Capacidad corporal obligatoria
y existencia discapacitada queer1

Compulsory Able-bodiedness and Queer/Disabled Existence

Robert McRuer*

The George Washington University (EE.UU.)

Palabras clave

Capacidad corporal obligatoria
Existencia discapacitada
Normalidad
Alianzas
tullidas-queer

Resumen: Este texto fue originalmente publicado bajo el título de «Compulsory Able-bodiedness and Queer/Disabled Existence» en el volumen Disabling the Humanities editado por Sharon L. Snyder, Brenda Jo Brueggemann y Rosemarie Garland-Thomson en el año 2002. En el texto, Robert McRuer propone una teoría de la capacidad corporal obligatoria apoyándose al tiempo en el trabajo de Adrienne Rich y en la teoría de la performatividad de Judith Butler cuestionando que lo problemático no es la discapacidad, sino la normalidad. Para ello, el autor apuesta por la necesidad de una alianza entre los estudios y los movimientos de la discapacidad y queer.

Keywords

Compulsory able-bodiedness
Disabled existence
Normality
Crip-queer alliances

Abstract: This paper was originally published with the title «Compulsory Able-bodiedness and Queer/Disabled Existence» in the volume Disabling the Humanities edited by Sharon L. Snyder, Brenda Jo Brueggemann y Rosemarie Garland-Thomson in 2002. In the paper, Robert McRuer proposes a theory of compulsory able-bodiedness based both in the work of Adrienne Rich and in Judith Butler’s performativity theory. The paper questions that the trouble lies not in disability, but in normality. The author argues the necessity of an alliance among disability and queer studies and movements.

* Correspondencia a / Correspondence to: Robert McRuer. The George Washington University (EE.UU.)

Cómo citar / How to cite: McRuer, Robert (2020). Capacidad corporal obligatoria y existencia discapacitada queer. Papeles del CEIC, vol. 2020/2, papel 230, -145. (http://dx.doi.org/10.1387/pceic.21903).

 

ISSN 1695-6494 / © 2020 UPV/EHU

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1. Contextualizando discapacidad

En su famosa crítica a la heterosexualidad obligatoria, Adrienne Rich sugiere, aunque la mayor parte de su análisis contradice esa interpretación, que la existencia lesbiana a menudo ha sido «simplemente invisibilizada» (1983: 178). De hecho, en Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, uno de los puntos sostenidos por Rich es que al parecer la heterosexualidad obligatoria depende de las formas en que las identidades lesbianas son visibilizadas (o, podríamos decir, comprehensibles), así como de las formas en que se invisibilizan o no se comprenden. La autora escribe:

«Cualquier teoría de creación cultural/política que trate la existencia lesbiana como un fenómeno marginal o menos “natural”, como mera “preferencia sexual”, o como un espejo tanto de relaciones heterosexuales u homosexuales entre hombres se debilita, por ello, profundamente, independientemente de cuáles sean sus otras contribuciones. La teoría feminista no puede ya permitirse expresar mera tolerancia hacia el “lesbianismo” como una “forma de vida alternativa”, o hacer alusiones simbólicas a las lesbianas. Una crítica feminista de la orientación heterosexual obligatoria para las mujeres es necesaria desde hace tiempo.» (1983: 178)

La crítica que invoca Rich no procede de un simple reconocimiento o incluso valoración de la «existencia lesbiana», sino de un interrogante sobre cómo el sistema de heterosexualidad obligatoria utiliza esa existencia. Es más, extraería de su sospecha hacia la mera «tolerancia» la confirmación de la idea de que una de las formas a través de las cuales la heterosexualidad está actualmente constituida o fundada, y establecida como la identidad sexual fundacional de las mujeres, es precisamente a través de la utilización de la existencia lesbiana siempre y en todo caso como complementaria —es el margen del centro ocupado por la heterosexualidad, una simple reflexión de las realidades patriarcales (heteros y gays)—. La heterosexualidad obligatoria selecciona algunas identidades como alternativas y esto, irónicamente, refuerza la noción ideológica de que las identidades dominantes no son en realidad alternativas sino el orden natural de las cosas2.

Más de veinte años después de su primera publicación, la crítica a la heterosexualidad obligatoria de Rich sigue siendo indispensable y ello pese a las críticas a la ahistoricidad de su noción de «continuum lesbiano»3. A pesar de su relevancia, el concepto de heterosexualidad obligatoria puede parecer un campo insólito para contextualizar la discapacidad. Quiero desafiar esa idea y considerar lo que ganaríamos al entender la «heterosexualidad obligatoria» como un concepto clave en los estudios de la discapacidad4. A través de una lectura de la heterosexualidad obligatoria quiero proponer una teoría de lo que llamo «capacidad corporal obligatoria». La raíz latina de contextualizar denota el acto de tejer, entretejer, unir o componer. Este ensayo contextualiza, así, la discapacidad en el sentido etimológico: argumento que el sistema de capacidad corporal obligatoria que produce la discapacidad se encuentra profundamente entretejido con el sistema de heterosexualidad obligatoria que produce lo queer, que —de hecho— la heterosexualidad obligatoria depende de la capacidad corporal obligatoria, y viceversa. Quiero insistir desde ya, aunque lo reiteraré en la conclusión, que esta contextualización de la discapacidad forma parte de un proyecto colectivo más amplio que busca desentrañar y descomponer ambos sistemas5.

La idea de sistemas imbricados no es, por supuesto, nueva —el propio análisis de Rich enfatiza la imbricación de la heterosexualidad obligatoria y el patriarcado—. Argumento, sin embargo, como otro/as ya lo han hecho, que las teorías feministas y queer (y las teorías culturales, en general) no están aún acostumbradas a incluir la capacidad/discapacidad en la ecuación. En este sentido, esta propuesta sobre la capacidad corporal se presenta como una contribución preliminar a un tan necesario debate6.

2. Heterosexualidad capacitada

En la introducción a Keywords: A Vocabulary of Culture and Society (1983), Raymond Williams describe su proyecto como:

«El registro de una investigación sobre un vocabulario: un cuerpo compartido de palabras y significados de nuestras discusiones más generales, en inglés, sobre las prácticas e instituciones que agrupamos como cultura y sociedad. En algún momento, en el desarrollo de alguna argumentación, cada palabra que incluí me obligó virtualmente a poner mi atención en ella, porque los problemas planteados por sus significados me parecían inextricablemente ligados a los problemas para cuya discusión se utilizaba.» (Ibídem: 15)

A pesar de que Williams no está particularmente interesado ni en el feminismo ni en los movimientos de liberación de gays y lesbianas, los procesos que describe deberían ser reconocibles para teóricas feministas y queer, así como para académicos y académicas y activistas de otros movimientos contemporáneos, como los estudios afroamericanos o la teoría crítica de la raza. Con el desarrollo de estos movimientos, un número cada vez más amplio de palabras se nos ha impuesto, hasta el punto que se ha vuelto necesario investigar no sólo la identidad marginal, sino también la dominante. El problema del significado de masculinidad (o incluso virilidad), de blanquitud, de heterosexualidad, se ha entendido cada vez más como inextricablemente ligado a los problemas del término en cuestión.

No se necesita más que acudir al Oxford English Dictionary (OED) para encontrar problemas con el significado de heterosexualidad. En 1971 el OED Supplement definía heterosexual como «perteneciente a o caracterizado por las relaciones normales de los sexos; opuesto a homosexual». Por supuesto, tras varias décadas de trabajo crítico por parte de feministas y teóricas queer, ha sido posible reconocer fácilmente que heterosexual y homosexual no son de hecho identidades iguales y opuestas. Al contrario, la persistente subordinación de la homosexualidad (y la bisexualidad) a la heterosexualidad permite la institucionalización de la heterosexualidad como «las relaciones normales entre los sexos», mientras que la institucionalización de la heterosexualidad como «las relaciones normales entre los sexos» permite la subordinación de la homosexualidad (y la bisexualidad). Y, como sigue demostrando la teoría queer, es precisamente la introducción de la normalidad en el sistema la que establece la obligación. Michael Warner escribe en The Trouble with Normal: Sex, Politics, and the Ethics of Queer Life que «casi todo el mundo quiere ser normal. Y, ¿quién puede culparles si la alternativa es ser anormal, persona desviada o no pertenecer al resto de nosotros y nosotras? Así formulado, no parece haber ninguna opción. Especialmente en Estados Unidos, donde [ser] normal probablemente esté en la cima de las aspiraciones sociales» (1999a: 53). La obligación es aquí producida y escondida bajo la apariencia de elección (de preferencia sexual) mistificando un sistema en el que, en realidad, no hay elección posible.

Una crítica similar a la normalidad ha sido también central tanto en el movimiento por los derechos de las personas con discapacidad como en los estudios de la discapacidad. Por ejemplo, la revisión de Lennard J. Davis (1995: 32-49) y su crítica a la emergencia histórica de la normalidad o Rosemarie Garland-Thomson que introduce el concepto de «normate» (1997: 8-9). Esos trabajos académicos y activistas nos empujan a localizar los problemas de la identidad de la capacidad corporal, a ver el problema del significado de la capacidad corporal obligatoria ligado a los problemas del término discutido. Podría decirse que, en esta coyuntura, la identidad de la capacidad corporal está más naturalizada que la identidad heterosexual. Al menos, mucha gente que no comulga con la teoría queer reconoce que las formas de ser heterosexual se producen culturalmente y varían según cada cultura, incluso si entienden que la identidad heterosexual es totalmente natural. En general, no se puede decir lo mismo de la identidad de la capacidad corporal. Un ejemplo extremo que, sin embargo, condensa el pensamiento hegemónico actual sobre capacidad y discapacidad es un conocido artículo de la revista Salon escrito por Norah Vincent, publicado en internet durante el verano de 1999, en el que se ataca a los estudios de la discapacidad. Vincent escribe: «es difícil negar que algo llamado normalidad existe. El cuerpo humano es una máquina, después de todo —una que ha desarrollado partes funcionales: pulmones para respirar, piernas para caminar, ojos para ver, oídos para oír, una lengua para hablar, y algo crucial para quienes trabajamos en la academia: un cerebro para pensar. Esto es ciencia, no cultura» (1999: s/n)7. En pocas palabras, o se tiene un cuerpo capacitado o no se tiene.

Ahora bien, el deseo de claridad en la definición podría desencadenar más problemas que los que contiene. Si es difícil negar que algo llamado normalidad existe, es incluso más difícil señalar con exactitud qué es esa normalidad. El Oxford English Dictionary define lo que es ser capacitado corporalmente de forma redundante y negativa: «tener un cuerpo capaz, es decir, uno libre de discapacidad física, y capaz de los esfuerzos físicos que se requieran; con salud corporal; robusto». La capacidad corporal es definida, por su parte, de forma imprecisa como «buen estado de salud corporal; capacidad para trabajar; robustez». La estructura paralela de las definiciones de capacidad y sexualidad es sorprendente: en primer lugar, ser capacitado/a es estar «libre de discapacidad física», del mismo modo que ser heterosexual es ser «lo opuesto de homosexual». En segundo lugar, a pesar de que el lenguaje de «las relaciones normales» esperables entre seres humanos no está presente en la definición de la capacidad corporal, el sentido de las relaciones normales sí lo está, especialmente al hacer énfasis en el trabajo: ser capacitado/a significa ser capaz de los esfuerzos físicos normales que se requieren en un sistema de trabajo particular. Es, en este punto, de hecho, que tanto la identidad de la capacidad corporal como el Oxford English Dictionary traicionan sus orígenes en el siglo xix y el ascenso del capitalismo industrial. Es, en ese punto también, que podemos comenzar a entender la natural obligatoriedad de la capacidad corporal: en el sistema industrial capitalista emergente, ser libre para vender su propia fuerza de trabajo, pero no ser libre para hacer ninguna otra cosa, significaba en efecto tener un cuerpo capacitado, pero no libre para tener nada más.

Entonces, al igual que la heterosexualidad obligatoria, la capacidad corporal obligatoria funciona escondiendo, bajo la apariencia de elección, un sistema en el que en realidad no hay elección. No ubicaría esta obligación solamente en el pasado, con el ascenso del capitalismo industrial. Así como los orígenes de la identidad heterosexual/homosexual son poco claros para la mayoría, de manera que la heterosexualidad obligatoria funciona como una formación disciplinar que emana de todas partes y de ninguna al mismo tiempo, los orígenes de la identidad capacitada/discapacitada también son poco claros, haciendo posible lo que Susan Wendell llama «las disciplinas de la normalidad» (1996: 87) en coherencia con un sistema de capacidad corporal obligatoria que, de forma similar, emana de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Las reducciones del capacitismo y los malos entendidos en torno a la tesis de la minoría propuesta por el movimiento por los derechos de las personas con discapacidad y en los estudios de la discapacidad, han fortalecido, incluso en alguna medida, el sistema: el sujeto capacitado responsable (o dócil) ahora reconoce que algunos grupos de personas han elegido ajustarse o, incluso, se enorgullecen de su «condición», pero ese reconocimiento, y la tolerancia que lo apoya, esconde la obligatoriedad de la propia identidad de los sujetos capacitados8.

Las memorias de Michael Bérubé sobre su hijo con síndrome de Down, Jamie, ayudan a ejemplificar algunas de las demandas ideológicas que actualmente sustentan la capacidad corporal obligatoria. Bérubé escribe: «a veces me siento acorralado al hablar de la inteligencia de Jamie, como si la carga de la prueba estuviera de mi lado, como portavoz oficial en su nombre» (1996: 180). El trasfondo de estos encuentros siempre parece ser el mismo: «¿no te sientes decepcionado por tener un hijo retrasado? (...). ¿Realmente tenemos que prestarle nuestra atención a esa persona?» (ibídem). La exploración hecha por Bérubé apunta a una importante experiencia común que liga a todas las personas con discapacidad bajo un sistema de capacidad corporal obligatoria —la experiencia de las personas con cuerpos capacitados necesita de un acuerdo—. Puedo imaginar que las respuestas a preguntas similares podrían ser increíblemente variadas —«en el fondo, ¿no preferirías oír?» y «en el fondo, ¿no preferirías no ser VIH positivo?»—. Estas preguntas podrían, al fin y al cabo, parecer muy diferentes; la primera (con su mal escondido deseo de que no exista la sordera) más obviamente genocida que la segunda. Pero no son realmente preguntas diferentes, ya que su constante repetición (o su presencia como trasfondo continuo) revela más acerca de la cultura capacitista que sobre los cuerpos sobre los que interroga. La cultura que formula esas preguntas asume de antemano que todos y todas estamos de acuerdo con que las identidades y perspectivas capacitadas son preferibles y que todas las personas, colectivamente, aspiramos a ellas. Un sistema de capacidad corporal obligatoria exige una y otra vez que las personas con discapacidad incorporen para las otras una respuesta afirmativa a la pregunta no formulada: Sí, pero en el fondo, ¿no preferirías ser más como yo?

Es con esta repetición que podemos comenzar a entender cómo las formas en que la capacidad corporal obligatoria y la heterosexualidad obligatoria están interrelacionadas, y al mismo tiempo, como pueden ser disputadas. En la teoría queer, Judith Butler es conocida por identificar la repetición requerida para mantener la hegemonía heterosexual:

«La “realidad” de las identidades heterosexuales es constituida de un modo performativo mediante una imitación que se sitúa como el origen y como el fundamento de todas las imitaciones. En otras palabras, la heterosexualidad está siempre en proceso de imitar y aproximarse a su propia fantasmática idealización —y de fracasar—. Precisamente porque está destinada al fracaso y, sin embargo, se empeña en alcanzar el éxito, el proyecto de la identidad heterosexual es impulsado hacia una interminable repetición.» (1991: 21)

El énfasis en identidades que se constituyen a través de actuaciones repetitivas es incluso más central en la capacidad corporal obligatoria. Pensemos, después de todo, en cuántas instituciones en nuestra cultura actúan como escaparates de performances de la capacidad. Además, como en el caso de la heterosexualidad, esta repetición está destinada al fracaso, ya que la identidad corporal idealmente capacitada nunca puede lograrse de una vez y para siempre. La identidad corporal capacitada y la identidad heterosexual están ligadas en su mutua imposibilidad y en su mutua incomprensión: son incomprensibles en el sentido de que cada una es una identidad que es simultáneamente el fundamento sobre la que se basan todas las identidades y un logro admirable siempre diferido y, por lo tanto, nunca garantizado. De ahí que las teorías queer de Butler sobre performatividad de género puedan ser aplicadas fácilmente en los estudios de la discapacidad como sugiere este extracto ligeramente modificado de Gender Trouble (sustituyo, entre corchetes, los términos de Butler sobre género y sexualidad por términos literalmente relacionados con corporalidad):

«La [capacidad corporal] proporciona posiciones (...) normativas que son intrínsecamente imposibles de encarnar, y la incapacidad permanente de identificarse plenamente y sin incoherencias con estas posiciones demuestra que la [capacidad corporal] misma no sólo es una ley obligatoria, sino una comedia inevitable. En realidad, yo definiría esta idea de la [identidad capacitada] como un sistema obligatorio y una comedia intrínseca, una parodia permanente de sí misma, y como una perspectiva [discapacitada] diferente.» (1990: 122)

En pocas palabras, la teoría butleriana del género en disputa podría resignificarse en el contexto de los estudios queer/de la discapacidad como lo que podríamos llamar «capacidad en disputa»; no en el sentido del llamado problema de la discapacidad, sino en el de la imposibilidad inevitable, incluso cuando es obligatoria, de una identidad corporalmente capacitada.

2.1. Existencia discapacitada/queer

La gestión cultural de las crisis endémicas que rodean la performance de la identidad heterosexual y capacitada tienen como efecto la consolidación ansiosa de las identidades hegemónicas. El sujeto heterosexual más exitoso es aquel cuya sexualidad no está comprometida por ninguna discapacidad (metafóricamente, por lo queer); el sujeto capacitado más exitoso es aquel cuya capacidad no está comprometida por lo queer (metafóricamente, por la discapacidad). Esta consolidación ocurre a través de procesos complejos de fusión y de estereotipos: a menudo se entiende que las personas con discapacidad tienen algo de queer (como sugieren los estereotipos paradójicos de persona con discapacidad asexuada o sobresexuada), mientras que las personas queer a menudo se entienden como algo discapacitadas (como sugiere la constante medicalización de su identidad, similar a lo que se enfrentan habitualmente las personas con discapacidad). Una vez que estas fusiones se vuelven disponibles en la imaginación popular, las figuras de lo queer/discapacitado se pueden tolerar y, de hecho, son utilizadas para mantener la ficción de que la heterosexualidad capacitada no está en crisis. De la misma manera que la existencia lesbiana es utilizada, en el análisis de Rich, para reflejar las «realidades» heterosexual y patriarcal, la existencia queer/discapacitada puede ser utilizada para reforzar la capacidad corporal obligatoria. Debido a que lo queer y la discapacidad tienen la potencialidad de perturbar la performance de la heterosexualidad capacitada, ambas deben ser contenidas —encarnadas— en esas figuras.

En la película Mejor... Imposible (1997), por ejemplo, a pesar de que Melvin Udall (Jack Nicholson), diagnosticado como obsesivo compulsivo, es representado visualmente de muchas formas, que al inicio lo ubican en lo que Martin F. Norden (1994) llama «el cine de aislamiento» (es decir, Melvin está representado en formas que lo ligan con otras representaciones de personas con discapacidad), en el transcurso de la película se mueve hacia la heterosexualidad capacitada. Para consolidar las normas heterosexual y capacitada, la discapacidad y lo queer se ubican en la película visiblemente en otro lado, en el personaje gay Simon Bishop (Greg K­innear). A medida que avanza el film, Melvin se despoja de su sensación de habitar un cuerpo anómalo, y la discapacidad se ubica firmemente en el personaje no heterosexual, que es al principio representado como capacitado pero que termina, después de ser atacado y golpeado por unos ladrones, usando silla de ruedas y bastón la mayor parte de la película. Más significativo aún, la figura discapacitada/queer, como en muchas otras representaciones culturales contemporáneas, facilita el romance heterosexual: Melvin primero aprende a aceptar las diferencias encarnadas por Simon, y Simon luego alienta a Melvin para que se reconcilie con su novia, Carol Connelly (Helen Hunt). Una vez cumplido su propósito, Simon, la discapacidad y lo queer salen de escena. La película termina con un reencuentro romántico tradicional entre los protagonistas (capacitados) masculino y femenino9.

2.2. Críticamente queer, severamente discapacitado/a

La crisis que rodea las identidades heterosexual y capacitada no lleva automáticamente a su destrucción. En efecto, como este breve análisis de Mejor... Imposible (1997) sugeriría, esta crisis y las ansiedades que la acompañan son detectables en un amplio campo de textos culturales precisamente para resolverse y aliviarse (temporalmente). Ni la cuestión de género ni la de la capacidad son suficientes en sí mismas para deshacer la heterosexualidad obligatoria ni la capacidad corporal obligatoria. Butler reconoce este problema: «Esta incapacidad de acercarse a la norma (...) no es lo mismo que la subversión de la norma. No hay ninguna promesa de que la reiteración de las normas constitutivas vaya a propiciar su subversión; no hay garantía de que la exposición del carácter naturalizado de la heterosexualidad suponga su subversión» (1993: 22 apud. Warner, 1999a: 168-169, n. 87). Para Warner, este reconocimiento de Butler encuentra un vacío potencial en su teoría, «digamos, entre virtualmente queer y críticamente queer» (1999a: 168-169, n. 87). En oposición a una identidad virtualmente queer, experimentada por cualquiera que no pudo performar la heterosexualidad sin contradicción ni incoherencia (es decir, todas las personas), una perspectiva críticamente queer podría presumiblemente movilizar la incapacidad de aproximarse a la norma, para colectivamente «aprovechar la debilidad de la norma», por usar la expresión de Butler (1993: 26)10.

Un vacío similar puede encontrarse si nos apropiamos de las teorías de Butler para los estudios de la discapacidad. Todos/as somos virtualmente discapacitados/as, tanto en el sentido de que las normas de la capacidad corporal son «intrínsecamente imposibles de encarnar» de manera completa como en el sentido de que la condición de un cuerpo capacitado es siempre temporal, ya que la discapacidad es esa categoría de identidad que todas las personas van a encarnar si viven lo suficiente. Lo que podríamos llamar una posición críticamente discapacitada diferiría, sin embargo, de tal posición virtualmente discapacitada; llamaría la atención sobre las formas en que el movimiento por los derechos de la discapacidad y los estudios de la discapacidad han resistido las exigencias de capacidad corporal obligatoria y han exigido el acceso a una esfera pública recientemente imaginada y configurada, en la que la participación plena no dependa de un cuerpo capaz.

Podríamos, de hecho, extender el concepto y ver tales perspectivas no como críticamente discapacitadas, sino como severamente discapacitadas, donde severe funciona de forma similar a la función crítica queer realizada por fabulous. Tony Kushner escribe:

«Fabulous se convirtió en una palabra popular en la comunidad queer —bueno, nunca fue impopular, pero durante un tiempo se volvió el grito de batalla de una política queer nueva, carnavalesca y exagerada11, agresivamente maricona, festiva y fuerte como una drag queen callejera: “FAAAAABULOUS!” (...). Fabulous es una de esas palabras que estipulan el grado en que una persona o acontecimiento manifiesta los rasgos más característicos y vigorizantes de una subcultura particular, por lo general, oprimida.» (1996: vii)

Severe, aunque menos común que fabulous, tiene una historia queer similar: una crítica severa es una crítica feroz, una crítica desafiante, una que interpreta una situación de forma cuidadosa y a fondo —y me refiero a interpretar en el sentido de la calle, de señalar en voz alta las insuficiencias de una determinada situación, persona, texto o ideología—. «Severamente discapacitado», de acuerdo con la concepción queer, invertiría la comprensión capacitada de los cuerpos severamente discapacitados como los más marginalizados, los más excluidos de una normalidad privilegiada y siempre elusiva, y sugeriría, en cambio, que son precisamente esos cuerpos los que están mejor posicionados para rechazar la «mera tolerancia» y para señalar las insuficiencias de la capacidad corporal obligatoria. Ya sea el «ejército de mujeres con un solo pecho» que Audre Lorde imagina descendiendo sobre el Congreso; los Rolling Quads, cuya resistencia desencadenó el movimiento de vida independiente en Berkeley, California; estudiantes sordos/as gritando en la Universidad Gallaudet en la protesta Deaf President Now; o ACT UP irrumpiendo los Institutos Nacionales de la Salud o en la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, los cuerpos severamente discapacitados/críticamente queer ya han generado problemas a la capacidad rediseñando la esfera pública y reimaginando y remodelando las formas limitadas de encarnación y deseo proferidas por los sistemas que nos contendrían a todas las personas12.

La heterosexualidad obligatoria está entrelazada con la capacidad corporal obligatoria; ambos sistemas trabajan para (re)producir el cuerpo capaz y la heterosexualidad. Pero precisamente porque dependen de la existencia queer/discapacitada, que nunca puede ser contenida, la hegemonía de la heterosexualidad capacitada está siempre en peligro de ser perturbada. Llamo la atención sobre las posibilidades críticamente queer, severamente discapacitadas, para avanzar en la unión de ambos campos, teoría queer y estudios de la discapacidad, con la esperanza de que tal colaboración (que en algunos casos ya está ocurriendo, incluso si no se reconoce o nombra de forma explícita como tal) exacerbará, en formas más productivas, la crisis de autoridad que actualmente asola a las normas heterosexuales/capacitadas. En lugar de invocar la crisis para resolverla (como sucede en la película Mejor... Imposible), argumentaría que los estudios queer/de la discapacidad (en conversaciones productivas con movimientos de la discapacitad/queer fuera de la academia) pueden continuamente invocar, con el fin de impulsar esa crisis, las soluciones inadecuadas que la heterosexualidad obligatoria y la capacidad corporal obligatoria nos ofrecen. Y al contrario de una cultura capacitada que sostiene la promesa de un ideal sustantivo (pero paradójicamente siempre elusivo), una perspectiva queer/discapacitada se resistiría a delimitar los tipos de cuerpos y capacidades que son aceptables o que producirán cambio. Idealmente, los estudios queer/de la discapacidad —así como el término queer en sí— podrían funcionar «oposicional y relacionalmente pero no necesariamente de manera sustantiva, no como positividad sino como posicionalidad, no como una cosa, sino como una resistencia a la norma» (Halperin, 1995: 66). Por supuesto, al demandar unos estudios queer/de la discapacidad sin una sustancia necesaria, espero que esté claro que no quiero negar la materialidad de los cuerpos queer/discapacitados, ya que son precisamente esos cuerpos materiales los que han habitado los movimientos y generado los cambios antes detallados. Más bien quiero argumentar que ser críticamente queer y severamente discapacitado/a trata de transformar colectivamente (de maneras que no se pueden necesariamente predecir) los usos sustantivos a los que la existencia queer/discapacitada ha sido expuesta por un sistema de capacidad corporal obligatoria, de insistir en que tal sistema no es nunca el mejor posible, y de imaginar cuerpos y deseos diferentes.

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Reeve, Ch. (1997). Al caer la noche (In the Gloaming). EE.UU.: HBO.

1 Texto traducido por César Tisocco con edición a la traducción de Alberto (Beto) Canseco. Revisado por Melania Moscoso y el equipo editorial de Papeles del CEIC.

2 En 1976, el Tribunal Internacional de los Crímenes contra la Mujer en Bruselas identificó la «heterosexualidad obligatoria» como uno de tales crímenes (Katz, 1995: 26). Un año antes, en su importante artículo El tráfico de mujeres: notas sobre la «economía política» del sexo, Gayle Rubin (1975) examinó las formas en que funciona la «heterosexualidad obligatoria» en su teorización de un sistema de sexo/género. El artículo de Rich de 1983, que ha sido ampliamente citado y reproducido desde su publicación inicial, fue uno de los análisis más exhaustivos de la heterosexualidad obligatoria en el feminismo. Estoy de acuerdo con la insistencia de Jonathan Ned Katz de que el concepto es redundante porque «cualquier sociedad dividida entre heterosexual y homosexual es obligatoria» (1995: 164), pero también reconozco la utilidad histórica y crítica de la frase. Es más fácil entender las formas en que una sociedad dividida entre heterosexual y homosexual es obligatoria precisamente por la utilización feminista de la redundancia de la heterosexualidad obligatoria. Sugeriría también que la teorización queer fuera de la academia (de actuaciones drag a teatro callejero de activistas) ha empleado a menudo la redundancia en forma performativa como punto crítico.

3 En un esfuerzo por forjar una conexión política entre todas las mujeres, Rich usa los términos «lesbiana» y «continuum lesbiano» para describir una amplia variedad de conexiones sexuales y afectivas a través de la historia, muchas de las cuales emergen de condiciones históricas y culturales bastante diferentes a aquellas que han posibilitado la identidad lesbiana (1983: 192-199). Además, al usar «continuum lesbiano» para afirmar la conexión entre mujeres lesbianas y heterosexuales, la autora borra la especificidad cultural y sexual de la existencia lesbiana contemporánea.

4 La incorporación de teoría queer y estudios de la discapacidad a favor de la que argumento aquí todavía está en sus momentos iniciáticos. Es en el activismo y las teorías culturales sobre el SIDA (Erni, 1994; Patton, 1997) en donde se ha producido, desde hace tiempo, una colaboración entre la teoría queer y los estudios de la discapacidad, a pesar de que todavía no se reconozcan o nombren explícitamente así. Strange Blood: Hemophobia and the Unexplored Boundaries of Queer Nation (Davidson, 1999) es uno de los mejores análisis hasta la fecha sobre las conexiones entre estudios de la discapacidad y teoría queer.

5 Los proyectos colectivos a los que me refiero son, por supuesto, los proyectos de liberación gay y los estudios queer en la academia, así como el movimiento por los derechos de las personas discapacitadas y los estudios de la discapacidad en la academia. Este capítulo es tanto parte de mi propia contribución a esos proyectos como de un trabajo más amplio titulado: Crip Theory: Cultural Signs of Queerness and Disability (2006).

6 David Mitchell y Sharon Snyder siguen la misma línea que otros/as académicos/as de los estudios de la discapacidad cuando señalan que el «silencio en las humanidades no presagia nada bueno» sobre el tema de la discapacidad (1997: 1). Véase, entre otros ejemplos, la discusión de Simi Linton sobre el «curriculum dividido» (1998: 71-116) y las afirmaciones de Rosemarie Garland-Thomson (1997: 5) y de Lennard J. Davis (1995: xi) sobre la necesidad de examinar la discapacidad junto con otras categorías de diferencia como raza, clase, género y sexualidad.

7 Los estudios de la discapacidad no son el único campo atacado por Vincent en los principales medios de comunicación. En el artículo The Future of Queer: Wedded to Orthodoxy (2000) se burla de la teoría queer. Ni ser discapacitado/a ni gay ni lesbiana garantiza en sí mismo la conciencia crítica generada en los movimientos por los derechos de las personas con discapacidad o queers ni en la teoría queer o estudios de la discapacidad: Vincent es una periodista lesbiana, pero su escritura apoya tanto las normas capacitadas como heterosexuales. En lugar de mostrar una respuesta estigmafílica a la existencia queer/discapacitada, encontrando «una característica compartida con quienes sufren el estigma, y en ese campo alternativo [aprender] a valorar las mismas cosas que el resto del mundo detesta» (Warner, 1999b: 43), Vincent reproduce la respuesta estigmofóbica de la cultura dominante. Véase la discusión de Warner de los conceptos de Erving Goffman de stigmaphobe y stigmaphile (Warner, 1999b: 41-45).

8 La discusión de Michel Foucault (1977: 135-169) sobre los «cuerpos dóciles» y sus teorías sobre prácticas disciplinarias están en el trasfondo de gran parte de mi análisis.

9 La consolidación de la identidad capacitada y heterosexual es probablemente más común en las películas comerciales sobre SIDA, incluso si —o quizás especialmente si— esas películas se promocionan como nuevas y osadas. La película Al caer la noche (1997) dirigida por Christopher Reeve para HBO es un ejemplo. En ella, el personaje discapacitado/queer —una vez más, y en una tradición que se remonta a Invierno en primavera (1985)— antes de ser eliminado al final, efectúa la sanación de la familia heteronormativa. Como escribe Watney sobre Invierno en primavera: «La última escena (...) muestra un “álbum familiar”. (...) Un episodio traumático se termina. La familia cierra filas con el hijo problemático convenientemente despachado, y la vida vuelve a la normalidad» (1989: 114). Me focalizo en una película no relacionada con el SIDA sobre discapacidad y homosexualidad porque pienso que los procesos sobre los que teorizo aquí tienen una prevalencia mucho mayor y que pueden encontrarse en muchos textos culturales que intentan representar lo queer o la discapacidad. No hay espacio para analizar Mejor... Imposible en profundidad; para una lectura más profunda de cómo la consolidación heterosexual/capacitada funciona en películas y otros textos culturales, véase McRuer, 2003. No pienso, sin embargo, que estos procesos se produzcan únicamente en textos ficcionales: la Job Information List, publicación de la Asociación de Lengua Moderna, provee, por ejemplo, evidencia de otros marcos en los que las normas heterosexuales y capacitadas se apoyan mutuamente mientras que ostensiblemente permiten la tolerancia de lo queer y la discapacidad. La reciente alta visibilidad de los estudios queer en listados de editoriales universitarias, actas de congresos e incluso programas de estudio no se traducen en más puestos para académicos/as con discapacidad/queer.

10 Ver mi discusión crítica de Judith Butler, Gloria Anzaldúa y lo queer en: McRuer, 1997: 149-153.

11 Nota del editor. En el texto original se usa la palabra camp que tiene traducciones diversas al castellano: exagerada, pero también amanerada o afeminada.

12 Sobre la historia de ACT UP, véase: Crimpy y Rolston, 1990. Audre Lorde narra sus experiencias con el cáncer de mama y se imagina un movimiento de mujeres con un solo pecho en The Cancer Journals (1980). Joseph P. Shapiro narra tanto la historia de los Rolling Quads (1993: 41-58) como del Movimiento de Vida Independiente y la protesta Deaf President Now (1993: 74-85). Activistas sordos/as han insistido desde hace tiempo que la sordera no debería entenderse como una discapacidad y que las personas que viven con sordera deberían, en cambio, verse como personas con un lenguaje y una cultura distintos. A medida que el movimiento por los derechos de la discapacidad ha madurado, algunos/as activistas sordos/as y estudiosos/as de ese ámbito han repensado, sin embargo, esa posición y reivindican la discapacidad (esto es, la discapacidad revalorizada por el movimiento de los derechos de la discapacidad y los estudios de la discapacidad) en un intento por ratificar una coalición con otras personas con discapacidad. Es precisamente esa reivindicación de la discapacidad la que quiero recalcar con mi énfasis en la discapacidad severa.