Papel crítico 57

 

María Ruiz Carreras

Universidad Pompeu Fabra (España)

La política sexual de la carne. Una teoría crítica feminista vegetariana

Autora: Carol J. Adams

Páginas: 534

Edición en español: Ochodoscuatro Ediciones, Madrid, 2016

Edición original en inglés: Continuum International Publishing Group, Nueva York, 1990

 

Carol J. Adams, académica independiente, es una escritora norteamericana, activista feminista y defensora de los derechos animales. Es la autora de una extensa obra en la que destaca La política sexual de la carne. El libro, de factura lenta —tardó 15 años en escribirse—, ha circulado por todo el mundo con gran éxito desde que vio la luz, hace ya más de 25 años, y recientemente abrió sus páginas también al mundo hispanohablante. Además de su impacto entre quienes se dedican al activismo por los derechos de las mujeres y los de los animales, el libro destaca en su carácter pionero en conjugar de forma conjunta dos formas de resistencia (feminismo y antiespecismo) aparentemente diferentes, pero interconectadas, tal y como Adams desvela —apoyándose en la teoría de la interseccionalidad elaborada por Kimberlé W. Crenshaw—, hasta el punto de que un diario como el New York Times se hizo eco del libro, al que definió como «biblia para la comunidad vegana».

La obra de Carol Adams pone la punta del compás en los feminismos y traza un círculo en torno a los estudios críticos animales, aún cuando estos estaban pendientes de ser oficialmente inventados, explorando la relación entre los valores patriarcales, el consumo de carne y la violencia machista, desde un prisma que combina los puntos de vista feministas, los denominados «animalistas» junto con el análisis crítico de la teoría literaria. Así, Adams mezcla referencias sociales e históricas con análisis literarios —sin olvidar profundizar en el caso de Mary Shelley y cómo hizo vegetariano a su personaje—.

 

 

Correspondencia a / Correspondence to: María Ruiz Carreras. Departamento de Comunicación / CRITICC Research Group. Universidad Pompeu Fabra. Roc Boronat 138. 08018 Barcelona. – mariaruizcarreras@hotmail.com – http://orcid.org/0000-0003-3773-8378.

ISSN 1695-6494 / © 2019 UPV/EHU

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Las páginas del volumen se desarrollan alrededor del concepto del «referente ausente». Según esta teoría, anclada en la disertación de Margaret Homans (1989) sobre las palabras, el referente ausente es un mecanismo por el cual se separa a la persona que come carne del sujeto-animal cuya parte se está comiendo. A su vez, separa a dicho sujeto-animal del producto final en el que se convierten las partes de su cuerpo. El resultado de este mecanismo es la eliminación o borrado de la violencia inherente del consumo de carne, protegiendo la conciencia de la persona que consume los músculos de otros animales, erradicando la subjetividad de los otros animales y haciendo que estos trozos de cuerpo se conviertan en objetos inertes que existen solo para ser consumidos. La identidad del animal que es consumido es desplazada al objeto en el que es convertido. Así, mediante el referente ausente, la carne que comemos se separa totalmente del individuo que una vez fue, para comenzar a formar parte de la identidad del sujeto que consume a dicho animal. Una vez más, el subalterno queda mudo, su identidad desmenuzada en pedazos consumibles1.

Del mismo modo, el mecanismo del referente ausente funciona también en cuanto al borrado o eliminación del sujeto mujer en el lenguaje que describe las prácticas en las que la violencia contra las mujeres es inherente, respecto al consumo que la sociedad hace de las partes de sus cuerpos, previamente fragmentadas y valoradas según su valor sexual a ojos del espectador masculino heterosexual. Los cuerpos de las mujeres, con frecuencia aparecen representados como pedazos de carne, del mismo modo que a menudo, los cuerpos de los animales que se crían como alimento para humanos se muestran representados como mujeres. Estas representaciones unen el sexo, la violencia, la dominación masculina, y la apariencia de que ambos seres, mujeres y animales, desean ser devorados. Ambos tienen en común quién les devorará.

Así, en su representación cultural, estas identidades aparecen troceadas, desligadas de su subjetividad y desprovistas también —por qué no decirlo— de su dignidad ontológica, lo que invita a Adams a llevar a cabo una comparativa entre los animales y las mujeres como sujetos oprimidos, referentes ausentes, elaborando una analogía de la coexistencia del sexismo y la crueldad hacia los otros animales, evidenciando y argumentando a través de las páginas de la obra la relación entre la dominación masculina respecto a las mujeres y respecto a los otros animales, por el modo en que tanto animales como mujeres terminan resultando objetos de consumo a través de la negación de la subjetividad de ambos mediante este patrón de cosificación, fragmentación y consumo a través de la tecnología, el lenguaje y la representación cultural.

En la secuencia que Adams disecciona, la cosificación permite que el opresor vea a otro ser como un objeto. Una vez cosificado puede ser fragmentado. Una vez fragmentado, el consumo puede tener lugar.

En este parte del razonamiento de Carol J. Adams llegamos al solapamiento entre las imágenes de la cultura que muestran violencia sexual contra las mujeres y la fragmentación y desmembramiento del cuerpo de las mujeres que se da en la cultura occidental. Del mismo modo que los animales son fragmentados —divididos en partes— para el consumo como forma de alimento, las mujeres son divididas en partes consumibles —pechos, glúteos, piernas— para su consumo como un objeto sexual separado de toda subjetividad. El ciclo de cosificación, fragmentación y consumo enlaza el proceso del descuartizamiento respecto tanto a la representación como a la realidad de la violencia sexual en las culturas occidentales, que normaliza el consumo sexual.

Adams continúa su argumento ampliando el paralelismo, para demostrar que de la misma forma que la matanza y el consumo de animales se hace posible a través de su cosificación dentro de una jerarquía centrada en los humanos, la cosificación de las mujeres por parte de los hombres posibilita la violencia sexual. Esta violencia de carácter estructural se hace posible gracias a una «ideología masculina dualista filosófico-religiosa maniquea del bien y del mal», como explica la también teóloga Rosemary Radford Ruether (1974: 195) y que se anuda a otros conceptos como el antropatriarcado, término acuñado por Erika Cudworth (2005), o el antropocentrismo.

Marilyn French sugirió, unos años antes de la publicación de esta obra, que la dominación de las mujeres es resultado de una negación masculina occidental de la conexión entre humanos y animales (French, 1985). La novedad conceptual desarrollada por Carol Adams reside en que traduce precisamente la negación de la que hablaba French como forma de legitimación del abuso que hacen los humanos de los otros animales. El referente ausente nos muestra los procesos estructurales de ocultamiento de la alineación y fragmentación de los sujetos y el efecto de borradura de su historia, subjetividad e identidad.

La estructura a la que hacemos referencia crea la legitimación para el abuso. Con la estructura del referente ausente los estados de cosificación y fragmentación desaparecen y el objeto consumido se experimenta como un objeto sin pasado, sin una historia, sin una subjetividad, sin una identidad.

Carol J. Adams defiende en su obra que el consumo de animales y el consumo de mujeres están conceptualmente (y en ocasiones literalmente) ligados en la pornografía, la literatura, el lenguaje, la mitología y los textos religiosos. Tal y como explica la escritora, las mujeres que han sido víctimas de violencia sexual describen frecuentemente su experiencia como «haberse sentido como un trozo de carne» (pág. 125). En palabras de Adams, cuando se viola a una mujer, su identidad pasa de ser la de un sujeto con derechos, con capacidad de decisión o de resistencia, a la de un objeto utilizado para el placer de otros. «La experiencia de muerte de los animales actúa para ilustrar la experiencia vivida de las mujeres» (pág. 126).

La identidad del sujeto consumidor de ese otro sujeto, convertido en objeto, se ve además, reforzada. Según Adams, esto no es casual, dado que se posibilita mediante la alimentación de cierta idea que hace coincidir la identidad masculina, con una identidad de persona fuerte, activa, capaz, y a la vez con una persona que necesita imperativamente alimentarse de cuerpos de otros animales para no desligarse de dicha identidad.

Al mismo tiempo, frente a esta identidad del hombre como consumidor de carne violento, según Adams se despliega también la filiación de la mujer consumidora de vegetales como persona pacifista. Los vegetales obtienen, en palabras de la autora, una identidad «afeminada». La subalterna puede hablar, a pesar de que no cesa el patriarcado como sistema de géneros que está implícito en las relaciones humanas/animales. Adams sugiere una convergencia de intereses entre el feminismo y el vegetarianismo ético, y nos recuerda que es un hecho asumido que la carne es un alimento para hombres, y que los vegetales son un alimento de mujeres, con lo que comer carne es una medida de la virilidad y el vegetarianismo queda como símbolo de castración o feminidad; quien se alimenta de vegetales es un afeminado.

El trabajo y desarrollo conceptual del «referente ausente» por parte de Adams enriquece los análisis y estudios feministas que reflexionan sobre el desplazamiento de las mujeres al ámbito privado, su invisibilización y el reforzamiento de la estructura dicotómica del «breadwinner men» y «domestic labour women» derivado del «contrato sexual» (Pateman, 1995). Su propuesta coadyuva a la comprensión de otros conceptos como «la triple presencia-ausencia» (Legarreta y Sagastizabal, 2016), que tratan de denunciar, desde el trabajo académico, la devaluación e idealización de las mujeres como un patrimonio privado del hombre, como un objeto sexual al igual que el cuidado de la domesticidad.

La tesis, en principio, parece sencilla: la violencia hacia las mujeres y el consumo de carne están interconectados. Implica que la política de género es inherente a la cultura del consumo de carne. La misma cultura que hace de la mujer un objeto de consumo es la que hace de los animales no humanos, también, objetos de consumo. Pero Adams es cuidadosa al construir su caso. La autora dedicó casi dos décadas a escribir «La política sexual de la carne», y aún hoy actualiza constantemente su base de datos con nuevas imágenes2, sobre todo de tipo publicitario, en las que se relaciona el consumo de animales y de mujeres mediante la sexualización de ambos. Se trata de una obra indispensable para aquellas personas que deseen ahondar en la relación compleja que existe entre consumo, jerarquía, género y dominación. Un trabajo crítico y político que invita a una reflexión sobre temas espinosos como las subjetividades negadas, las identidades invisibilizadas y las representaciones culturales de la dominación masculina.

Bibliografía

Cudworth, E. (2005). The Complexity of Difference. Londres: Palgrave.

French, M. (1985). Beyond power: on women, men and morals. Nueva York: Ballantine Books.

Homans, M. (1989). Bearing the Word: Language and Female Experience in Nineteenth-Century Women’s Writing. Chicago: University of Chicago Press.

Pateman, C. (1995). El contrato sexual. Ciudad de México: Anthropos.

Ruether, R. (1974). Religion and Sexism. Images of Woman in the Jewish and Christian Traditions. Nueva York: Simon and Schuster.

Sagastizabal, M., y Legarreta, M. (2016). La «triple presencia-ausencia»: una propuesta para el estudio del trabajo doméstico-familiar, el trabajo remunerado y la participación sociopolítica. Papeles del CEIC, 2016/1(151).

Willet, C. (2014). Interspecies Ethics. Columbia: Columbia University Press.

1 En este sentido, la autora se sitúa cerca de las teorías de la subalternidad defendidas por Gayatri Chakravorty Spivak, que en 1988 lanza la pregunta «¿Puede hablar el subalterno?», interrogándose sobre el lenguaje del «otro» y sobre cómo se habla del otro y su presencia en el discurso hegemónico rescatando el concepto de «subalterno» empleado por Antonio Gramsci para referirse al proletariado rural. A través de sus escritos, explica además cómo la violencia epistémica del discurso imperialista se basa en una «animalización» del sujeto «nativo». Pero también podríamos encuadrar el uso de este concepto por parte de Carol Adams dentro de otras literaturas sobre los académicos de los estudios decoloniales latinoamericanos o black studies. Un sendero que se abre desde estos caminos a los de los estudios críticos animales es el que impulsa Carol J. Adams y que se cruza con la narrativa de Cynthia Willett, que en su libro Interspecies Ethics (2014) comienza el primer capítulo preguntando «¿Puede reír el animal subalterno?.

2 Ver archivo de ejemplos en la web de Carol J. Adams: http://caroljadams.com/examples-of-spom/