Reseñas bibliográficas

Irene J. Cisneros Abellán, Reseña dentro y fuera de casa. Las trabajadoras en la Atenas de los siglos V y IV a. de C., Oviedo: Trabe, 2022, 368 páginas. ISBN: 978-84-18324-58-1.

En este libro Irene Cisneros estudia de manera extremadamente novedosa el trabajo femenino en la Atenas clásica. Con una nueva mirada, se pregunta por las diferencias que existieron entre lo que nos dicen las fuentes clásicas atenienses, que promueven un ideal de inclusión femenina y de segregación de los sexos, con respecto a la realidad. La mayoría de los ciudadanos griegos no eran aristócratas y, en ciertos momentos, tuvieron dificultades para sobrevivir. Si bien contaban con los privilegios propios de participar en la democracia, eso no significaba que pudieran despreciar la fuerza de trabajo femenina. Las mujeres eran miembros activos de la casa, no solo dedicadas al cuidado, sino a la producción. A lo largo de los capítulos la autora va tejiendo una historia de realidades de mujeres asociadas al trabajo de manera voluntaria o de la mano de un cabeza de familia, desgranando las fuentes y aportando datos sobre la consideración de los diferentes oficios. Con una estructura muy clara, los dos primeros capítulos están dedicados a la metodología de aproximación al tema, dejando de lado la división tradicional de los tres sectores económicos, mientras que el resto de los capítulos son estudios monográficos de diferentes oficios en los que hay datos de participación femenina.

En el capítulo 1 «Ideal y realidad de las mujeres en Atenas» la autora presenta el discurso de la segregación. Si bien las fuentes clásicas insisten en que las atenienses estaban encerradas en el gineceo, ocultas a la vista de los varones que no fueran de su familia, Cisneros demuestra que es un discurso y no una realidad, principalmente porque era impracticable para buena parte de los atenienses. Por lo tanto, la segregación se convierte en un mito, una falacia que se mantiene de manera simbólica y que no estaba reñido con las mujeres trabajando. Por ello, pueden convivir discursos que valoran la moderación o el silencio en las mujeres a la vez que la mujer laboriosa. Las mujeres atenienses se ayudaban en los partos, acudían a coger agua a las fuentes y participaban en los cultos. No salir de casa no era sino una marca de elite, por lo que el gineceo no es solo un espacio físico, sino simbólico.

En el capítulo 2 «Los trabajos de las mujeres» la autora nos presenta una metodología totalmente novedosa para clasificar los trabajos femeninos. En lugar de la clasificación del trabajo en función del sector primario, secundario y terciario, que no tiene demasiado sentido en una sociedad preindustrial, la autora propone una triple clasificación: trabajos tradicionalmente femeninos, trabajos de naturaleza mixta y trabajos tradicionalmente masculinos. Deja fuera los términos económicos, ajenos a la sociedad griega y se pregunta cómo las mujeres se vuelven invisibles en los trabajos asociados a los varones. A partir de este momento, cada capítulo es una monografía sobre ciertos tipos de trabajos, estudiando todas las fuentes en las que aparecen y su consideración.

En el capítulo 3, titulado «Las comadronas y curanderas», se ofrece un análisis filológico y social. Bajo el apelativo de maiai, que servía tanto para designar a la abuela como a la comadrona, aparecen mencionadas las asistentes al parto. En la epigrafía aparecen como mujeres mayores, fuera de la edad fértil que se pueden permitir no contaminarse de la miasma del parto. Asistir a un parto requería práctica y conocimientos, que podían derivar de la edad y de haber pasado muchas veces por dicha experiencia. Es especialmente relevante la conexión sentimental entre esta figura con un miembro más de la familia, evidenciando un universo femenino de solidaridades.

El capítulo cuatro está dedicado a «las nodrizas» que aparecen bajo dos apelativos, títthai y tróphoi. La autora determina que las primeras eran las nodrizas de leche, aquellas que se encargaban de la alimentación del niño en sus primeros meses. En cambio, las segundas eran las ayas o educadoras del niño en sus primeros años. Esta doble distinción es determinante en el trabajo de las ciudadanas atenienses y es la clave de su argumentación. En momentos de necesidad, como durante la guerra del Peloponeso y el consiguiente empobrecimiento de la población, algunas mujeres se verían obligadas a emplearse como títthai. El haber dado a luz hacía poco, estuviera o no el niño vivo, les ofrecía la posibilidad de alimentar a otro bebé por encargo. En cambio, ser aya era un trabajo más prolongado, que tenía menos visos de ser temporal. Por ello, las títthai estuvieron más valoradas frente a las tróphoi, que seguramente fueron siempre mayoritariamente trabajos de mujeres extranjeras (llamadas metecas en Atenas).

Un libro sobre el trabajo no podía dejar de lado a las prostitutas y a las proxenetas (que habían logrado un estatus económico y se dedicaban a gestionar un grupo de prostitutas). El capítulo 5 se ocupa de la prostitución desde la esclavitud y desde las mujeres libertas, tema que está muy estudiado. Lo más novedoso es que abre la visión a la prostitución de mujeres casadas, en momentos de necesidad. De manera temporal, el propio marido o un familiar podían prostituir a una ciudadana de manera oculta. En un mundo en el que no hay un pago claro en determinados servicios, y desde un estatus diferente a la prostituta de burdel o de calle, en el marco de lo oculto una ciudadana podía prestar sus favores incluso dentro de su casa.

El capítulo 6 se dedica a «Las acompañantes e intérpretes musicales» entrando de lleno en un espacio masculino. El sympósion, la fiesta de sociabilización masculina por excelencia, solo tenían cabida las mujeres extranjeras, como la milesia Aspasia, las heteras y las intérpretes musicales. Una hetera había sido educada para ser agradable y dar conversación, al igual que la intérprete musical lo había sido en el manejo de instrumentos difíciles de tocar como el complicado aulós. Esto nos indica que son mujeres entrenadas, educadas para el placer. La autora sostiene que el sexo, si bien podía formar parte de la fiesta, no estaba dado por hecho en estas dos profesiones y que en todo caso se pagaría aparte. Hace un esfuerzo por individualizar el entrenamiento necesario demostrando que determinadas músicas y heteras fueron valoradas por su trabajo, no solo por su cuerpo. En el fondo supone una separación definitiva de las participantes del sympósion con las prostitutas, tema enormemente debatido.

En el capítulo 7 entramos en el espacio público, en el mercado. «Las vendedoras del ágora» fueron mujeres dedicadas al comercio de diferentes productos como las trenzas de flores, panes o perfumes. Algunas estarían en el ágora de las mujeres, espacio destinado a los productos femeninos y otras en el resto de espacios. La plaza pública de Atenas contaba con zonas para cada producto, para facilitar la compra de bienes relacionados entre sí. No obstante, nada nos hace creer que las mujeres estuvieron presentes solo en un espacio. La necesidad fue el principal motivo para que las mujeres elaboraran productos manufacturados en sus casas que luego fueran a vender. De hecho, vender estaba mal visto como actividad. El comerciante era percibido como un aprovechado que buscaba su beneficio, fuera hombre o mujer. Sin embargo, la necesidad llamaría a muchas mujeres a ocupar el espacio público para hacerse con el sustento.

El capítulo 8 está dedicado a «Las posaderas», tanto las regentadas por mujeres como los lugares en los que aparece la mujer del posadero. En las defixiones, maldiciones de un privado a otra persona para vengarse de un mal, aparecen en muchas ocasiones el nombre de la esposa, indicando que formaba parte del negocio. La posada era un espacio asociado a la prostitución y al maltrato de los huéspedes, por lo que las posaderas aparecen como personajes negativos, siempre con mal carácter e intentando engañar.

El capítulo 9 «Las vendedoras de vino y taberneras» es un complemento del anterior, pues tiene dos funciones: por un lado, separa a las vendedoras de vino del ágora, que llevaban un tenderete móvil, de las que tenían un espacio para el vino, la taberna. Tanto en el consumo por la calle como en el establecimiento, el vino se vendía ya aguado, siendo la proporción de agua y vino lo que provocaba la queja de los clientes, junto con la calidad del líquido.

Finalmente, el capítulo 10 está dedicado a «las mujeres empleadas en trabajos masculinos», principalmente en talleres. Aquellas familias dedicadas a un oficio, como la producción de cerámica o la zapatería, contarían con el apoyo activo de las mujeres de la familia, que eran entrenadas desde niñas. Tenemos pocos datos, pero significativos. Por ejemplo, la hidria Caputi nos muestra a una joven pintando un vaso, o una defixio en la que la mujer del artesano es la que dora los metales. Además, esa formación familiar era un valor para el matrimonio. Esas esas mujeres acababan casadas con varones de la misma rama, pues podían ayudar en el oficio.

En las conclusiones, la autora repasa los espacios asociados al trabajo. Si bien hay un ideal de segregación, las mujeres aparecen en todos los ámbitos públicos y privados. Si bien no era deseable que una mujer trabajase, también era una realidad. Las mujeres no perdían su estatus por trabajar, salvo que ejercieran la prostitución y fuera público. El trabajo era en general mal considerado, pero también afectaba a los varones. En la antigua Atenas hubo espacios más o menos recomendables; la taberna y la posada no eran lugares bien vistos, o vender a gritos en la calle se consideraba poco elegante. No obstante, la necesidad y el deseo de sobrevivir llevaron a muchas mujeres, por voluntad propia o bajo el mando de un varón, a ejercer diversos oficios.

En general es un libro completo, exhaustivo y lleno de contenido. Le habría hecho falta al final un índice de fuentes y referencias para facilitar la búsqueda pues, al ser el único trabajo sobre el tema, tiene visos de convertirse en manual de referencia. La bibliografía es completa y actualizada, incluyendo trabajos en varios idiomas. En las conclusiones, hay aportaciones especialmente relevantes. En primer lugar, su metodología y su clasificación del trabajo, que es novedosa y que salta los márgenes del mundo antiguo para ser válida en cualquier sociedad preindustrial. Además, revela que el trabajo en las mujeres no es necesariamente mal valorado en una sociedad que promulga la segregación de sexos, pero el contacto con hombres en el desempeño del trabajo afectaba a la consideración del mismo, al igual que si el oficio podía ser desempeñado por esclavas. El lugar de ejercicio, el ágora o un lugar abierto a todo el mundo como la posada y la taberna también influía negativamente, pues afectaba al ideal de segregación sexual. Sin embargo, el libro de Irene Cisneros abre una nueva mirada a la vida cotidiana de la antigua Atenas, donde se encontraban muchas más mujeres ciudadanas a plena vista de las que habíamos pensado.

Elena Duce Pastor

Universidad Autónoma de Madrid
elena.duce@uam.es
https://orcid.org/0000-0003-0604-2300
DOI: https://doi.org/10.1387/veleia.24944