Papel crítico 86

 

Esther Romero González*

Universidad Complutense de Madrid

El círculo

Género: Documental

Dirección: Iván Roiz y Álvaro Priante

Productora: Nanouk Films y Holidays Films

Duración: 80 minutos (aprox)

Nacionalidad: España

Año: 2020

* Correspondencia a / Correspondence to: Esther Romero González. Universidad Complutense de Madrid – estromer@ucm.es.

ISSN 1695-6494 / © 2022 UPV/EHU

logo%20CC%20atrib%204_0%20int.jpg Esta obra está bajo una licencia
Creative Commons Atribución 4.0 Internacional

Los firmes saltos de Itxasai Mediavilla dan comienzo a una reflexión sobre la encarnación de lo masculino que implica violencia y autoridad, a la par que contradicción y malestar. Me­diavilla interpreta una danza contemporánea que interrumpe los círculos y traspasa al espectador el juego ambivalente entre la fuerza del cuerpo y la vulnerabilidad de este, extrapolable a la fuerza y la vulnerabilidad de la masculinidad. Esta, la masculinidad, se debate en la creación de Priante y Roiz en términos de caja, de camino único, incluso de círculo, metáfora que sirve tanto para el formato del documental, compuesto por grupos de discusión de hombres que se colocan en forma circular alrededor de la cuestión de ser hombre, como para describir la masculinidad como concepto cerrado, inequívoco, firme, como un encierro, como un bucle…

El Círculo está compuesto por seis grupos de discusión de seis miembros cada uno, exclusivamente de hombres, de las ciudades de Madrid y Barcelona. Estos encuentros se realizan gracias a asociaciones como Masculinidades Beta, la Asociación de hombres por la igualdad de género (AHIGE) y Homes Igualitaris (AHIGE en Cataluña) que proponen estos lugares para dar pie a reflexiones sobre lo tóxico de la masculinidad y la posibilidad de deconstrucciones y construcciones más saludables (Losa, 2021). Todo ello no sería posible sin las premisas feministas de fondo, las cuales han desnaturalizado los mandatos, los estereotipos y los roles de género. Si las mujeres no somos naturalmente cuidadoras, femeninas, pasivas o pacíficas, El Círculo nos enseña que los hombres tampoco contienen en su esencia la masculinidad, la violencia, la competencia con sus iguales o el miedo a la humillación. Como cualquier identidad, la masculinidad es cambiante, relacional, histórica, construida socialmente y un producto cultural (Kimmel, 1997). Este foco constructivista en el hombre se pierde más a menudo que en las mujeres, pero la lucha feminista contra la naturalización de mandatos de género es también extrapolable a los varones. En estos términos podemos enmarcar El Círculo, pues la premisa de los grupos de discusión que lo componen versa sobre la posibilidad real de ser hombres de otra manera. La semilla podría verse en Badinter «si la masculinidad se aprende y se construye, no cabe duda de que también se puede cambiar» (Badinter, 1993: 45). Es el caso de uno de los creadores, Iván Roiz, el cual descubrió la existencia de estos grupos terapéuticos masculinos a raíz de una crisis personal que le hizo dudar sobre algunas de sus actitudes y patrones de comportamiento ligados a aspectos de la masculinidad. Él mismo comenta: «tras participar en algunos de estos círculos, vi que había un lugar para hacer una labor de cambio personal y político» (Llanos, 2021). Este germen ha resultado en un documental que nos acerca a la masculinidad tóxica desde hombres diversos que pueden ser vecinos, familiares o parejas de cualquiera, ofreciendo así una imagen más cercana, comprensible por cualquiera sin conocimiento en el campo y menos ligada al saber experto. Hombres como Julián, padre de familia, Justo, ex ejecutivo, Quico, actor y masajista erótico o Manuel, joven del sur de Madrid que reivindica el barrio, pueden interpelar mejor, por identificación, a otros hombres y a las inquietudes que en estos perviven. Iván Roiz ha elaborado más proyectos en la misma línea, como «Clonar a un hombre», video que se encuentra en abierto en YouTube en el que participantes hombres no famosos hablan individualmente a cámara sobre qué es ser un hombre, continuando así con el estilo de El Círculo al escuchar perspectivas distintas de hombres como estrategia para el cambio. Sin embargo, los directores, tanto Iván Roíz como Álvaro Priante, no proceden del ámbito de los estudios de género ni de las masculinidades, ambos desarrollan su carrera profesional en el mundo audiovisual, pudiéndoles ver trabajar en producciones diversas como Gigantes Descalzos.

No son los participantes de El Círculo meros actores que representan posicionamientos preestablecidos. Los protagonistas del documental son hombres que acuden a estas reuniones buscando formas más satisfactorias de vivir la hombría. Por consiguiente, Roiz y Priante se han limitado a introducir una cámara en un espacio de difícil acceso, pero no se trata este de un set de rodaje, sino de una terapia colectiva que continúa cuando la grabación finaliza. Un debate interesante cabría si se plantease la repercusión de los elementos de grabación (cámaras, micrófonos, focos, pero también personas, las pausas necesarias…) en los discursos que se reproducen y en la forma en que estos son expresados. También podríamos replantearnos qué hombres son los que están dispuestos a ser grabados y publicados, cuál es la relación entre los miembros (pues en algunos momentos se evidencia que varios se conocen), qué ha supuesto para ellos ser expuestos en una plataforma de masas problematizando su masculinidad o cómo se han elegido los fragmentos que componen el filme. Estos aspectos en referencia al método no se abordan en El Círculo, casi no tenemos pistas para averiguar cómo han sido construidos los grupos de discusión y los análisis que en él se enfatizan. Desconocemos las limitaciones epistemológicas del mismo. Frente a ello, el documental profundiza en el contenido, en lo problemático de la masculinidad contemporánea, pues aborda la contradicción que supone ser beneficiado por ser hombre a la vez que perjudicado por tener que representar constantemente los atributos que esto supone. Lo expresa muy bien Bourdieu en su clásico La dominación masculina: «el privilegio masculino no deja de ser una trampa y encuentra su contrapartida en la tensión y la contención permanentes, a veces llevadas al absurdo, que impone en cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad» (Bourdieu, 2000:68). Este malestar se percibe constantemente en todos los grupos de hombres que aparecen, la contradicción es visible, por ejemplo, con la violencia, la cual genera placer cuando se ejerce, al cumplir con lo que se espera de uno, a la vez que dolor y miedo a la humillación si la ejercen contra ti.

Los grupos de hombres discurren verbalmente por un cauce que pasa por la prostitución, el acoso callejero, la violencia física y psicológica, el porno y sigue su curso por la levedad y el peso de ser hombres, la complejidad del llanto, la paternidad, la competitividad… Se lanzan sobre estos temas múltiples opiniones, sin existir un consenso en cuanto a los posicionamientos. Los debates que se producen en la sociedad quedan reflejados en el Círculo, por ejemplo, la prostitución, donde se ven reflejadas posturas abolicionistas (cuando he pagado por sexo me he sentido miserable o he sentido rechazo de mí mismo porque «no tengo derecho a comprarte») con otras más permisivas o regulacionistas (algunas aluden a la prostitución masculina y a la explotación que suponen también otros trabajos asalariados).

Uno de los temas que prima sobre el resto, pues se observa que es importante para los protagonistas, es la violencia. «¿Qué es lo que te pasa por debajo para ser violento?» es una de las preguntas clave que se realizan los participantes y que nos traslada a otras cuestiones vivas en el debate sobre la masculinidad: ¿son los hombres intrínsecamente violentos?, ¿si la violencia es producto de su socialización masculina, es posible que en nuestros contextos no ejerzan violencia? o ¿realizamos análisis individuales, médicos, psiquiátricos… para analizar algo «que te pasa por debajo» que se entiende mejor a nivel sociológico? Muchos son los autores que nos han dado posibles respuestas a estas preguntas o elementos claves para afrontarlas (García, 2010; Kimmel, 1997), sin embargo, perviven en los medios de comunicación, en las conversaciones cotidianas, en nuestro día a día, perspectivas simplistas y/o esencialistas sobre la violencia en los hombres que, por su mal análisis de la realidad, no encuentran solución al aumento de agresiones entre hombres, la violencia machista o el gran número de suicidios entre los varones. Uno de los ejemplos del documental en los que se entrelaza la violencia con la imposibilidad de no representar constantemente la hombría se produce a partir de la idea de saltar. Es curioso, pues cuando uno de los hombres con más soltura de los grupos de discusión cuenta su reflexión alrededor de la idea del salto, los otros cinco miembros afirman, ríen, de forma que evidencian que entienden perfectamente el ejemplo y que se sienten identificados. La anécdota ejemplificadora es la siguiente: «por ejemplo, que te toca saltar. Es un clásico. Llegas y te abres a tus colegas o a quien esté enfrente y le dices: «oye que yo me cago» y en ese momento te sales de la caja de masculinidad y para volver a entrar dices: «yo me cago y a quien se ría le parto la cara»». Aquí vemos la violencia como una solución ante una posible humillación, que ni si quiera se ha producido todavía, pero que es posible, por parte de su grupo de iguales, de otros hombres, que son los que le otorgan la valía, el reconocimiento. En estos términos observamos el sufrimiento y el miedo a la humillación porque que otros hombres se rían de ti supone no ser masculino, perder tu estatus, no ser un hombre de verdad. A partir de una anécdota aparentemente sencilla y banal podemos desenmascarar ansiedades sociales muy relevantes, como el miedo a ser humillado en los hombres.

Se observa en los debates cómo el sufrimiento previamente descrito lleva a preguntarse a los hombres a qué precio disfrutan de sus privilegios y a tratar de imaginar otros mundos donde la competencia o la agresividad no sean actitudes recompensadas socialmente si las encarnan hombres. Una de las intervenciones más interesantes la realiza un hombre de mediana edad que dice, con un plano que solo enfoca sus facciones: «imaginar un mundo donde los hombres no estuvieran compitiendo a mí me interesa, pero no me lo puedo imaginar». Pero seguro que no es el único. Muchos hombres pueden querer ser partícipes de una sociedad menos patriarcal sin encontrar respuestas a cómo construir esta. Y no solo por un argumento moral de justicia, también porque la igualdad produce beneficios para los hombres puesto que les libera del peso de la trampa de la que nos habla Bourdieu. Esta escena nos evidencia uno de los grandes problemas del mundo contemporáneo, y en concreto del ser hombre en la actualidad, la carencia desoladora de imaginarios posibles. Hemos dado grandes pasos negando que los hombres deban ser honorables, padres de familia y sostenes económicos de sus allegados o «masculinos» a partir de negar su trabajo de cuidados, pero siguen existiendo muchas dudas en los hombres sobre cómo o qué deben ser. Muchos saben ya que no deben ser, pero no saben qué sí. Esta angustia masculina se ve reflejada en el Círculo, también en otras aportaciones, como cuando algunos afirman sentirse bien en estos círculos de hombres, pero ver como fuera todo sigue girando de la misma forma. A este respecto se encuentran reflexiones como las de Antonio García (2010) y la falta de una pluralidad de modelos disponibles para los hombres y las de Miquel Missé (2021) cuando alude a una falta de referentes flexibles en los que puedan verse reflejados los más jóvenes.

Existen limitaciones importantes a la hora de extraer conclusiones sobre el hombre contemporáneo a partir de El Círculo: por el escaso número de hombres que participan, por la variedad en torno a los discursos que se proyectan y por el sesgo que genera que sus participantes sean hombres que acuden voluntariamente a estos círculos a hablar de masculinidad, lo que los presupone dispuestos a problematizar su identidad masculina. No genera esto una unicidad en las opiniones, pues conviven en él posiciones más disruptivas sobre lo que significa ser hombre con perspectivas tradicionales y esencialistas. Algunos de ellos defienden al «piropeador gracioso», victimizándose frente a un mundo en el que «todo se juzga», se realizan continuadas alusiones al instinto al tratar la sexualidad y se percibe incomodidad y cierta agresividad al afrontar sus privilegios («¿tú tienes intención de que nos demos con el látigo por la masculinidad tóxica?»). No haríamos honor a la verdad si no rescatásemos también las continuas críticas a la hombría y a cómo uno mismo la encarna, la tensión, la confusión, el cansancio y las ganas de modificarse junto con la dificultad de hacerlo. Estas dos caras reflejan la realidad social en la que nos encontramos, más allá de la producción cinematográfica. Hay hombres que aceptan sus privilegios, hombres que se sienten heridos, hombres más y menos apegados a la norma, pero los que acuden a los círculos lo han hecho por un motivo y esto puede ser políticamente constructivo, puede tener un potencial transformador.

Documentos y reflexiones como El Círculo son necesarios, y no sólo desde organismos no gubernamentales, los problemas de bienestar social que generan las masculinidades mal solucionadas deben tener respuestas desde lo público. El por qué se responde con los datos que cierran El Círculo: «una de cada dos mujeres en España ha sufrido violencia física, sexual o acoso en su vida» y «el 77% de las muertes por suicidio en Europa son hombres». Las masculinidades tóxicas, inflexibles, tradicionales… son un problema público puesto que nos generan y se generan daños. Encontrar posibilidades transformadoras de forma colectiva debe ser un imperativo feminista pues supondría beneficios para la sociedad en su totalidad. Más aún si esta falta de atención a la hombría supone que muchos hombres se entreguen a un discurso que, por ahora, les apela mejor: el de la extrema derecha, los derechos masculinos y la manosfera. Como ya hemos comentado, varios participantes afirman sentirse bien en los círculos, pero ver como todo sigue girando de la misma forma al «volver a la sociedad», al salir a la calle. Esta problematización de su propia hombría es un primer paso importantísimo en aras de la transformación social. Sería interesante que los poderes públicos otorgasen recursos para hablar y construir sobre masculinidad y para realizar más grupos de discusión, también mixtos, que luchen por romper el perverso círculo. Mientras tanto, la obra de Priante y Ortiz es una gran aproximación que combina el carácter divulgador con la compleja identidad masculina y que es consumible tanto por ciudadanos de a pie como por especialistas en la materia.

Bibliografía

Badinter, E. (1993). XY: la identidad masculina. Madrid: Alianza Editorial

Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.

García, A. (2010). Exponiendo hombría. Los circuitos de la hipermasculinidad en la configuración de prácticas sexistas entre varones jóvenes. Revista de Estudios de Juventud, 89, 59-78.

Kimmel, M.S. (1997). Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina. En T. Valdés y J. Olavarría (Eds.), Masculinidad/es. Poder y crisis (pp. 49-63). Santiago de Chile: Isis Internacional y Flacso Chile.

Llanos, H. (2021). Círculos íntimos de hombres contra la masculinidad tóxica. ElPaís. Disponible en: https://elpais.com/cultura/2021/03/17/doc_and_roll/1616002537_552463.html

Losa, J. (2021). ‘El círculo’: el documental que desnuda la masculinidad tóxica desde dentro. Público. Disponible en: https://www.publico.es/culturas/circulo-documental-desnuda-masculinidad-toxica.html

Missé, M. (2020-presente). Los hombres de verdad tienen curvas #1 con Clara Serra y Miquel Missé en Serra, C. (presentadora), La Casa Encendida Radio. Disponible en: https://www.lacasaencendida.es/la-casa-on/hombres-verdad-tienen-curvas-podcast-11622