Papel crítico 88

 

Fernando Bayón*

Universidad de Deusto

Excepcionalismo sexual. Narrativas de la superioridad en el rechazo a la migración y en el populismo de derechas

Autora: Gabriele Dietze

Páginas: 250

Editorial: Katakrak, 2020

Ciudad: Iruña-Pamplona

* Correspondencia a / Correspondence to: Fernando Bayón. Universidad de Deusto. Departamento de Ciencias Sociales y Humanas, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Avda. Universidades, 24 (48007 Bilbao) – fernandobayon@deusto.es – http://orcid.org/0000-0002-4465-8643.

ISSN 1695-6494 / © 2022 UPV/EHU

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«¿Sabías que te estás convirtiendo en un extranjero en tu propia nación?», «¿Sabías que muy pronto podrías estar en el paro?», «¿Sabías que, por el hecho de nacer y vivir en tu propio país, cada uno de nosotros tenemos embargados 40.000 euros con que financiar las ayudas a los extranjeros que llegan a Europa apoyados por mafias?», «¿Sabías que, mientras tú estás con el agua al cuello, los viejos partidos dejan sin resolver los problemas reales para poder seguir manteniendo el nivel de vida de sus parlamentarios con tu voto?». Gabriele Dietze, investigadora del Centro Transdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad Humboldt de Berlín, ofrece con Excepcionalismo sexual un inquietante y agudo mapa de las retóricas del populismo de derechas en Europa y EE.UU. Lo más original de su ensayo es la perspectiva desde la que elabora esta oportuna cartografía: el etnosexismo. No estamos solo ante una pieza de ensayismo crítico contra la derecha global desde una perspectiva de género; ajustando un poco más la mirilla, Dietze ofrece una vibrante denuncia de esa extendida jerarquía sexualizada de la raza y la cultura que viene modulada por una amenaza y un miedo, la amenaza que suponen los hombres extranjeros, especialmente musulmanes, para la mujer occidental, y el miedo a que «nuestra» raza y «nuestra» cultura dejen de ser hegemónicas como efecto de un «Gran Reemplazo», consentido y alentado por una clase política envejecida, estúpida y corrupta.

Dividido en un preámbulo teórico, en el que la autora expone sus tesis principales de un modo muy sintético, y cinco capítulos en los que va probando su eficacia en diálogo con acontecimientos sociales, declaraciones de personajes políticos, textos de activistas, escritores y líderes de opinión (desde jueces hasta influencers), así como piezas en variados formatos (viñetas, portadas, memes), Excepcionalismo sexual combina un solvente manejo de categorías analíticas, en la vanguardia de los estudios de género, con una exploración de algunas de las prácticas de defensa de la superioridad de occidente, que exudan retóricas victimistas, racistas y sexistas, en un cóctel consumido por capas poblacionales y colectivos sociales cada vez más heterogéneos.

Este es un punto clave de la eficacia y el alcance de los argumentos que expone Dietze. Las «constelaciones etnosexistas», tal y como ella las denomina (p. 24), no son fantasías de superioridad, ni meros resentimientos, son relaciones sociales que, en su variante heteronormativa, adosan peligrosidad «por defecto» al extranjero, sea negro, judío o musulmán, respecto de un sujeto-diana —la mujer blanca formada en/por el capitalismo avanzado— que demanda la acción «valiente» de un poder protector a la altura de nuestra identidad y nuestra «auténtica» tradición liberal. Como dice la escritora, «el etnosexismo se entiende como una culturalización del género, la sexualidad y la religión, que acusa y discrimina a las personas marcadas étnicamente por su supuesta sexualidad o por pertenecer a un orden sexual supuestamente problemático o “atrasado”» (p. 20).

El ensayo, esto es importante hacerlo notar, no se detiene en las formas de discriminación. Su objetivo es explorar el trabajo continuado de producción de la superioridad occidental sobre una subjetividad otra, racializada y cuya sexualidad se retrata en la práctica con rasgos casi terroristas. Esta peligrosidad adherida estructuralmente al otro a través de una sexualización discriminatoria (el «libidinoso» inmigrante africano musulmán, por ejemplo) tiene un uso cada vez más extendido entre estratos que, aparentemente, no tienen que ver entre sí. Sirve para complacerse en una airada celebración de los logros civilizatorios de Occidente, para que se consienta más ligeramente con los diagnósticos que apuntan contra una élite política secuestrada por el buenismo democrático, y se reclame un poder que no financie gobiernos que relativizan las diferencias entre, por ejemplo, el cuerpo desnudo de Emmanuelle Béart en la portada de una revista y el rostro oculto con pañuelo de una marroquí en un autobús, el primero, según las polarizaciones habituales, un ejercicio de libertad por parte de una mujer europea, avanzada y soberana sobre su cuerpo; el segundo el signo de una aborrecible feminidad extranjera, atrasada y oprimida.

Dietz es consciente de que el género siempre ha estado racializado, también en sus variantes blancas (Walia, 2021), y que la raza siempre ha venido marcada por el género (Davis, 2022), y que ambos, género y raza, se han sometido a lo largo de la historia a una sexualización altamente discriminatoria, a veces hasta la caricatura. Pero lo distintivo hoy es que esa «constelación etnosexista» no es tanto la reedición de aquel paradigma que Said denominara orientalismo, cuanto la munición con que carga sus armas el populismo de derechas, especialmente esas armas que podríamos clasificar como políticas del miedo.

El primer capítulo —«Qué es el excepcionalismo sexual»— contiene una muy sucinta genealogía de los dos conceptos con que opera principalmente el análisis «excepcionalismo sexual» y «constelación etnosexista». El primero de ellos no es una simple narrativa de la superioridad y de la difamación, dice la autora, sino una modalidad de pensamiento racista que, remontándose a los tiempos del colonialismo (a este respecto léase el gran trabajo de Dorlin, 2020), sirve hoy al populismo global de derechas en su intento de reorganizar las relaciones sociales, de acuerdo a virajes con los cuales, por ejemplo, la maternidad a tiempo completo puede presentarse como un signo de modernidad, pues la comparación con las otras racialmente denigradas permite a la mujer occidental creer que ella está definitivamente libre de opresión. Esta es la ilusión que permite a la derecha occidental traficar más ampliamente con sus miedos y denigraciones: la falacia de que la liberación femenina es cosa hecha, algo así como una posición conquistada que ahora toca proteger para evitar un retroceso, en lugar de verla como un trabajo arduo, continuado, que clama al futuro y que todavía exige muchos en mi nombre, no.

El segundo capítulo («“Colonia” sin fin. Política de imágenes y el mito del hombre árabe») se centra en los acontecimientos de la Nochevieja de 2015 en la ciudad de Colonia, con réplicas en otras ciudades alemanas. Esa noche, centenares de mujeres jóvenes padecieron agresiones sexuales, de mayor o menor gravedad. La fiscalía de Colonia tramitó alrededor de 1200 denuncias, la mitad de ellas por delitos sexuales. Alrededor de 150 sospechosos fueron detenidos. La práctica totalidad eran extranjeros con historial reciente de migración o solicitud de asilo. Dietz hace una exposición superficial de los hechos, pues lo que le interesa es cómo funcionó la maquinaria mediática de la «constelación etnosexista», convirtiendo esa Nochevieja en algo así como un símbolo colectivo, el significante que grabó en la memoria de todos cómo la contravención sistemática de la ley de residencia conducía a la serialización de la violencia sexual. La tormenta perfecta para el crecimiento del populismo de derechas. El hecho que probaba, de manera irrefutable, incluso a ojos del más convencido progresista, que una «crisis migratoria» mal gestionada redunda inevitablemente en una amenaza real para nuestra población, especialmente la femenina. Los portadores de banderas «Welcome, refugees!» tuvieron que ver cómo diversos medios proponían que se les corrigiera la leyenda: «Rapefugees not welcome»

Colonia devino una suerte de estereotipo cultural, listo para ser empaquetado colectivamente, favoreciendo la popularidad de discursos que, como el de Marine Le Pen o el de ciertos gobiernos populistas de derecha (Duda en Polonia y Orbán en Hungría) venían a decir algo parecido a «recuerden, una crisis política o religiosa en malas manos siempre se traduce en un cuestionamiento violento de los derechos de las mujeres europeas». Era el escenario ideal para una apropiación oportunista, pero fácilmente exportable, de la defensa de la libertad de las mujeres occidentales. Dietz sabe avanzar por estas arenas movedizas, si bien en algunos pasajes cabría exigir que la denuncia de la infame instrumentalización de lo que ocurrió en la Nochevieja de 2015 en Colonia no implique una banalización de una sola de las agresiones contra las mujeres que allí se cometieron, por tenue que sea la rebaja de su trascendencia judicial («Un iraquí había besado a una joven contra su voluntad y le había lamido la cara; un argelino habría gritado: “Give me the girls, give me the girls o estáis muertos”», resume Dietze en p. 58).

El tercer capítulo —«Hombres en crisis: blancos, liberales, viejos, furiosos y jóvenes»— cruza la eficacia de las «constelaciones etnosexistas» con uno de los tópicos de los estudios de género, la crisis de la masculinidad occidental (véase al respecto Cornwall & Lindisfarne, 2017). La masculinidad moderna se ha debilitado: una de las formas de gestionar este hecho tan incomodante para el patriarcalismo urbano y europeo pasa por convertir la debilidad en un marcador de desarrollo y así poder racializar la agresividad machista, entendida ahora como un epifenómeno de pueblos arcaicos o sin sofisticación civilizatoria. Claro que esto sería una modalidad postheroica, dice Dietze, de asumir esta deflación de la masculinidad, un estilo que se convierte en el blanco de todos los dardos e ironías del populismo de derechas que, al menos en Alemania, gusta de tildar como «caniches lilas» (Lila Pudel) a todos los blancos que saben dominarse tan bien a sí mismos que, a la postre, no saben defenderse.

En este punto, Dietz trae a sus páginas dos figuras de muy distinto signo (e inteligencia): el escritor francés Michel Houellebecq y el expresidente estadounidense Donald Trump (el «presidente pussy»). Con el segundo, figura inevitable en un texto de estas características, se puede testar el entronque de ciertas élites autodesignadas con las luchas extraparlamentarias de radicales de derecha que prosperan, sobre todo, en internet y locker room ­talks (podríamos traducirlo como «conversaciones de machotes en vestuarios»), o cómo el idilio de plutócratas y clases medias con autoestima baja ha hecho explotar una cultura saturada de sexismos; al primero, la autora lo trata con hachazos argumentales que tratan de revelar un modelo sociobiológico tras su proyecto literario, uno en el que los machos alfa desafían de forma neorreaccionaria y triunfal las peripecias emancipadoras de mujeres y extranjeros. El tratamiento de textos como Plataforma o Sumisión quizá habría requerido alguna herramienta crítica algo más compleja, que no hiciera pasar directamente por convicciones del autor las descabelladas posiciones de sus personajes en la ficción, sin profundizar en la embarazosa carga distópica, en la ironía ácida, elegantemente demoledora, de sus propuestas narrativas más logradas (que el personaje Houellebecq se encarga de dinamitar cuando aparece, o desaparece, en público, véase el experimento de Guillaume Nicloux, 2014).

El capítulo cuarto —«Feminismo tóxico y feminidades de la nueva derecha, identitarias y del populismo de derechas»—, así como el quinto y conclusivo —con el ambicioso título «Género y poder»—, abordan la espinosa situación de las mujeres que desarrollan papeles como estrategas del «excepcionalismo sexual», grupos que caen bajo la férula de las «constelaciones etnosexistas». Dietze vuelve sobre una terminología y un argumentario vecinos al de otras autoras, como Sara Farris, si bien su mirada, a diferencia de esta, no se posa en la instrumentalización de que son víctimas las precarizadas migrantes, cuyos trayectos personales en Occidente quedan bendecidos, aun en su vulnerabilidad, por el hecho de haber escapado de las culturas patriarcales de origen, lo que perpetúa su miseria transcontinental (Farris, 2021). Dietze se fija en las élites intelectuales, políticas, económicas y/o de opinión, que abonan un feminismo identitario, bien de raíz laicista, a la francesa, o directamente «nacionalista», como en Alemania y EE.UU. Esta mal llamada paradoja recuerda el momento de De las Costumbres, Sitios y Pueblos de la Germania en que Tácito describe cómo, cuando flaqueaban las líneas defensivas de los teutones, sus mujeres les mostraban los pechos desde la retaguardia, para que sus ánimos se enardecieran nuevamente al ver qué se iban a cobrar los enemigos si los vencían y qué era lo primero que ellos iban a perder, después de la vida.

Es mérito de la ensayista demostrar que lo que ella misma denomina «populismo global de derechas» no remite a una configuración unívoca del discurso, sino que, más allá de ciertos tópicos beligerantes compartidos, progresa mediante discursos que varían sustancialmente en su grado de visibilidad, fundamentación y prestigio. Cuando se desatan las alarmas porque una mujer con poder participa conscientemente de programas de prevalencia nítidamente machista y antimusulmana, no parece suficiente explicarlo en razón de las ventajas personales que así obtiene en la competitiva arena social diseñada por un neoliberalismo tramposamente empoderador e igualitario. Es preciso una mirada que atienda a la estructura profunda de un capitalismo que, para seguir invisibilizando a la mujer, necesita resaltar de vez en vez los éxitos de algunas mujeres, para demostrar que todas tienen margen, que no hay barreras estructurales para ellas distintas de las que afectan a la estresada ciudadanía en general y que, si quieren, pueden.

En el magma mediático contemporáneo, el pluralismo feminista, o los feminismos en plural están intoxicados por elementos que siguen los hilos del populismo de derechas. Esto no es, precisamente, un hallazgo de Gabriele Dietze; pero su ensayo Excepcionalismo sexual contribuye de manera valiosa a hacernos ver que el «etnosexismo» no es algo que se reproduce en abstracto o que funciona mágicamente, sino que lo hace a través de posiciones —de discursos presidenciales o de chistes callejeros, de artículos de fondo en prestigiosas cabeceras internacionales o de memes en grupos de WhatsApp— que es tarea de todas identificar, documentar, analizar, deconstruir y parar.

Referencias

Cornwall, A., y Lindisfarne, N. (Eds.) (2017). Dislocating masculinity. Comparative Ethnographies. Londres: Routledge.

Davis, A.Y. (2022). Mujeres, raza y clase. Madrid: Akal.

Dorlin, E. (2020). La matriz de la raza. Genealogía sexual y colonial. Tafalla: Txalaparta.

Farris, S.R. (2021). En nombre de los derechos de las mujeres. El auge del feminacionalismo. Madrid: Traficantes de Sueños.

Nicloux, G. (2014). El secuestro de Michel Houellebecq [Documental]. Les films du Worso.

Walia, H. (2021). Border and Rule: Global Migration, Capitalism and the Rise of Racist Nationalism. Chicago: Haymarket Books.