no contempla explícitamente estas cuestiones es a causa de la trayectoria y la dinámica desarrolladas en el barrio, considerando que la intervención en este campo ya se realiza a través de otros instrumentos y actores locales. Sin embargo, el apoyo a la celebración y regulación de algunas manifestaciones religiosas en el espacio público es coherente con los propios objetivos del plan, que contempla la necesidad de promover un «equilibrio» en los usos del espacio urbano a través de actividades comunitarias. Este objetivo se enmarca en un contexto urbano tensionado debido, principalmente, a la so­brerrepre­sen­ta­ción de usos ligados a la actividad turística o a otros fenómenos como el tráfico y consumo de drogas. En este sentido, la organización de actividades (incluidas las religiosas) en las calles y plazas del barrio por los propios vecinos se presenta como una herramienta de reequilibrio del espacio público. De la misma forma, la dimensión intercultural se inmiscuye en dicho objetivo, señalando la importancia que las actividades en el espacio urbano respondan a las necesidades de los distintos «colectivos» presentes en el barrio.

Más allá del «plan de barrio», la dimensión intercultural y la gestión de la pluralidad religiosa se concretan en el Raval a través de la actividad ordinaria de los responsables del Distrito de Ciutat Vella y de la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR). La regulación y control de las manifestaciones religiosas se lleva a cabo con un sistema de autorización y acompañamiento a las minorías religiosas en el que intervienen distintos niveles administrativos (Albert Blanco y Martínez Cuadros, 2021). Además, en algunos casos, se desarrolla un apoyo logístico y simbólico que se materializa a través de la presencia de concejales y otros responsables municipales en dichas celebraciones. De manera significativa, la concejal de Ciutat Vella entre 2015 y 2019, señalaba en un informe presentado en el consejo plenario del Distrito en julio de 2017, que el barrio vivía un verano lleno de actividades, entre las cuales mencionaba, y ponía en un mismo plano, los iftares del mes de Ramadán y las fiestas mayores organizadas por las asociaciones vecinales. De manera parecida, la consejera de Distrito encargada de las cuestiones de interculturalidad nos explicaba un trabajo cotidiano de contacto y acompañamiento con los distintos actores locales entre los que incluía, también, los agentes religiosos:

Cuando iniciamos un mandato intentamos entrar en contacto con todas las entidades, asociaciones y colectivos más o menos organizados, pero también con vecinos individuales. También con el objetivo de conocer toda la diversidad de colectivos hicimos un recorrido por todos los lugares de culto o comunidades religiosas, pero tenemos muchos en el distrito (…) Y durante el primer Ramadán lo que hicimos, fue eso, fuimos a compartir todos los iftares a los que fuimos invitados, y también a la celebración del final del Ramadán. (Entrevista B_02, consejera de Distrito 2015-actualmente)

Tanto en la Goutte d’Or como el Raval, los instrumentos de gestión de la pluralidad religiosa parecen pues integrarse plenamente en el conjunto de políticas urbanas llevadas a cabo en los últimos años. Si la perspectiva comparada permite apreciar ciertas diferencias, especialmente a nivel discursivo (la «laicidad» en el caso parisino, la «interculturalidad» en el barcelonés, por ejemplo), es igualmente importante señalar los puntos en común. En ambos casos, y bajo el contexto de las transformaciones urbanas y la gentrificación en curso, la gestión de la pluralidad religiosa (apertura de equipamientos como el ICI, promoción o no de celebraciones en la vía pública, visitas institucionales y reconocimiento simbólico, etc.) participan de la formulación de un proyecto moral sobre el espacio público basado en una diversidad social y cultural (y, por ende, religiosa) que debe poner fin a los desajustes urbanos.

5. El tejido vecinal frente la pluralidad religiosa

Más allá de las administraciones, las asociaciones vecinales participan igualmente en este trabajo de regulación de las expresiones religiosas en el espacio público del barrio. Los colectivos de residentes y comerciantes llevan a cabo acciones de incidencia política alrededor de la apertura de centros de culto, pero desarrollan también un trabajo más cotidiano e implícito que contribuye a delimitar el lugar, la forma y la visibilidad de las manifestaciones religiosas. Estas acciones y los discursos que las acompañan no son homogéneas, sino que traducen perspectivas diversas y, en ocasiones, contradictorias. Si todas ellas contribuyen a formular un proyecto moral sobre el espacio urbano deseado sustentado, como decíamos en epígrafes anteriores, en un ideal de diversidad, lo hacen desde aproximaciones diferentes. En este sentido, el posicionamiento y las estrategias respecto a las expresiones religiosas se inscriben en los debates sociales y vecinales sobre las transformaciones urbanas del barrio y el papel que se juega en las mismas.

5.1. Un trabajo de incidencia política sobre los lugares de culto

El rechazo, la aceptación o la mediación sobre la apertura de centros de culto constituye la principal acción de incidencia política llevada a cabo por el tejido vecinal en relación con la cuestión religiosa. Tanto en la Goutte d’Or como en el Raval, las asociaciones y colectivos vecinales juegan un papel importante, adoptando posiciones que se enmarcan en debates más amplios sobre las transformaciones urbanas en curso.

En la Goutte d’Or de París, como ya se ha mencionado, la falta de espacio en las mezquitas del barrio propició la celebración de rezos en la calle desde finales de los años 90 hasta su prohibición en 2011. Durante este tiempo, una parte del tejido vecinal se implicó en la búsqueda de «soluciones» a esta situación, considerando que las expresiones religiosas debían tener lugar en un espacio «cerrado» y «digno». Una de las principales asociaciones de habitantes del sector, el colectivo París Goutte d’Or (PGO), jugó un papel de mediación entre las administraciones públicas y una de las comunidades islámicas locales. Los boletines publicados por PGO durante esos años dejan así entrever una acción de incidencia que pretende «asegurar la libertad de culto» pero velar, ante todo, por evitar «molestias» a los residentes. En estos materiales se recoge la valoración de reuniones entre la asociación y responsables policiales para abordar la cuestión, pero también un decálogo de reivindicaciones y propuestas dirigidas a los candidatos a las elecciones municipales de 2001. En dicho decálogo se dedicaba un punto específico a la cuestión de «las mezquitas» del barrio, exigiendo la búsqueda de soluciones a la falta de espacio en las mismas y al rezo en la calle.

La entidad PGO nació en la década de los años 80, y se constituyó precisamente para oponerse al primer plan de reforma urbana impulsado por el Ayuntamiento parisino (Bacqué y Fijalkow, 2006), dirigido entonces por la derecha con Jacques Chirac como alcalde. La movilización de PGO consiguió pequeñas modificaciones en el plan, y si bien no salvó del derribo numerosos edificios, aseguró que la mayoría de las nuevas construcciones fueran viviendas de protección oficial. Junto con otros colectivos del barrio logró además constituir una mesa de seguimiento del desarrollo del plan de reforma urbana, en la que los representantes vecinales departían con los responsables municipales. De manera significativa, en estas reuniones se abordó también la cuestión de los lugares de culto islámico del barrio. Concretamente, los participantes en esta concertación trataron sobre el realojo de una de las mezquitas, ya que el edificio que la albergaba, considerado «insalubre», estaba condenado por el plan de reforma. Uno de los dirigentes vecinales de la época, convertido años más tarde en consejero de distrito con la mayoría de izquierdas que gobierna la ciudad desde 2001, explicaba así el formato de dichas reuniones y el lugar de la cuestión religiosa en estas discusiones:

Eso significaba que teníamos reuniones del comité local dos o tres veces al año. Un comité para hacer seguimiento de la renovación [urbana]. Y alrededor de la mesa, que estaba presidida por Alain Juppé, con los cargos electos que él quería, y con los diputados, primero Jospin y después Vaillant, pero también con representantes de los distintos servicios del Ayuntamiento, como la dirección de vivienda. Y estábamos nosotros. Todas las asociaciones. Y nosotros éramos los que proponíamos el orden del día. Yo era el coordinador en ese momento. Así que era yo quien recogía todas las preguntas (...). En ese marco cada vez había un punto sobre el realojo de la mezquita. Y fue entonces cuando miramos todas las diferentes [alternativas]. (Entrevista P_02, antiguo dirigente asociativo y consejero de Distrito 2001-2020)

La intervención de PGO y otras asociaciones sobre el realojo de la mezquita se inscribe pues en una estrategia general de seguimiento y control del plan de reforma urbana. La participación en este espacio de concertación pretende velar por una transformación que tenga en cuenta las necesidades vecinales y que asegure el carácter «popular» y «multicultural» del barrio, mediando incluso por el mantenimiento de un centro de culto bajo condición de mejorar su forma y emplazamiento. A mediados de la década de los 90, el edificio de la mezquita en cuestión fue derribado y sustituido por unos prefabricados a la espera de una solución definitiva. Fue en este contexto que empezaron los rezos en la calle y que el Ayuntamiento, ya bajo la dirección de la izquierda y el alcalde Bertrand Delanoë, ideó el proyecto del Instituto de culturas del islam (ICI) para solventar la problemática. El ICI se diseñó como un centro cultural público que incluía un espacio para el culto y que debía construirse en dos emplazamientos. Uno de estos debía ubicarse en el terreno que ocupaban los prefabricados en la antigua mezquita, pero este edificio no llegó a levantarse nunca.

El ICI existe hoy únicamente en uno de los dos emplazamientos previstos inicialmente y que fue inaugurado en 2013, así como en otro pequeño espacio «provisional» en funcionamiento desde 2008. PGO y las otras entidades que participaron en la concertación sobre la reforma urbana del barrio, se mostraron favorables al proyecto y algunas de ellas participan actualmente en la programación cultural del mismo. Sin embargo, no es el caso de otras asociaciones vecinales que se opusieron a su construcción, como el Colectivo de habitantes Château Rouge-Goutted’Or (CHCRGO) que emprendió una movilización en contra. Estructurado alrededor de una red de «nuevos propietarios» llegados al barrio a raíz de su transformación e ingente gentrificación (Bacqué y Fijalkow, 2006), el CHCRGO y otros grupos afines consideraban (y consideran aún hoy) a PGO como demasiado próxima al Ayuntamiento parisino. Juzgan así que las asociaciones vecinales más antiguas han adoptado una postura complaciente frente a la «degradación» del barrio, favoreciendo la concentración de poblaciones y usos problemáticos en el espacio público. Si la mayoría de los militantes de CHCRGO también esgrime posiciones políticas progresistas, sus acciones y discursos se focalizan en cuestiones relativas a la seguridad y al orden público, manifestando asimismo un desencanto con la administración municipal de izquierdas (Milliot, 2015).

La oposición al ICI se inscribe pues en estos discursos y estrategias. CHCRGO trató de impedir la materialización del proyecto utilizando distintas herramientas. En 2006 elaboró un posicionamiento público, que difundió entre los vecinos y comerciantes del barrio. Este escrito sirvió de base para distintas cartas que se enviaron a los responsables municipales, así como para una recogida de firmas que finalmente no se llevó a cabo. Los argumentos de CHCRGO se centraban en una supuesta incompatibilidad entre la presencia de un lugar de culto en un edificio público y la laicidad francesa. En los documentos públicos que elaboraron, pero también en el transcurso de las entrevistas mantenidas con algunos de sus integrantes, las referencias a la laicidad y a los llamados «valores republicanos» eran constantes para justificar el rechazo al proyecto. Sin embargo, la oposición al mismo se articulaba también en juzgarlo como «innecesario», argumentando además que su puesta en marcha afianzaría el barrio como un enclave o «gueto» musulmán.

En el Raval de Barcelona, la apertura de lugares de culto ha suscitado también reacciones contradictorias entre el tejido vecinal. En 2004, un grupo de residentes trató de impedir la apertura de una mezquita en la calle Erasme de Janer. La prensa de la época recoge el testimonio de los que se oponían a la presencia de este centro. Algunos vecinos expresaban una supuesta distancia cultural con los musulmanes, pero la mayoría de las opiniones trataban de justificarse con argumentos sobre cuestiones prácticas ligadas al uso de la calle y a la «saturación» del espacio público. La asociación de vecinos histórica del barrio (AVV) apoyó a los que se oponían a la mezquita, y se llegaron a recoger firmas entre los residentes y comerciantes del sector. Esta movilización no impidió que el centro se abriera finalmente poco tiempo después.

Años más tarde, la apertura de otros lugares de culto generó reacciones parecidas. La AVV volvió a posicionarse en contra de dos mezquitas en 2017. Las actas de una Audiencia pública del Distrito recogen así la intervención del presidente de la entidad, que denunció la apertura de sendos centros en las calles Aurora y Riereta. En su queja, el líder vecinal esgrimía que no quería que el barrio se convirtiera «en Estambul», pero manifestaba al mismo tiempo argumentos sobre la falta de «salidas de emergencia» o la fuerte concentración de personas. La idea de una supuesta «saturación» del barrio respecto a la presencia islámica aparecía de nuevo. La intervención del dirigente asociativo en la sesión de la Audiencia pública no se limitó a esta cuestión. El tema de los nuevos lugares de culto se menciona junto a otros «problemas» locales, como la ocupación ilegal de viviendas o la reapertura de una discoteca. La instalación de estos oratorios sirve, por tanto, para completar un discurso que retrata el Raval como un sector donde se acumulan las molestias para los residentes, pero que señala también una administración municipal complaciente ante estos fenómenos. En este sentido, la AVV es un actor asociativo histórico del barrio. Nacida en la década de los 70 del siglo pasado (Andreu, 2015), la entidad jugó un papel importante en el diseño y la aceptación del plan de reforma urbana ideado por el Ayuntamiento barcelonés en los 80 (Fernández, 2014). Con el paso de los años, la asociación perdió peso e influencia, quedando actualmente relegado a un papel secundario frente a otros colectivos más activos.

La apertura reciente de las dos mezquitas mencionadas en el párrafo anterior suscitó sin embargo la intervención de otros actores. Concretamente, algunos residentes de la calle Aurora se organizaron para tratar de clausurar el lugar de culto abierto en dicha calle. Bajo el nombre de «comisión de vecinos de la calle Aurora» intervinieron también en una Audiencia Pública del Distrito. En ella esgrimieron argumentos técnicos y logísticos, quejándose de los «ruidos» y los «malos olores» que supuestamente generaba el centro de culto. Los vecinos manifestaron asimismo sospechas sobre las actividades religiosas que el centro organizaba el fin de semana, aduciendo que se trataba de «actividades infantiles no regladas». El Ayuntamiento suspendió temporalmente la licencia de dicho centro, aunque finalmente autorizó sus actividades, una vez resuelta una mejor insonorización del espacio. Los responsables políticos y técnicos municipales entrevistados afirman que las quejas de la autodenominada «comisión de vecinos» estaban motivadas por el hecho de que algunos de ellos eran propietarios de pisos turísticos.

Situaciones similares han emergido también en otros lugares del barrio. En la calle Sant Rafael, el propietario de un bar se ha quejado en reiteradas ocasiones de las molestias que supuestamente le genera la presencia de una mezquita al lado de la puerta de su establecimiento. Como los vecinos de la calle Aurora o el presidente de la AVV, los propietarios del bar acudieron también a una Audiencia pública para expresar su malestar. Las actas de una sesión de 2016 recogen así una intervención motivada por cuestiones como el hecho de que «los musulmanes se lavan los pies delante del bar». Si los representantes del establecimiento tratan de desvincular su discurso de cualquier intención racista, los fieles son descritos como pertenecientes a la «etnia musulmana». Asimismo, esta presencia es restituida discursivamente en un espacio urbano en el que coexisten otras figuras «problemáticas», como las prostitutas o los menores no acompañados. El propietario del bar afirma que las mejoras llevadas a cabo en el barrio no habrían llegado a su calle, y defiende reformarla con la apertura de más hoteles y terrazas que permitirían atraer unos usos más «normalizados». A pesar de actuar a título individual, los representantes del bar cuentan con la comprensión de la asociación de vecinos RPR, que agrupa residentes de las calles próximas. Esta entidad fue creada en 2015 por varios habitantes, llegados recientemente al sector, que denuncian la presencia en la zona de prostitutas y traficantes de droga. Reclaman así más presencia policial y un mayor control del espacio público. Uno de sus dirigentes nos explicaba así el conflicto entre el bar y la mezquita:

Cada uno se queja de lo que le molesta (…). Por ejemplo, la calle San Rafael es una calle estrecha, y cuando ellos [los musulmanes] salen de la mezquita ocupan toda la calle y no dejan pasar a los coches. Eso molesta. Hay un bar al lado y está claro que ellos le ocupan toda la acera. (…) Hay un problema cuando 500 personas quieren salir de la mezquita de la calle San Rafael y creo que deberían abrir [otra salida]. Deberían tener dos tipos de salidas, y solo tienen una por el momento. Está en la calle San Rafael, que es una calle estrecha. Entonces, si lo supieran... pero bueno, eso también pasa con un estadio de fútbol. Vives al lado del [Fútbol Club] Barcelona y ¿qué haces? (Entrevista B_03, hombre 50-60 años, liberado sindical, miembro de la asociación de vecinos RPR)

Estas intervenciones por parte de asociaciones y grupos de vecinos sobre la apertura o las características de los centros de culto islámico del Raval traducen diversas motivaciones. En primer lugar, dejan entrever los contornos de una alteridad persistente respecto al islam y a los musulmanes, y recuerdan a conflictos parecidos ocurridos en otros municipios catalanes (Astor, 2016). Sin embargo, esta hostilidad se concreta y toma forma en un espacio público complejo y en tensión, atravesado por otros conflictos y situaciones problemáticas derivadas de la transformación urbana y la gentrificación. Los fieles musulmanes son así restituidos junto a otras figuras de la alteridad en el imaginario de un barrio degradado en el que se acumulan las molestias para sus habitantes. Los cambios imbuidos por la transformación urbana, como la apertura de nuevos equipamientos públicos y privados o la llegada de turistas, se perciben por algunos actores como incompletos e insuficientes, al tiempo que amenazantes y peligrosos para otros. La concentración de fieles y prácticas religiosas es leída así, por algunos, como un impedimento para sacar provecho de dichas transformaciones, y se percibe como un elemento que retarda la revalorización económica y simbólica del sector.

5.2. Incorporar (o ignorar) la pluralidad religiosa

Tanto en la Goutte d’Or como en el Raval, estas intervenciones del tejido vecinal sobre determinados lugares de culto coexisten con un trabajo de regulación más implícito y cotidiano. En este sentido, los actores asociativos incorporan (o ignoran) la diversidad cultural y religiosa en función de perspectivas diferentes y opuestas sobre las transformaciones del barrio, participando así de la formulación de un proyecto moral sobre el espacio público. Tal como hemos señalado en distintas ocasiones, dicho proyecto se presenta como consensual, sustentado sobre un ideal de diversidad y convivencia entre grupos sociales, culturales y religiosos «diferentes». Sin embargo, las definiciones y el significado de este ideal difieren en función de los actores y su posición en el espacio social, dejando así entrever las ambigüedades y contradicciones propias de un espacio urbano en transformación y gentrificación.

En la Goutte d’Or de París, algunos grupos insisten sobre su carácter e identidad «laica», como el colectivo CHCRGO. Otros, con una visión más distendida, se reafirman también en estos valores. Es el caso, por ejemplo, de la coordinadora asociativa «sala Saint Bruno» de la que forma parte PGO. Esta plataforma gestiona el equipamiento municipal homónimo, cedido por la administración para una gestión comunitaria por parte de las asociaciones locales. Los estatutos de la coordinadora son, en este sentido, bastante explícitos, ya que plasman el objetivo de «promover cualquier iniciativa que favorezca la convivencia y el desarrollo del barrio», dejando claro que las actividades deben guiarse por «los principios republicanos de igualdad, solidaridad y laicidad». Las actividades de carácter «político» o «religioso» quedan así explícitamente prohibidas en el recinto del equipamiento, algo que es coherente con lo expresado por el Equipo de desarrollo local anteriormente mencionado. La diversidad y la «multiculturalidad» son sin embargo constantemente alabados por esta coordinadora y otros colectivos. La religión queda así disuelta y difuminada en una apelación abstracta que presenta el barrio como un enclave en el que conviven «culturas diferentes». Las fiestas del barrio, así como numerosos eventos en el espacio público, permiten observar esta puesta en escena de la diversidad en la que los aspectos leídos como religiosos quedan relegados a la invisibilidad. En contraposición, se favorecen aquellas expresiones concebidas como culturales (con elementos musicales, gastronómicos, patrimoniales, etc.) juzgadas como aceptables en un espacio urbano en tensión y en disputa constante.

En el Raval de Barcelona, también son las expresiones leídas como culturales las que gozan de una mayor promoción por parte del tejido asociativo. Sin embargo, los aspectos religiosos se ven menos relegados e invisibilizados que en el caso parisino. Sin reducir esta cuestión a una comparación dicotómica entre los dos casos, esta diferencia podría explicarse en parte por las dinámicas institucionales, políticas y sociales sobre la relación secular-religioso vigentes en cada contexto y ya mencionadas en epígrafes anteriores. En este sentido, la Fundación Tot Raval, una coordinadora asociativa con un funcionamiento y unos objetivos parecidos a los de la Sala Saint Bruno de la Goutte d’Or, tiene la dimensión religiosa plenamente incorporada y visible en su estructura. Desde hace algunos años, el Grupo Interreligioso local (GIR) depende orgánicamente de la Fundación, quien garantiza su coordinación y presupuesto. El GIR organiza anualmente diferentes eventos en el espacio público, como un iftar «intercultural» durante el Ramadán, una Pascua en primavera, etiquetada también como «intercultural», o una cantata de villancicos por una coral filipina en vísperas de Navidad. El Grupo también publica cada año un calendario en el que aparecen señaladas todas las festividades y fechas significativas de las distintas «culturas y confesiones» presentes en el barrio. Este ejercicio también se realiza, desde 2017, por el periódico Raval. Desde entonces, en cada número mensual de esta publicación independiente, altavoz del tejido asociativo del barrio, se dedica una página para informar del calendario de celebraciones y festividades de las distintas religiones locales. Más allá de estos aspectos, las fiestas populares y otros eventos comunitarios son también la ocasión de dar visibilidad a esta pluralidad. En la diada de Sant Jordi, por ejemplo, la Fundación organiza una muestra de las entidades locales, que instalan puestos y programan talleres y actuaciones en la Rambla del Raval. De manera significativa, las asociaciones miembros del GIR participan en este evento, y es posible observar así puestos de distintas entidades religiosas.

6. Conclusiones

A través del análisis de las acciones y los discursos de varios actores he intentado aportar nuevos datos sobre la interrelación entre las estrategias de regulación de la pluralidad religiosa y las transformaciones urbanas. A partir de los casos de dos barrios en gentrificación de París y Barcelona, he podido comprobar la importancia de la complejidad de los contextos urbanos en la provisión de un lugar para las expresiones religiosas. En este sentido, la regulación de la pluralidad religiosa es el resultado de la intervención de distintos actores, entre los cuales, aquí, he podido ver la de ciertos agentes vinculados a la administración municipal, pero, también, el papel activo del tejido asociativo vecinal. Las perspectivas y el rol de estos actores están condicionados por múltiples factores. La mirada comparada del artículo permite apreciar ciertas diferencias imbuidas por los contextos nacionales respectivos, pero también numerosos puntos en común entre las estrategias desarrolladas en dos barrios que han experimentado, en los últimos años, unas transformaciones urbanas y sociales parecidas.

Sin la pretensión ni la capacidad de establecer relaciones de causalidad en uno u otro sentido, los datos muestran una interrelación compleja entre regulación religiosa e intervención urbana. El contexto de fuerte transformación, promovido por las propias administraciones, así como la ingente gentrificación, constituyen un campo en el que se suceden relaciones sociales marcadas por la alteridad y el conflicto. Las expresiones religiosas no son inmunes a este contexto, sino que se inscriben en él, así como las estrategias desarrolladas para regularlas y supervisarlas. Instituciones y tejido vecinal, en calidad de actores «seculares», participan así en la formulación de un proyecto moral sobre el espacio público deseado. Marcado por las ideas de diversidad y convivencia entre grupos diferentes, este proyecto se presenta como consensual, pero se nutre de perspectivas y posiciones contrapuestas.

En una reciente contribución, Martínez-Ariño y Griera (2020) señalan que las expresiones religiosas en contextos urbanos son admitidas si corresponden, o pueden adaptarse, a ciertas concepciones sociales y culturales mayoritarias. En este sentido, el análisis de su regulación en dos barrios en gentrificación muestra las múltiples dimensiones conceptuales de los «regímenes urbanos» (Griera y Burchardt, 2020). Los imaginarios sobre el espacio público y las regulaciones sobre sus usos y actividades, pero también las movilizaciones vecinales o los procesos de discusión política, constituyen así un conjunto de elementos que contribuyen a definir la forma, el lugar y la visibilidad de las manifestaciones religiosas.

Este artículo abre, pues, nuevas perspectivas para la investigación del fenómeno religioso y su regulación en las ciudades contemporáneas, pero señala también la necesidad de ahondar en los efectos y las consecuencias de las transformaciones urbanas (como la gentrificación, la segregación espacial, los grandes proyectos urbanísticos, etc.) sobre los grupos religiosos (y no religiosos), así como las interacciones y relaciones que se engendran en dichos contextos. Más concretamente, y de cara a futuras agendas de investigación, se podría profundizar en la comparación con otros barrios similares a los aquí presentados, pero, también, y con el objetivo de una mayor complejidad analítica, con contextos urbanos diferentes. ¿Variaría la interrelación entre transformación urbana y regulación de la pluralidad religiosa en barrios más periféricos? ¿Y en otros de nueva construcción? ¿Y en ciudades medianas y alejadas de las grandes metrópolis, o incluso en territorios y provincias rurales hoy en el centro de algunas agendas políticas e institucionales? De la misma forma, y siguiendo con la perspectiva comparada y su valor en la investigación cualitativa, también sería de interés ir más allá del contexto europeo para integrar en el análisis situaciones de otros continentes y contextos geográficos, incorporando igualmente el llamado Sur global en la reflexión conjunta. Más allá de todas estas combinaciones, el foco podría desplazarse también hacia el análisis de las consecuencias de las políticas y discursos aquí expuestos. En este sentido, es de enorme interés describir la recepción de dichos instrumentos por parte de los distintos grupos religiosos y seculares, pero también de las posibles estrategias de acomodo y resistencia desarrolladas por los mismos. Finalmente, la dimensión discursiva y simbólica, eminentemente cualitativa, puede completarse con una aproximación más cuantitativa. Las transformaciones urbanas y la gentrificación se miden también a partir de estadísticas sobre la población u otros indicadores socioeconómicos. Cabe pues preguntarse cómo puede integrarse la variable religiosa, a menudo olvidada, en dichos análisis y completar así una perspectiva global sobre las transformaciones urbanas y sociales contemporáneas, sobre todo en su dimensión espacial.

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