La casa como un nido. Presentación

The House as a Nest. Presentation

Denis Merklen*

IHEAL, CREDA (UMR 7227) y Université Sorbonne Nouvelle (Francia)

Palabras clave

Casa, Vivienda, Vivir, Habitar

Resumen: Con este texto presentamos el número monográfico «La casa como un nido». El propósito de este número es alimentar una reflexión sobre la casa en clave sociológica y antropológica. El punto de partida de esa reflexión es la ya clásica propuesta de Gaston Bachelard de considerar la casa «como un nido» (La poétique de l’espace, 1957). Una propuesta, sin embargo, casi siempre citada como en exergue, como epígrafe, pero casi nunca seguida en sus consecuencias. Tal programa nos acerca de la vida tanto como nos aleja del modo en que la sociología urbana, el urbanismo y la arquitectura consideran el problema, más cerca al concepto de «vivienda» que a la poética de la «casa». Tal proyecto no encuentra aquí sino un conjunto de aproximaciones que invitan a continuar explorando un tema que, así planteado, es evidentemente inagotable. El número inicia en la sección Fundamentales con el clásico texto de Roberto DaMatta «Espacio. Casa, calle y otro mundo: el caso de Brasil», traducido al castellano para la ocasión. Tras este, el número cuenta con las contribuciones de Denis Merklen, Pablo Semán, Claudia Girola, Gabriel Gatti y Elixabete Imaz, Sebastián Aguiar, Natalia Montealegre y Marcelo Rossal, y Eva Sotomayor, a las que se suman —en la sección Papeles Críticos— el trabajo de Iñaki Robles y el de Maïwenn Raoul.

Keywords clave

House, Dwelling, Housing, Living, Inhabiting

Abstract: This text presents the monographic issue «The house as a nest». The purpose of this issue is to encourage reflection on the house from a sociological and anthropological perspective. The starting point for this reflection is Gaston Bachelard’s now classic proposal to consider the house «as a nest» (La poétique de l’espace, 1957). A proposal, however, almost always quoted as an exergue, as an epigraph, but almost never followed in its consequences. Such a programme brings us closer to life as much as it distances us from the way urban sociology, urban planning and architecture consider the problem, closer to the concept of «housing» or «dwelling» (vivienda, logement) than to the poetics of the «house» (casa, maison). Such a project only finds here a set of approaches that invite us to continue exploring a subject that, thus posed, is evidently inexhaustible. The issue begins in the Fundamental section with Roberto DaMatta’s classic text «Space. House, street and another world: the case of Brazil», translated into Spanish for the occasion. After this, the issue features contributions by Denis Merklen, Pablo Semán, Claudia Girola, Gabriel Gatti and Elixabete Imaz, Sebastián Aguiar, Natalia Montealegre and Marcelo Rossal, an Eva Sotomayor, to which are added —in the Critical Papers section— the work of Iñaki Robles Elong, and Maïwenn Raoul.

* Correspondencia a / Correspondence to: Denis Merklen. Campus Condorcet – IHEAL. 5 cours des Humanités (93322 Aubervilliers cedex-Francia) – 
denis.merklen@sorbonne-nouvelle.fr – http://orcid.org/0000-0002-3578-121X.

Cómo citar / How to cite: Merklen, Denis (2023). «La casa como un nido». Papeles del CEIC, vol. 2023/2, presentación, -8. (http://doi.org/10.1387/pceic.24621).

ISSN 1695-6494 / © 2023 UPV/EHU

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Gente Humilde

Tem certos dias em que eu penso em minha gente
E sinto assim todo o meu peito se apertar
Porque parece que acontece de repente
Como um desejo de eu viver sem me notar

Igual a como quando eu passo no subúrbio
Eu muito bem, vindo de trem de algum lugar
E aí me dá uma inveja dessa gente
Que vai em frente sem nem ter com quem contar

São casas simples com cadeiras na calçada
E na fachada escrito em cima que é um lar
Pela varanda, flores tristes e baldias
Como a alegria que não tem onde encostar

E aí me dá uma tristeza no meu peito
Feito um despeito de eu não ter como lutar
E eu que não creio, peço a Deus por minha gente
É gente humilde, que vontade de chorar

Chico Buarque de Hollanda, Garoto,
Vinicius de Moraes, 1970

Fijemos los dos miembros de una ecuación. El primer miembro se compone de un único término: la casa =. Del otro lado de la igualdad, el segundo miembro de la ecuación se compone de cuatro términos. Cada uno de estos términos es una variable identificada. Sin embargo, desconocemos la naturaleza de la relación entre ellos. En el primer término, la casa es un lugar en el mundo (barrio, ciudad y país), un punto en el territorio desde el que las personas salen al mundo y al que vuelven cuando buscan retirarse de él (sin poder hacerlo pues la casa en el mundo está). El segundo término deriva del primero; en él la casa es espacio de la familia y refugio del individuo (término que abre a un paréntesis de relaciones de cooperación y de conflicto, de cálculo y de afecto en el seno de la unidad doméstica). En el tercer término, la casa es vivienda que oscila entre el mercado inmobiliario y el bien público, entre propiedad privada y bien común, instituciones y regulaciones. ¿La casa es límite de la política o expansión y expresión de esta? En el cuarto término, la casa es construcción: producto del trabajo, soporte de la identidad, relación de entrada y de salida hacia otras relaciones sociales que tienen su puente de entrada y de salida en la puerta que da a la calle.

En el monográfico La casa como un nido intentaremos restituir el valor de la casa en la economía del razonamiento sociológico y antropológico sobre la sociedad. La complejidad de la ecuación busca pasar por encima de los obstáculos que, para pensar la cuestión, plantean términos como «vivienda» o «hábitat», demasiado fuertemente apretados en las tramas cruzadas del urbanismo, la arquitectura y la sociología urbana que suelen orientar las políticas de vivienda, sea esto a través del mercado o de la acción pública. Buscamos reunir aquí un puñado de contribuciones que intenten conectar, cada vez, al menos dos de los términos propuestos teniendo siempre en cuenta la inserción en el conjunto que debe dar como resultado la igualdad casa. Somos conscientes que el pequeño conjunto de contribuciones que hoy publicamos dista mucho de abarcar la totalidad de semejante proyecto.

Se privilegiaron dos procedimientos metodológicos. En primer lugar, presentamos textos que piensen la casa desde la situación límite en la que se encuentra quien no la tiene garantizada. ¿Cómo pensar la casa desde el punto de vista de quienes no tienen una? La pobreza y las clases populares nos ponen en la situación liminar de aquellos para quienes la casa representa un problema, yendo hacia el límite de quienes ven el abismo de no tener lugar en el mundo, ni espacio, que están fuera del mercado y de la protección social, de estar casi privados de la posibilidad de construir o que enfrentan el desasosiego de la expulsión que es siempre vendaval que destruye un nido. El monográfico no se acantona exclusivamente a la presentación de situaciones límite, sino que toma como punto de vista las diversas condiciones de posibilidad del límite. En segundo lugar, la comparación, o la posibilidad de comparación ha sido privilegiada. Se tomarán textos de sociedades donde existen sistemas públicos de vivienda y otros donde no los hay, de situaciones donde la autoconstrucción es regla y otras donde el urbanismo lo domina todo, de contextos sociales donde la vivienda es cosa de individuos y otras en las que el hogar define el alma que vive bajo cada techo, de espacios en los que la palabra barrio no designa sino un distrito vagamente delimitado de una ciudad y otros en los que el barrio constituye una apretada trama de lazos sociales. Los textos reunidos aquí corresponden a observaciones realizadas en Argentina, Brasil, España y Francia, y a reflexiones que tienen como punto de partida y de llegada los espacios públicos de esas cuatro sociedades.

1. La casa como lugar en el mundo

Algunos pocos puntos, coordenadas que también son dinámicas conflictuales, definen la identidad, la posición, la trama de relaciones posibles para individuos y para grupos. Entre ellos están el trabajo, el sexo, la edad o la educación. Y también está el domicilio, y detrás de la plaquita con el número junto a la puerta de entrada, cuando la hay, se encuentra la casa. En el domicilio invertimos grandes cantidades de energía porque a través de esa posición se juegan en buena medida los lazos sociales en los que podremos participar o en los que quedaremos atrapados. Pierre Bourdieu, por ejemplo, decía que el precio del suelo, el valor de un bien inmobiliario ubicado precisamente en las zonas caras de una ciudad corresponde al precio que se está dispuesto a pagar para mantener a los pobres a distancia («Effets de lieu», en Bourdieu (1993). El trabajo, el capital y la profesión nos colocan irremediablemente a mano de algunas relaciones sociales y ponen inevitablemente lejos a otros espacios de interacción; La casa se inscribe así en una trama de relaciones de proximidad y de distancia que no podemos representar en el plano de la geometría ni en el mapa de la geografía sino como ejercicio de metáfora que busca volver inteligible el mundo social entendido ahora como un espacio de posiciones relativas. La casa define nuestro lugar en el mundo como localidad, pero esa localidad no es únicamente territorial, cartografiable; también dispone de dimensiones sociales y simbólicas.

2. La casa como espacio de la familia y refugio del individuo

«Cuando se abandona el pago/ y se empieza a repechar/ tira el caballo adelante/ y el alma tira pa’trás» —dice Atahualpa Yupanqui en una de sus más hermosas canciones (La Añera, 1946)—. Así, modernos que somos vivimos cobijados y expulsados por el pago, por la patria; indescifrable contradicción de la inscripción territorial. ¿No cantó Joan Manuel Serrat en el mismo disco Pueblo Blanco y Mediterráneo (1971)? Cantó la primera para prometer que «si yo pudiera unirme/ a un vuelo de palomas/ y atravesando lomas/ dejar mi pueblo atrás/ os juro por lo que fui/ que me iría de aquí», y en la segunda que «a mi enterradme sin duelo/ entre la playa y el cielo/ en la ladera de un monte/ más alto que el horizonte» para que su cuerpo sea «camino» […] «Cerca del mar. Porque yo/ nací en el Mediterráneo», sin dudas, en su tierra. La casa representa el refugio donde se condensan todas las promesas de la inscripción territorial, a condición de que esta no sea encierro o fijación. Pero quien de la casa se fugue terminará, tarde o temprano, buscando el techo que abrigue sus sueños junto a los de sus seres queridos. La epidemia de la Covid-19 nos instaló plenamente en esta contradicción. A la espera de la vacuna o de algún remedio, la casa se reveló de inmediato como la mejor protección frente a la amenaza viral, pero tan pronto como los médicos lo recomendaron y los gobiernos lo decretaron, la casa se volvió confinamiento y pérdida de libertad, jaula aunque refugio. Exploraremos los sentidos de la casa a partir de la noción de refugio teniendo como principal punto de apoyo la condición del errante, de aquel que carece de amparo, sin techo, sans domicile fixe, que sufre del desahucio o del desalojo. Puesto que estamos instalados en una coyuntura en la que la desestabilización de los estables es la norma.

3. La casa como vivienda, entre mercado y servicio público

La «casa propia» es el sueño tras el que corren todos los trabajadores desprovistos de capital, una aspiración tan fuerte como la del diploma para los hijos. La fuerza política de la institución propiedad privada reside seguramente en que esta no se asocia tanto con el capital industrial o financiero como con la casa propia. Y la casa como propiedad es lo que alberga a la familia, la protege y le permite proyectarse en progenitura, en porvenir asegurado y en transmisión transgeneracional. Es herencia, a la vez memoria y proyección hacia el porvenir. La sociología ha denunciado desde tiempos inmemoriales el carácter tramposo de esa aspiración que opera como ilusión, señalando la potencia de la institución propiedad privada como privación de casa, de nido. En la mayor parte de los países, sin embargo, la crítica no ha sino mellado el filo de la quimera y no ha dado lugar sino a tímidas regulaciones de las implacables leyes del mercado inmobiliario. Pese a todo, la imposibilidad de acceder al techo lleva sin cesar a la invención de formas colectivas de producción de la casa, del barrio y de los servicios que les están asociados para todos aquellos que comprenden que individuo solo y sin capital no alcanza para producir casa y ciudad. Sistemas públicos de vivienda como en Francia o en Alemania, cooperativas de todo tipo entre las que destacan las reunidas en la Federación de cooperativas de vivienda de ayuda mutua del Uruguay, variados movimientos sociales de ocupación del suelo en toda América latina… la casa se vuelve repentinamente objeto y acción políticas. Se desdibuja entonces la frontera que la institución propiedad privada intenta fijar entre «a casa e a rua», por utilizar la expresión de Roberto DaMatta (1984), entre espacio público y vida privada.

 

4. La casa como objeto, entre la producción y el consumo

No sin pecar de cierto etnocentrismo de clase, puede afirmarse que la construcción de la casa por quienes viven en ella no es sino sueño o nostalgia del pasado perdido. En las condiciones actuales de urbanización, no es posible construir con sus propias manos la vivienda que se habita y las redes de servicios de las que ella depende. Sin embargo, numerosos son los grupos sociales condenados a la «autoconstrucción». Condenados, pues autoconstrucción es inevitablemente vector de precariedad y de privación. Favela, villa miseria, chabola o callampa, son el resultado de la terrible tenaza que aprieta de un lado con la mandíbula inferior de la pobreza y del otro con el maxilar superior de la inexistencia de sistemas sociales de protección del hogar. Pero la construcción del nido es condición indispensable de la producción de sí, y de transformación del mundo que se habita. La arquitectura, la industria, el mercado y el Estado (en combinaciones y proporciones variables) brindan las condiciones elementales de acceso a la materialidad de existencias decentes. Pero ellas nos enajenan de la posibilidad de producir el nido nuestro, de la fuerza poderosísima que experimentan quienes han parado con sus manos en el mundo las cuatro paredes y el techo en el que se abrigan los seres queridos.

5. Sentidos de la casa como nido

En uno de sus más famosos libros, Gaston Bachelard ha propuesto la imagen del nido como síntesis de una «phénoménologie de l’habiter» («fenomenología del habitar») (1957). El filósofo propone concebir al espacio y a los espacios de la casa como expresiones de quien los habita, como imágenes en el sentido poético que él da al término, es decir, como productos de la imaginación. Desde el sótano al granero, la casa de Bachelard es nido porque quien lo habita lo teje. Desde ese punto de vista, el principal valor que esconde la casa es el de la protección, donde los espacios de la casa son espacios de vida, lejanos del espacio que la geometría propone pensar. Ese nido que nos alberga, que cobija nuestra intimidad y nos deja oscilando entre la casa materna y la casa soñada no puede reducirse a los términos de una ecuación. Bachelard retoma, desvía y prolonga la imagen imaginada por Victor Hugo entre el joven Quasimodo y su casa, la catedral. Para Hugo, la casa que Quasimodo habita es «successivement l’œuf, le nid, la maison, la patrie, l’univers». Donde el edificio imprime sus características sobre el cuerpo de quien la habita, lo constriñe y al mismo tiempo lo proyecta desde él hacia el mundo:

«C’est ainsi que peu à peu, se développant toujours dans le sens de la cathédrale, y vivant, y dormant […] en subissant à toute heure la pression mystérieuse, il arriva à lui ressembler, à s’y incruster, pour ainsi dire, à en faire partie intégrante. Ses angles saillants s’emboîtaient, qu’on nous passe cette figure, aux angles rentrants de l’édifice, et il en semblait, non seulement l’habitant, mais encore le contenu naturel. On pourrait presque dire qu’il en avait pris la forme, comme le colimaçon prend la forme de sa coquille. C’était sa demeure, son trou, son enveloppe. Il y avait entre la vieille église et lui une sympathie instinctive si profonde, tant d’affinités magnétiques, tant d’affinités matérielles, qu’il y adhérait en quelque sorte comme la tortue à son écaille. La rugueuse cathédrale était sa carapace.» (1831)1

Si pudiésemos reducirla a los cuatro términos que proponemos, quedaría aún por resolver la relación entre ellos, relaciones que son irreductibles a las operaciones algebraicas. El espacio de la casa no suma ni resta, no divide ni multiplica. La casa posee una dimensión poética que escapa a la determinación porque siempre emerge como creación, y sin embargo, no puede concebirse sin inscribirla en el tiempo y en el espacio. La casa no es ajena a la contrainte social. Allí pues deberán hacer su trabajo los artículos de este número monográfico en la descripción de las relaciones que viven en la casa y de aquellas a través de las cuales la casa vive en el mundo.

6. Contenido del monográfico

Presentamos en primer lugar la traducción de un clásico de la antropología brasileña inexistente en castellano, un texto de Roberto DaMatta publicado en su no menos clásico A casa e a rua (1984). Bajo el sugestivo título de «Espacio. Casa, calle y otro mundo», Roberto DaMatta propone una particularmente sugerente reflexión sobre las articulaciones con las que el espacio se ve socialmente calificado, en contrapunto con una tendencia a la secularización y a la racionalización del espacio en las ciudades de la modernidad occidental. La relación entre religiosidad, espacio doméstico y espacio público califican a la casa a partir del orden que en el que se distribuyen las prácticas sociales y los momentos de la sociabilidad. La cualificación social y simbólica del espacio nos permiten comprender cómo se constituye la casa en nido. Surge inmediatamente una pregunta: ¿Cómo llegamos a concebir y a sentir la casa como un refugio para el sujeto individual, un refugio para quien regresa de un mundo que se vive como agresivo, un nido en el que reponer fuerzas para regresar a la lucha? Una dicotomía rayana con el encantamiento.

El texto de Denis Merklen se estructura a partir de un conjunto de observaciones realizadas en medios populares de distintas latitudes, en América Latina, en África y en Europa. El texto del sociólogo busca dar cuenta de los caminos que puede abrir la hipótesis que propone considerar a la casa como un nido. Se observa la fuerza que se invierte en levantar el sueño de la «casa propia» con sus propias manos, y la solidez que tal proyecto da a la presencia en el mundo de individuos y familias. Al mismo tiempo, se pone en evidencia la imposibilidad de tal proyecto en la urbe moderna en la que la vivienda, para volverse nido, necesita de posarse en alguna de las horquetas que forman las múltiples ramas que ofrece el árbol de las infraestructuras y de los servicios urbanos. Antes de toda poética, no hay nido sin electricidad, agua potable, transportes, internet y cloacas. Y no se trata de la tensa relación entre el arquitecto y el ingeniero sino de la doble exigencia: necesaria inversión de las manos en el tejido del nido, indispensable inscripción de la casa en una densa trama de relaciones sociales.

El texto de Pablo Semán puede leerse en continuidad con el artículo de DaMatta. El antropólogo argentino observa la persistente presencia de las representaciones divinas dentro del hogar. Desde el más allá, Dios penetra en las moradas luego de que la arquitectura moderna pretendiera expulsar de la casa a lo sagrado para contener la religiosidad en el espacio del templo. La reflexión sobre «las casas de Dios» resulta, por una parte, de una exploración etnográfica en casas de la clase media de Buenos Aires y, por otra parte, de una observación de los tratamientos que la arquitectura ha reservado a la religiosidad en las sociedades modernas. Pablo Semán construye un contrapunto entre el catolicismo secularizado que en cierto modo escamotea las representaciones de Dios en la casa, y el cristianismo de corte evangelista que al contrario multiplica los signos reveladores de la presencia divina en todos los ámbitos de la vida; Dios también entra al nido y lo hace de modos que se acercan a los requerimientos de los procesos de subjetivación y de socialización contemporáneos.

En los bordes de la ciudad, en los márgenes fríos, húmedos y fangosos del Sena, se esconden moradas mínimas, liminares, erigidas en la más absoluta fragilidad por tenaces individuos que parecen desprovistos de todo lazo social, vistos desde la idea casteliana de desafiliación (Castel, 1995). Lejos de tal perspectiva, Claudia Girola se acerca a estos nidos minuciosamente tejidos con los hilos que el suelo de la gran ciudad provee bajo la forma de deshechos, pero también con las pertenencias preciosamente conservadas, ordenadas y protegidas por quienes no tienen casi nada. Allí y así construyen sus nidos quienes administrativamente y científicamente categorizamos como «personas en situación de calle» en castellano y como sans domicile fixe (sin domicilio fijo) en francés. Lo que parece situarse fuera de la ciudad y de la urbanidad, en intersticios insignificantes e inexistentes, recobra toda su significación política desde que nos acercamos a ellos e iniciamos un diálogo hospitalario con sus moradores dándoles la posibilidad de recibirnos, de acogernos en sus casas. Los bolsos que estas personas portan consigo como un caracol lleva su casa al hombro y los refugios mínimos que construyen, y que el orden municipal se empeña en destruir, contienen tantos objetos como es posible. Esos objetos, nos recuerda Claudia Girola son una mezcla compleja de recuerdos del pasado, resguardos del futuro e indispensables cosas con los que hacer más llevadera la sobrevida del presente inmediato. Esos bolsos y esos refugios precarios se revelan casas como nidos construidos y habitados por quienes no tienen casa.

¿Y qué ocurre con aquellos que no tienen nido, que viven pegados al suelo porque cayeron de la rama, vaya uno a saber si en tiempo de sequía o de tormenta? Gabriel Gatti y Elixabete Imaz los describen como asfaltados, pegados al pavimento y confundidos con la calle a la que son expulsados sin que nadie casi posase su mirada en ellos. En las calles de París que con su luz y su opulencia los oculta, en las veredas de Francia que los deja caer por las hendijas de un Estado social visiblemente agujereado y de unos lazos sociales claramente distendidos, los autores se interrogan sobre estas presencias tan masivas como invisibles a partir de una serie de notas etnográficas tomadas en la capital gala.

Sebastián Aguiar, Natalia Montealegre y Marcelo Rossal proponen desde las calles de Montevideo un texto sobre la constitución de un movimiento social recientemente formado por aquellos sin techo que se organizan en búsqueda de un lugar en el mundo de la capital Uruguay. El texto se para frente a la explosión de la cantidad de «personas en situación de calle», una expresión hija del lenguaje burocrático que investigadores, periodistas, políticos y hasta los propios interesados prefieren a las despectivas y estigmatizantes «bichicome» o «pichi» con el que el lenguaje popular los designaba hasta hace poco. Y los investigadores lo hacen tomando el punto de vista de quienes se han organizado en un movimiento social organizado por quienes consideran que «Ni todo está perdido» (Nitep), en el que la conjunción reempla­za a la negación como llamando la atención y embelleciendo lo que pareciera no poder serlo. El punto de partida de la organización social es curioso. Nitep reúne, organiza y moviliza a quienes no tienen nada que perder, pero para quienes, entonces, la acción es posible porque no todo está perdido. Y se erigen actor colectivo haciendo irrupción en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, en pleno centro de Montevideo. Allí, quienes en la calle viven sin casa, sacudirán a investigadores, docentes y estudiantes confiriendo una centralidad emergente a aquellas personas que la mirada esquiva y oblicua tiende a hacer desaparecer del espacio común, tal como lo señala Gabriel Gatti (2022).

Antes de esas situaciones límite aparece el ejemplo español del «desahuciado» en la España post crisis financiera de 2008. Eva Sotomayor estudia las relaciones estadísticas entre expulsión de la vivienda, enfermedad y hasta suicidio. La anomia provocada por el terremoto financiero de las bolsas del centro del capitalismo, y no por un fantasmeado aletear de las alas de una mariposa en las costas australianas, penetra hasta los espacios más reservados de la intimidad del sujeto. La deflagración tritura los vínculos sociales que hacen de la casa un nido sin tocar un solo ladrillo, sin romper un solo cristal. No se ven las imágenes de un terremoto en el sur de Turquía o en el norte de Siria. Las estadísticas permiten ver la fragilidad de un nido que zozobra en las agitadas aguas del mercado inmobiliario.

Precisamente la reseña de Iñaki Robles Elong vuelve al problema de los «desahucios» en España a partir de la película En los márgenes (2022) de Juan Diego Botto. Se trata de situarse en las veinticuatro horas de espera desesperada y desesperante, tal como lo señala Robles, de aquellos a quienes les espera, ineluctable, la expulsión del nido. Una espera desesperada, entonces, que precipita en el abismo a la ciudadanía misma. A contrapié de los Nitep uruguayos, los desahuciados españoles parecen situarse en el espacio de un individualismo negativo, tal como Robert Castel nos invitara a pensar a partir de la pérdida de trabajo en la Francia de finales del siglo pasado, la negatividad de aquel sujeto que pierde pie porque se desmorona el soporte sobre el que erguir la mirada y alzar la voz.

Finalmente Maïwenn Raoul comenta el libro de Luci Cavallero y Veónica Gago La casa como laboratorio. En plena pandemia de coronavirus, las medidas de confinamiento para combatir el mal impidieron a muchos de asistir a los lugares de trabajo y de estudio, pero al mismo tiempo abrieron las puertas y las ventanas de la casa que se vio así penetrada por las lógicas de la empresa. La separación entre espacio familiar y lugar de trabajo pacientemente construida y defendida se ve jaqueada y hackeada por las nuevas tecnologías que pueden llevar la empresa a todo lugar donde un ordenador pueda conectarse a internet. La casa deja de ser nido acogedor para volverse campo de batalla cuando la empresa busca asociar su búsqueda de lucro con el deseo de no salir de la casa para ir a trabajar.

 

 

 

 

7. Referencias

Bachelard, G. (1957). La poétique de l’espace. Paris: PUF.

Bourdieu, P. (1993). La misère du monde. Paris: Le Seuil.

Castel, R. (1995). Les métamorphoses de la question sociale. Une chronique du salariat. Paris: Fayard.

Da Matta, R. (1997). A casa e a rua. Rio de Janeiro: Rocco eds.

Gatti, G. (2022). Desaparecidos. Cartografias del abandono. Madrid: Turner.

Hugo, V. (1831). Notre Dame de Paris. 1482. Paris: Charles Gosselin.

Serrat, J. M. (1971). Mediterráneo. Barcelona: Zafiro-Novola.

Yupanqui, A. (1946). La añera. Buenos Aires: Odeón.

1 Traducción del autor: Para Hugo, la casa que Quasimodo habita es «sucesivamente el huevo, el nido, la casa, la patria, el universo». Donde el edificio imprime sus características sobre el cuerpo de quien la habita, lo construye y al mismo tiempo lo proyecta desde él hacia el mundo: «Y así, poco a poco, creciendo siempre en dirección a la catedral, viviendo en ella, durmiendo en ella [...] bajo su misteriosa presión a todas horas, llegó a asemejarse a ella, a incrustarse en ella, por así decirlo, a convertirse en parte integrante de ella. Sus ángulos salientes encajaban en los ángulos entrantes del edificio, y parecía ser no sólo su habitante, sino también su contenido natural. Casi podría decirse que había adoptado la forma del edificio, como un caracol adopta la forma de su concha. Era su casa, su agujero, su envoltura. Había una simpatía instintiva tan profunda entre él y la vieja iglesia, tantas afinidades magnéticas, tantas afinidades materiales, que se aferraba a ella como una tortuga a su carey. La tosca catedral era su caparazón. (Victor Hugo, Notre Dame de Paris, 1831).