La emergencia de las drogas sintéticas como acontecimiento farmacopolítico: aguante y plasticidad

The emergence of synthetic drugs as a pharmacopolitical event: endurance and plasticity

Mauricio Sepúlveda Galeas

Universidad Diego Portales (Chile)

Rodrigo de la Fabian

Universidad Diego Portales (Chile)

Cristián Pérez

Universidad San Sebastián (Chile)

Sebastián de la Fuente*

Universidad Diego Portales (Chile)

Palabras clave

Drogas sintéticas Biopolítica Fármacon
Cuerpo Subjetivación

Resumen: Este artículo se propone desarrollar una reflexión sobre los cambios en la comprensión y significación de los usos de las drogas sintéticas en la farmacotopía moderna. Desde una perspectiva genealógica, el texto desarrolla un diagnóstico del presente, el cual se fundamenta empíricamente en dos investigaciones etnográficas realizadas en Santiago de Chile entre los años 2004 y 2018. El argumento central del artículo es afirmar que la emergencia de las drogas sintéticas constituye un acontecimiento farmacopolítico, cuyos efectos reconfiguran el campo del saber, las prácticas de gobierno y las políticas de la experiencia. En ese marco, problematiza la separación drogas/medicamento, advirtiendo de un desplazamiento en los regímenes de verdad respecto al fármacon. Se recurre al análisis del aguante y la plasticidad como ficciones que se sitúan en el horizonte del potenciamiento humano. Ambas figuras nos posicionan en la ficción de un cuerpo habitable en su plasticidad, como expresión simbólica y material de un giro farmacopolítico. Esta ficción farmacopolítica se configura en torno a la idea de un potenciamiento humano que opera mediante prácticas de experimentación somatecnológicas y procesos de subjetivación.

Keywords

Synthetic drugs Biopolitics Pharmakon
Body Subjectivation

Abstract: This article aims to develop a reflection on the changes in the understanding and significance of the uses of synthetic drugs in modern pharmacotopia. From a genealogical perspective, the text develops a diagnosis of the present, which is empirically based on two ethnographic investigations carried out in Santiago de Chile between 2004 and 2018. The central argument of the article is to affirm that the emergence of synthetic drugs constitutes a pharmacopolitical event, whose effects reconfigure the field of knowledge, government practices, and the politics of experience. In this framework, it problematizes the drug / drug separation, warning of a shift in the regimes of truth with respect to drugs. The analysis of endurance and plasticity is used as fictions that are situated on the horizon of human empowerment. Both figures position us in a fiction of a habitable body in its plasticity, as a symbolic and material expression of a pharmacopolitical turn. The pharmacopolitical fiction is configured around the idea of a human empowerment that operates through somatotechnological experimentation practices and processes of subjectivation.

* Correspondencia a / Correspondence to: Sebastián de la Fuente. Universidad Diego Portales. Vergara, 275 (Santiago, Chile) – sebdelafuente@gmail.com – http://orcid.org/0000-0003-1522-5563.

Cómo citar / How to cite: Sepúlveda Galeas, Mauricio; Fabian, Rodrigo de la; Pérez, Cristián; Fuente, Sebastián de la (2022). «La emergencia de las drogas sintéticas como acontecimiento farmacopolítico: aguante y plasticidad». Papeles del CEIC, vol. 2022/1, papel 263, -16. (http://doi.org/10.1387/pceic.21809).

Fecha de recepción: junio, 2020 / Fecha aceptación: mayo, 2021.

ISSN 1695-6494 / © 2022 UPV/EHU

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1 Introducción

El 21 de enero del año 2015, en todo Chile, se hizo mediática la noticia en la que un joven de 20 años, tras consumir una droga sintética llamada 25i-NBOMe, estuvo hospitalizado con riesgo vital por causa de una sobredosis provocada por esta potente sustancia, prácticamente desconocida en el país. Si bien se trataba de un caso aislado, el hecho noticioso se fundamentaba en la necesidad de alertar a la comunidad en general, y a las autoridades de gobierno en particular, respecto a un problema de salud emergente, aunque, en rigor, para estas últimas se trataba de un nuevo indicio que vendría a corroborar una tendencia observada desde inicios del dos mil. Dicha tendencia, daba cuenta de ciertos cambios significativos experimentados en los patrones de consumo de drogas, entre los cuales destacaba el consumo de drogas sintéticas.

En convergencia con el hecho noticioso, los últimos reportes provenientes de organismos internacionales dan cuenta de un cambiante escenario experimentado a nivel de los consumos, producción y comercialización de drogas sintéticas a nivel mundial, regional y local (UNODC, 2020). Y es que si a finales de la década de 1990 un puñado reducido de sustancias psicoactivas sujetas a fiscalización dominaba los mercados mundiales de drogas, entre las que destacaban una serie de sustancias tradicionales como el cannabis, la cocaína, el opio, la heroína, y otras menos tradicionales de origen sintético como las anfetaminas y el MDMA o «éxtasis», dos décadas después, la situación cambiaría radicalmente (Sepúlveda y De La Fuente, 2020). No se debe olvidar que, en los últimos años, una serie de Nuevas Sustancias Psicoactivas (en adelante NSP) aparecerían en los mercados de drogas tales como cannabinoides sintéticos, catinonas, fenetilaminas, piperazinas y opioides sintéticos, dando lugar a una nueva oleada de la producción, tráfico y consumo de drogas sintéticas a nivel internacional.

Cabe precisar que las drogas sintéticas son entendidas por la comunidad internacional como sustancias que en su totalidad se producen a partir de reacciones químicas con diversos precursores, obtenidos de forma lícita e ilícita, en un laboratorio, siendo las de mayor consumo a nivel mundial los Estimulantes de Tipo Anfetamínico (en adelante ETA) y una parte importante de NSP. Las primeras son un grupo de sustancias compuesto por estimulantes sintéticos como la anfetamina, metanfetamina y sustancias tipo Éxtasis (MDMA y sus análogos) e incluyen también los medicamentos de prescripción médica que son desviados y falsificados que contienen algunas de las sustancias antes mencionadas u otros estimulantes (UNODC, 2017). Por otro lado, las NSP son definidas como sustancias de abuso, ya sea en forma pura o en preparado, que no son controladas por la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes ni por el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971, pero que pueden suponer una amenaza para la salud pública (UNODC, 2019). Aquí el término «nuevas» no se refiere necesariamente a nuevas invenciones, ya que varias NSP fueron sintetizadas por primera vez hace más de cuarenta años, sino que son sustancias que han aparecido recientemente en el mercado y que no han sido incorporadas en las Convenciones antes mencionadas.

En ambos casos, su estructura química es similar e imitan los efectos de sustancias psicoactivas sujetas a fiscalización internacional, como por el ejemplo el LSD o el MDMA. También es cierto, que en otras ocasiones estas sustancias son diseñadas con el objetivo de potenciar los efectos de las drogas de origen natural o sintéticas sujetas a control y fiscalización. En otros casos, ya sea porque no se cuenta con los estándares químicos necesarios o los equipos adecuados para su identificación, un número significativo de NSP suelen ser rotuladas como sustancias «desconocidas» (Barrat, Seear y Lancaster, 2016) u «otras» sustancias psicoactivas. Esto significa que se desconoce su naturaleza, procedencia y efectos, así como su potencial riesgo y daño a la salud, lo que comportará un gran desafío para las políticas públicas en este campo. A estas sustancias desconocidas se les reconoce como drogas sintéticas de segunda generación. Esto significa que no son simplemente copias de las sustancias existentes fabricadas ilícitamente, sino nuevas creaciones del sector clandestino (UNODCCP, 2002).

Esto último no parece ser un detalle menor. De hecho, atendiendo a la localización de la singularidad de la emergencia de las drogas sintéticas, el que éstas sean definidas como «nuevas creaciones» sitúa su naturaleza en la superficie de un acontecimiento discursivo (Castro, 2011). De hecho, la propia definición de drogas sintéticas de segunda generación permite localizar en su condición de «nueva creación» una diferencia radical respecto a la partición binaria medicamentos / drogas conforme a la cual se estructuró el régimen farmacopolítico previo a su aparición. Todo indica que su naturaleza y límites ónticos son difusos y que su naturaleza en mutación continua hace de ella una entidad difícil de aprehender y de poder clasificar. Tal vez por ello mismo, de acuerdo a los últimos informes mundiales sobre drogas (UNODC, 2019), estas sustancias siguen evolucionando, diversificándose, posibilitando que su mercado sea altamente dinámico. Algunas de estas, que se comercializan por diversos medios (por ejemplo, la Deep web1) y de distinta manera, suelen aparecer rápidamente y luego desaparecer, mientras que otras pasan a ser objeto de consumo periódico en determinados grupos y contextos. Dado su carácter mimético y negatividad óntica, estas sustancias serán susceptibles de ser pensadas y problematizadas como entidades análogas a entidades de naturaleza vírica. En este marco, las nuevas prácticas relacionadas con el fenómeno de las drogas sintéticas y sus problemas derivados se harán visibles a la mirada de los productores de información y contenidos culturales, así como de quienes tienen la tarea de diseñar y ofrecer respuestas de políticas públicas, en la medida en que van adquiriendo un significado amenazante y riesgoso, tributario de las propias racionalidades y dispositivos de gobierno desplegados en torno a ellas.

Cabe subrayar que la irrupción de estas sustancias lleva la marca de lo nuevo o lo emergente, en tanto son objetos transitivos, camaleónicos, miméticos y altamente innovadores semiótica y materialmente (Gamella y Álvarez, 1999). Estas características, algunas de las cuales serán analizadas en el presente artículo, parecen escapar a la construcción tradicional de los objetos de investigación en este campo, lo que presupone generalmente una problemática delimitada, definible, certera, y posible de ser rastreada en sus antecedentes y orígenes. Ciertamente, la complejidad de un fenómeno que da indicios de mutación y dinamismo no solo hace oportuna una reflexión sobre aspectos políticos y teórico-metodológicos, sino que también plantea una serie de interrogantes de orden onto-epistémicos que invitan a pensar su emergencia a la luz de una red de relaciones en la que convergen discursos, estrategias, prácticas y nuevos modos de subjetivación.

Precisamente, en el marco de este último tipo de interrogantes, este artículo problematiza las implicancias onto-epistémicas relacionadas con la emergencia de estas sustancias en el contexto presente. Para ello se propone una hipótesis de partida que plantea que la emergencia de las drogas sintéticas constituiría un acontecimiento farmacopolítico, cuyos efectos —aún en curso— habrían reconfigurado la farmacotopia moderna de las drogas y sus prácticas de gobierno (Sepúlveda, 2011). En este planteamiento, el término acontecimiento se usará siguiendo los distintos sentidos que Michel Foucault (2010) otorga a este concepto en su obra, tomando como referencia el trazado propuesto por Edgardo Castro (2011) al respecto. En un sentido estratégico, el texto se vale de éste para hacer visible ciertas mutaciones experimentadas en la episteme de las drogas a raíz de la emergencia de las drogas sintéticas. Asimismo, a través de su uso, se quiere mostrar la irrupción de una singularidad en la farmacotopia moderna de las drogas. Y por último, haciendo uso de este concepto, se quiere afirmar también la emergencia de nuevas prácticas farmacopolíticas y modos residuales de subjetivación que ponen en tensión las ficciones onto-políticas propias de las gubernamentalidades biopo­lí­ti­cas contemporáneas. En síntesis, entendiendo el acontecimiento como una relación de fuerza, el uso de este concepto adquiere un sentido estratégico, permitiendo «acontemencializar» (Castro, 2011) el fenómeno de las drogas sintéticas y haciendo visible la radicalidad de sus rupturas farmacopolíticas y mutaciones farmacotópicas modernas.

Este texto se desarrolla y articula también en torno a dos conjeturas o hipótesis secundarias complementarias, las que dan sustento a la hipótesis central. Ambas estructuran el texto en dos acápites centrales que convergen en una problematización referida a la naturaleza ambigua y huidiza de la noción y el concepto de fármacon, en el marco de sus distintos intentos histórico-genealógicos desplegados con el propósito de fijación, partición (medicamentos / drogas) y su gobierno. La primera se fundamenta en una noción de acontecimiento que bascula entre un sentido arqueológico y un sentido discursivo (Castro, 2011). En ese horizonte se plantea, conjeturalmente, que la emergencia de las drogas sintéticas tendría un efecto descla­si­fi­ca­to­rio, pues no solo implican la existencia de nuevas sustancias inclasificables, sino también la desactivación de la taxonomía binaria drogas / medicamentos.

En cuanto a la segunda conjetura, ésta se fundamenta en la declinación del acontecimiento como práctica, lo que implica pensar sus efectos en términos gubernamentales y biopolíticos. Concretamente, se platea a través de la descripción y el análisis de dos ficciones encarnadas en las que las experiencias psicocorpóreas de los usuarios y usuarias de drogas de síntesis posibilitan las experiencias del «aguante» y de la «plasticidad». Ambas ficciones onto-políticas se hallarían alojadas en un horizonte somatotecnológico orientado al potenciamiento humano (Rose, 2012).

Nuestra propuesta de lectura e interpretación, respecto a la emergencia de las drogas de síntesis en clave de acontecimiento farmacopolítico, se sustenta empíricamente en dos investigaciones etnográficas realizadas en Chile entre los años 2004 y 2018. En la primera de ellas se estudió el consumo de éxtasis y la emergencia de la escena electrónica en Santiago de Chile (CONACE, 2004), y en la segunda el consumo de drogas sintéticas (ETA y NSP) en tres circuitos de ocio festivo de esa capital (SENDA, 2018; Sepúlveda, 2018). Y por otro lado, en términos teóricos, se fundamenta en el pensamiento de Michel Foucault y otros autores que abrevan del postestructuralismo. Conforme a lo anterior, se ofrece un relato parcial que recorre las huellas de un proceso de metamorfosis en ciernes alojadas en el cuerpo híbrido de la farmacopea contemporánea.

2. La partición de lo sensible: drogas y medicamentos

Concebidas canónicamente como naturaleza pura, o como un suplemento protésico tecno-cultural, las drogas no solo han contribuido a transformar la economía, el orden jurídico y geopolítico de nuestro conocimiento, sino también, parafraseando a Nikolas Rose (1990), el gobierno del alma. Sin embargo, pese a su carácter ubicuo en la historia, aun en el presente resulta extremadamente difícil, si no imposible, ofrecer una definición taxativa respecto a la naturaleza singular de los distintos objetos identificados como drogas. Tal como ayer, hoy sus fronteras ónticas y epistémicas continúan siendo tan difusas como porosas. Y es que, desde tiempos inmemoriales, las drogas, o mejor, el «fármacon» (Derrida, 1975), parecen habitar en la zona liminal del Logos.

Cabe precisar que esta multiplicidad de sustancias, estabilizadas tardíamente en el siglo xix bajo el significante de «droga», no son sino el efecto de la aparición de múltiples aparatos de representación que se vinculan a la emergencia de diversas categorías que tienen por objeto distinguir lo normal de lo patológico, las sustancias que dan vida de las que dan muerte, entre otras, y que son propias de la episteme moderna. Ahora bien, a través de estas categorías y de los esfuerzos clasificatorios que ellas comprenden, tal como la famosa «Enciclopedia China» figurada por Jorge Luis Borges (1952), se dejan entrever una serie de continuidades y de regiones sombrías marcadas con el carácter de lo monstruoso, de lo enigmático y de lo abyecto: el fármacon habitará, entonces, esta zona liminal.

La episteme moderna se vincula a una larga tradición occidental, que remonta hasta Sócrates y el modo en que trató de diferenciar el saber propiamente filosófico de la doxa. En este sentido, Jacques Derrida (1975) va a problematizar este deslinde inaugural de la racionalidad occidental a propósito del concepto de fármacon, tal como aparece, fundamentalmente, en la obra de Platón. Según Derrida, el fármacon sería una substancia que es veneno y remedio a la vez (1975: 102), es decir, el punto en que la sustancia toca su propia inconsistencia, donde ya no se puede determinar si es vivificante o mortificante, el lugar de lo indeterminable frente al cual todo esfuerzo clasificatorio desfallece y, necesariamente, se disemina. Esta esencial inestabilidad alquímica del fármacon se resiste a cualquier filosofema, puesto que (no) es lo que excede indefinidamente el saber que busca capturarlo, amenazando a la episteme occidental con borrar los límites que, desde Sócrates, la constituyen como diferenciada de la ficción literaria.

Ahora bien, a lo largo de la modernidad se configuró una particular «voluntad de saber» (Foucault, 2013a: 13) en torno al fármacon que se vio enfrentada al desafío de tener que dilucidar su intrínseca inestabilidad epistémica (Ronell, 2016). En ese horizonte, a finales del siglo xix, el orden discursivo respecto a esta huidiza sustancia experimentará una profunda transformación a raíz de la emergencia de un nuevo concepto. Ciertamente, como fruto de una operación de deslinde, la emergencia del concepto de «droga» (como negatividad mortificante), en su oposición, siempre porosa, con la noción de «medicamento» (como positividad vivificante), no solo significará un paso fundamental en el propósito de neutralizar la naturaleza fugaz y ambigua del fármacon, sino también producirá una gran mutación científica que podrá ser leída como la expresión de una nueva voluntad de verdad en la ficción farmacopolítica moderna, ficción a la que Paul B. Preciado (2014) llamará «era farmacopornográfica».

A finales del siglo xix, los discursos y prácticas en torno al fármacon comienzan a ordenarse conforme a una gramática divisoria a partir de la cual se redefinirán las coordenadas de lo permitido y lo prohibido, al tiempo que irán trazando los límites que separarán, no solo lo normal de lo patológico, sino también lo humano de lo monstruoso. De ahí en más irrumpirán diversas nociones, tales como la del poeta moderno Charles Baudelaire (2013), «paraísos artificiales», o entidades nosográficas como la de «toxicomanía», generando un complejo haz de relaciones de saber/poder que intentan capturar en dicha polaridad la indeterminación del fámacon.

Ahora bien, para que aparezca este nuevo modelo clasificatorio (droga / medicamento) será necesario que se organice un nuevo campo de estabilización, que se den nuevos esquemas de utilización y nuevas series de relaciones, y que, en resumidas cuentas, se transformen las condiciones de su inscripción. Y si bien es cierto que los conceptos tienden a ser estables, estos también son creados por un conjunto interdependiente de prácticas, un campo o estilo de razonar.

A finales del siglo xix, en el contexto de relaciones cambiantes, tanto de clase (la emergencia de la bohemia y el dandismo, por ejemplo) como imperiales (la guerra del opio, por ejemplo), lo que había sido hasta entonces una cuestión de actos, de prácticas, se cristaliza como un asunto de identidades. Al respecto, Eve Kosofsky, parafraseando a Michel Foucault, escribe:

«Definida [por la norma de inicios del siglo xix], [la ingestión de opio] era una categoría de actos (…); su autor no era sino el sujeto jurídico de ellos. [El adicto] del siglo xix devino en un personaje, un pasado, una historia clínica y una infancia (…) [Su adicción] estaba presente en él por todas partes: en la raíz de todos sus actos pues constituía su principio insidioso e infinitamente activo; inscrita sin pudor en su rostro y en su cuerpo porque consistía en un secreto que siempre se delataba (…). El [consumidor de opio] era ahora una especie.» (2019: 205-206)

Como bien ha señalado Ian Hacking (2002), la organización de los conceptos y los efectos que surgen de ellos están relacionados con sus orígenes y su conexión histórica, la que será verdaderamente explicativa sólo en la medida en que también pueda ser interpretada como conexión conceptual. Es el caso del trabajo del historiador francés Georges Vigarello (2004), que inspirado en el de Michel Foucault, rastrea la emergencia del concepto droga en Francia del siglo xix y como este va adquiriendo progresivamente una connotación unívocamente patológica. Para el autor, la historia prontamente sugiere la aparición de dos mecanismos diferentes. De un lado, un camino científico, asociado a una amplia gama de descubrimientos químicos y mecánicos, como la morfina y la jeringa hipodérmica respectivamente. Y por otro, un camino cultural vinculado a nuevos estilos de vida y formas de obtener placeres, ambos ciertamente posibilitados por la aparición de nuevos objetos tecnológicos, entrecruzamiento que más tarde servirá para horquillar la figura del «toxicómano». En consecuencia, ambos caminos contribuirán a forjar la connotación inequívocamente patológica (Vigarello, 2004) que marcará el concepto moderno de las drogas. Dicho de otro modo, se puede observar que el proceso de deslinde entre droga y medicamento se vincula a ciertos descubrimientos en el ámbito de la medicina, la farmacología y a nuevas prácticas culturales, las cuales irán reconfigurando la verdad onto-epistémica del fármacon a través de la reorganización de la partición entre lo sensible y su experiencia (Rancière, 2009). Esto se traducirá en una discontinuidad histórica en los conceptos y operaciones que atraviesan su campo de saber, así como en las relaciones de fuerza que operarán en torno a su gobierno.

En rigor, medicamentos y drogas no son dos entidades opuestas, ni sus diferencias parecen ser tan claras ni discretas. Muy por el contrario, siguiendo a Michel Foucault (2013b, 2012, 2011), se podría decir que son solo dos caras de un continuum de una misma tecnología biopolítica. En otras palabra, dos caras de una misma tecnología que apunta al control del cuerpo y al gobierno del alma (Preciado, 2014; Haraway, 1995). Sin embargo, la ficción farmacopolítica moderna persistirá, incluso desde mucho antes de la revolución farmacológica (Courtwright, 2002), y hasta fines del régimen industrial, en el deslinde y partición del fármacon. En esa dirección, ciertos regímenes de verdad y prácticas darán forma a un dispositivo de saber-poder que inscribirá en lo real lo que no existe y no dejará de someterlo a la división de lo verdadero y lo falso (Veyne, 2013). Juegos de verdad que son apuntalados por un tipo de historia del fármacon, la que es signada por una lógica del relato estatista (Guha, 2002) y una estructura narrativa que enfatiza cierto orden de coherencia y linealidad y que dicta lo que debe incluirse y lo que no, tal como ha sido el caso del tratamiento marginal del «placer» en el relato histórico hegemónico de las drogas (Bunton y Coveney, 2011). O como ha sido el caso de las omisiones de los usos experimentales de drogas en contextos de guerras convencionales (Kamie´nski, 2017) y de la guerra fría (Marks, 2007), todo ello en pro de una historia de las ciencias médico-farmacológicas y del progreso humano.

Desde esta perspectiva, la cara vivificante del fármacon quedará fijada solo a una de las partes. La parte noble será, de aquí en más, el medicamento. La parte maldita será la droga. La primera, destinada a curar patologías, a aliviar síntomas o a reducir trastornos; la segunda, en cambio, una sustancia peligrosa que amenaza la vida y degrada a la sociedad. Conforme a esta ficción, la partición medicamentos/drogas solo podrá ser transgredida como consecuencia de un acto de perversión, de una torsión desnaturalizadora y patológica ejercida sobre la cara vivificante de esta polaridad.

Más aún, pensado lo anterior en clave poscolonial, veremos que en la ficción historiográfica hegemónica (Rufer, 2016), desde los usos del éter hasta el MDMA, pasando por los nitritos, la morfina y la cocaína, la desviación farmacológica es representada como una torsión, una externalidad monstruosa, un ruido, una criatura bastarda de la noble ciencia que amenaza con pervertir el sentido originario del fármaco en su faz medicamentosa. Estas desviaciones farmacológicas fueron recogidas en nuestro trabajo etnográfico. Al respecto, el siguiente fragmento da cuenta de forma elocuente de este proceso:

«(…) siempre es fácil, pero aun así hay que buscar en lugares como que cachí que sean como más resguardados en cuanto a seguridad, que no sean tan públicos, porque la gente los vende con cierto temor porque saben que es ilegal (…) casi todos esos opiáceos eran de gente que había tenido o tenía cáncer, o tenía algún familiar que tenía cáncer y que vendía los medicamentos porque, o ya no le hacían efecto o ya no lo necesitaban. Generalmente era por Internet, muy fácil encontrar por Internet (…) podí comprar cualquiera de esas cosas, aunque, generalmente, la gente que consumía morfina, a la que le comprábamos, la tenía mediante la salud pública, entonces nunca conocí a nadie que la comprara directamente, si no que siempre era gente que le llegaba desde eso, desde un servicio de salud.» (Francisco, 27 años, usuario frecuente de medicamentos sin receta) (Sepúlveda, 2018: 241)

Ahora bien, a ojos de muchos, desde el punto de vista de su racionalidad científica, la partición drogas/medicamentos puede parecer una operación ciertamente feble. Después de todo, no es fácil entender el hecho de que muchas sustancias psicoactivas cuyos usos eran a menudo populares hasta hace pocas décadas, sean ahora consideradas como drogas y estén sujetas a control y prohibición. Como tampoco es fácil entender cómo en un determinado contexto, una misma sustancia puede ser significada como droga, mientras que en otro puede ser considerada un medicamento e incluso una planta sagrada (Kamie´nski, 2017).

Ciertamente, lo relevante aquí no son las controversias relacionadas con el trazado de una historia de la ciencia y las regulaciones jurídicas, sino el hecho de constatar que el problema inherente a la definición y categorización del fármacon parece lejos de estar resuelto. Por tal razón, como va a sugerir Jacques Derrida (1975) podríamos concluir que el concepto de droga es un concepto no científico, instituido a partir de evaluaciones morales o políticas, y que este lleva en sí mismo la norma o la prohibición. Pero conviene ir con cuidado al hecho de que aunque la partición medicamentos/drogas no haya podido resolver el problema onto-epistémico que impone la naturaleza ambigua del fármacon, esto no significa que haya fallado en su cometido. Muy por el contario, su función estratégica habría tenido un rendimiento francamente extraordinario. Y es que no solo habría permitido constituir la arquitectura semiótica y material para el trazado de una farmacotopia moderna, sino que además, como tecnología de gobierno, habría logrado articular de forma coherente el denso y complejo tramado de instituciones, saberes y prácticas que dieron origen y forma al campo de las drogas y sus prácticas de gobierno.

Sin embargo, el trazado farmacopolítico y el orden discursivo antes descrito parece desestabilizarse y experimentar un fuerte impasse como consecuencia de la emergencia de las drogas sintéticas. Un nuevo escenario se configura producto de este nuevo acontecimiento farmacopolítico, frente al que las prácticas de gobierno habituadas al policiamiento resultan desbordadas. Los sistemas interinstitucionales y multilaterales de vigilancia epidemiológica y de alerta temprana no logran limitaciones ni ofrecer una respuesta satisfactoria frente a la creciente expansión, multiplicación y diversificación de éstas nuevas sustancias psicoactivas, en muchos casos desconocidas. La emergencia de las drogas sintéticas también va a transformar el mapa de representaciones e imaginarios sociales que invisten los objetos y las prácticas de consumo, cuya resultante borrará la línea divisoria, la partición binaria del fármacon. De un lado, bondades terapéuticas asociadas al medicamento, y del otro, solo riesgos y daños asociados a las drogas. Respecto a esto último, no hay ejemplo más elocuente y dramático que la crisis mundial de los opioides de 2019. Particularmente opioides sintéticos como el fentanilo y análogos, asociado a la muerte de cincuenta mil personas por sobredosis en los Estados Unidos de América. Cabe subrayar al respecto que se trata de fármacos cuyo origen se haya adscrito a la industria del medicamento vinculada a la terapéutica del dolor o analgesia. De hecho, en un porcentaje significativo de las muertes por sobredosis, estas sustancias habrían sido prescritas médicamente. Pero no es necesario irnos a otros territorios para ilustrar o hacer visible la reconfiguración farmacopolítica derivada de la emergencia de las drogas sintéticas. El siguiente fragmento forma parte de nuestro trabajo etnográfico:

«a mí en cuanto a disponibilidad de comprar mi droga, me cuesta un poco porque no hay como llegar a una esquina y decir: ¿oye tenis morfina? No, me rodeo de la muerte. Gente que se le mueren parientes, cosas así (…) No es como comprarle a dealers, la «guea» [cuestión] es comprarle a las personas que se le murió un pariente y ya no lo usan (…) la otra que tomo es tener siempre sustituto, por ejemplo tener tramadol o metadona. Para andar normal y funcionar bien. Eso es otra guea que hago metódicamente.» (Eduardo, 20 años, usuario frecuente de medicamentos sin receta) (Sepúlveda, 2018: 241)

Y es que la singularidad de este paisaje emergente radicaría en la función estratégica que la partición del fármacon adquiere en su acoplamiento al desarrollo del liberalismo como régimen general de la biopolítica (Foucault, 2014; 2012; 2011). En tal sentido, para la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida, en el cumplimiento de su función superior que será hacer vivir, esta partición constituirá un acontecimiento extremadamente significativo. Desde las guerras imperiales, las convenciones internacionales a las narcomáquinas de guerra contemporáneas, esta habría modulado la relación entre tecnologías y formas de gobierno, convirtiendo determinados objetos de conocimiento y experiencias del cuerpo en un problema moral, político y jurídico (Lemke, 2017). Precisamente, la transición a un tercer tipo de capitalismo, después del régimen industrial del cual sería tributario dicho orden discursivo, una serie de hechos y fenómenos sociales, económicos, políticos y culturales emergentes vinculados al capitalismo avanzado (industrias bioquímicas, electrónicas, informáticas y de la comunicación, entre otras) y la puesta en marcha de un nuevo tipo de gubernamentalidad del ser vivo (Preciado, 2014), habrían allanado el camino para una nueva transformación farmacopolítica.

3. El retorno de la indeterminación: potenciamiento, aguante y plasticidad

A mediados de los años ochenta y principios de los noventa del siglo xx dará comienzo una nueva mutación en el campo de las drogas que irá progresivamente horadando y desestabilizando el orden discursivo hegemónico, conforme al que se habría cimentado la farmacotopía moderna. Esta transformación larvada, y a veces silenciosa (Jullien, 2010), se acoplará a las nuevas dinámicas del tecnocapitalismo avanzado y sus ficciones onto-políticas trans y post-humanas. Todo parece indicar que un nuevo paisaje somatopolítico comienza a emerger a propósito de la irrupción de las llamadas drogas de síntesis. De ahí que algunos autores (Chatwin, Measheam, O’Brian y Sumnall, 2017) hayan preferido la denominación «drogas del potenciamiento humano» para referirse a todas aquellas sustancias que se utilizan para el mejoramiento y la optimización de las cualidades humanas. Estas pueden ser divididas en seis categorías: drogas musculares, drogas para la pérdida de peso, drogas de potenciamiento de la imagen, potenciadores sexuales, potenciadores cognitivos, y potenciadores del comportamiento y del estado anímico.

En particular, los potenciadores cognitivos se ajustan de buena manera con el capitalismo flexible que temprana y magistralmente fuera descrito por Richard Sennett (2005), y que recientemente ha ampliado Jonathan Crary (2015) en su notable texto 24/7. En este sentido, como bien lo ha señalado la filósofa Catherine Malabou (2010 y 2007), detrás de estas tecnologías biopolíticas, el sujeto neuronal no es solo un dato neutro, sino que implica la naturalización de una cierta construcción política e ideológica. Ante todo, los nuevos modos de comprender el cerebro, como un órgano plástico y potenciable, reproducen una determinada ficción de lo que somos y de lo que podríamos hacer con nosotros mismos, que sería propia del liberalismo avanzado (Rose, 2012).

A primera vista parece razonable considerar que no hay una gran novedad en el hecho de que el ser humano sea pensado como una entidad mejorable. De hecho, es sabido que a lo largo de toda nuestra historia las mejoras del ser humano no solo han sido confiadas a los campos de la educación, la dietética y el ejercicio físico, sino también a una amplia gama de procedimientos de intervención somato-psíquicas a través del suministro de sustancias químicas o naturales. En la misma línea, se puede decir también que desde los usos arcaicos de sustancias bajo condiciones rituales, pasando por las prácticas secularizadas asociadas a la obtención del placer lúdico, hasta los usos médicos y biotecnológicos de la amplia producción farmacológica contemporánea, el telos del mejoramiento humano podría rastrearse.

Sin embargo, desde el punto de vista por el que se aboga en este texto, en su continuidad sería posible localizar la emergencia de un punto de inflexión o quiebre, a propósito de la irrupción de las drogas sintéticas acopladas al potenciamiento humano. Y es que una característica singular observada en el proceso de metamorfosis del régimen farmacopolítico contemporáneo es que, desde las fenetilaminas psicodélicas (conocidas popularmente como tusibi), pasando por el sildenafilo (popularmente conocido como viagra), hasta el modafinilo (popularmente conocido como mentix), el metilfenidato (conocido popularmente como ritalin) y, cada vez más, la lisdexanfetamina (popularmente conocida como samexid), tales sustancias estarían acopladas a una ficción onto-política vinculada a la molecularización de la vida.

Las tecnologías del potenciamiento humano podrían ser pensadas como parte de una nueva matriz onto-molecular en formación, la cual se diferenciaría —dislocaría— de la matriz molecular que habría imperado en occidente hasta la última década del siglo xx. Al respecto, Nikolas Rose (2012) sostendrá que los desarrollos biotecnológicos ocurridos desde los años ochenta se caracterizarían por dejar de concebir la vida a nivel molar para pasar a entenderla a escala molecular. Tal discontinuidad o desplazamiento descrito por Rose constituye una pieza fundamental en nuestro planteamiento, en la medida en que hace inteligible la distinción entre el potenciamiento y el mejoramiento. Y es que, de acuerdo a este autor, visualizar el cuerpo a nivel molar operaría a escala de miembros, órganos, tejidos, flujos sanguíneos y hormonales. En otras palabras, se trataría de un cuerpo visible, tangible, exhibido en la pantalla del cine y de la televisión, en anuncios publicitarios de productos de belleza y para la salud (Rose, 2012). Por otra parte, a nivel molecular se trataría de un cuerpo plenamente modelable e intercambiable, cuerpo de las células madre, de los neurotransmisores, de la transgenética y de todo tipo de suplementos químicos (cognitivos, anímicos, musculares, de la energía, del rendimiento sexual, etc.) que se suministran y mercadean como modos de alteración requeridos, no solo para una supuesta normalización o mejoramiento de los sujetos, sino también para lo extraordinario (Herrera y Ramos, 2019). Dicho de otro modo: mejorar al ser humano sería una estrategia que busca desplegar todas las potencialidades de una «entidad dada»; potenciar al ser humano, en cambio, implicaría concebirlo a escala molecular, volviéndose posible intervenir y transformar «la entidad dada» como tal, abriendo un horizonte de rendimientos y posibilidades inauditas.

Esta distinción abre la posibilidad para pensar la relación entre novedad y regularidad en el campo de las drogas de síntesis, en términos de sus rupturas y desplazamientos epistémicos y políticos, dejando entrever su carácter emergente. Respecto a esto último, Raymond W­illiams (2001 y 1994) va a sostener que lo nuevo solo implicaría otra fase en el devenir de lo dominante, mientras que lo emergente estaría constituido por nuevos significados y prácticas aún no incorporados a la cultura dominante. El mismo autor sostiene que constituye un verdadero desafío hacer inteligibles dichos deslindes o diferencias, pues existiría una enorme dificultad para distinguir entre los elementos que constituirían efectivamente una nueva fase de la cultura dominante y los elementos que serían alternativos o emergentes.

Reconociendo y asumiendo el desafío, en lo que resta del texto se abogará respecto a la pertinencia de la distinción «molar-molecular» y «mejoramiento-potenciamiento», y el carácter emergente atribuido a las drogas de síntesis. Esto se hará a través del análisis contrastivo de dos figuras o imágenes discursivas recogidas en los dos trabajos etnográficos realizados en Santiago de Chile referidos al inicio del texto, las cuales constituyen la base empírica del mismo. Estas imágenes fueron recurrentes en las narrativas de los usuarios y usarías de drogas sintéticas y dan cuenta de sus experiencias encarnadas del consumo en los distintos contextos estudiados (SENDA, 2018; Sepúlveda, 2018). Nos referimos al aguante y a la plasticidad, respectivamente. Cabe señalar al respecto que, abrevando de la teoría materialista del devenir propuesta por Rossi Braidotti (2005), se trazará una lectura interpretativa de las figuras e imágenes en clave de figuraciones. En términos teóricos, de acuerdo a la autora, las figuraciones responden a un intento por levantar un mapa cartográfico de las relaciones de poder y, de este modo, identificar los posibles lugares y estrategias de resistencia, tal como será expuesto a propósito del uso de poppers en el contexto de prácticas Chemsex.

La primera imagen es la del aguante. Esta es una imagen nativa presente en las narrativas de las y los usuarios asociada al consumo de sustancias ETA y a sus experiencias encarnadas en el marco de sus prácticas de consumo en contextos recreativos. El análisis de la urdimbre simbólica del aguante muestra en su composición ciertos residuos ligados al mundo de la coca andina, que evocan sujeciones inscritas en los regímenes esclavistas y, al mismo tiempo, de subjetivaciones integradas en regímenes del buen vivir (Henman, 1992). Dicho de otro modo, muestra cierta continuidad de larga data que vincula el aguantar, en un nivel alegórico, a los usos de los estimulantes como tecnologías del cuerpo inscritas en un horizonte del mundo del trabajo y el mundo festivo-espiritual. En su trama se identifican también trazos biopolíticos cuya referencia remite a los usos de drogas en las guerras (Kamie´nski, 2017) y a dispositivos de ingeniería social desplegados en épocas de crisis económicas como es el caso de los usos de la anfetamina (Plant, 2001; Davenport-Hines, 2003) en trabajos precarios que exigen de una performance física extremada.

Al examinar su etimología, se verá que la palabra aguante proviene de aguantar, y esta, a su vez, del italiano agguantare, coger, empuñar, detener (una cuerda que se escurre), resistir (una tempestad) y este derivado de guanto, guante, por alusión a los guanteletes de los guerreros medievales (una pieza de armadura con que se guarnecía la mano) (Sepúlveda, 2010). De su etimología se desprenden dos significados posibles de la palabra. Ambos adquieren un sentido alegórico del cual se nutre una lectura en clave de figuraciones. De un costado, el aguante como pathos heroico de resistencia, y del otro, el aguante como artificio corpóreo, extensión o armadura. En el primer caso, la significación del aguante se desplaza hacia una dimensión asociada a la identidad investida de un carácter aureático. En el segundo caso, la significación se desplaza de la mano del artificio hacia el atajo, y en su extremo, hacia la trampa (por ejemplo, el doping). Ambas significaciones se intersectan en un campo ficcional en el que las drogas o medicamentos devienen en tecnologías del cuerpo inscritas en una gramática del «cuerpo máquina», en cuyo orden el fármacon se constituye en un complemento orientado al mejoramiento estructural y funcional. Las interpretaciones sobre la base de información etnográfica acompañan esta deriva conceptual en tanto el aguante deviene discursivamente de la potenciación. El discurso usuario habla en ese sentido de activación sensorial:

«Muchos más activos todos tus sentidos. La visión, el oído, el tacto. También te a­garrai el pelo para tirártelo pa´tras y es como «¡oh qué rico el pelo!» ¿cachái? [entender].» (Francisca, 28 años, usuaria frecuente de éxtasis) (Sepúlveda, 2018: 224).

El aguante se funcionaliza aún más, hasta cierto punto se simbiotiza:

«No sé poh, cuando estoy bailando y de repente la pastilla me pega es como: hueón [par, amigo, otro] que bacán. Es una sensación muy “bacan” [buena o placentera] con la pastilla, porque los efectos que te genera en el cuerpo, como que estas más erguido, tu musculatura está más apretada, te sientes casi como un ser perfecto, tu respiración es perfecta, y sensorialmente eso es muy placentero. Sentir que puedes darlo todo bailando, es muy rico, y esa respiración como fluye. Si, se espera, espero ansioso después de tragarme una pastilla como que llegue el momento de placer.» (Pavla, 22 años, usuaria frecuente de éxtasis) (Sepúlveda, 2018: 221)

La relación ficcional que lleva al aguante del usuario funciona, precisamente, por su funcionalización cotidiana. A propósito de esto último, Davenport-Hines (2003) recupera una frase recurrentemente enunciada por el poeta inglés W. H. Auden, en el marco de su consumo periódico de benzedrina: «Soy una máquina de trabajar», afirmaba el escritor a mediados del siglo xx. Y es que todo indica que la figura del aguante pivota en una ficción corpórea inscrita en un nivel molar, lo que significa que su performance requiere, para ser captada, ser pensada en un marco de totalidad corpórea, esto es, en una unidad que integre los sistemas del cuerpo de forma holística. Asimismo, requiere de un dispositivo de reconocimiento de su identidad. Esto último limitaría el margen de operaciones posibles orientadas al mejoramiento humano, pues estas solo serán viables si se mantienen en unos parámetros homeostáticos o rangos fisiológicos previamente determinados. Esto significa que, fuera de esos límites, se deviene en monstruosidad.

La segunda figura a revisar corresponde a la plasticidad, que se hallaría inscrita en el umbral epistémico de la llamada posmodernidad, caracterizada, entre otros aspectos, por la centralidad que adquieren en el pensamiento contemporáneo los procesos de liquidificación de lo social, la centralidad de la figura organizativa de la red (network) y la valoración de una personalidad flexible como signo de una subjetividad modelada y canalizada por el capitalismo contemporáneo. Dicha figuración se encuentra relacionada con el consumo de NSP y, en particular, con el de las drogas de síntesis de segunda generación y sus experiencias encarnadas. En el análisis de los procesos múltiples que constituyen su tramado simbólico se puede reconocer la convergencia y articulación de soportes biotecnológicos orientados al potenciamiento humano. En otros términos, se trataría de una figuración alojada en el horizonte de lo excepcional, la cual bascula entre un telos transhumano y posthumano (Braidotti, 2018). En esa oscilación, la imagen dominante del cuerpo maquina se difumina dando paso a una narra­tiva de la carne signada por el fragmento de lo corpóreo y un sin número de marcadores biotecnológicos (calorías, triptófano, lípidos, proteínas, electrolitos, irrigación, entre otros). En ese horizonte, la experiencia encarnada pone en tensión el umbral de lo humano, pudiendo imaginar otros umbrales de lo viviente a través del suministro de suplementos farmacológicos que le brindan asistencia tecnológica.

Al examinar su etimología, se observará que la palabra plasticidad, tanto en su ascendencia del latín (plasticus) como del griego (plastikos), remite a una materialidad caracterizada por su maleabilidad. El sufijo «dad» indica que se trata de una cualidad o atributo, en este caso referido al plástico. Pero eso no es todo, pues al examinar los significados de la palabra plástico (sustantivo) y plasticidad (adjetivo), se constatará que entre sus muchas declinaciones existe una en particular que para fines de este argumento deviene en clave interpretativa. De este modo, como bien afirma Catherine Malabou (2010) se llama plástico en mecánica a un material que le es imposible recuperar su forma inicial una vez que ha sufrido una deformación. En este sentido, lo plástico se opone a lo elástico y la diferencia radicaría en que cuando el material elástico se deforma, ante la tracción o esfuerzo mecánico intenso, este recupera su forma original al desaparecer dicha acción, lo que le otorga esta cualidad. Ahora bien, cuando el material deformado presenta cambios de entropía (desorden de las moléculas de un sistema) que persisten luego del cese de los esfuerzos, es decir, cuando la deformación es irreversible a nivel molecular, entonces estaríamos en el territorio de la plasticidad. En el mismo sentido, Malabou (2010 y 2007) asocia la noción de «plástico» a la de «explosivos plásticos», es decir, a diferencia de lo elástico, que es reversible, el proceso de plasticidad también incorpora una dosis de destructividad y, por lo tanto, de novedad y de irreversibilidad. En este sentido, las tecnologías del potenciamiento humano suponen una matriz onto-epistémica que concibe al cuerpo humano ya no en clave elasticidad-aguante, sino como plasticidad-transformación.

La plasticidad puede ser vista también como un proceso interviniente que define un punto práctico de inflexión entre usos de sustancias, la construcción de la identidad y la personalidad. Las referencias etnográficas permiten problematizar esta situación en tanto las experiencias de consumo definen no solo una transformación inicial, sino también un punto de llegada en el mapa del agenciamiento.

«En mi caso al menos, las primeras drogas que probé me definieron y, súper, lo acepto, la personalidad que tengo ahora, entonces me aferro a esos templos de claridad como a los que uno entra con estas «gueas» [sustancias], como pa ordenar las cosas y volver es como una especie de ir a misa... pero cósmico... como tus lugares sagrados, concentrarte con la guea y así, y no sé cómo que no necesito descansar de la guea, al menos como funciona para mí…» (Andrómeda, 30 años, usuario frecuente de drogas sintéticas) (Sepúlveda, 2018: 229)

A propósito de la diferencia entre elasticidad y plasticidad, se propone el siguiente caso a modo de registro encarnado para dar cuenta de los alcances de esta, a través de la descripción de una performance sexual en la cual la plasticidad es asistida farmacológicamente. La escena se inscribe en las practicas Chemsex caracterizadas por el uso intencionado de drogas psicoactivas para mantener relaciones sexuales, generalmente entre hombres que tienen sexo con otros hombres, en sesiones de larga duración y con múltiples parejas sexuales (Race, 2009). En el contexto especifico fármaco-sexual utilizado como referencia, interesa el uso del poppers (Nitrito de Amilo) en virtud de su prestación o asistencia tecnológica que, de acuerdo a los usuarios, haría posible no solo redefinir la materialidad del cuerpo en cuanto a los límites del dolor, sino también impugnar la zona abyecta asignada a sus prácticas (Preciado y Hocquenghem, 2009). Lo anterior, pensado desde una política afirmativa, constituiría una experiencia límite, diría Foucault (2013b), al filo de la des-subjetivación (Bordeleau, 2018; De La Fuente, 2020).

Y es que en las prácticas sexuales penetrativas anales, el dolor funge como un obstáculo. En la redefinición de ese límite, la asistencia del poppers opera como un soporte tecnológico que dota de plasticidad a las fibras musculares rectales, transformando la experiencia dolorosa en experiencia placentera. En mi caso personal —nos relata Guillermo, usuario de p­oppers de 30 años— «siento que el poppers a mí me llegó así físicamente, porque yo el miedo que tenía era que me doliera y por eso siempre lo evitaba, porque no me gusta sentir dolor y si siento dolor es como [gesto de dolor]. Con el poppers, igual me fui como en la volá, prácticamente como un tratamiento médico, después ya, hasta dentro» (Antonio, 25 años, usuario frecuente de poppers) (Sepúlveda, 2018: 230). La plasticidad como figuración farmacopolítica se extiende metonímicamente hacia los fragmentos del cuerpo (mandíbula, pene, manos.), órganos (auditivos, sensoriales, táctiles, entre otros ejemplos) y orificios. En esa deriva, se abrirían otras ficciones farmacopolitícas del cuerpo que cuestionan la naturaleza inamovible de estos fragmentos, experimentándose su transformación. Esto puede rastrearse en el siguiente fragmento narrativo al señalar que el poppers «te abre, de que te pone como una esponja, te quita como esa pasividad inerme, como una pasividad más como activa, así como devoradora hasta cierto punto [referencia al ano]» (Gustavo, 28 años, usuario frecuente de poppers) (Sepúlveda, 2018: 231). En ambos casos lo plástico parece bascular en un material que está en forma de una entidad y al mismo tiempo da forma a esa entidad.

Precisamente ahí radicaría el corte, la diferencia, el punto de quiebre en el diagrama de la ficción farmacopolitica contemporánea. Ahí adquiere sentido la afirmación de una de las narra­tivas obtenidas en la investigación que dio origen a las reflexiones aquí presentadas, en la cual un usuario de drogas sintéticas afirma que «en realidad por el ánimo futurista que tengo prefiero las drogas sintéticas. Creo que son el futuro» (Elías, 19 años, usuario frecuente de éxtasis) (Sepúlveda, 2018: 160). Un enunciado como este no se cierra sobre sí mismo, y menos aún se funda y sostiene en un sujeto previamente existente a la propia experiencia, lo cual significa que requiere de ciertas condiciones de posibilidad para su emergencia. Se puede pensar entonces que requiere de un nuevo orden diagramático donde el cuerpo, subjetividad y fármacon son posibles de ensamblar conforme a otras posibilidades narrativas y ficcionales de la experiencia farmacopolitica. Es ahí donde las nuevas tecnologías y ficciones del cuerpo ya no se limitan a tratar de curar el daño o la enfermedad, tampoco a mejorar la salud a través de regímenes alimenticios o ascéticos espirituales, sino a cambiar aquello en lo que consiste ser un organismo biológico. Dirá Rose: «Estas tecnologías de la vida buscan redefinir el futuro vital actuando en el presente de la vida» (2012: 50). Es decir, a nivel molecular la vida se torna un objeto plenamente independiente del cuerpo u órgano en que se actualiza y, por lo mismo, el cuerpo deja de ser un límite para ella, para transformarse en su potencial expresivo, eternamente renovable y plenamente modificable.

4. Reflexiones finales

Denominadas como drogas de síntesis, drogas de diseño, drogas de fiesta o como, sugerentemente han propuesto algunas y algunos autores, «drogas emergentes» (Sepúlveda y Drove, 2015), estas sustancias psicoactivas han irrumpido en la escena global de las drogas como un acontecimiento farmacopolítico que ha provocado una transformación del orden onto-epistémico del presente. Se concluye entonces que más allá de los regímenes discursivos sobre los peligros y los riesgos de las drogas, lo cierto es que la irrupción de las drogas de síntesis en la farmacotopía contemporánea habría configurado nuevas posibilidades discursivas en torno al fármacon, así como también ha abierto una diversificación de las prácticas y tecnologías de gobierno en torno al consumo de sustancias psicoactivas. En definitiva, la geología política de las drogas (Labrousse, 2012); su flujo en mercados subterráneos de compra y venta encriptada (en la Deep web); su transacción signada por criptomonedas electrónicas; las convergencias entre su gramática de mercantilización, redes tecnocientíficas de información y políticas de la experiencia; los desafíos gubernamentales de control y gestión de sus riesgos, la economía política del cuerpo y los placeres a los cuales se acopla, la potenciación de nuevas y/o emergentes ficciones onto-políticas, entre otros fenómenos; son algunos de los elementos que conforman el acontecimiento (Foucault, 1995) farmacopolítico de las drogas de síntesis (Sepúlveda y De La Fuente, 2020).

En este sentido, el propósito de este artículo ha sido problematizar la emergencia de las drogas sintéticas como productos u objetos excéntricos, desconocidos e inclasificables que desafían el orden diagramático binario —drogas y medicamentos— de la farmacotopía moderna de las drogas. El desafío y el nuevo trazado que posibilitan las drogas emergentes forma parte de una superficie mucho más compleja. Nos referimos a la gubernamentalidad biopolítica en cuyo horizonte las prácticas de consumo de drogas sintéticas convocan ficciones farmacopolíticas en las que se entrecruzan una multiplicidad de hebras relacionadas con el aguante y la plasticidad en torno al telos del potenciamiento humano. En las dos ficciones onto-políticas —aguante y plasticidad— descritas en el texto, se observa por un lado la hebra residual de un orden discursivo horquillado en un saber médico-clínico y que adquiere toda su visibilidad presente en la figura del aguante, y por otro lado, la hebra de lo extraordinario, e incluso monstruoso, cuya emergencia pivota en la figura de la plasticidad, y cuyo orden discursivo se sitúa en la zona liminal en la que habita la molecularización de la vida, la experiencia límite y la experimentación somatotecnológica continua.

Al respecto, Paul B. Preciado (2014) enmarcará este nuevo periodo de la gubernamentalidad biopolítica asociado a un momento específico del capitalismo contemporáneo, al que llamará farmacopornismo. Este régimen biopolítico tomará como una de sus principales referencias los procesos de gestión biomolecular de la subjetividad, un nuevo estilo de pensamiento sobre el cual se desarrollarán subjetividades nómades (Braidotti, 2005 y 2000) que transitarán entre el gobierno de los otros y el autogobierno. Cuerpos/subjetividades ensamblados a las nuevas sustancias psicoactivas, dispuestos como plataformas tecnovivas y mul­tico­nec­ta­das a sistemas generales de información que incorporan cada vez más la codificación del potenciamiento humano pero también su decodificación en sus políticas de la experiencia.

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1 La Deep Web o «internet profunda» en español, es un espacio en el que se despliegan contenidos que no están indexados por los motores de búsqueda tradicionales. En la Deep Web se puede fácilmente obtener diversos productos ilícitos como es el caso de las drogas sintéticas.