De autores, testigos y acusados.
Trayectos de construcción de la imagen como prueba
en las fotografías de la Masacre indígena de Napalpí

On authors, witnesses and defendants. Routes of building images
as proof in the photographs of the Indigenous Massacre of Napalpí

Mariana Giordano*

IIGHI-CONICET/UNNE

Palabras clave

Fotografía
Prueba
Masacre
Napalpí
Perpetradores

Resumen: La masacre de la reducción indígena de Napalpí (Territorio Nacional del Chaco, Argentina, 1924) es uno de los eventos violentos más significativos en el accionar del Estado argentino sobre poblaciones indígenas durante el siglo xx. Si bien la historiografía había referido a la ausencia de imágenes de la masacre, hace más de una década hallamos fotografías obtenidas por el antropólogo alemán Robert Lehmann Nitsche en el contexto de los hechos de violencia. En este texto retomamos ese corpus y los trabajos realizados en/con las comunidades indígenas analizando el rol de las imágenes como huella, testimonio y prueba. Ello nos permite discutir la categoría de «perpetrador» y los desplazamientos de roles en las narrativas construidas sobre la masacre. Las imágenes son analizadas tanto desde la producción, circulación y recepción, como en relación a mi rol de investigadora en las relaciones dialógicas y los trabajos colaborativos con las comunidades indígenas. Por ello también el texto alude a cuestiones metodológicas en el uso de las imágenes.

Keywords

Photography
Proof
Massacre
Napalpí
Perpetrators

Abstract: The Indigenous Reduction Massacre of Napalpí (National Territory of Chaco, Argentina, 1924) is the most significative event of violence by Argentina’s State against indigenous pupulations in the 20th century. Although the historiography had referred to the absence of images of the massacre, more than a decade ago we found photographs attributed to the German anthropologist Robert Lehmann Nitsche in the context of those acts of violence. In this text we return to that corpus and the work undertaken in/with indigenous communities, to analyze the role of images as a trace, testimony and evidence. This will allow us to examine the category of perpetrator and the displacement of roles in the narratives built on the massacre. The images are analyzed both from production, circulation and reception, as well as in relation to my role as a researcher in dialogic relations and collaborative work with indigenous communities. For this reason, the text also refers to methodological issues in the use of images.

* Correspondencia a / Correspondence to: Mariana Giordano. IIGHI-CONICET/UNNE. Av. Castelli 930, Resistencia, Chaco, ARGENTINA – marianalgiordano@gmail.com – http://orcid.org/0000-0002-2730-3701.

Cómo citar / How to cite: Giordano, Mariana (2021). «De autores, testigos y acusados. Trayectos de construcción de la imagen como prueba en las fotografías de la Masacre indígena de Napalpí». Papeles del CEIC, vol. 2021/2, papel 248, -17. (http://doi.org/10.1387/pceic.22450).

Fecha de recepción: enero, 2021 / Fecha aceptación: mayo, 2021.

ISSN 1695-6494 / © 2021 UPV/EHU

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Creative Commons Atribución 4.0 Internacional

«No hay otra realidad, otro sujeto ni otro objeto que los que resultan del juego de miradas y de los discursos que los ponen en escena.» (Enaudeau, 1999: 21)

Este texto busca analizar el rol de las imágenes de la Masacre de la Reducción indígena de Napalpí (Territorio Nacional del Chaco, Argentina, 1924) como huella, testimonio y evidencia, atendiendo a contextos de producción histórica y de recepción y circulación actuales, en el entramado referencial, dialógico y político de las imágenes. A partir de una serie de catorce fotografías atribuidas al antropólogo alemán Robert Lehmann Nitsche que utilicé en mis investigaciones con comunidades indígenas entre 2009 y 2016, pongo el foco de interés en la construcción de la categoría de «perpetrador» en las narrativas sobre la masacre a través de la retroalimentación del archivo al testimonio y la apropiación comunitaria de las imágenes, así como el juego de miradas que ello supone en la construcción de narrativas. A la vez reflexiono sobre mi propio rol como cientista social en los procesos de construcción de pruebas sobre la masacre.

Planteo como hipótesis que, en el contexto de producción, la autorrepresentación de los perpetradores y la representación de los «indios amigos» actuó de testimonio de un orden acompañando a un discurso de «sublevación». Pero en los trayectos de circulación las imágenes se convirtieron en evidencia acusatoria. En este trayecto, me involucré como investigadora que acercó las imágenes a las comunidades indígenas, lo que también me ubica como partícipe en la construcción de la prueba.

Lehmann Nitsche, convocado como testigo por el Estado argentino al momento de la masacre, ha devenido, en la actualidad, en integrante del grupo perpetrador del hecho. Indígenas representados son señalados también con un cierto grado de complicidad por las mismas comunidades actuales. Me pregunto entonces, ¿cuál es el rol de la imagen en tanto prueba visual —testimonio iconográfico— en este viraje de sentido político? ¿De qué modo los líderes indígenas actuales que se apropiaron de estas imágenes establecen los límites entre los perpetradores, los testigos y las víctimas? Si la representación de los perpetradores operó en el contexto de producción de las imágenes como prueba de un supuesto orden, ¿qué estrategias éticas y/o políticas legitimaron su traslado a evidencia acusatoria? ¿Desde qué recursos metodológicos sobre/de la imagen es posible esa lectura? La reedición, valoración o uso actual de estas imágenes como huella o evidencia ¿qué efectos tiene sobre el referente? ¿Cuál fue mi propio rol de investigadora en ese trayecto de desplazamiento de sentidos y ampliación de la visibilidad? Y en relación a ello, ¿cómo opera la ciencia actual en relación a las asimetrías de producción de conocimiento en/ desde los márgenes?

1. Napalpí: (re)construyendo coordenadas históricas y contemporáneas de una Masacre indígena

La denominada «Masacre de Napalpí» se trató de un ataque armado del gobierno argentino el día 19 de julio de 1924 sobre indígenas qom (tobas) y moqoit (mocovíes). Ocurrida en la Reducción indígena de Napalpí, situada en el entonces Territorio Nacional del Chaco1. Napalpí fue el ejemplo de un sistema de sujeción, sometimiento y explotación de mano de obra indígena en el último espacio ocupado por el Estado argentino para ser incorporado al sistema capitalista nacional: el Chaco.

La organización de las Reducciones indígenas2, siguiendo el modelo norteamericano, se sustentó en un discurso integracionista que suponía también contar con mano de obra para la explotación forestal y el cultivo algodonero, las dos actividades que caracterizaron la economía chaqueña de la primera mitad del siglo xx3. En la Masacre de Napalpí se conjugan un contexto de baja institucionalidad del entonces Territorio Nacional del Chaco, una política de expansión y explotación de la tierra con la consecuente utilización de mano de obra y una política declarada «integracionista» del indígena chaqueño que se sustentaba en un racismo epistémico. La Reducción como sistema supuso un enclave dependiente de la Comisión Honoraria de Reducciones de Indios, dirigida por un administrador, en un espacio institucional que como Territorio Nacional carecía de representación parlamentaria y que tenía un gobernador, Fernando Centeno, designado por el Poder Ejecutivo Nacional.

La presencia de la cámara en la región era excepcional: si bien resistencia, capital del Territorio Nacional del Chaco, contaba desde fines del siglo xix con un fotógrafo aficionado de la comunidad italiana que realizaba fotos sociales, recién en la segunda década del siglo xx se asentaron fotógrafos comerciales con incipientes estudios; sin embargo, el amplio interior del Territorio acusaba de ausencia de cámaras. En tal sentido, la historiografía afirmó insistentemente sobre la invisibilidad de Napalpí, refiriéndose a la ausencia de imágenes que dieran cuenta del evento.

Luego de haber trabajado por mucho tiempo la fotografía de/sobre indígenas del Chaco y analizado producciones visuales generadas por la ciencia, pero también documentación diversa sobre Napalpí (Giordano, 2004a), insistí en la búsqueda de imágenes de Robert ­Lehmann Nitsche, antropólogo del Museo de La Plata (Argentina) que se había convertido en un «testigo»4 importante de los sucesos de 1924 por haber llegado a la Reducción en el contexto de la violenta represión. Sabiendo que Lehmann Nitsche utilizaba la fotografía como registro (Giordano, 2004a, 2004b), durante varios años intenté infructuosamente la búsqueda/consulta de las posibles imágenes de Napalpí en los fondos de esa institución5, y finalmente en el Instituto Iberoamericano de Berlín (IAI)6, que en el año 2009 nos entregó copias de las catorce fotografías referenciadas en Napalpí en 1924. En ese momento no previmos el impacto social, académico y jurídico que esas imágenes iban a tener. Luego de haber expuesto estas imágenes en Colonia Aborigen (escenario actual de la antigua Reducción de Indios de Napalpí) y ante la demanda comunitaria se gestionó y logró la autorización del IAI para entregar copia de esas imágenes a la Asociación Comunitaria de Colonia Aborigen Chaco. Ello hizo que las mismas comenzaran a tener una amplia difusión entre los indígenas, que los medios y productores audiovisuales locales y nacionales también las divulgaran e incluso que desde la Fundación Napalpí se generara una webdoc con documentos de archivo y testimonios de los sobrevivientes que los referentes indígenas habían construido. Pero también que distintos investigadores de la región y el país pudieran conocerlas y analizarlas en el marco de sus investigaciones, más allá de mis propios trabajos sobre este tema (Giordano y Reyero, 2012; Giordano, 2011b)7. Los mismos se plantearon en el marco de instancias de trabajo etnográfico a través de la observación participante, entrevistas abiertas y entrevistas con/a partir de imágenes, en ocasiones realizadas en el contexto de exposiciones/muestras en diversos espacios de las fotografías de Lehmann Nitsche junto a otras imágenes que remitían a la Reducción.

Asimismo, participé en conferencias, videos, colaboración en una webdoc de la Fundación Napalpi, acciones que fueron sentando las bases de una visibilidad social de la Masacre que estaba silenciada dentro de la misma comunidad y, especialmente, en la sociedad chaqueña. En ese contexto, en 2014 se inició una investigación judicial —Expediente FF N°81/2014— llevada adelante por la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Federal de Resistencia, Provincia del Chaco (Argentina) que aspira, en el fuero penal, a un juicio por la Verdad que entienda a la Masacre de Napalpí como delito de lesa humanidad8, al que fui convocada para brindar testimonio en función de mis investigaciones.

Este entramado del hacer de la investigación que implicó en un primer momento el trabajo en archivos, la aproximación a las imágenes desde presupuestos de los estudios visuales, el cruce con el trabajo etnográfico y metodologías dialógicas, junto a la difusión y discusión sobre las imágenes de la Masacre con las comunidades indígenas, me permitieron un ejercicio reflexivo que involucra mi propia experiencia y testificación (Guber, 2001: 56) en este proceso.

2. Imágenes y textos: perfilando a los perpetradores

La masacre de indígenas moqoit y qom producida el 19 de julio de 1924 en la Reducción indígena de Napalpí estuvo precedida por conflictos previos en la zona entre fuerzas policiales e indígenas con intervenciones del gobierno territoriano, como también por la demanda/exigencia de terratenientes que reclamaban al gobernador la aplicación de medidas para retener la mano de obra indígena que estacionalmente migraba a las provincias de Salta o Jujuy al trabajo en la zafra y que, en un sistema de cuasi-esclavitud, requerían su permanencia para ser utilizada en el cultivo algodonero en el Territorio Nacional del Chaco. Telegramas de propietarios de explotaciones agrícolas enviados al Gobernador Centeno, así como declamaciones de la prensa local como La Voz del Chaco y nacional, actuaron de órganos legitimadores de las demandas por la retención de los indígenas. El histórico diario argentino La Nación, titulaba pocos días antes de la Masacre «Los campos del Chaco son excelentes para el cultivo del algodón» (La Nación, 16 de julio de 1924). Por su parte, las demandas de abusos y conflictos de la policía territoriana desde meses anteriores a la masacre eran presentados, solamente, desde interlocutores blancos.

Los conflictos entre indígenas y policías en diversos puntos del interior del Chaco comenzaron a ser difundidos, tanto en notas de vecinos como en la cobertura periodística, retomando la dicotomía decimonónica de civilización/barbarie y actualizando el imaginario del «indio alzado» y del «malón indígena»9. En una nota enviada al Ministro del Interior por vecinos de Machagai —población cercana a la Reducción—, se revela este imaginario:

Ávidos de venganza los indios compañeros de los citados se presentaron a la Comisaría cuatro de ellos encabezados por un tal Maidana (caciquillo), armados de flamantes winchesters y en tono provocativo presentan una carta amenazadora mandada por el cacique Machado, que dice ser oficial de la policía indígena, célebre foragido (sic), reclamando los caballos de los tres presos… Estamos pues Sr. Ministro, en una situación crítica, más aún sabiendo de lo que es capaz el indio y que ahora está cometiendo fechorías en las chacras cercanas a este pueblo. Por lo tanto, pedímosle nos ponga al amparo de semejantes salvajismos, que por otra parte no cuadran con el grado de civilización y cultura a que ha llegado nuestra Patria, y disponga el envío de un cuerpo del ejército nacional para tranquilidad y garantía de estas poblaciones… (Archivo Histórico de la Provincia del Chaco. Caja Aborígenes – Notas varias. «Nota enviada por varios vecinos de Machagai al Ministro del Interior. 12 de junio de 1924»; consulta de archivo 20/05/1999).

Esta carta es solo uno de los ejemplos que pone de manifiesto los aspectos institucionales, ideológicos y el rol de la sociedad civil en los eventos que llevarán a la masacre del 19 de julio y las persecuciones previas y posteriores a ese día.

De tal modo, se comienza a delinear un mapa de actores que permiten perfilar esa compleja «organización colectiva» que va a suponer un grupo de perpetradores (Zylberman, 2020) que, a la vez, se relaciona con una estructura de poder, con un proceso genocida histórico tanto físico como cultural y simbólico, siguiendo a Feierstein (2007), que vivieron los pueblos indígenas chaqueños. Ese mapa de actores era referenciado por el Heraldo del Norte cuando nombra a diversos sujetos que tuvieron participación antes, durante el 19 de julio de 1924 y con posterioridad a ese día por complicidad (vecinos, prensa, agentes estatales) o responsabilidad legal según los diversos grados de intervención. Entre estos últimos se indican al gobernador y jefe de la policía del Chaco, comisarios de Resistencia y Quitilipi, administrador de la reducción, vecinos armados a quienes se denominó «paisanos armados con winchester y escopetas», gendarmes, un piloto y el acompañante del avión10, vecinos criollos casados con indígenas que tuvieron distintos roles en la violencia física y simbólica ejercida sobre los indígenas de Napalpí que se encontraban en huelga. Esos sujetos son mencionados desde una perspectiva situacional11 en función de las expresiones que los mismos funcionarios o vecinos tuvieron en ese contexto. De estos perpetradores fue sin dudas el gobernador Centeno quien fue señalado por la prensa como el principal responsable, y fue quien a la vez tuvo voz en los medios12.

Un aspecto a destacar es que al igual que el Estado Nacional, la prensa que denunció la masacre encontró en Lehmann Nitsche un testigo, sin vinculación con el grupo perpetrador:

(…) los autores del encubrimiento se dieron, luego, cuenta, de que había demasiados testigos para que la infamia quedara ignorada y, entre ellos, figuraba nada menos que un eminente hombre de ciencia de la Universidad de La Plata, que, presenciara, espantado, los cínicos desplantes de la soldadesca embrutecida, bárbara (…) Este hombre de ciencia llegara a la Reducción de Napalpí en la tarde de aquel sábado nefasto y sin querer, comprobó la triste verdad de lo ocurrido. Nos referimos al Dr. Roberto Lehmann Nitsche y aún también a su ayudante, verdaderos testigos calificados de la tragedia (…) (El Heraldo del Norte, Número Especial, 1925: 27).

Por su parte, la historiografía identificó al estado territoriano como el principal perpetrador, reconociendo al gobernador Fernando Centeno como su artífice (Cordeu y Siffredi, 1971; Trinchero, 2009; Giordano, 2011a).

3. Derroteros entre el archivo al campo en la construcción de huellas/pruebas

Desde ese mapa de actores antes mencionado que se derivan de la prensa escrita, regreso a las imágenes y al archivo, a los modos en que las mismas pueden ser abordadas en sus contextos de producción, circulación y recepción para discutir sobre los roles de los actores y autores en estos contextos, como así también sobre la construcción del testigo y la prueba en la construcción de memorias y relatos. A la par reflexiono sobre las metodologías de trabajo respecto a las imágenes en la trama dialógica entre el archivo y el campo, entre lo individual/colectivo y personal/político que se retroalimentan y se tensionan (Jelin, 2017).

Baudrillard planteaba que hay «imágenes sin huellas, sin sombras, sin consecuencias» (1991: 23). En la captura visual del indígena chaqueño diversos actores tuvieron un rol significativo entre el siglo xix y xx, construyendo un imaginario de la otredad que respondía a miradas, intereses y regímenes hegemónicos. Sin dudas el Estado fue uno de ellos, que no sólo sometió por las armas, sino también vigiló con la cámara (Giordano, 2011a). Muchas de esas imágenes generadas en contextos de sometimiento y control físico fueron analizadas tanto desde lo formal como lo simbólico en los procesos de construcción de un Chaco «ordenado» e incorporado a la Nación argentina. Y muchas de ellas se proyectaron con «huellas» y «consecuencias», retomando a Braudillard. Las de Lehmann Nitsche, principalmente.

Durante muchos años había conformado un archivo de investigación con miles de imágenes atribuidas13 a grupos indígenas del Gran Chaco por diversos emisores. En 2006 inicié junto a un equipo de investigación14 un proyecto de regreso de esas imágenes como herramienta de diálogo en distintos contextos, en mi caso en particular con comunidades indígenas de la Provincia del Chaco (Argentina) y en ese contexto un año después trabajé en Colonia Aborigen/Napalpí, tanto en el área urbana como rural15. Fue después de esa experiencia de campo que en 2009 pude dar con catorce imágenes que el antropólogo alemán Robert Lehmann Nitsche había obtenido en el contexto de trabajo de campo en la Reducción de Napalpí16. Ante esas imágenes, ensayé diversas instancias de abordaje enmarcadas en las reflexiones sobre fotografía etnográfica, tanto en forma contrastiva con los textos como desde el uso que Lehmann Nitsche hiciera de la fotografía en sus estudios antropométricos (Giordano, 2004b); otras perspectivas que remitían a la búsqueda de un significante en las fotos donde los indígenas portaban un pañuelo en su antebrazo, marca que contribuía al «punctum» (Barthes, 1990)17 con que estas imágenes se nos presentaban.

Por un lado, entendí, junto a Alejandra Reyero, esas imágenes como narrativa de amistad, reflexionando sobre la violencia que surge del «resto» que lo representado habilita, lo que queda fuera del campo visual; desde allí, las catorce imágenes se volvían testimonio de la violencia encubierta, donde un disciplinamiento visual-social del retrato antropométrico y de los retratos grupales familiares, se correspondía con un modo de sujeción reduccional: «Si nos centramos en el referente, estas catorce fotos legitiman visualmente un ambiente pacífico con indígenas «amigos» —disciplinados— que posan ante la cámara y que poco indican el contexto que se denunciaba» (Giordano y Reyero, 2012: 85). (Imagen 1)

Imagen 1

Robert Lehmann Nitsche (atrib.). «José Silvio Fernández. Vilela». 1924

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Fuente: Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin (N-0070s 56).

En ese escenario de amistad, una de estas imágenes actúa, sin embargo, de referencia directa a la masacre: la imagen del avión con la inscripción en alemán realizada por Lehmann Nitsche: «Flugzeug gegen den Indianeraufstand in Napalpi» (Avión contra levantamiento indígena en Napalpí) (Imagen 2). Esta imagen es central en tanto presenta un posible mapeo visual de «perpetradores»: policías y otros funcionarios (algunos de ellos armados), vecinos-terratenientes, el sargento Emilio Esquivel, piloto del avión y el propio Lehmann Nitsche posan delante del avión. Y en un segundo plano, un grupo de indígenas «amigos» habilitan la discusión sobre su rol en tanto perpetradores18. Sobre el rol de «indios amigos», las acusaciones emergen de los registros de/con las fotografías, y se actualizan en contextos y discusiones políticas actuales. Los indígenas que aparecen en las fotos de Lehmann Nitsche cumplían trabajos policiales en la reducción, pero la supuesta complicidad debe entenderse en la complejidad del contexto y las difíciles elecciones, negociaciones y articulaciones políticas de la población indígena con el Estado en un contexto de sometimiento como el que se dio a fines del siglo xix y principios del xx19. Por lo que la categoría de «indios amigos» se debe entender a este complejo entramado que excede este artículo, y que se plantea específicamente en función de las respuestas sobre/a las imágenes.

Así, estas fotografías, de mostrar un escenario de «normalidad» en los grupos retratados en la reducción, pasan a hacer visible la presencia de armas y de un avión que la prensa y la memoria comunitaria identifican con un rol central en la masacre20. La irrefutabilidad de la presencia que la fotografía del avión proveía a estos relatos es lo que la convertía en testigo: la imagen mental que (re)construía y las investigaciones previas —propias y de otros cientistas sociales— centradas en textos y testimonios se actualizan y resignifican al haber hallado estas catorce imágenes en el archivo del IAI, al poder analizarlas y dialogar a partir de ellas con las comunidades indígenas como también con un colectivo académico y social más amplio.

Imagen 2

Robert Lehmann Nitsche (atrib.). «Avión contra levantamiento indígena en Napalpí». 1934

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Fuente: Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin (N-0070s 56).

Un aspecto que esta serie de fotografías me permitió construir, se vincula a un «instante de verdad» en términos de Hannah Arendt (1993). Es que desde los primeros trabajos de Cordeu y Siffredi (1971) se pusieron en cuestión las narrativas periodísticas y los testimonios respecto de la Masacre de Napalpí. La aparición de estas imágenes incorporaba en este hecho singular, del que se decía que no había imágenes, la persuasión de lo verdadero sobre lo verosímil. Aún cuando la fotografía es solo una sustitución de la realidad, o la construcción visual de lo social (Mitchell, 2005), estas imágenes pasaron a tener un rol de constatación verídica del «así fue» en el imaginario social. Porque el análisis del referente entra en juego dialéctico con la «experiencia visual», de aquello que «lo que vemos, lo que nos mira» (Didi-Huberman, 2006).

Un rastro en las imágenes de la «normalidad» habilitó interrogantes respecto del referente, que no podían ser respondidos con el archivo. Mi lectura no alcanzaba, principalmente, en la decodificación/deconstrucción de ciertos indicadores visuales. Lo que desde un primer momento advertí es que esas catorce fotografías de Lehmann Nitsche eran imágenes con huellas, con sombras, con consecuencias, retomando a Baudrillard (1991). Más allá de la referencialidad de la imagen, de la posibilidad analítica de su materialidad, los roles de los perpetradores también se resignifican en las tramas relacionales entre las mismas imágenes de la serie, los textos, el trabajo de campo. La agencia de las imágenes (en tanto representación y materialidad) potencia respuestas emocionales en los sujetos, a la vez que (re)construcciones y narrativas históricas de la masacre21. Esta relación entre sujetos (indígenas contemporáneos a la producción de las imágenes, comunidades indígenas actuales, académicos pretéritos y contemporáneos, agentes estatales, terratenientes, entre otros) y objetos (documentos, fotografías) no supone una relación jerárquica de los primeros sobre los segundos, sino que en los diálogos unos y otros pueden generar nuevas objetualidades —en su materialidad pero también en su virtualidad—, nuevos sentidos sobre los mismos objetos, y nuevos sujetos. ¿Cómo operan en las narrativas y prácticas académicas y en las de los indígenas estas imágenes?

En ese contexto de análisis de la producción de las imágenes y de su acercamiento a las comunidades indígenas, recibí inesperadamente en mi espacio de trabajo institucional a dos referentes qom a quienes no conocía, solicitándome ver las imágenes que había compartido tiempo antes con la comunidad de Colonia Aborigen/Napalpí. En ese primer diálogo que tuve con Juan Chico22 y David García, «mostré» por primera vez esas catorce imágenes, y se dio por parte de estos interlocutores una experiencia sensible y afectiva que excedía cualquier análisis que yo podría haber realizado sobre las imágenes. Al observar algunas de ellas en que los indígenas portaban un brazalete en sus brazos (Imagen 3), y encontrando esa marca Juan expresó:

No te puedo creer lo que estoy viendo... El brazalete era una forma de identificar los buenos de los malos. Durante la época de la matanza y la persecución posterior el brazalete identificaba a los buenos, los que estaban en la Reducción y el que no tenía esa señal era un salvaje. Mi abuela me lo contó hace mucho tiempo, yo dudaba, pero ahora veo esa marca acá en la imagen y eso se vincula con la matanza… (Entrevista a Juan Chico, Resistencia, 5 de mayo de 2010)

Imagen 3

Robert Lehmann Nitsche (atrib.). «Toba, Napalpí». 1924

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Fuente: Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin (N-0070s 56).

Desde una perspectiva positiva Juan estaba avalando el archivo como prueba de lo real, pero ello no excluía la palabra, ya que él mismo había escrito un libro sobre la masacre de Napalpí a partir de la memoria comunitaria (Chico y Fernández, 2008). De tal forma, imagen y testimonio se convertían en articuladores de conocimiento y de prueba. Recordando la polémica establecida por Didi-Huberman (2004) sobre el archivo vs. la palabra, advertimos que en la recepción comunitaria, tanto en esta inicial como en las instancias posteriores, los indígenas chaqueños (en particular la comunidad de Colonia Aborigen/Napalpí) resignificaron y avalaron el testimonio oral que se mantenía en la comunidad e integraron la «prueba visual» con el mismo peso de verdad.

La voz de los descendientes y los procesos de memoria comunitaria se convertían en relevantes, y la entrevista fue una herramienta central para indagar, a partir de las imágenes, sobre la presencia de ciertos rastros, pero también expandir la masacre a un antes y después del 19 de julio, atendiendo a la persecución de que fueron objeto los que no acataban las órdenes institucionales —antes—, y los que lograron huir de aquel día —después—. En este caso, imagen, testimonio oral y documentación se nutren recíprocamente para desmoronar el imaginario de presunta «amistad» y normalidad del contexto de estas fotografías, para acercarnos a la trama de persecución, amenazas, delación y violencia:

La caza del indio continuó por parte de la policía. Había que exterminar (…) Durante un mes (…) se persiguió a los indios que pudieran escapar con vida, a los que se les mataba donde se les encontraba y hasta para no dejar rastro, se les quemaba (…) Así hicieron con los hijos de Maidana, al mes del hecho, quienes se habían podido escapar heridos y ganar los montes. Tenía uno un balazo en un muslo y el otro en una pantorrilla. Hallábanse en un monte de la Reducción, curándose de sus heridas y les acompañaba la madre, la mujer de uno de ellos y una criatura de seis años de edad, cuando fueron sorprendidos por la policía mandada por el oficial Atis o Atti, guiado por un tal José Aguirre que vivía con una india y sabía donde estos infelices se hallaban y a quien apresaran de exprofeso para, con amenazas, exigirle se prestase a la delación a tal de cometer este nuevo crimen que casi pasó desapercibido ante la magnitud del primero (…) (El Heraldo del Norte, 1925: 31).

En este trayecto dialógico, de la visibilización de la Masacre de Napalpí en la Provincia del Chaco en esta última década, y de construcción de «pruebas», en 2014 se inició la investigación judicial antes mencionada en la que fui convocada a brindar declaración testimonial y me fue solicitada la entrega de las fotografías de Lehmann Nitsche como documentación de prueba. En la Apertura del expediente FF N°81/2014 de la causa penal iniciada por la Unidad de Derechos Humanos de Resistencia que integran los fiscales Federico Carniel, Carlos Amad y Patricio Sabadini en el marco de la investigación judicial en la que el Ministerio Público Fiscal aspira a declarar la Masacre de Napalpí como Crimen de Lesa Humanidad se plantea: «Creemos necesaria la búsqueda de la verdad y el ejercicio de la memoria histórica para que los hechos de violencia no se repitan, para establecer el por qué, cuándo y cómo se consumaron los hechos y saber quiénes son los máximos responsables y cuál es el origen y las motivaciones económicas, políticas o sociales que han conducido a su ejecución; para que se conozca públicamente el contenido integral de esta historia de horror y que se reconozca socialmente a las víctimas».

Si bien aún no se ha elevado a juicio oral, este texto inicial está involucrando a dos actores centrales, los «máximos responsables» y las «víctimas» y las imágenes que me fueron solicitadas como prueba involucran al testigo que era Lehmann Nitsche. «Prueba» desde la lectura que nuestros propios textos entregados (re)construían o decodificaban en la identificación de huellas, en el cruce con los textos y las palabras, conciliando las huellas con la memoria, y principalmente abriendo la supuesta evidencia del referente al «resto» o fuera de campo de las imágenes que el testimonio y el texto alimentaban. Desconocemos lo que la justicia dirá sobre estas imágenes, sólo como parte de los antecedentes, el fiscal ad hoc de la Unidad de Derechos Humanos de la fiscalía que lleva la investigación judicial en curso, Diego Vigay, ha manifestado públicamente en diversas oportunidades que contaba con estas imágenes como un elemento más de «prueba» de un asesinato masivo que conduce al concepto de masacre23. Está pendiente, entonces. si los jueces intervinientes tomarán estas imágenes como prueba, siguiendo el trayecto que estas imágenes fueron asumiendo. Y de allí, el rol que los sujetos representados asumen en el entramado del colectivo de perpetradores, pero también aquellos que, a partir de las imágenes, son referenciados por el testimonio y los textos por su rol en la masacre.

4. Imágenes circulando y testigos acusados

Desde aquel primer encuentro con Juan Chico y David García, inicié una experiencia colaborativa/compartida en relación a la difusión de esas imágenes, algunas de ellas realizadas en la comunidad de Colonia Aborigen/Napalpí, exponiéndolas en su Centro Comunitario24, y otras muestras realizadas por demandas institucionales de la Provincia del Chaco y en particular por el mismo Juan Chico. Sobre estas últimas quisiera centrar la atención, ya que la amplia difusión y circulación en la Provincia del Chaco tuvo a Juan como un interlocutor importante, a la vez que ese proceso supuso una apropiación y construcción de nuevos discursos como también el señalamiento de viejos y nuevos perpetradores. Debo ser honesta: en ese primer momento no era consciente sobre mi doble rol de analista y de partícipe en procesos comunitarios, es decir, de reflexión y acción que podría relacionarse con una etnografía adjetivada (Rodríguez, 2019). Las metodologías dialógicas con/a partir de las imágenes que habían caracterizado las investigaciones previas adquirían la dimensión de un matiz colaborativo y se convertía en un compromiso político, en acciones continuas a lo largo de diez años de investigación y activismo25.

La mostración de las catorce imágenes de Lehmann Nitsche en la comunidad de Colonia Aborigen/Napalpí derivó en importantes debates comunitarios, donde en ocasiones el silencio fue la respuesta privilegiada (Giordano, 2011b). La masacre era un tema escasamente tratado/discutido en la comunidad, y estas imágenes motivaron discusiones y reflexiones, particularmente entre los jóvenes. El rol del Estado como perpetrador, sin identificación de un sujeto puntual, se convirtió en uno de los tópicos centrales. Carlos, un joven qom reflexionaba ante estas imágenes:

El Estado los mató. Ellos estaban reclamando del presupuesto, porque ellos necesitaban ganar, necesitaban mantener su familia (…) Pero no ganaban nada. Los tenían como esclavos a los aborígenes. Ellos estaban reclamando. Tenían un derecho también. Y eso es lo que yo no entiendo. Porque el avión que está allí tenía una bandera argentina, y sin embargo todos somos argentinos (…) Primero nos hacen jurar lealtad a la bandera [señalando la imagen del juramento a la bandera] y después nos matan [señalando el avión]. (Entrevista a Carlos Samuel Ortega. Colonia Aborigen, 4 de mayo de 2010).

En esa exposición realizada en 2010, difundida por la radio indígena de la localidad y visitada por indígenas de distintos grupos étnicos que integran actualmente la comunidad de Colonia Aborigen y zonas rurales aledañas, los jóvenes que contaban con móvil/celular registraron las imágenes expuestas (Imagen 4). Esta experiencia generó la demanda comunitaria que antes mencioné, orientada a obtener copias de las imágenes del IAI. Paralelamente, y por iniciativa de Juan Chico y el Instituto de Cultura del Chaco, organicé junto a Alejandra Reyero la exposición titulada «Napalpí. Fotografías de Robert Lehmann Nitsche», inaugurada en el contexto del Festival de Cine indígena en el Centro Cultural Alternativo (CECUAL) de la ciudad de Resistencia en junio de 2012, con paneles portantes previstos para una itinerancia26. El guion expositivo que habíamos pensado se vio alterado/enriquecido en la primera instancia de la itinerancia: cuando llegué a la Escuela del Barrio Toba de Resistencia para realizar el montaje en forma conjunta con Juan Chico, me encontré que Juan había generado otros paneles, con otras imágenes y otros textos, agregando incluso otro título que se solapaba/superponía al anterior: «Dos miradas» (Imagen 5). Los nuevos paneles que incorporó —los que tenían una imagen de copo de algodón que los identificaba con los paneles de la exposición original que tenían las imágenes de Lehmann Nitsche y los epígrafes y comentarios que yo había realizado—, (re)construían otra narrativa sobre la masacre. Entre las imágenes de estos nuevos paneles había un retrato de Fernando Centeno, el gobernador del Territorio Nacional del Chaco quien había sido referenciado como principal perpetrador de la masacre. También sumó otros retratos, como el de Enrique Lynch Arribálzaga (impulsor de la Reducción), reproducciones de diarios de la época que trataron la masacre, imágenes de indígenas trabajando en campos de algodón y textos que presentaban el sistema reduccional, el trabajo indígena y la «protesta» indígena, presentando a Napalpí como la «capital de la resistencia indígena».

Imagen 4

Exposición de fotografías de Napalpí en Salón Comunitario de Colonia Aborigen

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Fuente: Fotograma del documental Historias fotosensibles
(Dir. Pablo Kühnert, Inv. Giordano), 2010. CONICET.

Imagen 5

Paneles de exposición «Napalpí. Fotografías de Lehmann Nitsche» - «Dos Miradas».
Aula de Escuela del Barrio Toba. Resistencia, 2012

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Fuente: Fotografía de la autora.

Juan había contrastado su mirada con la de Lehmann Nitsche, pero también la lectura de las imágenes que yo había hecho con esta otra en la que recurría al archivo, tanto de imágenes como de textos, y a la tradición oral de la comunidad. A la vez, rompía con el guion narrativo-expositivo de las tomas de Lehmann al no configurar una narrativa única, ya que en las distintas instancias de presentación/mostración itinerante de exposición (en escuelas, salones comunitarios, centros culturales, etc.), los paneles no presentaban un orden fijo. En algunas oportunidades dialogamos y consensuamos la ubicación de los paneles cuando montábamos juntos la muestra. En otras instancias, Juan me consultaba para llevar la exposición a diversos lugares incluso fuera de la provincia a los que viajaba por su activismo indígena, y allí los montajes me eran enviados por registro visual, pudiendo observar esta dinámica cambiante en la narrativa que el montaje expositivo supone.

La politización creciente de las fotos imágenes de la masacre, guionadas desde un criterio contextual con las imágenes y textos que Juan incorporó, fueron habilitando discusiones con los espectadores dado que las exposiciones siempre contaron con un espacio de presentación e intercambio. Las reflexiones también surgieron en mis diálogos con Juan, y en esos contextos comenzaron a perfilarse «nuevos» perpetradores, en particular un sujeto y un colectivo que pertenecen a los mismos campos/ámbitos/colectivos que Juan y yo representamos: las comunidades indígenas, por un lado, y el ámbito académico, por otro. En algunas de en mis intervenciones presentando la muestra hablé de los «indios amigos» que la historiografía identificó desde la época colonial. Y mencioné su presencia en las imágenes de sometimiento de los pueblos indígenas en la Argentina atendiendo a la complejidad de esos contextos y la dificultad de maniobra que implicaba para las comunidades. En varias oportunidades, y dialogando con indígenas presentes en estos contextos, Juan apelaba a la autorreflexión sobre el rol que como indígenas les compete en la lucha por justicia por Napalpí, aduciendo a las responsabilidades «propias»: «Nosotros tenemos que hacer nuestra autocrítica; porque esos indios amigos … siempre están. Están en las fotos de Napalpí, y siguen estando ahora…»27. Por consiguiente, Juan estaba incorporando al mapa de actores a los mismos indígenas, aquellos que aparecían apaciblemente posando ante la cámara de Lehmann Nitsche, los que también están en la imagen del avión. El archivo volvía a presentarse como «prueba» por sobre el testimonio oral, que en ocasiones silenciaba estos roles. Cuando expuse las imágenes en Colonia Aborigen, un retrato descripto por Lehmann Nitsche como «José Silvio Fernández. Vilela» (Imagen 1), y fue reconocido por un espectador como su abuelo, quien nos comentó: «Este es mi abuelo Silvio. Nunca lo habíamos visto en foto. Sabíamos que era vilela. El tema de ellos no (…) mamá no quiere hablar mucho de ellos, no sé por qué. Sabemos que era un buen cacique» (Entrevista a Mario Paz. 4 de mayo de 2010). Carlos refería al silenciamiento y consecuente autoinvisibilización que se produjo en Napalpí luego de la masacre en relación al rol de indígenas vilelas —y también qom— en la misma. Juan no excusaba a los «propios» en su rol en la Masacre de Napalpí.

Por otro lado, he adelantado cómo la prensa y el Estado argentino encontraron en L­ehmann Nitsche un «testigo calificado». En el contexto actual de visibilización de la Masacre de Napalpí en el marco de una creciente de la violencia sobre los pueblos indígenas, a la vez que de repolitización de la mirada del espectador y descolonización de los saberes, como también de revisión del rol de la ciencia en los procesos de coerción, sometimiento y control sobre los cuerpos indígenas, este antropólogo comenzó a revestir el rol de acusado. La imagen del avión, en la que el mismo Lehmann Nitsche se encuentra junto a aquellos señalados de manera acusadora por muchos de quienes observan la imagen, posiciona a este científico en un límite difuso en su rol como testigo o perpetrador. Entendiendo que éstos roles implican diversos niveles de responsabilidad, la autoridad veritativa de la imagen que él mismo ayuda a construir y que con puño y letra la referencia como «avión contra levantamiento indígena» lo ubican en un nuevo guion narrativo de la masacre: «(…) porque la ciencia también avaló esto», nos decía Juan Chico. Diana Lenton (2005) había advertido el «perenne silencio» de Lehmann Nitsche respecto de la Masacre de Napalpí en sus textos científicos. Al conocerse estas imágenes, y su presencia junto a los perpetradores y conocedor del rol del avión en la masacre que avala con la imagen y la descripción de la misma, su silencio es ahora visibilizado en una presencia condescendiente. Él es señalado, acusado.

5. Conclusiones

La imagen deja huellas que impactan sobre la memoria, construye archivos que en diálogo con el testimonio complejizan la comprensión de eventos traumáticos pasados y se resignifican con compromisos comunitarios y académicos actuales. Las fotografías de Lehmann N­itsche, aún fragmentarias de lo ocurrido en el contexto de la masacre indígena de Napalpí, permiten comprender los sentidos y roles atribuidos por las mismas comunidades involucradas que devienen testigos (in)directos de lo ocurrido. Sus lecturas dan cuenta de gestos de apropiación y recuperación identitaria a partir de los cuales se revierten los regímenes de visibilidad y las memorias hegemónicas. Su autopercepción sobre la intervención de las integrantes de su comunidad en el hecho trazan distancias y cercanías sobre las responsabilidades, acusaciones y perpetraciones que el discurso oficial (institucional, político y académico) configuró históricamente. Sin responder a una linealidad acusatoria, tampoco soslayan las discusiones internas, que modo alguno cristalizan una idea de complicidad.

El trayecto que como investigadora llevé adelante en relación a estas imágenes me permitieron una repolitización de la masacre y la construcción de nuevas operaciones discursivas; habilitaron la desestabilización del monopolio de análisis visual de la academia; condujeron a múltiples temporalidades en el acercamiento a las imágenes y en ellas a la identificación de perpetradores, testigos y víctimas que entraron en una tensión dinámica —y a veces difusa— en el contexto de la masacre y su resignificación contemporánea.

En este recorrido de investigación de/con imágenes, y el encuentro dialógico y colaborativo con las comunidades pude revisar concepciones, reformular y revisitar afirmaciones propias y de otros investigadores, a la vez que involucrarme en un proceso judicial de reparación histórica. Asimismo, la difusión social de estas imágenes habilitó a discusiones críticas dentro de las mismas comunidades, tanto respecto de los históricos perpetradores de la masacre, como nuevos acusados que con diverso grado de participación y responsabilidad también son señalados como tales.

Las miradas sobre la Masacre de Napalpí son múltiples, como también este entramado de identificación y atribución de perpetradores, víctimas y espectadores/testigos. Pero aún en esa multiplicidad, adherimos a la idea de Richard según la cual, «(…) no todas las construcciones de memoria valen lo mismo, ni (…) buscan interpelar las subjetividades sociales para comprometerlas con las mismas políticas del recuerdo» (2007: 210). En este sentido, resulta crucial asumir el rol que como analistas sociales desempeñamos, deconstruyendo el lugar del discurso académico en la reivindicación de ciertos saberes instituciones legitimados y legitimantes, la centralidad del poder en la consolidación / validación de ciertos resultados de investigaciones, de ciertas instituciones, de ciertos archivos, de ciertas imágenes.

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1 El Territorio Nacional del Chaco fue el último espacio «ganado» al indígena por el Estado nacional a través de campañas militares (1884, 1899-1911) que implicó una ampliación de la frontera, el establecimiento de fortines para el control territorial y el desplazamiento territorial de los grupos cacicales sobrevivientes de las campañas. La primera de ellas —Expedición Victorica— y la más importante en cuanto a movimiento de tropas, desplazamiento territorial y sometimiento de grupos indígenas fue acompañada tanto por un fotógrafo oficial del Estado Nacional, Luis Parrotta, como por cámaras particulares de algunos integrantes de los regimientos. Las imágenes sobrevivientes de Parrotta se encuentran en el Archivo General de la Nación, mientras que las otras se encuentran en colecciones particulares, algunas de ellas aún sin haber sido trabajadas. Para un análisis de una de las imágenes de Parrotta, véase: Giordano, 2011a: 384-385.

2 Sobre la implementación de las reducciones indígenas en la región chaqueña, véase: Beck, 1994; Giordano, 2004; Musante, Papazian y Pérez, 2014; Musante, 2018.

3 Sobre la postura del propulsor de estas reducciones en el Chaco, véase: Lynch Arribálzaga, 1914, 1915; Giordano, 2004: 189-191; Artieda et al., 2015.

4 Volveremos sobre el carácter de testigo de Lehmann Nitsche. Tomamos entonces la denominación que el Estado argentino le otorgó al haberlo convocado a atestiguar sobre los sucesos de Napalpí en la investigación que llevó adelante la Cámara de Diputados de la Nación como consecuencia de la denuncia del diputado socialista Francisco Pérez Lleirós, quien no sólo denunció la masacre sino también diversos actos de corrupción contra el gobernador Centeno, perfilando entonces en su figura el carácter de perpetrador. Sobre el tratamiento de la Masacre en la legislatura, véase: Lenton, 2005.

5 Sobre el Museo de La Plata y el rol de las instituciones en relación a los archivos fotográficos, véase: Giordano, 2012.

6 Agradezco a Marisa Malvestitti los vínculos y búsquedas generadas.

7 Vale señalar que en 2015 un artículo de Dávila presentaba estas imágenes como «inéditas» en el campo científico y social argentino, cuando ya las habíamos presentado a las comunidades indígenas chaqueñas, con referentes comunitarios que se habían apropiado de ellas y las habían resignificado en trayectos que luego analizaremos. A la vez que habíamos publicado artículos y capítulos sobre el tema, desde nuestro propio contexto de producción académico —científico local (Resistencia-Chaco)—. Una muestra más del centralismo que acusa también a la ciencia argentina —en ocasiones se transforma en una práctica colonialista—, que desconoce o invisibiliza las producciones realizadas desde otros espacios institucionales que no sean los centrales —metropolitanos—.

8 Cabe señalar que se llevó a cabo un juicio civil de conocimiento de partes, que involucró solamente al pueblo qom, y que ha tenido dos instancias resolutorias, la última en agosto de 2020 a favor de los demandantes (Asociación La Matanza), que ha sido rechazada por otras asociaciones por no haber sido consultadas y por no reconocer a dicha Asociación como parte de Napalpí.

9 Sobre el discurso periodístico del malón, véase: Giordano, 2004: 134-135. Cabe señalar que La Voz del Chaco, el principal periódico editado en el Territorio Nacional del Chaco, fue considerado por la prensa opositora como «órgano oficialista». Escasos periódicos de izquierda, tanto locales como nacionales, presentaron una versión distinta de los sucesos previos, como de la masacre. Entre ellos, el Heraldo del Norte, un periódico resistenciano que originalmente se denominó Heraldo chaqueño, y que un año después de la masacre, editó un número especial sobre Napalpí, en el que a través de un análisis discursivo de la prensa oficial explicita/denuncia el discurso estratégico del malón. Este número especial fue editado en la clandestinidad, desde la ciudad de Corrientes, por persecuciones políticas que este diario socialista tenía en el Chaco.

10 Sobre el rol del avión en la masacre, véase: Giordano, 2011: 393-394. Se trata de la aeronave «Chaco II», avión Curttis que de acuerdo a un informe actual del Aero Club Resistencia, había sido cedido por la Dirección del Servicio Aeronáutico del Ejército. Este avión estuvo piloteado por el Sargento Esquivel, que pertenecía a esa dirección y fue instructor de la escuela del Aeroclub; el copiloto fue Juan Browis, integrante de la Comisión Directiva del Aeroclub y alumno de la escuela de vuelo (Nota del Aero Club Chaco a la Fiscalía Federal de Resistencia en respuesta a Oficio 1032/14. Resistencia, 20 de noviembre de 2014).

11 Sobre las diversas perspectivas de abordaje de la figura del perpetrador, en particular la disposicional y situacional, véase: Zylberman, 2020.

12 Una vez instalado el tema en la Cámara de Diputados de la Nación, el periódico La Razón publicó una larga nota reproduciendo palabras del gobernador Centeno sobre las causales, donde busca revertir el discurso de «alzamiento» a «huelga» como causas iniciales, e incorpora otra responsabilidad superior, el del Ministro del Interior que ejercía la superintendencia sobre la reducción de Napalpí. De esas causas, Centeno deriva luego el «carácter subversivo» que asume en el mes julio la demanda de los aborígenes que llevaron a lo que el mismo gobernador reconozca su orden de reprimir. La Razón, Buenos Aires, 25 de agosto de 1924.

13 Señalamos la «atribución» ya que se advierten los tráficos de nombres, asignaciones e imposiciones étnicas en diversas series, en postales o imágenes insertas en diversos materiales y contextos (Alvarado y Giordano, 2007).

14 Este proyecto estuvo integrado por Elizabeth Jelin, Ludmila da Silva Catela, Pablo Vila, Alejandra Reyero y María Molas. Se trabajaron tres casos a partir de una misma estrategia metodológica. Véase: da Silva Catela, Giordano y Jelin (2010).

15 Trabajo de campo realizado con Alejandra Reyero.

16 Como expresé antes, de acuerdo al Heraldo y a las declaraciones que el mismo Lehmann Nitsche hiciera en la Cámara de Diputados de la Nación, arribó el día 19 de julio por la tarde, y su trabajo lo realizó en el espacio de la administración de la reducción y zonas adyacentes, distante a unos 10 km del lugar donde se produjo el ataque armado, en el paraje conocido como El Aguará.

17 En el marco de las discusiones sobre el «efecto de realidad» que habilita la fotografía, Barthes plantea que el «punctum» es aquello que punza al espectador y hace que se amplíe el campo del referente, hacia el más allá del marco de la foto. Mientras el «studium» es algo codificado que el analista busca en la imagen, el «punctum» es inesperado: «es él quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme» (ibidem: 64).

18 Los indígenas vilelas y qom que aparecen en las fotografías de corte antropométrico de la serie, como los que se encuentran en el segundo plano de la foto del avión, son aquellos que cumplían roles policiales dentro de la reducción.

19 En particular, hacia fines del siglo xix y principios del xx, el sometimiento armado del que habían sido objeto los indígenas chaqueños había dejado escaso margen de maniobra de las comunidades en las relaciones asimétricas de poder: mientras algunos grupos se desplazaron hacia los límites menos accesibles del territorio chaqueño, otros se insertaron en el sistema reduccional, en las misiones religiosas o en las colonias agrícolas. En el contexto de la Reducción indígena de Napalpí, la identificación de «amigos» que asumimos, y que las imágenes dispararon valoraciones dolorosas de complicidad tanto de Juan Chico como de otros receptores de las imágenes, aludía a aquellos grupos que ejercieron un rol policial dentro de la reducción y que por ello han sido invisibilizados y silenciados por la misma comunidad, como es el caso de los grupos vilelas. Véase al respecto: Giordano, 2011b.

20 La presencia del avión ya había sido abordada en estudios previos (Cordeu y Siffredi, 1971), a partir de lo expresado por el Heraldo del Norte y por testimonios que Miller (1967) había recogido.

21 Sobre la capacidad agentiva de las imágenes, las discusiones entre objeto y artefacto, retomo los conceptos iniciales de Gell (1998) y las discusiones que abordan la vida social de las cosas (Appadurai, 1991), Strathern (1999).

22 En ese momento Juan Chico tenía un reconocimiento en el Chaco por haber recuperado la memoria de su comunidad a través del testimonio oral, entrevistando y generando un video sobre quien era considerada la última sobreviviente de Napalpí, Melitona Enrique, y haber publicado junto a Mario Fernández: Napalpí, la voz de la sangre (2008). Reconocimiento que se fue ampliando en la última década por su compromiso social y político, pero también por la lucha realizada a través de la Fundación Napalpí para que el Estado reconozca a la masacre como crimen de lesa humanidad y por ser un referente legitimado comunitariamente. En el momento de corrección de este texto para su publicación, hace un mes que Juan Chico murió a causa del Covid-19, habiendo perdido, en lo personal, un compañero de investigaciones dialógicas; y las comunidades indígenas chaqueñas han perdido un cuadro irreemplazable de lucha reivindicatoria.

23 Los testimonios de sobrevivientes y de descendientes, la búsqueda de restos óseos en fosas comunes, documentos varios, son otros posibles elementos de prueba que ha señalado el fiscal. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se encuentra trabajando por demanda de la fiscalía en la búsqueda de fosas individuales o colectivas con restos óseos.

24 La exposición se realizó en 2010; parte de la experiencia de campo se presenta en el documental Historias fotosensibles (dir. Pablo Kühnert), realizado por CONICET dentro Ciclo Documental «Vida científica», emitido por la televisión pública argentina. Como consecuencia de esa exposición, la Asociación Comunitaria de Colonia Aborigen me demandó una copia de las imágenes para integrar sus archivos. De tal modo, gestioné ante el IAI una autorización para entregar las mismas a la comunidad.

25 Esto permitió también la co-organización de tres ediciones de un Seminario de Genocidio indígena en el Chaco argentino (2017, 2018 y 2019), con participación de expositores indígenas y académicos, que generaron un fuerte impacto en la sociedad en general y al interior de las comunidades, donde las imágenes de Lehmann Nitsche siempre regresan en los intercambios y discusiones. En 2020 no se pudo realizar el Seminario por el contexto de pandemia y se realizó un Conversatorio virtual sobre el tema.

26 La itinerancia de esta exposición se realizó mayoritariamente por la gestión de Juan Chico. Se ha dado en los siguientes ámbitos/fechas: Escuela Terciaria del Barrio Toba, Resistencia, 8 y 9 de agosto de 2012; Centro Comunitario Cacique Pelayo, Resistencia, 11 de agosto de 2012; Escuela Secundaria del Barrio Mapic, 13 de agosto de 2012); Escuela Coronel Du Graty (Chaco), 30 de noviembre de 2012; Archivo histórico de Mendoza, del 30/09 al 08/10 de 2013; Comunidad comechingona de San Marcos Sierra (Córdoba), del 18 al 20 de julio de 2013; Auditorio del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba: 22 al 24 de julio (en el marco de la Semana de Cine de los Pueblos Indígenas); Hall de la Casa de Gobierno del Chaco, Resitencia, 12 al 17 de julio de 2015; Museo Ichoalay, Resistencia, Chaco, 12 al 18 de agosto de 2015; Centro Integrador Comunitario de Fontana (Chaco), diciembre 2015; Quitilipi (Chaco), Agosto 2015; Centro Cultural Ercilio Castillo (Resistencia, Chaco), 25 de abril de 2016; Seminario de Genocidio indígena en el Chaco Argentino, Resistencia, 8 y 9 de agosto de 2019.

27 Alocución de Juan Chico en el Taller «Herramientas para la reflexión de la Masacre de Napalpí desde las memorias» dictado en forma conjunta con Alejandro Covello y Mariana Giordano, III Seminario sobre Genocidio indígena en el Chaco argentino. Resistencia, 8 de agosto de 2019. En distintas oportunidades Juan refirió al rol de «nuestra gente» en la masacre, incluso me refirió haber recogido relatos de ancianos que hablaban de «entregadores» y de «complicidad» en la masacre. El debate que generó esta alocución de Juan, tanto en esta como en otras oportunidades en las que aludió señalar responsabilidades «propias», generó respuestas de otros referentes comunitarios en concordancia con esta postura, las que en la discusión se relacionaban con situaciones semejantes en contextos político-comunitarios actuales.