Identidades en el fondo.
Algunas notas sobre el trabajo con archivos personales a partir de la experiencia del acervo de Gino Germani

Identities on record. Some notes on the work with personal archives based on the experience with the Gino Germani found

Ana Grondona*

IIGG-UBA/CONICET (Argentina)

Palabras clave

Archivos personales
Sujeto productor
Heterogeneidad
Restos/desechos

Resumen: A partir de la presentación de algunos problemas y dilemas vinculados al trabajo con el fondo documental del sociólogo ítalo-argentino Gino Germani (1911-1979), recientemente repatriado a la Universidad de Buenos Aires, el texto se propone enfocar las sinuosidades de la identidad y de la herencia en los archivos personales, como ámbito específico de la práctica de investigación y producción cultural. Para ello, y a partir de la noción de «heterogeneidades discursivas» elaborada desde el análisis materialista de los discursos, nos centramos (y desestabilizamos) una noción que funciona como pivote en la archivística clásica, la de «sujeto productor». En ese despliegue, se abren paso distintos modos de interrogar las identidades múltiples que se refractan/reflejan en los archivos personales. Hacia el final del texto retomamos, además, aquello que rehúye a ser representado en el archivo y que lo desborda como «deshecho» o «resto».

Keywords

Personal archives
Producing subject
Heterogeneity
Remains/waste

Abstract: Based on some problems and dilemmas linked to the work with the archive of the Italian Argentine sociologist Gino Germani (1911-1979), recently repatriated to the University of Buenos Aires, the paper focuses on the sinuousness of identity and inheritance in a specific field of research and cultural production. To do this, taking up the notion of discursive heterogeneities elaborated within the field of materialist analysis of discourses, we investigate (and destabilize) a notion that functions as a pivot in classical archivistics, that of producing subject. In this deployment, we find different ways of interrogating the multiple identities that are refracted/reflected in personal records. Towards the end of the text, we also return to that which refuses to be represented in the archive and which overflows it as waste or remains.

 

 

* Correspondencia a / Correspondence to: Ana Grondona. IIGG-UBA/CONICET, Uriburu 950, 6to piso (CABA, Argentina) – antrondona@hotmail.com – http://orcid.org/0000-0003-2596-049X.

Cómo citar / How to cite: Grondona, Ana (2023). «Identidades en el fondo. Algunas notas sobre el trabajo con archivos personales a partir de la experiencia del acervo de Gino Germani». Papeles del CEIC, vol. 2023/1, heredada 10, 1-13. (http://doi.org/10.1387/pceic.24149).

Fecha de recepción: enero, 2023 / Fecha aceptación: febrero, 2023.

ISSN 1695-6494 / © 2023 UPV/EHU

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I

El archivero produce archivo, y es por esto por lo que el archivo no se cierra jamás. Se abre desde el porvenir. (Derrida, 1997: 75)

Desde hace algún tiempo trabajo sobre el archivo personal de Gino Germani. Un proceso colectivo, complejo, heterogéneo y aún en marcha que abarca desde la repatriación de los documentos del sociólogo de Italia a Argentina, hasta su organización, identificación, descripción, catalogación y digitalización. En ese periplo fui asumiendo diversos roles, sin demasiado orden y con poquísimas credenciales. Los aprendizajes del camino (que, seguramente, traerán muchos más) incluyeron una inmersión en el mundo de la archivística, en especial, en el terreno de los archivos personales. Un verdadero campo minado en el que se entretejen problemas conceptuales y prácticos que remiten, precisamente, a los vaivenes de la herencia y de la identidad. Y en el centro de todas estas ambivalencias y tensiones está la noción de «sujeto productor», el principio mismo de unidad y organización de este tipo de acervos, recientemente incluidos como objeto específico de atención y previamente arrumbados bajo la categoría indiferenciada de «colecciones especiales»1. Pero, como se adivinará, el de «sujeto productor» es un concepto enmarañado y resbaladizo. La trayectoria nómada y diaspórica del Fondo Germani, me permitirá poner de relieve ese rasgo general de los archivos personales, así como también otros más específicos de este acervo que tensionan la producción del archivo como unidad (y de la persona que este representa, refleja o refracta, según la perspectiva desde la que se lo mire).

Antes de avanzar, algunas palabras al «sujeto productor» en cuestión. Gino Germani (1911-1979): padre de la patria sociológica argentina. Fundador, en 1957, de su primera licenciatura. El principal instituto de sociología de aquellas latitudes lleva su nombre2. Su hija (y no es casual que aparezca en escena apenas buscamos caracterizar al personaje) definió lo nodal de su obra con dos palabras: antifascismo y exilio (2004; 2015). Fue arrestado en 1930, por participar de una acción de propaganda; sabemos que tenía simpatías por el grupo de Giustizia e Libertà de los hermanos Rosselli (Germani, 2004; Rawicz, 2012; Grondona, 2019).

Logró sortear los escollos del régimen para salir de Italia en 1934 gracias a las tenaces gestiones de su madre, que entretanto, había enviudado. Su militancia siguió en Buenos Aires, sobre todo, en los periódicos antifascistas (a veces bajo el pseudónimo Giovanni Frati). En 1940 ingresó al Instituto de Sociología dirigido por el historiador Ricardo Levene. Los años del peronismo fueron duros. Quedó fuera del instituto, pero encontró refugio en los círculos de sociabilidad intelectual donde iba a forjarse la universidad pos-peronista. Y allí iba a estar Germani, en primera plana. El éxito fue, sin embargo, fugaz, luego de unos primeros años de gran relevancia cultural de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires, el diálogo con sus discípulos y discípulas se enturbió. Cada vez les resultaba menos interesante la perspectiva burguesa y reformista del padre fundador. Germani es un derrotado. Un derrotado múltiple, por cierto.

Siguieron algunos años en el Instituto Torcuato Di Tella3 y en 1966, poco antes del golpe de Onganía4, la beca Monroe Gutman Professor of Latin American Affairs and Sociology se lo llevó a Harvard. Allí transcurre una época prolífica en términos de escritura, pero el conformismo estudiantil lo aburría. A partir de 1975 comenzó su tránsito hacia Italia, donde finalmente logró insertarse como profesor en Nápoles. No fue el regreso soñado. Su acervo documental muestra huellas de las decenas de cartas, de programas y de proyectos que lanzaba a diversas instituciones públicas y privadas, sin cosechar casi nada de entusiasmo. Otra derrota. Murió en Roma en 1979.

Su sociología fue ecléctica (Trovero, 2016). Interesada en varios problemas. La anudan palabras como modernización, transición, urbanización, movilización, y otras «-ción» muy de la época5. Si me preguntan, creo que el hilo que la recorre es la pregunta por la democratización en las sociedades modernas. De allí su optimismo y su desencanto. El choque con la experiencia del segregacionismo en los Estados Unidos y cierto redescubrimiento «latinoamericanista» a la distancia (sobre todo de los autores dependentistas6) fueron resquebrajando lo que comenzó siendo una imagen utópica poco problematizada y conformando un diagnóstico sombrío de los albores de la luego denominada «globalización».

II

Retomo, entonces, la cuestión del fondo documental de Gino Germani, verdadero centro de esta reflexión, aunque repetidamente desbordado y dispersado.

Luego de un largo, burocrático y covídico periplo7, el 9 de junio de 2021 celebramos el arribo a Buenos Aires del último de los cinco envíos. En total, veintitrés cajas cuidadosamente embaladas por la agregada cultural en Roma y por el propio Embajador argentino en Italia. Los restos documentales de la actividad llevada adelante por el sujeto productor durante toda una vida (parafraseo la definición de «archivo personal») llegaban al lugar de reposo final. A pesar de la odisea, no iba a haber ni reconciliación, ni paz, ni unidad para el padre de la patria. Por muchos motivos. El primero (y, quizás, el más banal): los archivos personales, según explica Stefano Vitali (2007), no nos devuelven el reflejo prístino de una persona. Los distintos roles que jugamos terminan por producir un «yo» intrínsecamente relacional y discontinuo que se representa también en un archivo.

Pero, suma Catherine Hobbs (2001), tampoco cabría reducir ese sujeto a la mera conjunción de roles/actividades (una argucia para retener algo de la razón archivística, como quedará claro, espero, algunos párrafos más abajo): ¿qué hay de esas otras facetas, más interiores, de esos aspectos más íntimos del carácter humano? Los personal records (expresión que tiene resonancias que se pierden en la traducción) están travesados por una ambigüedad en la intención y el propósito. Antes que como evidencia del «yo» (según una expresión que la autora retoma para debatir con el texto de su colega Mc Kermish, 1996), son sitios en los que se reconocen huellas de los modos en que se producen y reconvierten ideas, perspectivas, formas de representación del mundo, del otro y de sí-mismo. Marchas y contramarchas en las que laten certezas, pero también dudas y contradicciones. Quizás por eso Eugenia Sik (2018) desliza que, a la hora de trabajar sobre estos acervos, los saberes de la psicología pueden ser más útiles que los del derecho administrativo.

Primer nivel de la heterogeneidad del sujeto productor, entonces: distintas caras del yo, incluidas las variadas formas íntimas de relación consigo mismo/a. En este punto, desde la perspectiva del análisis materialista de los discursos (Authier, 1984) podríamos pensar el archivo personal como escenario enunciativo, o mejor, como múltiples escenas en las que el yo-productor se proyecta, en las que dispone diversas imágenes de sí (ethos) no desprovistas de cierto cálculo táctico.

Algunos ejemplos para volver a la singularidad del caso. La descripción de los papeles de Germani nos enfrentó a ciertos nudos en los que la identificación (es decir, la asignación de una categoría del cuadro de clasificación a un cierto conjunto de documentos8) se complicaba. Así ocurrió, por ejemplo, con las «investigaciones Harvard». En los documentos analizados los nombres de programas y proyectos se superponían sin que pudiéramos mapear con claridad la estructura de agregación de las distintas instancias. De tratarse de un archivo estatal (archivos «como Dios manda», hasta que algunas páginas más abajo embarremos un poco el asunto) el problema se hubiera resuelto consultando el organigrama y las funciones de la dependencia administrativas en cuestión. Los papeles de Germani, por el contrario, muestran un uso estratégico y flexible de inscripciones, organizaciones y membresías, en virtud del cual una misma iniciativa puede ser presentada desde un locus u otro y con trajes distintos. Para un «empresario académico»9 la posibilidad de inscribir una misma actividad en múltiples financiamientos y redes es parte del oficio. Y, Germani, aunque repetidamente derrotado, conocía (y en muchos casos, redefinía) las reglas de su métier.

También hay otras imágenes de sí, más íntimas y privadas, como aquellas a las que alude H­obbs en la cita de más arriba. Esas que compartía con amigos de toda la vida, o como confidencias fuera de guion en alguna carta que parecía más formal. Referencias a la enfermedad de los últimos años, a la depresión, a las peripecias de sacar su licencia de conducir pasados los 50 años (obligado por la movilidad urbana de Massachusetts). Ironías mordaces, en complicidad con su amigo Butelman, en relación con una entrevista entre Eliseo Verón y el mismísimo General Perón. Una minuciosa crónica de la amarga pelea con el grupo del Di Tella a propósito de un cambio de autoridades en la Revista Latinoamericana de Sociología cuyos entretelones dio a conocer a toda la flor y nata sociológica de la época. Allí se configuran distintas aristas del carácter, diversas autopresentaciones.

Pero no sólo están las imágenes de sí que proyecta (más estratégicamente o menos) el «sujeto productor». Están, asimismo, los Germanis de otros y otras. El de una airada carta de renuncia a la cátedra de Sociología Sistemática de la muy enojada Silvia Sigal en 1965. El exprofesor al que va dirigida una nota distante, pero respetuosa de Beba Balvé que acompañaba un libro de CICSO (un centro de investigación que nació como refugio ante la avanzada autoritaria sobre la Universidad de Buenos Aires en 1966) y que extendía un cordial agradecimiento por haber recomendado a Inés Izaguirre ante el Social Science Reserach Council de EE.UU. Una hermosa carta de Florestán Fernandes a propósito del affaire con Di Tella, recordándole que en otros tiempos había sabido ser muy generoso con aquellos jóvenes con los que entonces litigaba y sugiriéndole que quizás era mejor serenarse, reencontrarse con esa magnanimidad del pasado10. Y, siempre, el Germani maestro valorado de la correspondencia con Ruth Sautu y con Atilio Borón11.

Esos documentos componen, por cierto, una experiencia muy personal (valga el término) del trabajo en archivo, que nos vuelve espías y testigos y que también nos conmueve. Hay horas de profundo tedio entre esos papeles viejos, pero también se llora y se ríe con ellos. Algunas veces se sale con un sabor metálico en la boca, con una pesadez casi existencial. No es sencillo trabajar sobre restos (¿o desechos?, volveremos) de personas que estaban muy vivas y ahora están igualmente muertas. Siempre hay un momento Hamlet.

Suelto la calavera y vuelvo al hilo del texto. Hasta aquí, entonces, una primera forma de la heterogeneidad. Múltiples imágenes de sí, incluidas las que proponen otros y otras. Sumo dos elementos a esta dimensión, antes de pasar a la siguiente. La acumulación de estas imágenes y no de otras (de muchas otras, perdidas) no solo depende de la edición explícita del «sujeto productor», sino del derrotero de una cierta trayectoria y de la labor archivera. En relación con esto último, las formas de organización, el cuadro de clasificación, son modos de intervenir activamente en la representación de la figura que se compone en un archivo personal. Es por ello que Elizabeth Yakel insiste en que:

«[l]os procesos de representación archivística no son objetivos ni transparentes. Como tales, los archiveros deben ser más conscientes de las actividades que estructuran la creación de representaciones, su construcción social, así como sus usos apropiados. Las representaciones archivísticas no solo hablan de los fondos (…), sino también de la práctica archivística y de los archiveros». (2003: 23, la traducción y el énfasis me pertenecen)

Ahora bien, las condiciones de esa práctica son la de un conjunto de materiales sedimentados tanto por los vaivenes de una vida, como por lo que viene después. Allí, por ejemplo, las marcas de los exilios (en plural, como subrayaba Ana Alejandra, hija y biógrafa de Germani) y sus mudanzas, en las que se deben haber perdido y desechado un sin número de papeles. Justamente por eso, lo que se conservó, lo que se «eligió» conservar, resulta significativo.

En virtud de estos procesos de «edición», Virginia Castro (2019) subraya que el trabajo sobre archivos de persona (a diferencia de los archivos públicos que están regidos por normativas que obligan y pautan a la conservación de ciertos documentos) nos enfrenta al problema de los silencios y las obliteraciones. Aquí, entonces, la segunda dimensión de la heterogeneidad que venimos describiendo y que corroe desde adentro la integridad del «sujeto productor»: El Fondo Germani también está habitado por lo que elude, por aquello que solo se deja ver como síntoma, como anamorfosis.

Un archivo personal nunca debería ser mirado solo frontalmente. Requiere ciertas contorsiones: como la pintura Los embajadores de Hans Holbein el joven, invita a una lectura marginal, barroca (Sarduy, 1987). En tanto el «sujeto productor» no existe como individuo pleno de la enunciación, la operación de lectura debe saber captar rugosidades, tensiones, incluso contradicciones. Y no para descubrir (brillante y expectante) una verdad que, finalmente, se nos revela, sino para poder entender qué es ese marasmo de papeles que se nos aparece como algo mucho más denso, viscoso, poroso que un espejo. No se trata solo de una edición estratégica del «yo», sino de los silencios, los traspiés que conectan a este archivo con otros, que lo desbordan, pero en los que también produce su sentido.

Vamos con otro ejemplo. El último seminario que dictó Germani en Harvard fue Sociology 272 Individuation as a Historical Process. En el fondo tenemos dos de los programas (uno de 1977 y otro de 1978) y algunos listados bibliográficos de lo que parece haber sido el proceso de preparación previa. También, en la biblioteca personal de Germani (que quedó en Roma, en el Istituto Sturzo, donde la están catalogando y ordenando) hay materiales vinculados con el curso. En una mirada rápida, pareciera ser más de lo mismo. Sin embargo, también suena otra melodía, suave, pero disonante respecto de la remanida canción de la transición12: budismo, hinduismo, el pensamiento de la China. ¿El viejo recurso a la antropología para delimitar a contraluz la emergencia de la individualidad moderna ya presente desde sus primeros textos de psicología social? Podría ser. Pero también podría ser otra la pista. Hay elementos para pensar que el sociólogo estaba elucubrando algo más. ¿Modos alternativos del proceso de individuación? ¿Quizás alguno que hubiera eludido más astutamente las trampas del desencan­ta­miento (o, para escribirlo en germaniano: de la desestabilización que una secularización sin contrapeso produce sobre el núcleo de los valores básicos de una sociedad)? Un nuevo abordaje para un problema recurrente, estable, invariante. O quizás tampoco eso. A lo mejor, antes que frente a una «novedad», estemos ante una reemergencia. Y así podríamos preguntarnos: ¿las referencias a las culturas no-occidentales, a las formas de su espiritualidad y sus creencias funcionaban en aquellos textos de los cincuenta solo como imágenes para contrastar aquello que se quería definir? ¿No había otros intereses también allí?

Al respecto, hay una senda muy interesante en la reconstrucción de las trayectorias intelectuales (ya podemos escribirlo en plural) de Germani que queda aún por recorrer, salvo por la muy prometedora incursión del historiador Matías Butelman en una presentación para el I Coloquio Gino Germani de Buenos Aires, que organizamos en 2019. Con ese trabajo (lamentablemente inédito13) comenzó a delimitarse otra faceta, otro campo de intereses de nuestro sociólogo: el de las ciencias ocultas, la parapsicología, los fenómenos paranormales, cierto esoterismo new age y, de fondo, una resonancia con la psicología junguiana. Una búsqueda que involucra a nuestro padre-fundador, pero que lo conectan (de un nuevo modo) a otro conjunto de figuras renombradas de patrias aledañas.

Gracias a la indagación de Butelman sabemos que Germani dictó el 6 de septiembre de 1956 una conferencia intitulada «Proyecciones sociológicas de la parapsicología»; también que figuraba como parte del directorio de la revista del Instituto Argentino de Parapsicología y de su comisión de cursos y conferencias. Asimismo, es muy probable que haya asistido a sesiones de levitación y, quizás, de experimentación con drogas (Ivnisky y Corbeta, 2013: 645). No es poco. Sin embargo, en el archivo no hay evidencias de estas actividades puntuales, solo mendrugos de una curiosidad que parece reavivarse en los años de ocaso.

Los trazos o huellas de esos silencios y obliteraciones remiten a un sujeto-productor (para retomar el lenguaje de la archivística) dislocado, heterogéneo respecto de su propia intención y sus «estrategias de proyección», que no gobierna enteramente lo que «su» archivo dice de sí. Algo de lo «editado» (afortunadamente) se le escapa.

III

Además de tedio, sabor metálico y devaneos existencialistas con calavera incluida, el archivo a veces nos trae regalos: piezas que nos caen en las manos y abren toda una línea de indagación o confirman una hipótesis que parecía implausible. Y también señuelos. Hay que aprender a estar alertas y lidiar con la frustración de una falsa pista. Saber desecharla a tiempo. Tal el caso de una hermosa fotocopia, pirámide maya/egipcia incluida, con la que me topé una mañana de primavera, revisando la «zona grigia»14 de la Biblioteca Germani, y que rezaba (valga la palabra): «Centro Studi Psicocibernetica ‘Esseni’. Mexico». Un festín de parapsicología, new age y esoterismos varios. La algarabía dejó paso a la duda: no tenía fecha de edición. Y luego a la desilusión: la inconfundible caligrafía de su hija Ana. Prueba contaminada.

Y aquí, entonces, una nueva dimensión que alude a la heterogeneidad de la identidad del archivo: las intervenciones (¿interferencias? ¿contaminaciones?) de Ana Alejandra y, en menor medida, de Luis Sergio15 en el legado de su padre.

Es ley en la tierra de los archivos personales: herederos y herederas suelen cumplir un papel que excede el de meros albaceas. Reorganizan, producen descripciones (más o menos intuitivas), agregan documentos, separan, donan, editan, retacean. En el caso del Archivo Germani tenemos, además, una suerte de tupacamarización16 de los restos: los libros por aquí, los papeles por allá (lo que aquí denominamos Fondo Germani), las revistas a otro sitio y, para colmo, también algunas cajas quedaron en un sótano sin que haya noticias de su destino.

Sobre este tema, las archivistas Ana Guerra y Nuria Dimotta (2018) refieren a la experiencia de organización y clasificación del Fondo Bernardo Canal Feijóo17, donde distinguieron series que contienen materiales producidos y/ o reunidos por una de las hijas del «sujeto productor». Un intento, tal como ellas reconocen, a la vez práctico y precario para lidiar con una complejidad que no se deja erradicar del todo, que solo se gestiona parcialmente. Y es que, bueno es recordarlo, los archivos no están allí para que nos rasquemos la cabeza y hablemos con calaveras, sino para impulsar nuevas investigaciones, tesis, papers, libros. Para abonar nuevas vidas. Las decisiones que se toman, entonces, deben orientarse a producirlos como lugares de consulta, y no como altares sagrados de culto a las intenciones de los muertos18.

En el Fondo Germani asumimos, parcialmente, una táctica similar a la propuesta para Canal Feijóo: el cuadro de clasificación incluye una zona que reúne los papeles específicos de las investigaciones de la hija sobre su padre (entre los que se encuentran notas sobre la muerte de Gino o bibliografía que refiere al padre, a la fundación de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires, etc.). Sin embargo, su intervención desborda copiosamente esta delimitación, pues no se trata de una heredera cualquiera. Escribió tres biografías sobre el personaje (en inglés, en español y en italiano), textos clave para la lectura a contrapelo de las hipótesis que lo habían reducido al cientificismo funcionalista. La estructuración de los papeles que realizó Ana entre 1987 y 2009 está atravesada por esa lectura19.

Este asunto nos enfrentó múltiples veces con la pregunta de si en nuestra tarea de descripción, identificación y reorganización estábamos siguiendo las huellas de Gino (de sus actividades, de su estructura mental, de su lógica de trabajo con los papeles) o las de su heredera. Es una pregunta sin resolución clara20. Tomando prestados los términos de Althusser diríamos que es un archivo «sobredeterminado» por la hija. Lo que nos llegó como «Archivo Germani» son los restos de un artefacto que Ana Alejandra montó pieza por pieza. Es lo que hay, para ponerlo en términos claros. Tautología que no hace sino subrayar la centralidad de la ausencia del orden «original» de Gino. La voz del sociólogo nos llega mediante una ventrílocua que, además, compartía el mismo oficio21.

Esta superposición de voces e identidades produce, por añadidura, un ensortijamiento de temporalidades que se lleva mal con la simplificación a la que nos obliga el formulario ISAD(G) y su pregunta sobre «fechas límites» ¿Qué delimitación tomar? ¿La de Ana o los de Gino? Ya la del padre trae su propia ondulación, bajo una lógica espiralada, en virtud de la que se retoma un apunte de clase para producir un borrador de artículo, o se reconvierte un viejo texto en otro nuevo, reubicando, consecuentemente, papeles que «correspondían» a una actividad, entre los que «corresponden» a otra. La contemporaneidad de lo no-contemporáneo, en términos afines a la jerga germaniana.

Ahora bien, una vez más, esta recursividad, que se constata particularmente en el caso de nuestro sociólogo, un «refritador» asiduo de textos, es más bien la regla de los archivos personales, que desafían, más en general, la temporalidad seriada y progresiva que se asigna a otro tipo de acervos22. Un efecto más de la tensión que produce pensar el legado personal de un o una intelectual con instrumentos diseñados para la producción/representación de la memoria estatal.

IV

«Los archivos personales son como fantasmas: hay que verlos para que aparezcan».

Esta bella frase pertenece a Philippe Artières (2018: 38), a un escrito clásico de la bibliografía referida a estos asuntos que también lleva un bonito nombre: S’archiver (2018). Un texto afín al devaneo hamletiano, en el que el autor nos recuerda que a diferencia de los archivos de Estado (de los países noratlánticos o centrales, agreguemos) en los que preservar, organizar, identificar y estandarizar los documentos públicos es una obligación milimétricamente normada, la guarda de los documentos de los fondos personales es una contingencia que puede ocurrir (o no) en las fronteras porosas que separan el tacho de basura del estante o del cajón. Es siempre un gesto fortuito el que ha puesto algunos papeles a salvo del tiempo. Retomo en este punto a Susan van Zyl en su análisis sobre el Mal de archivo (ligado a otro archivo personal, el de Sigmund Freud):

«El buen archivo produce memoria, pero produce olvido al mismo tiempo. Y cuando escribimos, cuando archivamos, cuando trazamos, cuando dejamos una huella —y eso es lo que hacemos cada vez que trazamos algo, incluso cada vez que hablamos, es decir, dejamos una huella que se independiza de su origen, del movimiento de su enunciado— la huella es al mismo tiempo la memoria, el archivo, y el borrado, la represión, el olvido de lo que se supone que debe guardar.

Por todo ello, el trabajo del archivero no es simplemente un trabajo de memoria. Es un trabajo de duelo. Y un trabajo de duelo, como todo el mundo sabe, es un trabajo de memoria, pero también es la mejor manera de olvidar al otro, de guardar al otro en uno mismo, de mantenerlo a salvo, en una caja fuerte». (2002: 54, la traducción me pertenece)

«Rest, rest». Parafraseando las reflexiones shakesperianas de Eduardo Rinesi (2019): que se queden en su lugar los restos de papel de Germani. Que descanse el padre fundador de la patria sociológica argentina, que tenga a bien unirse al silencio de los siglos que es el mismo que el de las salas de consulta.

Es precisamente para duelar y delimitar el festival de tumbas y fantasmas que se han inventado los cementerios, los museos y los archivos. Al respecto, resulta alusiva la escena final de Hamlet, en la que llega el joven Fortimbrás, príncipe noruego y futuro rey de Dinamarca, que ha venido a poner fin al dislate de tiempos y espectros. Para ello, imparte órdenes a diestra y siniestra, entre ellas que entierren «con toda la pompa y ceremonia» al príncipe Hamlet, para que todo el mundo pueda llorarlo y visitarlo cuando quiera (ibídem: 28). Esa pompa y ceremonia no son fútil oropel, sino elementos constitutivos del ritual montado para que los restos resten, se queden, no insistan. Una intención, por supuesto, siempre fallida. Pero vale el intento.

Si ya en las tierras de los Fortimbrás se trata de una tarea sísifica, en los sures de Calibán23 se parece más a la parodia de un trampantojo. Vamos, nuevamente, al «ejemplo»: El de los restos de Germani es un regreso, sí. Pero (seguimos con Rinesi) como el del Martín Fierro: con la frente marchita. Un volver derrotado. Sin un verdadero rito de pasaje24 que haya consagrado la trasmutación de las valijas-desechos25 a cajas como Dios manda (libres-de-acido-descritas-según-normas-internacionales) en el instituto homónimo de la patria sociológica del fundador. Y en ese mismo sentido, aunque Germani haya sido «rescatado» del sótano de Roma en que estaba atrapado y rodeado, paradójicamente, de restos personales de fascistas de renombre26, su morada final es un armario de pasillo27. Un «no lugar», diría la sociología b­estseller de la década de los noventa. Toda una indicación. Un modo de heredar, de venir después: como quien no quiere la cosa.

¿Resto o desecho? Is this the question? No es para tanto. Se trata de nociones límite, «nombres con los que dos estrategias conceptuales diferentes y complementarias nos permiten identificar los vestigios que nos hablan, si es que somos capaces de arrancarles el corazón de su secreto» (Rinesi, 2019: 113). Palabras para captar las estrategias con las que (se intenta) hacer algo con el pasado, que pesa.

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1 No casualmente, ello ocurrió de modo simultáneo a la crisis, o mejor, reconfiguración, del viejo Estado-nación y la generalización por las preguntas en torno de la microhistoria (Ginzburg, 1994) o del lugar del «yo» en el despliegue de los hechos tenidos por históricos (Artières, 2018). La tensa relación entre la matriz estadocéntrica de la archivística y la singularidad de los fondos personales es un asunto de máxima importancia en el que me encuentro trabajando, pero al que no podré dedicarle demasiado espacio aquí.

2 El homenaje corrió por cuenta de Enrique Oteiza, director del Instituto entre 1993 y 1997. Desde aquel bautismo, según indican las leyendas de pasillo, fueron varias las polémicas para intentar cambiarle el nombre. Un padre repudiado, se comenzará a sospechar, sabiamente.

3 El Instituto Torcuato Di Tella (ITDT), fundado el 22 de julio de 1958, fue un exponente del programa de modernización de la cultura en Argentina. Lleva el nombre de un inmigrante italiano —Torcuato (1892-1948)— que hizo fortuna fabricando bienes de consumo durable (motocicletas, heladeras) para una pujante sociedad de masas signada por los procesos de migración, urbanización y movilidad social ascendente que estudió Germani. Financió varios emprendimientos culturales antifascistas de los que había participado nuestro sociólogo, de quien el hijo mayor, Torcuato, fue discípulo. El ITDT fue un ámbito de florecimiento de la incipiente sociología científica (gracias, por ejemplo, a la prestigiosa Revista Latinoamericana de Sociología), así como sede de diversas vanguardias artísticas, pero también operó como cantera de cuadros expertos del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía (ver nota siguiente).

4 Juan Carlos Onganía, encabezó el golpe de estado del 28 de junio de 1966 contra el gobierno democrático —en términos relativos, el peronismo estaba proscripto— de Arturo Illia. La autodenominada Revolución Argentina articuló un fuerte tradicionalismo cultural católico con una fascinación por saberes tecnocráticos modernizantes y presuntamente asépticos. A poco de tomar el gobierno, Onganía dirigió una fuerte embestida contra las universidades, en particular la de Buenos Aires. El 29 de julio la policía desalojó una toma del cuerpo docente y estudiantil que resistía la suspensión del cogobierno que se había establecido luego de la Reforma Universitaria de 1918. Este acontecimiento se conoció como «la noche de los bastones largos» y fue seguido de una catarata de renuncias, cesantías y exilios que reconfiguraron el paisaje intelectual de aquellos años. Según muestran diversos documentos del FG, Gino Germani, quien había partido a EE.UU. poco tiempo antes, participó de múltiples acciones de repudio contra el golpe.

5 Para quienes tengan interés en conocer con mayor profundidad las coordenadas de su trabajo remitimos a la sistematización de Trovero (2016), a la que sumamos el trabajo de Amaral (2018), Giardiello (2012), Grondona (2017), Serra (2012) y Trovero (2021) de nuevo.

6 Las perspectivas de la dependencia surgieron hacia mediados de la década de 1960 como respuesta y crítica al desarrollismo latinoamericano (centrado en la Comisión Económica para América Latina y en las figuras de Raúl Prebisch, Aldo Ferrer y Celso Furtado) y sus recomendaciones de avanzar en una industrialización orientada desde la programación estatal, sustitutiva de importaciones, primero, y, luego, de bienes de capital. A partir de una discusión informada por la retórica marxista, los textos dependentistas subrayaron la interrelación entre los procesos de modernización del centro y las condiciones de subdesarrollo estructural de las periferias (Giller, 2020). Algunos de esos aportes fueron retomados en el enfoque sistema-mundo de Immanuel W­allerstein (Beigel, 2006).

7 El engorroso proceso fue posible gracias a muchas instituciones: el «Programa de Estudios sociales y políticos entre Italia y Argentina» de la Universidad de Buenos Aires tomó el proyecto como si fuera propio y tejió la red que iba a llevarlo a buen puerto. El Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires fue el primero en financiar el traslado. Se le sumó el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y luego la Agencia de Ciencia y Tecnología. Y, antes que todos ellos, el entrañable Pasquale Serra, un alma generosa y romántica como ya no quedan.

8 Debemos el cuadro de clasificación y lo realizado hasta aquí con el Fondo Germani al cuidadoso y minucioso trabajo de dos archivistas con amplia experiencia en archivos personales: Cecilia Larsen y Nuria Dimotta y a un generoso equipo que incluye a Juan Ignacio Trovero, Ana Blanco, Miranda Walsh, Emiliano Torterola, Paula Aguilar y la orientación experta de María Luján Leiva, Fabiana Magnarelli y Melina Cavalo.

9 Se trata de una caracterización propuesta por Diego Pereyra (2010). No me parece la más adecuada (de allí mis comillas), salvo que se trate de un empresario pyme argentino asediado por deudas y quiebras cíclicas, como, por ejemplo, el personaje de la novela de Martín Sivak, El salto de papá.

10 Estoy casi segura de que era de Florestán, pero la consulté cuando el archivo era valijas y no he vuelto a encontrarla. Recuerdo que era hermosa y que era de un sociólogo brasileño.

11 Las figuras citadas en estos dos párrafos son o han sido protagonistas de las ciencias sociales en la Argentina y en la región. Han inscripto sus investigaciones en las más diversas tradiciones (desde el marxismo latinoamericano, hasta el pos/estructuralismo, pasando por aproximaciones sociológicas más clásicas), se han ocupado de cuestiones bien diferentes y representan posicionamientos distintos en el campo de la sociología y en la carrera fundada por el padre de la patria. Sus nombres serán, probablemente, desconocidos para quienes lean estas páginas desde otras coordenadas. A su rescate, vendrán Google y Wikipedia. Y para quienes quieran seguir con la lectura sin detenerse en exóticos panteones de periferias capitalistas (your loss), alcanza con saber que la herencia de Germani ha sido recuperada y denegada en capillas de muy distinta fe.

12 Se trata de un concepto nodal para Germani, quien trabajó sobre diversos modos de la relación entre modernidad y tiempo en América Latina. La metáfora de la transición fue uno de ellos, quizás el preponderante, pero convivió, incómodamente, con otros. Llegando, incluso, a funcionar como obstáculo epistemológico en los pasajes en los que asomaba un diagnóstico más denso, complejo, desencantado (pero, quizás por eso, también más sugerente) sobre las tensiones constitutivas de una modernización que ya no prometía una sociedad integrada y democrática como punto de llegada de un camino acumulativo, secuencial y progresivo (Grondona, 2017).

13 Puede encontrarse una grabación bastante deficitaria en este link: https://youtu.be/Hdr-5k3kQ3A. Última consulta: 30/01/2023.

14 Así denominaron en el Istituto Luigi Sturzo de Roma a unas ocho cajas que contenían apuntes, fotocopias y separatas de diverso calibre, algunas de autoría del padre de la patria, algunas reunidas por una faja de papel con alguna indicación temática. Un territorio liminar entre el fondo documental y la biblioteca, que quedará junto con los libros, pero sin formar parte de su catálogo (pues, por ejemplo, no hay datos de ISBN) y descrita bajo el cuadro clasificatorio que organiza a los papeles trasladados a Buenos Aires.

15 Luis Sergio, sociólogo al igual que su padre y su hermana, intervino más decididamente en los libros de la biblioteca personal, en los que abundan sus anotaciones y marcas. Su labor en el cuidado de la colección de libros fue clave y a él debemos la sesión del acervo a las instituciones que hoy lo custodian.

16 La expresión alude a la tortura y ejecución sufrida por el caudillo indígena Tupac Amaru II, cuyas extremidades fueron atadas a cuatro caballos para desmembrarlo, como represalia por haber liderado una rebelión contra la corona española en 1781.

17 Intelectual y poeta argentino que vivió entre 1897 y 1982. Formó parte, junto con Jorge Luis Borges, del grupo literario Martín Fierro.

18 A propósito de este problema, los archivistas de Bobbio (y seguramente muchos otros) distinguen entre archivio di lavoro, ese que está vivo, bajo el pulso del «sujeto productor» y un archivio di consultazione. Una segunda vida del archivo, necesariamente distinta de la primera. La traducción de una cosa a la otra, como se comprenderá, es el quid de la cuestión (Caruso, 2018: 13).

19 Esa estructura está descrita en detalle por la propia autora en un texto de 1992 y quedó consignada en el respectivo documento de descripción ISAD(G), que publicaremos en breve en la página web del Centro de Documentación e Información del Instituto de Investigaciones Gino Germani. La sigla en inglés (ISAD-G) refiere al General International Standard Archival Description, propuesto por el Consejo Internacional de Archivos (CIA) en 1994, como orientación general para la descripción homogénea de archivos documentales. Entre los datos que consigna están el volumen y tipo de soporte de los documentos del acervo, el sujeto productor y su biografía, la historia del fondo o archivo, las fechas extremas de los documentos que contiene, el modo en que ingresaron a la institución que los custodia, la organización que lo estructura (series y subseries), las condiciones para su consulta, etc.

20 Más allá de las disquisiciones conceptuales, en términos prácticos, antes que una respuesta global y nítida, hemos ido (Nuria y Cecilia han ido, los y las demás hemos acompañado) definiendo criterios locales para resolver los nudos que se nos iban presentando, tomando debida nota de ello en el instrumento de consulta.

21 Dejamos de lado aquí otras vetas de este embarullo. Ana Germani tiene su «propio» archivo. De hecho, ambos estaban juntos en la Fondazione Spirito. Parte del trabajo de repatriación fue separarlos (y en el medio, quedaron materiales que viajarían después).

22 Estos rasgos «excepcionales» de los acervos personales (el modo en que desestabilizan la noción de sujeto productor y la hipótesis de continuidad del tiempo) deben ser adecuadamente calibrados, pues remiten a los fundamentos mismos de la archivística como ciencia que estudia y produce archivos.

23 Retomo aquí la interpretación clásica de Fernández Retamar (2004) del personaje shakesperiano de La tempestad.

24 Lo que ha habido no amerita tal nombre.

25 Aquí sigo también las huellas del texto de Rinesi: «Llamo desecho al sujeto de esa vida colectiva después de que aceptó des-hacerse de una parte de sí para poder seguir tomando parte en ese juego. Al pucho en que se ha convertido ese sujeto: a lo que queda de él en un mundo que es demasiado estrecho para acogerlo sin reclamarle esa «libra de carne» de la que le exige desprenderse, des-hacerse, para dejarlo entrar, para dejarlo seguir participando. (…) [E]l sujeto se ha des-hecho al punto de volverse enteramente «sujeto» a las diversas formas en las que se ordena el «no ha lugar» de las instituciones, de las estructuras, en fin, de la sociedad, entonces ya no hay ahí sujeto en absoluto. El puro desecho es el sujeto que ya no lo es: el sujeto vuelto puro objeto, pura cosa, pura nada.» (2019: 68-69).

26 La Fundación Ugo Spirito, por la que guardo un eterno agradecimiento y cariño, reúne, sobre todo, fondos archivísticos de intelectuales fascistas y neofascistas. Que los restos de Germani terminaran allí es una coincidencia fortuita vinculada a que Renzo de Felice, amigo cercano de Gino y de su familia, fue director de esa institución.

27 Casi lo contrario a esa casa-archivo-Freud a la que refiere Derrida en su famoso texto.