Papel crítico 84

 

Joan Gallego Monzó*

Universitat de València

Las formas del origen. Una puerta sin retorno al laberinto de las génesis

Autor: Ángel Díaz de Rada (Editor)

Páginas: 700

Editorial: Trotta (Colección Estructuras y Procesos. Serie Antropología), 2021

Ciudad: Madrid

* Correspondencia a / Correspondence to: Joan Gallego Monzó. Universitat de València. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Av. de Blasco Ibáñez, 30 (46010 València) – gamonjo@alumni.uv.es – http://orcid.org/0000-0001-7874-0111.

ISSN 1695-6494 / © 2022 UPV/EHU

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Si a uno le preguntan ¿qué es el origen?, así, directamente, es muy probable que arquee las cejas y emita un indeciso e, incluso, inquieto soplido: ¡buff! Demasiado metafísico este objeto por el que somos cuestionados. ¿Cómo responder sin caer, a un lado del precipicio, en una exagerada abstracción alejada de contenido empírico que tendencialmente se aproximará a lo mítico, o, al otro lado, en una respuesta que por demasiado concreta renuncie al abordaje teórico? Pues bien, sostenerse en pie en la cresta es, ni más ni menos, el reto que se pone el libro que nos trae Trotta editado por Ángel Díaz de Rada Las formas del origen. Una puerta sin retorno al laberinto de las génesis.

Un largo recorrido de investigación antropológica avala a Díaz de Rada, que ha sido capaz de conjugar el trabajo de campo que le ha llevado a elaborar interesantes etnografías con la reflexión epistemológica sobre el método. Este libro ocupa un lugar particular en su trayectoria. A pesar de que su mirada es ciertamente antropológica, pues el origen es abordado en tanto que idea cultural, Las formas del origen es una obra multidisciplinar. Tal y como empieza señalando el autor en su Ensayo de apertura, debemos reconocer la multiplicidad de significados atribuidos al origen. El origen se dice de muchas maneras y, en efecto, el libro da cuenta de esta pluralidad. Díaz de Rada exhorta a científicos de diferentes disciplinas a «escribir lo que les venga en gana en torno a la noción de origen» (p. 11). El resultado es un heterogéneo conjunto de exposiciones de formas de construcción de los orígenes en espacios de la realidad muy distintos: el sujeto, la patria, el lenguaje, la vida o el cosmos. El origen viene definido por la casuística de sus usos.

La estructura de la obra es la siguiente: se compilan varios capítulos donde los diferentes autores abordan una particular construcción del origen. Del tejido que los une se encarga Díaz de Rada, que abre y cierra el volumen con dos capítulos (el primero y el decimonoveno) dedicados a definir la «postura analítica» desde la cual es enfocado el origen; además intercala intervenciones breves que van hilando el resto de capítulos y guiándonos en su lectura. Presentaremos en primer lugar los capítulos de Díaz de Rada, así haremos explícito de antemano el modo de inteligibilizar el origen. Acto seguido, recorreremos las diferentes aproximaciones que nos ofrecen los demás capítulos. El hilo argumental que seguiremos y que los agrupará temáticamente los hará aparecer en un orden distinto al del libro.

Para el autor, Kant y Hume, que establecieron el carácter indeterminado tanto de la moral como del conocimiento, nos legan el núcleo fundamental de la postura analítica: (a) la aspiración a una consistencia lógica, pero también a (b) una validez empírica que exige la conexión entre la subjetividad y el mundo (p. 605). Pero no es tan fácil moverse siempre en el interior de estos dos preceptos, nos previene Díaz de Rada. Nuestra imaginación, como señaló Deleuze —precisamente leyendo a Hume—, es esencialmente desbordante (p. 608). La postura analítica, sostiene el autor, es consciente de la condición paradójica de nuestro saber: nacido y sostenido por el epos (todo saber es narrado), el logos se esfuerza por no caer en las derivas míticas que puedan desplazarlo fuera de la consistencia lógica y la validez empírica, pretensión que no puede ser sino gradualmente lograda.

¿Qué abordaje requeriría pues el origen? En un ejercicio de clarificación conceptual demandado por el carácter confuso de nuestra noción, Díaz de Rada elabora la distinción entre un origen entendido como originario y un origen entendido como génesis. Un originario sería un estado o una entidad por detrás, antes o alrededor del cual no hay ninguna entidad ni ningún otro estado. Una génesis sería, al contrario, una transformación entre entidades o estados. La diferencia fundamental derivada es que la génesis sería subsidiaria de un intérprete que la enuncia basándose en la captación de una transformación, mientras que el originario sería imaginado precisamente como independiente de ella, esto es, como estando por fuera del tiempo y del discurso (p. 20). Nada analítico puede decirse del originario. Por ello, la postura analítica debe, nos dice Díaz de Rada, abordar los procesos de génesis, que sí nos permiten mantenernos en la consistencia lógica y la validez empírica. Todo ello sabiendo que nunca estaremos a salvo del riesgo que supone el originismo, que comporta irremediablemente la introducción de discursos míticos. En definitiva, nunca se trata de una pregunta por la cosa en sí, por los hipotéticos orígenes de las cosas, sino que se apunta al origen como siendo abordado por los humanos, hecho real por ellos. La aproximación al origen es una aproximación a los orígenes narrados.

Como se ve, la postura analítica quiere evitar el dar el salto de los «modos» (las múltiples génesis) a la «sustancia» (lo originario como lo uno y lo primero). Este gesto se entiende en el texto como un traslado de la problemática de la sustancia —o enfoque ontológico— a la de la entificación —propia del enfoque analítico— (p. 33). Díaz de Rada afirma que Locke describe un proceso de entificación cuando señala que la confusa idea de sustancia es una ficción de nuestra imaginación surgida de la costumbre de suponer algún sustrato en el que subsistirían las «naturales» ideas simples que tenemos de las cosas y que regularmente nos aparecen juntas. Siguiendo este argumento, la entificación se entendería como el proceso por el que los agentes formamos entidades cuando nos relacionamos con el mundo, tanto en nuestras disposiciones sensoriales como en nuestras operaciones prácticas. Creemos que es interesante leer junto a Latour (2012) este tránsito desde las entidades anteriores, enfriadas y purificadas que son los originarios, hacia las dinámicas y procesos en red de los cuales emergen, a la vez que sostienen, dichas entidades. El gesto de poner el punto de mira en la entificación tiene parecido de familia con la latouriana adopción del plano de simetría. Para Latour, la Modernidad permite y promueve dos tipos de prácticas, una primera por la que se crean, por traducción o mediación, mezclas, redes, y una segunda por la que se separan, vía purificación o crítica, estos híbridos en zonas ontológicas distintas. Pese a que ambas prácticas son plenamente modernas, sólo son explícitamente reconocidas las segundas, quedando las primeras enterradas. La adopción del plano de simetría, gesto que para el francés coincide con realizar una etnografía del mundo moderno, pasa por considerar a la vez los procesos de traducción y los de purificación (Ibíd., 17-35). En este sentido muy latouriano, podríamos decir que este libro elabora una poliédrica etnografía del mundo moderno. Aproximémonos a ella.

Diversos capítulos se adentran en la pregunta por el origen desde lo que se nos presenta como lo más inmediato, nuestra subjetividad, nuestra persona. Nancy Anne Konvalinka en el segundo capítulo y María Isabel Jociles Rubio y Fernando Lores Masip en el tercero, ponen el punto de mira en las técnicas de donación reproductiva (de reproducción asistida y de gestación subrogada). El uso de estas técnicas impone a las familias un esfuerzo en la construcción de un discurso de los orígenes de sus hijos. Los análisis elaborados por estos dos capítulos son capaces de mostrarnos cómo este discurso constituye una puerta de entrada desde la antropología actual al estudio de la identidad y el parentesco, así como a la discusión de la dicotomía entre lo natural y lo cultural. En un plano más teorético, Álvaro Pazos Garciandía elabora en el cuarto capítulo una crítica a la noción sustancialista de sujeto. A la luz de su análisis, antes que de sujetos fijados ex ante en un origen que constituiría la cifra de su ser, deberíamos hablar de configuraciones, de vinculaciones y de personajes que comienzan y re-comienzan al hilo de la vida social. Se defiende así una concepción procesual y flexible de la subjetividad que, a grandes rasgos, es compartida por los dos capítulos anteriores. Pazos Garciandía se apoya fundamentalmente en la propuesta de Bernard Lahire de hablar de una pluralidad de disposiciones individualizadas en vez de un habitus unificado (Lahire, 2004). También podría nutrir la discusión, sin abandonar el grupo de los más cercanos epígonos de Bourdieu, el programa promovido por Luc Boltanski y Laurent Thévenot (1991) de deshacerse de la retórica de las disposiciones que comparten Bourdieu y Lahire (que implica una imposición no consciente) para adopar la de las competencias (que remite al aprendizaje de una capacidad).

Los capítulos sexto y séptimo comparten la temática de la religión. En el sexto, María García Alonso nos enseña que el origen es una narración que exige credibilidad, que necesita ser probada. Cuando en los procesos de la Inquisición regía el estatuto de limpieza de sangre, la vida de uno podía depender de una buena construcción narrativa que demostrara los auténticos orígenes de «cristiano viejo». Honorio M. Velasco nos muestra en el séptimo capítulo la potencia de la arqueiropoiesis, lo no-hecho-por-la-mano-del-hombre, como recurso para construir el poder sacral de las imágenes de culto. Los relatos que narran el hallazgo de imágenes en España desdeñan su carácter de obra «fabricada»: se borra la huella del taller y del artista. Podría sugerirse que ambos capítulos dan cuenta del modo en que los discursos del origen ejercen de capital simbólico (Bourdieu, 1997) para la legitimación de lo sagrado, pero también del régimen político que sobre este último se sostiene.

Dos capítulos abordan los relatos del origen vinculados a la patria y a la etnicidad. En el quinto, Livia Jiménez Sedano estudia cómo la forma «auténticamente africana» de bailar es objeto de disputa en las pistas de baile de Lisboa. Su análisis nos muestra la diversidad existente en la construcción de dicha autenticidad, que en ocasiones es sinónimo de fraternidad horizontal, pero en otras de distinción de clase. En el capítulo noveno, con Carlos Alberto Camazón Linacero, nos introducimos en las estrategias de naturalización y esencialización que elaboran los habitantes de Castilla y León en la construcción de su patria. El uso de la dualidad natural-artificial aparece como fundamental en los discursos emic de construcción de la patria; también, nos previene con razón el autor, siguen operando en el discurso etic, en la investigación antropológica de los procesos étnicos y etnopolíticos cuando esta se dedica por regla a criticar el esencialismo, esto es, a desvelar el carácter de constructo de discursos y prácticas nítidamente esencialistas.

Son varios los capítulos que afrontan la pregunta por el origen a partir de la reflexión sobre el tiempo o la historia. En el capítulo décimo, Pablo Sánchez León, permaneciendo también en la imagen de la patria, señala una particularidad en la construcción de los orígenes modernos de la nación española: los españoles siempre encontramos la Modernidad en épocas anteriores, por lo que mirar hacia el futuro, progresar, coincide con restaurar. Peter Mason, en el capítulo decimotercero, reflexiona guiado por Walter Benjamin sobre el efecto proléptico, esto es, de anticipación del futuro, de las ruinas. Coincidente en muchas ocasiones con la antigua cimentación del edificio, la ruina puede ser concebida ya como el estado de algo que ha tenido lugar en el pasado, ya como el estado de algo todavía por venir. Leopoldo A. Moscoso elabora en el decimoséptimo capítulo un análisis sobre las revoluciones. Éstas siempre han pretendido un comienzo absoluto, una reactivación del proceso histórico y, en esta medida, un volver al origen. Pero ocurre que el origen es siempre místico, pues es extrahistórico, está fuera del tiempo. Tal vez, apunta Moscoso, este sea el espacio donde la esperanza puede hacer su aparición. Creemos que la idea benjaminiana de vincular la reflexión sobre el pasado con la transformación presente (Benjamin, 2009) puede hacer de nexo entre estos capítulos: en ellos la pregunta por el origen nos remite a La posibilidad de abrir de golpe la realidad del agente que por él se interroga.

El origen de lo humano es abordado de forma dispar por diversos capítulos. Luis Díaz Viana conecta consideraciones analíticas con reflexiones morales. Motivado por pensar en una humanidad deseable, se adentra en el examen de algunos desafíos contemporáneos tan diversos como la crítica de la razón colonial, la fallida integración europea o el nacionalismo catalán. Wenceslao Castañares estudia en el capítulo undécimo el origen del lenguaje, factor definitorio de lo humano. Dado que la pregunta nos lleva más allá de lo científico, el viaje al origen del lenguaje nos arrastra hacia los relatos míticos y las elaboraciones filosóficas, influyentes antes e influyentes ahora. Castañares nos acerca el relato mítico judeocristiano de la torre de Babel, así como sus posteriores interpretaciones y reelaboraciones. En el capítulo decimoctavo, Manuel Gutiérrez Estévez elabora un particular ejercicio de aproximación a los orígenes a través de los juegos de niños, la numerología y las posibles concepciones del tiempo circular que sostienen algunos pueblos amerindios. A través de su mirada caleidoscópica, nos muestra cómo la pregunta humana por el origen moviliza una siempre indefinida y aporética, aunque irrenunciable, reflexión cuya figura más aproximada no puede ser sino el silencio. En los capítulos decimoquinto y decimosexto, Stéphane Tirard y Helge Kragh abordan, respectivamente, el origen de la vida y del universo. Tras reconstruir diversas aproximaciones teóricas que han tratado de dar respuesta a estas complejas preguntas, ambos capítulos llegan a una conclusión similar: la ciencia, que se ve obligada a devenir historiadora, construye sus respuestas sin poder ir más allá de hipótesis, dejando así la puerta abierta a las paralelas respuestas teológicas. Desde su variedad, estos capítulos nos muestran que la pregunta humana por el origen nos aboca, no pudiendo mantenernos en silencio, al epos.

Los orígenes de la vida son abordados de forma muy diferente por dos capítulos. Montserrat Cañedo nos trae en el capítulo octavo un análisis de cómo la crianza de manzanas, dedicada en parte a la creación de nuevas variedades, funciona como una ontografía: escribe lo real. La variedad se construye, al modo de un proceso de purificación latouriano (Latour, 2012), ocultando, borrando su condición previa de híbrido —de mezcla solo potencialmente convertible en variedad—, mucho más incierta, dispersa. Eugenia Ramírez Goicoechea se adentra en el capítulo decimocuarto en las teorías de la evolución humana. Frente a las teorías tradicionales que ponían un énfasis abusivo en la filogenia, señala las potencialidades de la ontogenia para comprender que tanto la evolución como el desarrollo son relativamente indeterminados, pues hablamos de sistemas complejos movidos por una causalidad estocástica (p. 406), es decir, no determinista. Ambos capítulos nos ofrecen una de las claves de este libro, a saber, que el hacer algo inteligible pasa más por entenderlo como proceso ya en marcha y que está determinado por ciertas relaciones, que por tomarlo como surgido de un origen al que debería su esencia.

Como se habrá podido observar, la heterogeneidad del libro es inmensa. Su carácter misceláneo está, no obstante, plenamente justificado por la postura analítica defendida. Renunciando a asir lo originario, esto es, esa supuesta entidad o sustancia anterior a cualquier enunciación, los autores muestran las formas en que lo originario es construido narrativamente deviniendo así real a manera de interpretaciones diversas del mundo. En esto creemos que el libro juega un papel crítico en el sentido clásico de desvelar los elementos mitológicos operantes en nuestras formas, más o menos expertas de saber. Dado que es la postura analítica la que dota de unidad al libro, consideramos que, si bien cada capítulo sostiene una o diversas ideas rectoras, la tesis general de la obra es fundamentalmente epistemológica: el origen es siempre un no-lugar, un no-momento, sobre el cual no podemos efectuar proposiciones empíricas, esto es, susceptibles de ser verdaderas o falsas, pero que los humanos construimos narrativamente; y esa construcción sí puede ser analizada. La pregunta por el origen, por lo que está fuera del tiempo, por lo inalcanzable, nos remite a la temporalidad, a la racionalidad práctica (Bourdieu, 2007), y aquí es donde entran las ciencias sociales.

Referencias

Benjamin, W. (2009). Estética y política. Buenos Aires: Las Cuarenta.

Boltanski, L., y Thévenot, L. (1991). De la justification. Les économies de la grandeur. Paris: Gallimard.

Bourdieu, P. (2007). El sentido práctico. Madrid: Siglo XXI.

Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama.

Lahire, B. (2012). El hombre plural. Los resortes de la acción. Barcelona: Bellaterra.

Latour, B. (2012). Nunca fuimos modernos. Ensayos de antropología simétrica. Buenos Aires: Siglo XXI.