Vol. 11 Núm. 2 (2023): Prácticas artísticas para un ecosistema cultural sostenible
Desde finales del pasado siglo se viene advirtiendo sobre las consecuencias de considerar la cultura como un recurso. Con ella, la producción artística se desliza bajo el radar económico, preludiando este ámbito como una parcela de explotación más. Producción y consumo, exportación e importación, rentabilidad; son algunos de los conceptos surgidos de las zonas de contacto entre el arte y la economía.
Entre las metáforas utilizadas para visualizar la conversión de lo simbólico en un bien de consumo, la del monocultivo cultural ha cobrado cierto protagonismo. Dicho paralelismo alude a la producción de una única especie (es decir, un tipo de cultura y, con ella, un tipo de arte), apta para ser consumida en masa (lenguajes y formatos de fácil digestión). Sin embargo, la optimización de los recursos que requiere este tipo de explotación, en pos de un mayor rendimiento, termina por desgastar el entorno, redundando en la precarización del tejido artístico existente.
No es de extrañar que, junto con la del monocultivo, nociones poliédricas como la de sostenibilidad también estén reclamando una mayor atención. Así, el presente monográfico, lanzaba el reto de pensar la sostenibilidad desde la diversidad de formas de hacer (desde la práctica, la investigación, la educación, la gestión, la mediación, etc.), relacionadas con el contexto y teniendo en cuenta las cualidades y necesidades de los organismos que lo conforman. Razón por la que también son múltiples los enfoques desde el que se acomete la temática propuesta; este volumen incluye manuscritos que abordan experiencias y casos de estudio desde la gestión (revisión de los modelos obsoletos y búsqueda de fórmulas más equilibradas), las prácticas artísticas vinculadas al territorio (en cuanto al cuidado del entorno y sus comunidades) y las iniciativas motivadas por la preocupación por el medio ambiente, hasta el análisis de la correlación entre la explotación del planeta y sus recursos y el debilitamiento del ecosistema cultural.
Para empezar, en «Contextos frágiles: Apuntes sobre la precarización del artista plástico» Esperanza Cobo Arnal nos sitúa en ‘hábitats desamparados’, resultado de las consecuencias de la reproducción de modelos que redundan en una producción artística insostenible. Con ello, Cobo impele a los y las artistas que, como productoras de subjetividades, ahonden en la búsqueda de prácticas que fomenten un ecosistema más amable para el desarrollo de la actividad artística. No obstante, Luis Manuel Mayo Vega nos advierte en «Paradojas de las prácticas productivas artísticas alternativas en el paradigma del arte contemporáneo» sobre el doble rasero que esconden ciertos apelativos: Mayo plantea una revisión de los mecanismos y los esquemas por los que toda práctica entendida como alternativa, periférica o marginal, es susceptible de ser absorbida por la lógica del monocultivo artístico. Mientras tanto, el texto «Creación y música vasca en la Orquesta de Euskadi» presenta un espacio de posibilidad entre la actitud propositiva del primer texto y la advertencia del segundo. Elixabete Arabaolaza Elorza y Gotzon Ibarretxe Txakartegi ofrecen una exhaustiva revisión sobre la evolución de las políticas culturales de y en el País Vasco. Para ello, analizan el impacto de las mismas en su campo específico, la creación musical, y reflexionan sobre la devolución de la Orquesta de Euskadi al ecosistema cultural.
Continuando con el retorno e impacto de la actividad artística sobre un contexto dado, en «La incidencia de las prácticas artísticas en la transformación social del territorio. Estudio de caso: Asociación Hilarte, Guayaquil-Ecuador» Patricio Sánchez-Quinchuela perfila una de las tantas líneas de actuación de la deriva neoliberal, que pasa por el debilitamiento de los ámbitos de lo social, lo ambiental y lo cultural, confrontando, en el caso de este último, el tipo de arte que sucede “de puertas para adentro” (en los espacios normativizados del museo o la galería), y aquellas prácticas y expresiones que se desarrollan en estrecha relación con el contexto en el que surgen y las motiva, llevándolas a ser consideradas marginales, a pesar de su repercusión en el desarrollo de la comunidad y la transformación social de un territorio.
Los títulos mencionados coinciden, por tanto, en la identificación de las relaciones existentes entre los modelos culturales vigentes y aquellos considerados menores. Las aportaciones que siguen dan un paso más allá al señalar que esta distancia entre los diferentes formatos podría deberse, una vez más, a una cuestión de género; remate de la desigualdad y desequilibrio del ecosistema cultural.
En el artículo «Ecofeminismos y contra-pedagogías de la crueldad», Carla Álvarez-Barrio y José María Mesías-Lema resaltan una serie de prácticas artísticas que, desde el activismo feminista, alertan sobre el tándem compuesto por el monocultivo cultural y el capitalismo verde. Así como a finales del siglo pasado diversas autoras desvelaron la conexión entre la dominación masculina y la explotación de recursos naturales, actualmente, se señalan aquellos modelos culturales que prevalecen gracias a su proximidad con el grupo dominante, mientras otros son explotados en nombre de valores y bienes considerados universales (el cuidado del medio ambiente, la cultura, etc.). Pero tal y como indica Leyre Arraiza Sancho en «Un jardín y no de flores: Análisis de orientación, distancia y cuerpo en un descampado», es en esos espacios no normativizados (fuera del museo y la galería) donde lo queer (lo diferente, lo raro) cobra sentido. De hecho, el artículo «El beso en el bosque: Prácticas artísticas etnográficas queer e identidad relacional» de Elena García-Oliveros Hedilla, visibiliza comunidades queer que plantan cara a un tipo de arte y de prácticas encorsetadas mediante, en este caso, la reivindicación de los espacios marginales. El bosque funciona como una analogía de aquellos lugares donde poder emboscarse; es decir, en los que más que ocultarse se activa la diferencia y la oposición frente a los formatos hegemónicos. Siguiendo con los espacios al margen, periféricos o menores que avanza Arraiza y la importancia de la comunidad y lo colectivo para generar una resistencia frente a la norma de García-Oliveros, el análisis planteado por Chiara Sgaramella y Estela López De Frutos en «Tiempos para el cuidado: Prácticas artísticas ecofeministas y aprendizajes colectivos en el proyecto Agroversitat», incide en la ventaja de la posición estratégica de ciertos territorios (por situarse, precisamente, a la sombra) tanto para la creación de redes como para la generación de discurso crítico. Las autoras toman la huerta, como un espacio físico, pero también simbólico (en tanto espacio de encuentro para los y las agentes locales), desde el que reflexionar y proponer acciones colectivas frente a los efectos de las crisis motivadas por una dinámica extractivista, que también ha dejado sendas secuelas en el ámbito artístico-cultural. La huerta vuelve a estar presente en la experiencia que se recoge en el artículo «Caligrafía vegetal, una nueva lectura del paisaje a través de la escultura», Marta Linaza Iglesias desgrana el proyecto Caligrafía vegetal», al tiempo que sirve para reflexionar sobre la huerta como un lugar donde el tiempo se ralentiza (fuera del acelerado ritmo de producción que ha imbuido la práctica artística) y la investigación y el proceso afloran. Esta simbiosis entre el cuidado de la huerta y el trabajo artístico, fruto del binomio entre arte y naturaleza, suscita análisis como el de Olga Marugan Oliva; en «El ecoarte como medio de transformación estético, ético y social». Marugan explora los lugares de convergencia entre arte, naturaleza, ciencia y ecología, mientras trata de definir, a través de una serie de ejemplos, la compleja y polifacética figura del/la eco-artista, siendo el estudio de las relaciones entre humanos y el medio ambiente la piedra angular de este tipo de producción artística. Finalmente, asistimos a la proliferación de equipamientos culturales en los que el arte y la naturaleza se hibridan, destacando una serie de prácticas centradas en el cuidado y la atención al medio natural. Los espacios presentados por Sergi Quiñonero Ortuño en «Centros de arte y naturaleza en España: pedagogía de la concienciación», se suman al entramado de centros artístico-culturales del Estado.
A modo de conclusión, cabe destacar la relevancia de los textos seleccionados en cuanto a la visibilización de formatos y prácticas contemporáneas que ahondan en las intrincadas correspondencias (sean de afinidad o de disidencia) entre varios campos. Y que nos recuerdan que reparar en la interconexión entre diferentes ecosistemas (arte y naturaleza), modelos (de homogeneización o diversificación), tipos de producción (de sustracción o de nutrición) y las prácticas que se priorizan, promueven u obstaculizan, resulta indispensable para la preservación de los mismos y los organismos que los habitan.
Oihane Sánchez Duro
Coordinadora del monográfico
Publicado: 26-10-2023