Nota del editor.
La continuidad de lo heredado
(para Alfonso Pérez-Agote)

Quiso la casualidad o el destino que el último artículo publicado por Alfonso Pérez-Agote antes de morir en julio de este año fuese en Papeles del CEIC, en la sección de «Fundamentales», un texto de hechuras clásicas pero sensible a la novedad, potente, que de detalles deriva teorías, que desde las teorías baja fácil a la tierra, donde están las cosas que se agarran, se huelen, se sienten: afectos, símbolos, poderes, amores, comidas… El artículo refleja bien su manera de entender el oficio de sociólogo, mirando temas centrales pero desde el costado, pues se ven mejor. «Sociología caliente», le decía, en esa especie de método de las temperaturas teóricas que supo construir y habitar, afectado y analítico. Toda una escuela, de la que aprendimos mucho muchos y muchas1.

Hacia 1993, en la Universidad del País Vasco, se fundó el Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva. Fue un pequeño milagro. No fue cosa de una sola persona porque esas cosas no se pueden hacer así, pero sí que la idea, el impulso y las posibilidades de ponerla en marcha las generó la visión sobre la Academia que Alfonso Pérez-Agote llevaba consigo, que encarnaba. El trabajo de los primeros años fue definiendo el que sería por mucho tiempo el estilo de investigación del Centro: correctamente cubierto en lo económico, con recursos, becas y cosas (libros, aparatos…), con cierto apoyo institucional casi siempre, nunca con la sensación de estar en el margen. Pero nunca tampoco tomándose demasiado en serio y menos aun siendo solo lo que muchos otros son, laboratorios de operar mecánico, sin nada ni nadie dentro, burocracia, sea de la de los viejos archivos de metal, sea de las de ahora, de apps sin sentido, de rúbricas castrantes y listados de competencias y objetivos. Nunca fue un mero contenedor, pues dentro de ese continente había vida; sobre todo había gente —becarias y becarios, profesores, visitantes, invitados— que se cruzaba para confabular junta pensando en sociología y divirtiéndose mucho con eso, trenzando la vida personal con la de la universidad, sin distinguir casi una de otra. Es algo que no se inventó allí, eso es claro, pero sí que allí se reprodujo. En ese ambiente, cualquier momento de ocio era de trabajo, y al revés también. Cada día las anécdotas —muchas las de Alfonso, «cada vez más interesantes cuanto más viejo te vas haciendo»— se convertían en el punto de partida para, de a poquito, suave, deslizarse hacia arriba: una generalización, una idea, un concepto, otra teoría, caliente siempre. Y entre amigos, aunque fuesen unos maestros y otros aprendientes. Toda una escuela, y una herencia. Qué placer.

Producir mucho, pedir recursos y hacer proyectos, investigar, y pensar, comer y beber, reírse, era la señal distintiva de una manera de habitar la universidad que era, y que pese a las profecías puede seguir siendo, productiva, y que aporta. Los que estuvimos ahí y entonces, no demasiados en realidad, en aquellas dos salitas de la quinta planta del edificio de la biblioteca, aprendimos barbaridades. De hecho, fue por entonces que nació Papeles del CEIC, del deseo de contar eso y de sacarlo de allí, primero como un simple working paper que mostrase hacia fuera lo mucho que se hacía dentro. Luego, ya en 2001, como revista. Tiene algo de mesiánico esto, de delirio. Se sostiene en la convicción y la constancia, de cierta fe en una misión también. Y tiene años ya.

Ese periodo duró mucho tiempo. Pero este trajo consigo, como suele, una cierta institucionalización del carisma. El grupo fue ganando galones institucionales —grupo consolidado de tipo B, luego de tipo A—, las salitas chiquitas de la quinta planta de la biblioteca se hicieron salón grandote y luminoso, la biblioteca creció, también el tamaño de los aparatos. Alguna gente vino y otra se fue; el mismo Alfonso marchó a la Universidad Complutense en 2002, aunque nunca dejó el proyecto ni a la gente que lo llenaba. Y claro, desde aquel lejano 1993 hasta este 2021, en el que Alfonso ha muerto, algunas cosas más cambiaron. Los temas, entre otras, que al principio tenían que ver con la identidad política, la socialización de la juventud, la secularización, las transiciones, ETA y el nacionalismo, y luego fueron acompañando a las generaciones que se incorporaban y a las demandas del momento: identidades débiles, híbridas, mutantes, identidades de género, diásporas, el cuerpo, movilizaciones diversas, la muerte, América Latina, la ruina, la comunidad, la tecnología, la colaboración entre distintos, las víctimas… Pero otras cosas, no, no cambiaron, y son la identidad del centro, la marca de agua que denota su origen, un «cierto estilo»; algunos le han llamado «Escuela de Leioa». Y sí, por qué no, aire de escuela siempre tuvo: se enseña y se aprende, en un hacer que no sabe disociar la inquietud teórica de lo empírico, en una manera de acercarse a lo que importa y estructura sin necesariamente comprometerse pero apasionándose, con el gusto por la discusión como marca, y por encima de todo eso, orientando casi todo al gusto, altruista y egoísta, todo cruzado, de crear espacios de aprendizaje.

Es casi un arte, una alquimia. También una herencia que hay que cuidar y mimar, ayudar a que pase y siga, y siga, que llegue a gente que aunque no sepa del origen mantenga activo el pulso de la escuela. En el prólogo del número especial que Papeles del CEIC le dedicó en 2015 Alfonso escribía:

«Guardo del CEIC un gratísimo recuerdo de convivencia amistosa, de discusión profunda sobre los resultados de las diversas investigaciones que se estaban llevando a cabo. Todas y todos enseñamos y aprendimos en un ambiente intelectualmente exigente, pero, a la vez, amable y divertido. Añoro ese ambiente, porque no es fácil encontrarlo en las latitudes académicas.»

Que por los que quedan no sea. Mil gracias, de corazón.

1 Ese texto es «Hacia una teoría abierta y analítica de la transición política», el papel 239 de nuestra serie, en el número 1 de 2021. Papeles del CEIC le dedicó un número especial en 2015, al poco de su jubilación como catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid.